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92 Jorge Hurtadotitución de un dominio de conocimiento, independiente de la biología y lasicología, constituido por «hechos sociales» que debían ser tratados comocosas, que son externos a los seres humanos y que actúan sobre nosotrosdesde afuera, aunque son el resultado de la interacción social de muchosindividuos, y cuyo resultado son creencias y formas de conducta instituidas.Podríamos, concluye Durkheim, «definir a la sociología como la ciencia delas instituciones, de su génesis y funcionamiento» (1965: 19), es decir, laciencia de una realidad social que es una realidad socialmente construida,una premisa que, con ese nivel de generalidad, pocos sociólogos/antropólogosdiscutirían.Segundo, por supuesto, tales grupos sociales existen, pero queda porexplicar por qué dichos grupos se ven lacerados por divisiones y conflictosinternos. Conocemos las respuestas de Marx a dicho interrogante (la luchade clases) y las refutaciones a las que se han visto sometidas sus tesis. Dehecho, numerosas explicaciones alternativas de las divisiones sociales, fundamentalmentelas de raíz weberiana, han hecho hincapié en que la lucha declases no es la única ni incluso la principal fuente de disenso social, en presenciade modos de exclusión como la raza o el género, o de divisiones porgrupos de estatus o por afinidades políticas (Giddens, 1979; Goldthorpe,1980; Parkin, 1984). Sea cual sea el sustituto del conflicto de «clase», todaslas teorías sociológicas desde Marx, no obstante, se han visto forzadas aasumir la realidad de que los grupos sociales, que se presuponían unidos porvalores comunes, contienen subgrupos ordenados jerárquicamente y queestán atravesados por contradicciones, estructurados por intereses contrarios,de forma que la estabilidad del sistema consiste siempre en un equilibrioinestable entre subgrupos —económicos, sociales, políticos, sexuales,etarios, etc.— hasta cierto punto antagónicos.Tercero, si coincidimos en que existen grupos sociales cuyo funcionamientoes racionalmente explicable, pero jerarquizados y sometidos a interminablesconflictos, resta por explicar cómo es posible que dichos grupospermanezcan unidos sin recaer en una permanente lucha de todos contratodos. De hecho, el disenso es estructural y permanente, pero su radicalizaciónes discontinua, de modo que, a pesar de la existencia de conflictos, el«orden» ha predominado históricamente en la vida social. Naturalmente, haymuchas respuestas en la tradición sociológica/antropológica al problemahobbesiano del orden, desde la de los defensores de una «integración normativa»,cuyo más sutil intérprete bien podría ser Parsons, hasta los partidariosde una integración a través del «poder». Es decir, consentimiento/hegemoníao poder/coerción, en proporciones administradas variablemente (Anderson,2002). Weber, sin embargo, introduce un tercer término, «legitimación»,que, sin excluir las rutinas de la obediencia y la costumbre, el cálculo de las

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