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Enero Nº 50 - Biblioteca Virtual El Dorado

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íVIAJES AL ISTMO DEL DARIENpero el otro era aquel indio gen()ro~o que se levantaba por la noehe a traernsplátanosmaduros.Fuímos, pues, despedidos el dílt síguiente con nuestra escolta, y mardiamo~akgremente tres días consecutivos, bien persuadidos de que nues"tros amigos lIO hahíun hecho ningún mal a ~us guías. Pasamos esos tresdías por caminos pantanosos, con fuerlrs lluvias, acompañados de truenosÝ relámpagos; ).nos vimos obligados u acostarnos dos noches bajo los árholes,qUI~ no nos pn~scrvabari de la humedad. Acampamos el ten~er diat'll una colina, que el día siguiente por la mañana nos parecía una isla; tangrande era la iliunda(:iÓn en los alrededores. Sin embargo por toda pitanzano habíamos tenido los dus primeros días más que un puñado de maíz, que.Ii)(stros guías indios nos habían dado, y tanto pronto como fue consumi.do, se volvieron a su;,; casa;, y nos abandonaron.Nos quedamos el cuarto día en la colina, y el quinto, después de corridaslas aguas, proseguimos nuestro camino hacia el norte, gracias a unapequeña brúj ula que teníamos. N uestra marcha continuó hasta las seis dela tarde; cncontramos un río qne tenía cerea de cuarenta pies de ancho, yera muy profundo: 121 había un árbol caído que la atravesaha, lo que noshizo conjeturar que nuestros amigos hahiini pasado por allí, de suerte quenos vimos precisados a sentamos a deliberar qué camino tomaríamos.Despuí~s de haber discurrido hien sobre ese punto" se acordÓ que atravi~saríaniosel río, y que buscariamos la senila que nuestros compañeros habíanseguirlo. Por 01 ra parte, el agua que corr.ía un poco al norte en aquelparaji~, nos persuadió que estLlbamos dd otro lado ik la gran cadena demontaí'ías que sepanm la parte septentrinal del Istmo de la meridional, yqUl~ no nos hallábamos muy lejos del mar del l\orle. Pero en lugar deatribuír a las fuertes lluvias ql!e habían caído el rápido creeImiento y decrecimientodel río juzgamos sin fundamento qiW provenían de la marea,y que siendo asi estábamos cerca del mar.Sea de ello lo que fuere" pasamos el río por el árbol, pero la lluviaio había puesto tan resbaladizo, que no era posible caminar sobre él, ynos eostÓ mucho trabajo arrastramos encima a horcajadas. A pesar deew, cuatro de entre 105 cinco tuvimos la felicidad de llegar a la otra ori.lla; mas BoumaIl, que i~ra el Último, resbalÓ y la corriente lo arrastrÓ enun minuto lej 05 de nUl~stras vista, de suerte que lo creímos ahogado. Paiacolmo de aflicciÓn, nos fue imposible encontrar una senda, porque lainundación había cuhierlo todas las tíerras de fango. Reducidos a talextremidad, volvimos a pasar sobre el mismo árbol, con el designio de se-(2) <strong>El</strong> río Cañaza.PAGINA 26

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