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El sín - Pfizer

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108 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

de la mente de Agustina. Pero, lejos de las especulaciones,<br />

las páginas de la novela son elocuentes para completar el<br />

rompecabezas de la paciente.<br />

Sabemos por Aguilar que Agustina, antes de su última<br />

crisis, solía sumirse en silencios prolongados, períodos de<br />

tristeza profunda alternados con momentos de enérgica actividad.<br />

Pasaba fácilmente de la “exaltación a la melancolía”<br />

(Restrepo, ibídem, p. 55). Cinco meses antes de su última<br />

crisis, le dio por escuchar una y otra vez los tríos de Schubert<br />

y lloraba horas enteras al compás de la música. Luego,<br />

un buen día, se olvidó de ellos. Más adelante, cayó en un<br />

letargo tan fuerte que Aguilar tuvo que llevarla al hospital<br />

de la Hortúa, donde un médico la trató con amital sódico.<br />

“Tres veces al día bajaba el efecto de la droga y yo debía darle<br />

de comer y llevarla al baño, recuerda Aguilar, y así durante<br />

algunos minutos su cuerpo volvía en sí pero su alma seguía<br />

perdida, su mirada volcada hacia adentro y sus movimientos<br />

mecánicos y ajenos, como los de una marioneta” (Restrepo,<br />

ibídem, p. 283). Al cabo de cinco días, Aguilar decidió llevársela<br />

de nuevo para la casa.<br />

Estos períodos contrastaban con otros de gran agitación,<br />

como cuando le dio por conducir una empresa de exportación<br />

de telas estampadas en batik, con tanto empeño que<br />

transformó la casa en un taller con todas las de la ley, con<br />

pinturas, bastidores, rollos de algodón y masas pegajosas<br />

que se prendían con facilidad a los tapetes y a los zapatos,<br />

cúmulos de tinturas, telas y demás elementos propios de la<br />

industria que se esparcían no solo por la sala y el comedor<br />

sino por la cocina y los baños. Mientras tanto, Aguilar no<br />

pronunciaba palabra porque Agustina estaba radiante “inventando<br />

diseños y ensayando mezclas de colores” (Restrepo,<br />

ibídem, p. 159), ocupando todo su tiempo y sus fuerzas<br />

en una iniciativa que, no obstante, nunca dio frutos. Al final<br />

del año la empresa había quebrado por falta de clientes,

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