Corrió entoiii:es, hacia el Sitio en donde estaba Micaela, pero hallóla10 mj8mo. Sin conocimiento. Casi inerte. ¿, Qué haeer 'l . .,-H.egresÚ al lado dd ataúd. Palpóle lentamente por todas partes, en"Ire la oscuridad de la noche. Lo halló desmoronado y podrido. Y 8in vacilardióle dos fuerte8 golpes con el barretón, haciendo saltar la carcomidatapa, la cual dej ó al ilescubierto el descarnado esqueleto de la que en vidafuè Doña Soledad Valenda. Sin embargo, Pedro Nicolás no lo veia porquela oscuridail era densa y d no llevaba luz alguna.Deseaba con todo corazón que la luz de un relámpago iluminase loque dentro del ataÚd habia, má8 no habiendo relámpago por el mOlnento,tunblorosamentc, lentamente fue metiendo la mano dentro de la fúnebrecaja. palpándolo toilo con cuidadosa emocjún. Primero tropi~zaron sus manoscon un hueso largo y urqueado, que él juzgú fuese una cstilla. Lue¡!ocon otro de la misma forma. Y otro, y otro y otro más. Estaba todaintacto el armazón de huesos, y Pedro Nicolá8 con una sangre r ría sobre.humana, fue tocando hasta los pies toda la desiiudez ósea de aquid cadáverya purificado por los gusanos de la tierra.De repente, un pálido relámpago iluminó la noche, ~ los o j U8 asuii.brados de l'edroi\icolás vieron a través de las rejas de la8 costillas delcadáver, un lindo crucifijo de oro puro que hrillÓ como una brasa bajola lu;i del relámpago.Con un bru8co movimiento se apoderó de la joya, lleno de codicia, ycorriendo al lado de 8U mujer gritóle:-H-Aquí está, Micaela! Aquí está. ~ra verdad! Som08 ricos! M U)i jcos! Aqui está el oro, Micaela! 1'1vi aoro! Desp.erta mujer. Aquí estáel oro!Arrodilose j unto a ella para tratar de reanimada, pero en seguida ob.servó que estaba helada. Helada como un cadáver.DiÓ un grito de espanto y lleno de estupor exániinole el corazún. Tampoco.No latía. Su pobre mujer estaba muerta!--Muerta! Muerta! --ijo en voz alta, en el colmo de la desesperaeión--.Dios mío, Dios mío, está muerta!Tirúse una manotada a la cara para atajar el llanto que se le venía.Puso sobre el pecho inerte iit Micaela el crucifijo de oro qUl, tenía en laniano, díjole como 8i pudiera oído:-Bueno mujer. Este es tuyo. Llévatelo. Lo otro será para mí ypara mis hijos.y dicho que hubo esto, encaminúse al can:omido ataúd donde estahanlos restos de Di.ña Soledad.Palpando, palpando. .. palpando... siempre en medio de una oseuri.. LOTERIA PAGINA)')
dad tétrica, fue Pedro Nicolás sacando, una a una todas las joyas de suama. En realidad allí estaban todas, a los pies del esqueldo.Quitó"e la c(linisa. J;xtendióla soblt~ la tierra húmeda, y aHí sobre(iqui:l mísero trapo, fueron cayendo las valio"as pn:nda" de oro purísimoque en otros tiempos perteneeieron a la linaj uda niet(l (le los marqueses dI'Casavalencia. Ca(h:nas, (',ollares, ardes, brazaletes, peineta", anillos y pnmdedores.Un tesoro cOIlipleto.Limpiando el ataúd de aquelbs alhajas mundan(is, y ohrando PedroNicolás como a impulsos de una voz ;;(:creta, (:omi~nzfi a dar golpe!: con elharri:tÚn al (:;;queleto di: Doña Soledad, con el objeto de desmenuzado o vol-\'erlo diminutos pedazos. .. para enterrar de una VI:Z alií., en aqui:l ataúd,el (:adávcr de su adorada Micaela. ,l\o tuvo que golpear mucho tiempo.<strong>El</strong> esqueleto desbarátose, en pocos minuto;; y quedó reducido a un maca.bro arrunw de huesos y cenizas que ocupaba poco espacio,Trajo entonces, el cadáver de Micada. Acomodólo como pudo en lacarcomida caja. ColÚcole el erucifijo sobre el pecho. TapÓ el ataúd y,LajandolÚ al hoyo como Dio;; k ayudó, comenzó a echar de nuevo li tierrasobre d. Había venido a husear oro, y lo había encontrado, pero en aquellaIJmpreSa había perdido a su esposa que era también oro puro en el horÌ:ontede su vida. <strong>El</strong> espíritu (le Doña Soledad Valencia se hahia ven.gado en aquella forma.Una hora despui:s el trabajo qw:dó concluido, y la losa y la ('ruz ('010-cadas de nu(:vo en su puesto. La lluvia también había terminado y a lolejos cantabaiilos gallo" anunciando la presencia de la madrugada.Pedro Nicolás i'nvolvió cuidadosamente en su camisa las preciosas joyas.T(¡inolaH en una mano, y en la otra las herramientas, y a paso lentoy desfalleciente encamin(¡:;e hacia la salida del camposanto. Iba como sonámbulo.Sentía que la cabeza le daba vuelta:;. No podía pensar. Unrèlro malestar hacía temblar su (:uerpo. Linicamente ¡,w daba cuenta de queiha eaminando. .. como por un inmenso tÚnel sin salida.Mediu minuto más y habíase salidu del cementerio, más no fui: así.De repente sintiÓ que dos garras aprisionaban su garganta, al tiempo queuna voz ronca le gritaba:-Rindase Ud.! Ríndase o lo estrangulo como a un perro!En este mismo instante un potente farol de mano fue encendido por al.guien, y Pedro Nicolás vió que ballábase frente a un hombre eorpulento yde rostro sanguinario que le miraha con un solo ojo, pues sobre el otrotenía un redondo tapón de cuero. i,:i desconocido llevaba además un som.brero de anchas alas, dos pistolas al cinto, y calzaba altas botas de caballería.Detrás de él había otros hombres igualmente vestidos.'PAGINA 60LOTERIA
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