El sín - Pfizer

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30.11.2012 Views

132 12 personajes en busca de psiquiatra Por donde se le mirara, no cabía ninguna alternativa para que su vida mejorara, de manera que su síndrome no podía sino acrecentarse hasta aniquilarlo. A pesar de haber conseguido un préstamo para pagar el rescate de su esposa para llevarla junto a él en París, terminó quitándose la vida justo el día en que ella llegaba. El cuadro de Jung en estas circunstancias podría confundirse con el de un trastorno depresivo mayor. Si a pesar de las condiciones adversas los inmigrantes guardan un secreto optimismo de que las cosas empiecen a cambiar para bien, en Jung ya no había esperanza. Muchos de sus síntomas son los de una depresión común: permanente tristeza, incapacidad para divertirse, quejas frecuentes, ausencia de humor, pesimismo, autoculpabilización, baja autoestima, preocupación por fallar, pérdida de interés, ideas fijas y empobrecimiento de la vida social, entre otros; además de los corporales: colon irritable, migrañas, dolores musculares. Aun así, en Jung es difícil delimitar la frontera a partir de la cual el estrés crónico y múltiple deriva en una depresión, o mejor, si fue la depresión y no el Síndrome de Ulises la que lo llevó a terminar con su vida. Está suficientemente documentado que el trastorno depresivo mayor contiene un alto componente genético, una predisposición a sufrirlo que puede ser desencadenada por situaciones de intenso estrés. No obstante, a diferencia de su esposa, que cayó en depresión por no aceptar la pérdida de la hija, Jung luchó hasta lo insufrible en adelante por sobrevivir, a pesar de haber estado sometido a la adversidad durante mucho tiempo, y de no encontrar una salida muchas veces. A los depresivos “clásicos” les suele faltar el deseo de vivir la vida. En consecuencia, no tenemos suficiente información para concluir cuáles fueron las causas que lo llevaron a suicidarse. Entre otras cosas porque, en muchos casos, el suicidio ni siquiera está relacionado con el trastorno del afecto

La vida en otra parte 133 en sí, sino que corresponde a una decisión vital, derivada de la propia conceptualización de la existencia. ¿Qué pudo pensar Jung para optar por la solución extrema? Podríamos ofrecer distintas líneas de especulación, pero la verdad es que ya no lo sabremos. Paula, en busca de su individualidad El mayor contraste con Esteban y Jung, e incluso con los demás inmigrantes de la novela, lo marca Paula, una hermosa mujer de veintiséis años. De clase alta y signada por la voluntad de sus padres que quieren que aprenda francés durante un año, casarla luego en Bogotá con un pretendiente de alcurnia, y después dirigirla hacia una profesión digna de sus aptitudes, bien sea en la televisión o la publicidad, Paula convierte su condena en una oportunidad de liberación: “[…] tengo deseos y sueño con satisfacerlos” (Gamboa, ibídem, p. 39), le comenta a Esteban. Sus deseos son sexuales y es evidente que no puede satisfacerlos en Colombia, donde lo más probable es que su conducta sea reprobada por su familia, por sus amigos y por su propio novio, con el que Paula confiesa que se siente aburrida en el plano erótico. Ya en su adolescencia había descubierto el placer de una manera categórica y sin ningún tipo de pudor: “el sexo desde la primera vez me dejó convertida” (Gamboa, ibídem, p. 39). Pero ni siquiera pudo admitirle sus experiencias a su prometido, por temor al escándalo y al rechazo. Le habría encantado tener más de lo que obtiene de su novio en el plano sexual, pero no es capaz de decírselo porque sería un irrespeto. Esta situación es extremadamente frecuente en las relaciones de pareja, y muchos de quienes leen este artículo estarían de acuerdo con ella cuando concluye: “[…] pero la verdad es que yo me muero de ganas de que me irrespete” (Gamboa, ibídem, p. 39). Lo habitual

La vida en otra parte<br />

133<br />

en sí, sino que corresponde a una decisión vital, derivada<br />

de la propia conceptualización de la existencia. ¿Qué pudo<br />

pensar Jung para optar por la solución extrema? Podríamos<br />

ofrecer distintas líneas de especulación, pero la verdad es<br />

que ya no lo sabremos.<br />

Paula, en busca de su individualidad<br />

<strong>El</strong> mayor contraste con Esteban y Jung, e incluso con los<br />

demás inmigrantes de la novela, lo marca Paula, una hermosa<br />

mujer de veintiséis años. De clase alta y signada por<br />

la voluntad de sus padres que quieren que aprenda francés<br />

durante un año, casarla luego en Bogotá con un pretendiente<br />

de alcurnia, y después dirigirla hacia una profesión<br />

digna de sus aptitudes, bien sea en la televisión o la publicidad,<br />

Paula convierte su condena en una oportunidad<br />

de liberación: “[…] tengo deseos y sueño con satisfacerlos”<br />

(Gamboa, ibídem, p. 39), le comenta a Esteban. Sus deseos<br />

son sexuales y es evidente que no puede satisfacerlos<br />

en Colombia, donde lo más probable es que su conducta<br />

sea reprobada por su familia, por sus amigos y por su propio<br />

novio, con el que Paula confiesa que se siente aburrida<br />

en el plano erótico. Ya en su adolescencia había descubierto<br />

el placer de una manera categórica y sin ningún tipo de<br />

pudor: “el sexo desde la primera vez me dejó convertida”<br />

(Gamboa, ibídem, p. 39). Pero ni siquiera pudo admitirle<br />

sus experiencias a su prometido, por temor al escándalo y al<br />

rechazo. Le habría encantado tener más de lo que obtiene<br />

de su novio en el plano sexual, pero no es capaz de decírselo<br />

porque sería un irrespeto. Esta situación es extremadamente<br />

frecuente en las relaciones de pareja, y muchos de quienes<br />

leen este artículo estarían de acuerdo con ella cuando<br />

concluye: “[…] pero la verdad es que yo me muero de ganas<br />

de que me irrespete” (Gamboa, ibídem, p. 39). Lo habitual

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