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Raf ael<br />

Alcide s<br />

Por fin un día de los primeros tiempos<br />

de la revolución, como en las mejores<br />

telenovelas cuando van llegando al final,<br />

llegó el momento de decirle a la pequeña<br />

Alina quién era su padre, el que la engen-‐<br />

dró. También para Naty iba a ser el peor<br />

momento de su vida. Como notarios embar-‐<br />

gando bienes, fue el momento de hipotecar<br />

o ceder o prestar por un rato a su primera<br />

hija, Natalie, de doce años por entonces,<br />

que partiría con su padre hacia Estados<br />

Unidos, por unos meses, para no dejarlo<br />

solo ahora que el infeliz médico que brilló<br />

en La Habana con luz de astro se iba con<br />

una mano atrás y la otra delante a empezar<br />

de nuevo, pero de la cual sólo tendrá des-‐<br />

pués noticias por las aves migratorias que<br />

la vieron a veces deshojando margaritas en<br />

el jardín o con la vista fija en el cielo le-‐<br />

yendo muy atenta en el libro de las nubes,<br />

y así hasta fechas muy recientes en que la<br />

humildad que conceden los años y las ma-‐<br />

gias del e-‐mail lograron al fin activar lo que<br />

todavía pudiera ser, sospecho yo, un tímido<br />

y muy ocasional intercambio de pequeñas<br />

noticias domésticas que acaso incluyan<br />

recetas de cocina y de tejidos para el<br />

invierno, en fin, comentarios corteses y<br />

gentilezas que no dejen eco en el pasado<br />

de las dos abuelas: la abuela Natalie, aún<br />

bisoña, muy reciente (a pesar de andar ya<br />

cerca de los sesenta), y la experimentada<br />

y muy solitaria abuela Naty, tal vez la<br />

abuela más solitaria del mundo.<br />

¿Solitaria, dije? Me excuso. Solitaria<br />

tal vez cuando se acuesta en su ostentosa<br />

pero inhóspita casa, hoy habitada casi ex-‐<br />

clusivamente por los numerosos cuadros y<br />

objetos de arte que compró cuando era<br />

ejecutiva en la ESSO de La Habana sin sos-‐<br />

pechar que gracias a esas compras sobrevi-‐<br />

viría en estos años de ahora vendiendo de<br />

tiempo en tiempo algunas de aquellas pie-‐<br />

zas; casa de silencios donde en Cuba, de<br />

toda la gente de su familia por parte de<br />

madre o de padre, hoy queda ella, sola-‐<br />

mente ella, que el año pasado arribó a su<br />

ochenta y seis aniversario y tal vez por<br />

orgullo, para que no la crean una solitaria,<br />

alguien que necesita del cigarro para<br />

olvidar o para no pensar, valientemente<br />

dejó de fumar. Solitaria tal vez cuando<br />

recuerda que de esos ochenta y seis años<br />

no ha vivido ella ni la mitad.<br />

Ya cuando en el 61 nos presentó un<br />

gran amigo común, el fotógrafo Alberto<br />

Korda, siendo ella todavía una mujer de un<br />

fulgor pocas veces visto, era considerada<br />

una res sagrada, marcada con hierro y<br />

todo, en la cual poner los ojos con fines<br />

impíos habría sido profanación. Trabajába-‐<br />

mos en el mismo edificio, pero en diferen-‐<br />

tes pisos, ella en Radio Habana Cuba como<br />

locutora y redactora en lengua inglesa, y yo<br />

como escritor y locutor en Radio Progreso,<br />

y recuerdo el miedo, pero también la cara<br />

golosa, con que los galanes del lugar la mi-‐<br />

raban pasar de largo, sin que faltara entre<br />

ellos el adorador que ni pellizcándose podía<br />

creer haber visto en persona a lo que ma-‐<br />

nos divinas tocaron un día o a lo mejor<br />

tocaban todavía.<br />

Excepto una vez, y esto por unos<br />

breves meses, en que apareció un hereje<br />

que no creía en las llamas del infierno, pa-‐<br />

reció haberse retirado aquel insólito estig-‐<br />

ma, maldición, fatum, supuesta sombra de<br />

una mano invisible detrás de ella en posi-‐<br />

ción de ¡Stop! Pero el hechizo estaba ahí.<br />

Seguía. No levantó su veda en París, donde<br />

durante un año ocupó Naty un modesto<br />

puesto en la Embajada cubana, ni la sus-‐<br />

pendería después en el CNIC, ni más tarde<br />

en Comercio Exterior donde, también con<br />

minuciosa modestia, trabajó hasta jubilarse.

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