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12.07.2015 Views

Globalización y cultura 77para la integración en el sistema. Un sistema que se ha autodeslegitimado alaceptar dejar de ser realmente político para convertirse en ámbito de gestiónadministrativa de las decisiones tomadas en las instancias económicas de laglobalización, que son hoy las verdaderamente políticas, sin tener controlalguno de los ciudadanos y ni siquiera de los propios gobiernos, que, todo lomás, pueden influir en ellas —pero no decidir— si son de estados aún poderosos.Todo lo anterior está en la base de la actual crisis política, que no es deun país u otro, sino general —aquí sí podríamos hablar de crisis global—,porque cada vez más ciudadanos, en cada vez mayor número de países, perciben,aunque la mayoría de ellos no sean capaces de analizarlo adecuadamente,que el problema no es qué partido gobierne, y si gobierna la«derecha» o la «izquierda», ya que esta última no puede existir dentro delsistema, sino los límites que se han autoimpuesto en su actuación todos lospartidos susceptibles de gobernar, denomínense como se denominen ytengan la historia que tengan. Ello les ha hecho convertirse en simplesmáquinas electorales burocratizadas, en corporaciones de intereses endogámicosy en un modus vivendi para quienes deciden hacer de la «política» sucarrera profesional. El objetivo es conseguir un lugar, central o subalternosegún el poder de publicidad y las posibilidades de mercado del capital simbólicoque cada partido posea, en la «sana alternancia de gobierno» que sepresenta como ideal democrático, para gestionar, en lugar de otros o conjuntamentecon otros, las decisiones de las grandes instancias «extrapolíticas»y supraestatales antes señaladas, de las que ellos son simples administrativosy, cuando más, también mensajeros para plantear ante ellas los intereses dealgunas grandes corporaciones teñidas todavía de connotaciones «nacionales».El problema principal de los partidos no es, pues, de corrupción, aunqueesta exista, ni de modelo organizativo, aunque este sea obsoleto, sino de contenidoy funciones. De lo que se trata es de que siguen siendo partidos —facciones—, pero ya no son realmente políticos. Y ello está en la base delcada vez más evidente alejamiento de amplios sectores, especialmente dejóvenes, respecto de lo que les es presentado, sin serlo, como política: pugna,casi siempre con un muy bajo nivel intelectual, por imponerse en el mercadode los votos para acceder a posiciones de poder en provecho propio y/o delos grandes intereses económicos. Las elecciones han dejado de tener sentidoefectivo como forma de apoyar o de censurar proyectos políticos diferenciadosy actuaciones políticas concretas, para convertirse en rituales delegitimación de lo que ya no existe: un sistema político, y no sólo de gestión,democráticamente controlado. Ello explica el crecimiento del voto en blancoy la abstención consciente, de los votos de protesta —como ocurrió en la primeravuelta de las recientes presidenciales francesas—, de la abstención por

78 Isidoro Morenoindiferencia —quizá hoy mayoritaria en el conjunto de la población enmuchos países—, al entender, no sin razón, muchos electores que los resultadosno les afectan, del rechazo ruidoso y frontal al propio sistema de partidos—como está sucediendo actualmente en Argentina— y de la opciónpor intervenir políticamente a través de asociaciones no partidistas, comoONGs, asociaciones de Derechos Humanos, grupos de solidaridad, organizacionesfeministas, étnicas o incluso religiosas, y otras vías al margen delos partidos.A pesar de esta pérdida voluntaria del principal territorio de la política yde su creciente deslegitimación, los Estados, y el «sistema democrático departidos» están lejos de haber quedado vacíos de sentido, como algunosafirman. Apenas sin competencias políticas, por haber rehusado a ellas, conservan,junto a las funciones gerenciales y administrativas ya señaladas, lasde represión y la muy importante función ideológica de convencer a los ciudadanosde que sigue existiendo un ámbito político de toma de decisionesque puede ser controlado por la «soberanía popular» en las elecciones. Hoy,es esta función ideológica su principal función, que no debe minimizarse.Habría que agregar que a este fenómeno de vaciamiento político «haciaafuera», al haberse transferido la capacidad de las decisiones políticas centralesa las instituciones económicas supraestatales, se une también la nuevadistribución de las competencias políticas secundarias que aún susbsisten enlas instituciones políticas y de las capacidades de administración de estashacia otros dos niveles: «hacia arriba», a las instancias políticas supraestatalesya existentes o en formación, como la Unión Europea, y «hacia abajo»,a los niveles subestatales representados principalmente por los pueblos sinestado, no reconocidos como tales o ignorados hasta muy recientemente, quepugnan y se movilizan por conseguir voz propia en el marco estatal o inclusosupraestatal y que han adquirido ya, en muchos estados-nación que son realmenteplurinacionales, diversos niveles de autogobierno, e incluso, en unospocos casos, reconocimiento constitucional. El antiguo concepto de «soberaníanacional», tan central en el discurso legitimador del modelo de estadonación,no sólo ya no existe en su núcleo central, sino que está fragmentadoen diversos niveles en aquellos contenidos que aún subsisten.4. LA MERCANTILIZACIÓN DE LA CULTURA Y LAS IDENTIDADES CULTURALESLas características y tendencias presentadas hasta aquí, dimanantes del desplieguede la lógica del Mercado, central en la dinámica de la actual globalización,son los principales componentes del modelo que se pretendeimponer a escala mundial desde la afirmación de un gigantesco y simplistasofisma, presentado como verdad evidente e incontrovertible: que, comovivimos ya en un único mundo —y ello es cierto, tanto en la realidad de laestrecha interdependencia asimétrica y desigualitaria entre territorios y

Globalización y cultura 77para la integración en el sistema. Un sistema que se ha autodeslegitimado alaceptar dejar de ser realmente político para convertirse en ámbito de gestiónadministrativa de las decisiones tomadas en las instancias económicas de laglobalización, que son hoy las verdaderamente políticas, sin tener controlalguno de los ciudadanos y ni siquiera de los propios gobiernos, que, todo lomás, pueden influir en ellas —pero no decidir— si son de estados aún poderosos.Todo lo anterior está en la base de la actual crisis política, que no es deun país u otro, sino general —aquí sí podríamos hablar de crisis global—,porque cada vez más ciudadanos, en cada vez mayor número de países, perciben,aunque la mayoría de ellos no sean capaces de analizarlo adecuadamente,que el problema no es qué partido gobierne, y si gobierna la«derecha» o la «izquierda», ya que esta última no puede existir dentro delsistema, sino los límites que se han autoimpuesto en su actuación todos lospartidos susceptibles de gobernar, denomínense como se denominen ytengan la historia que tengan. Ello les ha hecho convertirse en simplesmáquinas electorales burocratizadas, en corporaciones de intereses endogámicosy en un modus vivendi para quienes deciden hacer de la «política» sucarrera profesional. El objetivo es conseguir un lugar, central o subalternosegún el poder de publicidad y las posibilidades de mercado del capital simbólicoque cada partido posea, en la «sana alternancia de gobierno» que sepresenta como ideal democrático, para gestionar, en lugar de otros o conjuntamentecon otros, las decisiones de las grandes instancias «extrapolíticas»y supraestatales antes señaladas, de las que ellos son simples administrativosy, cuando más, también mensajeros para plantear ante ellas los intereses dealgunas grandes corporaciones teñidas todavía de connotaciones «nacionales».El problema principal de los partidos no es, pues, de corrupción, aunqueesta exista, ni de modelo organizativo, aunque este sea obsoleto, sino de contenidoy funciones. De lo que se trata es de que siguen siendo partidos —facciones—, pero ya no son realmente políticos. Y ello está en la base delcada vez más evidente alejamiento de amplios sectores, especialmente dejóvenes, respecto de lo que les es presentado, sin serlo, como política: pugna,casi siempre con un muy bajo nivel intelectual, por imponerse en el mercadode los votos para acceder a posiciones de poder en provecho propio y/o delos grandes intereses económicos. Las elecciones han dejado de tener sentidoefectivo como forma de apoyar o de censurar proyectos políticos diferenciadosy actuaciones políticas concretas, para convertirse en rituales delegitimación de lo que ya no existe: un sistema político, y no sólo de gestión,democráticamente controlado. Ello explica el crecimiento del voto en blancoy la abstención consciente, de los votos de protesta —como ocurrió en la primeravuelta de las recientes presidenciales francesas—, de la abstención por

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