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30 Juan A. Roche Cárcel-Manuel Oliver Narbonamismo tiempo, mantiene algunas que son muy viejas. Decía el filósofoespañol Xavier Zubiri que «nosotros somos los griegos» y, en efecto, losomos porque hemos heredado de ellos algunos aspectos fundamentales queconforman nuestras sociedades actuales. Ahora bien, a ellos habría queañadir algo novedoso: la sensación de malestar, de desasosiego, deinquietud, de zozobra y de peligro. Ya en el siglo XIX —como nos informaGeorge L. Mosse, en su libro La cultura europea del siglo XIX— los burgueses,a pesar de su evidente estado de bienestar económico y material, sintieronuna sensación de peligro ante los rápidos cambios sociales yculturales experimentados por la Revolución Industrial y, especialmente,ante la «invasión» de las ciudades por las gentes del campo y ante la extensiónde la educación y de algunos de los que hasta entonces habían sido susprivilegios a aquellas clases sociales menos favorecidas. Hoy esta sensaciónde inquietud es más generalizada, esto es, se ha democratizado —por la violencia,por el miedo al terrorismo y por otras cuestiones— y ya no entiendede diferenciaciones sociales. De ahí que podamos concluir que los occidentalesde hoy somos los griegos más nuestra incertidumbre, siendo ésta la que,en muchas ocasiones, tal vez demasiadas, nos concita a mirarnos excesivamenteal ombligo y nos impide contemplar con claridad quiénes somos y dedónde venimos.Ser modernos —nos recuerda Marshall Berman, en Todo lo sólido sedesvanece en el aire. La experiencia de la modernidad— significa deseartransformarse y cambiar el mundo y, a la vez, vivir presos del miedo a la desorientacióny a la desintegración que estas variaciones generan. Sermodernos representa también hallarnos en un mundo de transformación denosotros y de lo que nos rodea, lo que, al mismo tiempo, nos amenaza condestruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos y todo lo que somos. Ensuma, ser modernos significa vivir marcados por la ambivalencia, la polarizacióny la contradicción. Y es que no podemos olvidar que nuestra época,aunque posee peculiaridades propias, es también hija del pasado, de laIlustración y del Romanticismo y, mucho más atrás todavía, de una largacadena civilizadora. Por eso, es posible y necesario comprender a las sociedadesque mantienen rasgos tradicionales, en tanto que el esfuerzo que lassociedades actuales pongan en ello no sólo permitirá desvelar cómo sonaquellas sino también comprenderse a sí mismas. Por tanto, lo que proponemoses una inseparable interrelación entre las sociedades tradicionales ylas actuales o, como se han denominado desde distintos ámbitos, entre lassociedades frías y calientes —C. Levi-Strauss—, las abiertas y las cerradas,las de la cultura y las de la ciencia —E. Lamo de Espinosa—. En este sentido,se hace más urgente que nunca la mediación entre la Cultura y la

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