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fruto a peso, haciendo el cuento de que alguien<br />
enfermo necesitaba un jarabe, porque si se en-‐<br />
teraban que era para artesanía querían cobrar-‐<br />
me muy caro. Entre Ileana y yo les abríamos los<br />
huecos, les sacábamos la tripa, las lijábamos<br />
una vez que estuvieran secas, y por último las<br />
dibujábamos con un pirograbador. Algunos pin-‐<br />
tores amigos, que tenían permiso para vender<br />
en los hoteles, nos compraban la mercancía a<br />
una tercera parte del precio de venta.<br />
Primero Ileana empezó a sufrir alergia al ácido<br />
de las tripas de las güiras, luego resultó que<br />
mis dibujos tuvieron buena acogida, me hice<br />
famoso en el giro por combinar el pirograbado y<br />
el calado sobre la cáscara seca de las güiras<br />
�aunque en realidad de esa forma sólo evitaba<br />
lijar, la parte más odiosa del trabajo en serie�,<br />
lo que concluyó en que me quedara solo a<br />
cargo de las maracas, e Ileana se concentrara<br />
en manejar la cocina de la casa y en cumplir<br />
con su centro laboral, la Dirección Provincial de<br />
Cultura, para no perder la esperanza de contar<br />
al menos con un retiro cuando fuéramos<br />
viejitos.<br />
Todo era angustia. Apenas conseguíamos<br />
mejorar un poco nuestra dieta, tener aceite<br />
para cocinar, ropa interior, jabón para<br />
bañarnos y cosas así, además de ahorrar algo.<br />
Pero hasta guardar dinero era un dolor de<br />
cabeza, corrían rumores de que iban a cambiar<br />
la moneda y todo el mundo iba a quedar en<br />
cero.<br />
La naturaleza también se sumó al bloqueo del<br />
enemigo. Perdí mis botas, mi calzado seguro de<br />
mañanas, tardes y noches, cuando les<br />
parecieron apropiadas a los valientes hombres<br />
de una brigada de salvamento que entraron una<br />
vez en la casa para salvar a mi mamá en medio<br />
de una inundación. Ese golpe de agua fue como<br />
si alguien pasase una raya roja subrayando<br />
definitivamente mi sentimiento de abandono y<br />
desolación en medio de aquellos años, para que<br />
nunca vaya a confundirme y tener<br />
otros recuerdos.<br />
Ileana y yo habíamos ido a una Jornada de la<br />
Poesía Cubana en Sancti Spíritus, y cuando<br />
llegamos frente a la casa nos encontramos con<br />
la escena dantesca: arbustos aplastados, basura<br />
incrustada en las paredes, y mami, llorando,<br />
tendía los libros en la calle para que se secaran<br />
al sol. Se había roto el dique de una presa<br />
cercana, la masa de agua había descendido por<br />
la cañada y en cuestión de segundos nuestro<br />
barrio había quedado bajo una nata de fango y<br />
excrementos. Poner los libros al sol no ayudó<br />
mucho, se echaron a perder casi todos.<br />
A la semana, alguien pasó haciendo un listado<br />
de pérdidas; dijeron que nos iban a resarcir. Yo<br />
puse en la lista: televisor, refrigerador,<br />
colchones, y estuve tentado a anotar los libros<br />
y también las botas que me robaron, pero<br />
hubiera sido inútil, parecería una broma, y<br />
estaba convencido, como efectivamente<br />
ocurrió, de que nunca íbamos a recuperar<br />
nada. La crecida, en fin de cuentas, solo<br />
alcanzó a unas cuantas familias en los límites<br />
de un pequeño poblado, por lo que la noticia<br />
de que una presa mal hecha había cedido a la<br />
lluvia nunca apareció en la prensa. Lo único<br />
que obtuvimos fue el derecho a comprar sin<br />
hacer cola en un comedor público.<br />
F r a N ciS S á n C heZ<br />
¿Si aplazamos sueños...? Tantos sueños, en la<br />
misma medida que tan grandes y tantas eran<br />
nuestras ansias como jóvenes, escritores y<br />
recién casados. Yo, en particular, pasé mucho<br />
tiempo sin escribir, y leía muy poco, tenía que<br />
andar detrás de los quilos, me puse flaco como<br />
una hoja de guinea. Entre la desesperación y la<br />
tragicomedia se movían las ilusiones de unos<br />
poetas de provincia entrampados en aquellas<br />
miserias, y para entenderlo así me basta con<br />
recordar que fue por esa época cuando un<br />
grupo de amigos hicimos un pacto, un poco en<br />
broma, un poco en serio: el primer día del siglo<br />
XXI nos reuniríamos bajo la Torre Eiffel �de<br />
llegar hasta allí, claro, dábamos por<br />
descontado el resto del éxito de nuestras<br />
vidas� o, en caso contrario, quien faltara a la<br />
cita tendría que hallarse entonces<br />
completamente fuera del mundo por cualquier<br />
vía digna, o sea, por perecer en el intento o<br />
suicidado.