El sín - Pfizer

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76 12 personajes en busca de psiquiatra ni siquiera. Es, en particular, el relato de cómo vivió él la muerte de su hijo medio, Jacobo, quien decidió, con la venia de toda la familia, quitarse la vida, al no soportar más el dolor intratable y permanente que le produjo tiempo atrás un accidente de tránsito en el que perdió la movilidad de las piernas. Y esta evocación le permite reflexionar sobre su vida, sobre sus dolores y sus dichas, sobre sus yerros y sus aciertos, sobre sus amores y sus conflictos, con la clarividencia del sabio que ha vivido y que, en la aparente oscuridad que significan las pérdidas, puede hallar plenamente la luz. Lo paradójico es que la luz del conocimiento se le muestra a David cuando ya prácticamente el velo de la ceguera nubla su visión, esa que tanto disfrutó como pintor en sus años vigorosos. A David le gustaba llevar al lienzo objetos en ruinas, aquellos que bajo el óxido del tiempo dan testimonio de que “lo que el hombre abandona se deteriora y empieza a ser otra vez inhumano y bello” (González, ibídem, p. 19). Se hace bello a través del arte, y David es un artista que, justo en el momento en que encuentra con su familia un lugar apacible, amplio e iluminado, el infortunio –que “es siempre como el viento: natural, imprevisible, fácil”– rompe de un tajo la armonía de su casa “cuando estaba pintando mejor que nunca” (González, ibídem, p. 20). En el momento en que escribe, David ya ha perdido a uno de sus hijos; ha perdido prácticamente la visión, y por ende, la posibilidad de pintar; ha perdido a su esposa y a su gato, al que todavía le parece sentir avanzar por la cocina; y mientras escribe, también está despidiéndose de las palabras. Y sin embargo, cuanta más oscuridad hay a su alrededor, más luz hay en su corazón. La luz difícil es una intensa reflexión sobre el proceso de la vida y de la muerte. Si deseáramos traer una frase del libro que plasmara el duelo en toda su dimensión, sería esta:

El hijo de David “[…] mi figura ha ido espiritualizándose o evaporándose. Es decir, alejándose cada vez más de las cosas del mundo e incursionando en la muerte, que no existe, y en el mundo infinito en el que en realidad estamos” (González, ibídem, pp. 53-54). Y si deseáramos pensar que el arte significa decir muchas cosas en un corto espacio, entonces La luz difícil logra su cometido, pero aun así tendríamos que abrir varias veces el libro tratando de extraer de la fruta el máximo jugo, gracias a la vocación de David de enseñarnos con su propio ejemplo que la vida es una combinación indescifrable de dicha y dolor. En relación con el hijo de David, Jacobo, Tomás González nos pone a identificarnos con la frase sentenciosa del escritor japonés Haruki Murakami: “El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional”. Cuando el dolor permanente del cuerpo se convierte en una razón válida para querer morir, estamos hablando de sufrimiento, de un padecimiento que, según podemos interpretar en el autor, es susceptible de ser soportado o no, decisión que queda a discreción de quien lo vive. El encanto de transformar el duelo en vida En todo duelo se mueven sensaciones encontradas, que van desde la no aceptación de la pérdida hasta el profundo agradecimiento por haber podido compartir una dicha transitoria con el que ya se fue. En medio de esta ambivalencia, es normal que se atraviesen emociones difíciles de manejar, como el sentimiento de culpa por lo que se dejó de hacer o por lo que creemos que hicimos mal. Lo que es inevitable es la resolución. El duelo es un tobogán imparable hacia la aceptación final de la pérdida, aunque en esa caída nos podamos desviar por senderos oscuros y turbios que nos pueden llevar a la depresión simple o, más grave aún, a otras cuevas de la psicopatología mental, como la psicosis. 77

<strong>El</strong> hijo de David<br />

“[…] mi figura ha ido espiritualizándose o evaporándose.<br />

Es decir, alejándose cada vez más de las cosas del mundo e<br />

incursionando en la muerte, que no existe, y en el mundo<br />

infinito en el que en realidad estamos” (González, ibídem,<br />

pp. 53-54). Y si deseáramos pensar que el arte significa decir<br />

muchas cosas en un corto espacio, entonces La luz difícil<br />

logra su cometido, pero aun así tendríamos que abrir varias<br />

veces el libro tratando de extraer de la fruta el máximo jugo,<br />

gracias a la vocación de David de enseñarnos con su propio<br />

ejemplo que la vida es una combinación indescifrable de<br />

dicha y dolor. En relación con el hijo de David, Jacobo, Tomás<br />

González nos pone a identificarnos con la frase sentenciosa<br />

del escritor japonés Haruki Murakami: “<strong>El</strong> dolor es inevitable,<br />

el sufrimiento es opcional”. Cuando el dolor permanente<br />

del cuerpo se convierte en una razón válida para<br />

querer morir, estamos hablando de sufrimiento, de un padecimiento<br />

que, según podemos interpretar en el autor, es<br />

susceptible de ser soportado o no, decisión que queda a discreción<br />

de quien lo vive.<br />

<strong>El</strong> encanto de transformar el duelo en vida<br />

En todo duelo se mueven sensaciones encontradas, que<br />

van desde la no aceptación de la pérdida hasta el profundo<br />

agradecimiento por haber podido compartir una dicha<br />

transitoria con el que ya se fue. En medio de esta ambivalencia,<br />

es normal que se atraviesen emociones difíciles de<br />

manejar, como el sentimiento de culpa por lo que se dejó de<br />

hacer o por lo que creemos que hicimos mal. Lo que es inevitable<br />

es la resolución. <strong>El</strong> duelo es un tobogán imparable<br />

hacia la aceptación final de la pérdida, aunque en esa caída<br />

nos podamos desviar por senderos oscuros y turbios que nos<br />

pueden llevar a la depresión simple o, más grave aún, a otras<br />

cuevas de la psicopatología mental, como la psicosis.<br />

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