Severino-Di-Giovanni.-El-idealista-de-la-violencia%20(1)
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La muertecontentos con tenerlos en su posesión y de condenarlos irrevocablemente amuerte, la banda feroz de los esbirros los sometió a la tortura. Pero seenfrentaron con hombres de un temple de acero. No se quebraron. Severino yPaulino permanecieron serenos hasta el instante supremo, ejemplos sin igual decoraje y estoicismo. Con ferocidad, la policía argentina cometió la infamia dehaber torturado inútilmente a dos condenados a muerte. Los camaradasMárquez y Rojas muertos, la mañana del asalto a la quinta de Burzaco; mihermano, prisionero, fue molido a culatazos con tal brutalidad que le produjerondeformaciones a las que hicieron pasar por defectos de nacimiento. Erainevitable que le achacaran los estigmas de la degeneración. Pero lo peor que seiba a producir en las mazmorras de la penitenciaría donde estaban tantoSeverino como Paulino fue el sufrimiento —tanto antes como después de lacondena— de las feroces torturas que se llaman la silla, el látigo, el triángulo.Cuando yo lo vi, Severino tenía en el cuello las marcas claras de la soga deestrangular; en las muñecas, sangre coagulada, las encías sangrantes, el rostrocon contusiones. Con las tenazas de madera les habían aplastado y tirado de lalengua y se las habían quemado con cigarrillos encendidos. Durante elinterrogatorio les introdujeron cigarrillos encendidos en las cavidades nasales yen los oídos, les habían retorcido los testículos, les hicieron incisiones en lasuñas, los golpearon. Todo esto bajo la dirección del doctor Viñas, director de laprisión”.Los jóvenes amantes trataron de formarse, en esa hora, unpequeño mundo aislado para expresarse todo lo que deseaban en esaúltima despedida. Pero el comisario Florio no se apartó un instante.Además, hubo personajes que quisieron perfilarse y aparecer en losdiarios. Uno de ellos, un militar, a quien las crónicas ni identifican, y elotro, el cura de la prisión, el italiano Enrico Cotaldi, quien llegóacompañado por el jesuita español Clavell. El militar se adelantó parapreguntar a Di Giovanni si conocía a Lombroso. (Se refería a CesareLombroso, el médico italiano que estableció la teoría de que todos losdelincuentes —tanto políticos como comunes— lo son de nacimiento,locos atávicos.) Era sin duda una pregunta provocativa, para mostrar suagudeza. De acuerdo a la crónica de “Crítica”, Severino le contestó queconocía los libros de Lombroso y que “infinidad de veces había estudiado lascolecciones antropológicas que el sabio italiano legó como regalo a un granmuseo de su patria”. En cuanto a las teorías añadió: “Lombroso divide a loshombres entre los que forman parte del Bien y los que forman en las filas del Mal.Entre los primeros coloca a la policía —y miró a un pesquisa con una visual queera todo un reproche— y entre los del mal a los rufianes, ladrones y anarquistas.
Severino Di Giovanni. El idealista de la violenciaLombroso, respecto a los anarquistas no sabía nada. Y su odio le hizo redactaresta faz de su libro con atrevimiento literario singular”.Con respecto a los curas, “L’Italia del Popolo” reproduce laescena. Los dos sacerdotes se introducen en la celda. “Di Giovanni losrecibe sonriente. Y entabla con ellos una especie de polémica. Interviene en ladiscusión América Scarfó, quien, irónicamente, pregunta al padre Clavell siCristo es superior a Brahma. El jesuita queda en silencio. Y cuando Américaafirma que Cristo, en el caso de haber existido era un mendigo analfabetomientras Brahma tenía una cultura superior, el padre Cotaldi, escandalizado sehace la señal de la cruz. El padre Clavell da a entender delicadamente que DiGiovanni podría hacer bautizar sus hijitos. Comienza entonces una nuevadiscusión en torno al valor del bautismo y a las contradicciones del Evangelio.América, sonriente, sostiene que el bautismo de Brahma es superior al católico.—Pero ese bautismo no es válido— responde el jesuita catalán.La salida hace sonreír nuevamente a Di Giovanni, quien ha recuperadola serenidad que en las primeras horas de la tarde parecía que iba a disminuir.Viéndolo así tranquilo y calmo no se diría que dentro de pocas horas sería nadamás que un cadáver.El padre Cotaldi insiste:—Aquí estamos prontos, hijo, a ofrecerte nuestra confortaciónespiritual, en el triste y decisivo paso que estás por dar...— Y yo les digo que mi aliento espiritual es América. Y mis hijos. Notengo necesidad de otra cosa. Les agradezco y lamento no poderlos complacer.Pero no creo en Dios.— Pero Dios existe y te recibirá dentro de poco —exclama el padreCotaldi, con el rostro enrojecido y secándose el sudor.—Si Dios existiese yo no estaría aquí...— Es necesario tener fe, hijo mío, es necesario tener fe...—Pero el Dios de ustedes no es capaz de devolverme la vida...—Espiritualmente, sí, espiritualmente, sí. Haz la prueba, hijo mío.—¿Y para qué me sirve el espíritu? Repito, no tengo necesidad devuestro servicio.Y le dio la espalda a los dos sacerdotes.”Severino le pidió al comisario Florio que los dejara solos parapoder despedirse. Florio se negó haciendo un gesto como “¡tan luego avos te vamos a dejar solo!”.Ante una pregunta de América de por qué las lastimaduras enlos brazos, Severino comenzó a relatarle las torturas y Florio lo cortó deinmediato diciéndole: “Di Giovanni, ¿cómo hemos quedado?” Severino no
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La muertecontentos con tenerlos en su posesión y <strong>de</strong> con<strong>de</strong>narlos irrevocablemente amuerte, <strong>la</strong> banda feroz <strong>de</strong> los esbirros los sometió a <strong>la</strong> tortura. Pero seenfrentaron con hombres <strong>de</strong> un temple <strong>de</strong> acero. No se quebraron. <strong>Severino</strong> yPaulino permanecieron serenos hasta el instante supremo, ejemplos sin igual <strong>de</strong>coraje y estoicismo. Con ferocidad, <strong>la</strong> policía argentina cometió <strong>la</strong> infamia <strong>de</strong>haber torturado inútilmente a dos con<strong>de</strong>nados a muerte. Los camaradasMárquez y Rojas muertos, <strong>la</strong> mañana <strong>de</strong>l asalto a <strong>la</strong> quinta <strong>de</strong> Burzaco; mihermano, prisionero, fue molido a cu<strong>la</strong>tazos con tal brutalidad que le produjeron<strong>de</strong>formaciones a <strong>la</strong>s que hicieron pasar por <strong>de</strong>fectos <strong>de</strong> nacimiento. Erainevitable que le achacaran los estigmas <strong>de</strong> <strong>la</strong> <strong>de</strong>generación. Pero lo peor que seiba a producir en <strong>la</strong>s mazmorras <strong>de</strong> <strong>la</strong> penitenciaría don<strong>de</strong> estaban tanto<strong>Severino</strong> como Paulino fue el sufrimiento —tanto antes como <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> <strong>la</strong>con<strong>de</strong>na— <strong>de</strong> <strong>la</strong>s feroces torturas que se l<strong>la</strong>man <strong>la</strong> sil<strong>la</strong>, el látigo, el triángulo.Cuando yo lo vi, <strong>Severino</strong> tenía en el cuello <strong>la</strong>s marcas c<strong>la</strong>ras <strong>de</strong> <strong>la</strong> soga <strong>de</strong>estrangu<strong>la</strong>r; en <strong>la</strong>s muñecas, sangre coagu<strong>la</strong>da, <strong>la</strong>s encías sangrantes, el rostrocon contusiones. Con <strong>la</strong>s tenazas <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra les habían ap<strong>la</strong>stado y tirado <strong>de</strong> <strong>la</strong>lengua y se <strong>la</strong>s habían quemado con cigarrillos encendidos. Durante elinterrogatorio les introdujeron cigarrillos encendidos en <strong>la</strong>s cavida<strong>de</strong>s nasales yen los oídos, les habían retorcido los testículos, les hicieron incisiones en <strong>la</strong>suñas, los golpearon. Todo esto bajo <strong>la</strong> dirección <strong>de</strong>l doctor Viñas, director <strong>de</strong> <strong>la</strong>prisión”.Los jóvenes amantes trataron <strong>de</strong> formarse, en esa hora, unpequeño mundo ais<strong>la</strong>do para expresarse todo lo que <strong>de</strong>seaban en esaúltima <strong>de</strong>spedida. Pero el comisario Florio no se apartó un instante.A<strong>de</strong>más, hubo personajes que quisieron perfi<strong>la</strong>rse y aparecer en losdiarios. Uno <strong>de</strong> ellos, un militar, a quien <strong>la</strong>s crónicas ni i<strong>de</strong>ntifican, y elotro, el cura <strong>de</strong> <strong>la</strong> prisión, el italiano Enrico Cotaldi, quien llegóacompañado por el jesuita español C<strong>la</strong>vell. <strong>El</strong> militar se a<strong>de</strong><strong>la</strong>ntó parapreguntar a <strong>Di</strong> <strong>Giovanni</strong> si conocía a Lombroso. (Se refería a CesareLombroso, el médico italiano que estableció <strong>la</strong> teoría <strong>de</strong> que todos los<strong>de</strong>lincuentes —tanto políticos como comunes— lo son <strong>de</strong> nacimiento,locos atávicos.) Era sin duda una pregunta provocativa, para mostrar suagu<strong>de</strong>za. De acuerdo a <strong>la</strong> crónica <strong>de</strong> “Crítica”, <strong>Severino</strong> le contestó queconocía los libros <strong>de</strong> Lombroso y que “infinidad <strong>de</strong> veces había estudiado <strong>la</strong>scolecciones antropológicas que el sabio italiano legó como regalo a un granmuseo <strong>de</strong> su patria”. En cuanto a <strong>la</strong>s teorías añadió: “Lombroso divi<strong>de</strong> a loshombres entre los que forman parte <strong>de</strong>l Bien y los que forman en <strong>la</strong>s fi<strong>la</strong>s <strong>de</strong>l Mal.Entre los primeros coloca a <strong>la</strong> policía —y miró a un pesquisa con una visual queera todo un reproche— y entre los <strong>de</strong>l mal a los rufianes, <strong>la</strong>drones y anarquistas.