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Globalización y cultura 81En el fondo del tema, subyace la vieja cuestión de la relación entre economíay cultura y la pervivencia de visiones reduccionistas y obsoletas sobreesta última que la hacen equivaler a instrucción formal elevada, o la restringena las expresiones en el ámbito del arte y la literatura —o producidaspara el ocio consumista—, como hacen la gran mayoría de los mass-media,incluyendo los tenidos por más respetables y rigurosos. Así, las páginas«culturales» de los diarios y revistas y los escasos programas «culturales»de las televisiones adolecen de esta visión inaceptable sobre qué es la cultura.Como señalaba Marshall Sahlins (1994): «una gran confusión aparecetanto en el discurso académico como en el político cuando no se distingueentre ‘cultura’ en sentido humanístico —mejor diríamos aristocrático y burgués—y ‘cultura’ en su sentido antropológico de forma de vida total y distintivade un pueblo o sociedad. Desde este punto de vista, la expresión‘relación entre cultura y economía’ carece de sentido, puesto que la economíaforma parte de la cultura de un pueblo».Para evitar cualquier tipo de confusiones, conviene reafirmar este conceptoantropológico de cultura y entender ésta como el conjunto de representacionescolectivas, de cogniciones y valores que orientan los comportamientosy relaciones entre las personas y de estas con el mundo, modelan los sentimientos,están en la base de las expresiones y dotan de significado a la existenciade los individuos y del pueblo que se identifican con ella. La culturade un pueblo no es estática ni inmanente, sino resultado de un proceso históricoespecífico, y se concreta en expresiones que pueden presentar unagran variedad formal pero que poseen unas equivalentes funciones y significados.Lo fundamental de una cultura es su lógica, únicamente dentro de lacual cobran sentido sus expresiones concretas. La lógica cultural impregna,o tiende a impregnar, todos los ámbitos de la existencia de éstas y condicionatanto su visión y práctica de lo económico, como las normas que rigen losdistintos tipos de relaciones sociales, como su forma específica de interiorizary poner en práctica las ideologías políticas o religiosas.Este concepto de cultura y las consecuencias que su adopción conllevason ya hoy el eje de un número creciente de estudios, como el de EnmanuelTodd La ilusión económica, que trata de explicar las diferencias entre lasdistintas versiones del capitalismo en Estados Unidos, Inglaterra, Alemaniay Japón como resultado de las diferencias culturales entre dichos países. Másallá de la quizá excesiva relevancia que, en mi opinión, concede el autor alos respectivos sistemas familiares, difícilmente se podrá estar en desacuerdocon las palabras escritas en el prefacio de su edición española: «sin negar laexistencia de leyes específicamente económicas —o sin necesidad de entraren la discusión sobre su supuesta existencia, diría yo—, éstas únicamentepueden expresarse dentro de un marco mucho más amplio, cultural y antropológico»(Todd, 1999: 11). En este mismo sentido, algunos economistas no

82 Isidoro Morenoconvencionales destacan ya la importancia de la cultura, entendida globalmente,y de la dimensión simbólica como condicionante de las formas económicas.Así, mis colegas en las universidades andaluzas, los catedráticos deEconomía Aplicada Manuel Delgado Cabeza y Juan Torres, señalan, respectivamente,que «la cultura modula y condiciona las posibilidades para hacerviables determinadas formas de lo económico. El predominio o la presenciaen una sociedad de ciertos valores compartidos, hábitos, creencias, etc.,puede facilitar el desarrollo de modos de organización de la producción quede otra forma sería difícil pensar que prosperaran» (Delgado, 1999: 47). Yque es «una quimera tratar de forjar estrategias económicas, del signo quesean, sin precisar al mismo tiempo estrategias culturales y de comunicación,y sin intervenir adecuadamente en el espacio complementario de lo imaginarioy lo simbólico» (Torres, 1999:19).Desde esta óptica, la pérdida de los valores de uso identitarios de muchasexpresiones culturales, activadas sólo por su valor de mercado desde lasAdministraciones, es un reflejo de la acción demoledora de la lógica delMercado como lógica cultural central de la globalización. Ello amenazafrontalmente a las identidades de los pueblos y a la propia diversidad cultural,aunque aparentemente se protejan determinadas expresiones y contenidosconcretos de las culturas, ya que se vacían de gran parte de sussignificados, al ser convertidos en productos para vender en el mercado,compitiendo con otros productos del mismo tipo (real o aparentemente), consu correspondiente degradación, frivolización y modificaciones en la direcciónen que puedan tener mayor aceptación por los consumidores culturales.Bastaría para desautorizar toda la palabrería tecnocrática con la que losgobiernos de los Estados y los responsables de nuestras ComunidadesAutónomas tratan de convencernos de lo adecuado de subordinar el patrimoniocultural a los intereses económicos —a lo que llaman «puesta envalor» (turístico)— con recordar otra de las afirmaciones de la citadaComisión de la UNESCO (1997: 17): «es inútil hablar de la ‘relación entrela cultura y el desarrollo’ como si fueran dos cosas separadas, cuando eldesarrollo y la economía son elementos o aspectos de la cultura de unpueblo. La cultura no es, pues, un instrumento del progreso material: es elfin y el objetivo del desarrollo, entendido en el sentido de realización de laexistencia humana en todas sus formas y en toda su plenitud».Si admitimos en todo su significado lo que esto significa, convendremosen que las lógicas culturales que estén más cerca de este posicionamientoque de los planteamientos mercantilistas de la lógica de la globalizaciónpueden considerarse, objetivamente, como bases de identidades-resistencia,en el sentido que da a este concepto Manuel Castells (1998); identidades quepodrían convertirse en ejes de futuras identidades-proyecto situadas fueradel marco de los valores mercantilistas y del pensamiento único, que activen

Globalización y cultura 81En el fondo del tema, subyace la vieja cuestión de la relación entre economíay cultura y la pervivencia de visiones reduccionistas y obsoletas sobreesta última que la hacen equivaler a instrucción formal elevada, o la restringena las expresiones en el ámbito del arte y la literatura —o producidaspara el ocio consumista—, como hacen la gran mayoría de los mass-media,incluyendo los tenidos por más respetables y rigurosos. Así, las páginas«culturales» de los diarios y revistas y los escasos programas «culturales»de las televisiones adolecen de esta visión inaceptable sobre qué es la cultura.Como señalaba Marshall Sahlins (1994): «una gran confusión aparecetanto en el discurso académico como en el político cuando no se distingueentre ‘cultura’ en sentido humanístico —mejor diríamos aristocrático y burgués—y ‘cultura’ en su sentido antropológico de forma de vida total y distintivade un pueblo o sociedad. Desde este punto de vista, la expresión‘relación entre cultura y economía’ carece de sentido, puesto que la economíaforma parte de la cultura de un pueblo».Para evitar cualquier tipo de confusiones, conviene reafirmar este conceptoantropológico de cultura y entender ésta como el conjunto de representacionescolectivas, de cogniciones y valores que orientan los comportamientosy relaciones entre las personas y de estas con el mundo, modelan los sentimientos,están en la base de las expresiones y dotan de significado a la existenciade los individuos y del pueblo que se identifican con ella. La culturade un pueblo no es estática ni inmanente, sino resultado de un proceso históricoespecífico, y se concreta en expresiones que pueden presentar unagran variedad formal pero que poseen unas equivalentes funciones y significados.Lo fundamental de una cultura es su lógica, únicamente dentro de lacual cobran sentido sus expresiones concretas. La lógica cultural impregna,o tiende a impregnar, todos los ámbitos de la existencia de éstas y condicionatanto su visión y práctica de lo económico, como las normas que rigen losdistintos tipos de relaciones sociales, como su forma específica de interiorizary poner en práctica las ideologías políticas o religiosas.Este concepto de cultura y las consecuencias que su adopción conllevason ya hoy el eje de un número creciente de estudios, como el de EnmanuelTodd La ilusión económica, que trata de explicar las diferencias entre lasdistintas versiones del capitalismo en Estados Unidos, Inglaterra, Alemaniay Japón como resultado de las diferencias culturales entre dichos países. Másallá de la quizá excesiva relevancia que, en mi opinión, concede el autor alos respectivos sistemas familiares, difícilmente se podrá estar en desacuerdocon las palabras escritas en el prefacio de su edición española: «sin negar laexistencia de leyes específicamente económicas —o sin necesidad de entraren la discusión sobre su supuesta existencia, diría yo—, éstas únicamentepueden expresarse dentro de un marco mucho más amplio, cultural y antropológico»(Todd, 1999: 11). En este mismo sentido, algunos economistas no

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