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El malestar en la sociedad, el conflicto de las culturas 93ventajas materiales o el desnudo temor, cimenta el ejercicio del poder sobreuna base nueva (1964).Como es sabido, Weber distinguió tres tipos ideales de autoridad o dedominación legítima —tradicional, carismática y legal/racional—, y sostuvoque sólo la racional/legal es acorde con una modernidad en la que la autoridades administrada por una burocracia imparcial, desinteresada, cuyasdecisiones se ajustan a la ley. No son, sin embargo, estas distinciones las queaquí nos interesan, sino el hecho de que la autoridad es normalmente aceptaday obedecida, y que si los grupos sociales son capaces de contener elconflicto no es sino porque los subgrupos jerárquicamente inferiores otorganlegitimación a las estructuras de autoridad en aras de la supervivencia delgrupo, dado que los subgrupos ven ventajas a largo plazo en esta supervivencia.Es decir, en el escueto balance de Wallerstein, la cultura de la sociologíaclásica, compartida por buena parte de los sociólogos/antropólogos, contendríatres proposiciones elementales: la realidad de los hechos sociales, laperennidad del conflicto y la existencia de mecanismos de legitimación paracontener el conflicto, sobre la base de que los miembros de una sociedadcomparten intereses y tienen problemas comunes, además de aspiracionescontrapuestas (1998).La herencia cultural de la sociología, sin embargo, se ha visto sometidaa profundos desafíos y embates desde los años setenta del pasado siglo.Primero, a través de la hibridación y la aparición de nuevas subdisciplinas,que cuestionaban las fronteras laboriosamente erigidas en las cienciassociales entre 1850 y 1914 alrededor de tres grandes líneas divisorias: latemporal, referida a la especialización prioritaria en el pasado o el presente;la espacial, que distinguía entre los «civilizados» y los «otros», Occidente yel resto; por último, la que remitía a la distinción entre el Estado, el mercadoy la sociedad, como dominios autónomos e identificables en el interior de losEstados-nación, tal como son definidos jurídicamente (Wallerstein, 1996:103). Segundo, a causa del surgimiento de nuevas e indomeñables sensibilidades,de la súbita e inesperada irrupción de los sujetos en la historia (larevolución del 68, el Islam, los nuevos movimientos sociales) y del extrañoy no previsto retorno de lo reprimido (los nacionalismos excluyentes, laspolíticas de identidad, las comunidades bivalentes, el agotamiento ecológico).Es decir, para resumir, como consecuencia de la intrusión de las singularidadesvejadas, colonizadas, víctimas de genocidio o de un asesinatosilencioso; de la entrada en escena, en fin, de lo/s «olvidado/s» por las cienciassociales dominantes hasta los años sesenta/setenta —mujeres, minoríasétnicas, grupos considerados marginales en lo político y en lo social, lospueblos no occidentales en general, el medio ambiente—, y de la inadecuaciónde las mismas para conceptualizar la crisis que se inicia en los setenta,

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