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El sín - Pfizer

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César Augusto Arango-Dávila · Rodrigo Córdoba · Silvia L. Gaviria Arbeláez<br />

Pedro G. Guerrero G. · Francisco Lopera R. · Mario Alberto Peña García<br />

David A. Pineda Salazar · Noemí Sastoque Parisier · Jorge Téllez Vargas<br />

Camilo Umaña Valdivieso<br />

Editor: Fernando Gómez Garzón


Fernando Gómez Garzón<br />

Editor<br />

Fernando Gómez Garzón nació en Bogotá en<br />

1967. Es periodista con amplia experiencia en la<br />

redacción y edición de textos. Fue editor cultural<br />

de la revista Semana entre 1991 y 1995, y subeditor<br />

general de esta misma publicación entre 1995 y<br />

1999, con especial énfasis en los temas de salud,<br />

gente, vida moderna y cultura. Las mismas áreas<br />

estuvieron bajo su responsabilidad durante 1999 y<br />

2008, cuando trabajó como subeditor general del<br />

semanario Cambio. Actualmente se desempeña<br />

como jefe de redacción de la revista Cromos.<br />

Durante su trayectoria ha sido autor de varios<br />

artículos relacionados con la cultura y la salud. En<br />

1993 fue finalista del concurso de cuento Carlos<br />

Castro Saavedra. En 1994 recibió el Premio<br />

Nacional de Periodismo Simón Bolívar, en la<br />

categoría de mejor artículo cultural en prensa,<br />

por el texto “Queremos tanto a Julio”, sobre el<br />

escritor argentino Julio Cortázar. En 2003<br />

publicó, en compañía de Alejandra Balcázar, el<br />

libro La horrible noche, la fuga de Pablo Escobar, sobre los<br />

acontecimientos que desembocaron en la fuga del<br />

jefe del Cartel de Medellín de la cárcel de<br />

Envigado.<br />

* * *


12 personajes en busca<br />

de psiquiatra


© PFIZER S.A.S., 2012<br />

Avenida Suba No. 95-66<br />

Teléfono (571) 600 2300<br />

Bogotá, Colombia<br />

www.pfizer.com.co<br />

Sylvia Varela<br />

Gerente General<br />

Constanza Zambrano<br />

Directora de Unidad de Negocio<br />

Cuidado Primario y Productos Establecidos<br />

María del Pilar Rojas<br />

Gerente de Producto<br />

Línea Sistema Nervioso Central<br />

mariadelpilar.rojas@pfizer.com<br />

Carlos Dáguer<br />

Gerente de Comunicaciones<br />

carlosfernando.daguer@pfizer.com<br />

Agradecemos a María Bernarda Caicedo y Giovanna Matiz<br />

por su atenta lectura, acertadas correcciones y oportunos consejos.<br />

Las opiniones expresadas en esta publicación son de los autores<br />

y no necesariamente representan el criterio de <strong>Pfizer</strong>.<br />

ISBN: 978-958-57611-0-0<br />

Diseño:<br />

www.scd.com.co


12 personajes en busca<br />

de psiquiatra<br />

10 especialistas diagnostican a 12 protagonistas<br />

de la literatura colombiana.<br />

César Augusto Arango-Dávila<br />

Rodrigo Córdoba<br />

Silvia L. Gaviria Arbeláez<br />

Pedro G. Guerrero G.<br />

Francisco Lopera R.<br />

Mario Alberto Peña García<br />

David A. Pineda Salazar<br />

Noemí Sastoque Parisier<br />

Jorge Téllez Vargas<br />

Camilo Umaña Valdivieso<br />

Editor<br />

Fernando Gómez Garzón


CONTENIDO<br />

Introducción | Sylvia Varela | Pág. 7<br />

1. <strong>El</strong> hombre que terminó amarrado a un árbol de castaño | Perfil<br />

psicopatológico y clínico de José Arcadio Buendía, fundador de Macondo | César<br />

Augusto Arango-Dávila | Pág. 9<br />

2. La pesadilla de Dios | Del trastorno disocial al trastorno antisocial de la<br />

personalidad: una explicación a partir de Alexis, personaje de La Virgen de los<br />

Sicarios | David A. Pineda Salazar | Pág. 29<br />

3. Bolívar: dos hombres, un héroe | La mente del Libertador en la pluma de Álvaro<br />

Mutis, Gabriel García Márquez y Evelio Rosero | Jorge Téllez Vargas | Pág. 53<br />

4. <strong>El</strong> hijo de David | <strong>El</strong> duelo como eje central en la novela La luz difícil, de Tomás<br />

González | Camilo Umaña Valdivieso | Pág. 71<br />

5. Florentino Ariza: Quijote y Don Juan | Una patobiografía del protagonista<br />

de <strong>El</strong> amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez | Pedro G.<br />

Guerrero G. | Pág. 85<br />

6. La vida en otra parte | Las euforias y las melancolías de Agustina Londoño,<br />

protagonista de la novela Delirio, de Laura Restrepo | Rodrigo Córdoba |<br />

Pág. 101<br />

7. Del lado de allá | <strong>El</strong> síndrome del inmigrante con estrés crónico y múltiple, visto a<br />

través del análisis psiquiátrico de Esteban, Jung y Paula, personajes de la novela<br />

<strong>El</strong> síndrome de Ulises, de Santiago Gamboa | Mario Alberto Peña<br />

García | Pág. 121<br />

8. La enfermedad del olvido | Comentarios a la obra En la laguna más<br />

profunda, de Óscar Collazos | Francisco Lopera R. | Pág. 137<br />

9. La vida extrema de Rosario Tijeras | Una aproximación a la psicopatología del<br />

personaje de la novela homónima de Jorge Franco | Silvia L. Gaviria Arbeláez |<br />

Pág. 153<br />

10. ¡Pobre viejecita! | Sobre los padecimientos mentales de la protagonista del<br />

celebérrimo poema infantil de Rafael Pombo | Noemí Sastoque Parisier (con<br />

intervención de Fernando Gómez Garzón) | Pág. 169


INTRODUCCIÓN<br />

Entre tantas respuestas que se han dado a por qué leemos<br />

novelas, hay una especialmente pertinente para<br />

esta ocasión: porque nos permiten habitar en la piel<br />

de los otros, experimentar vidas ajenas y adentrarnos en<br />

mentes distintas a la nuestra. Las novelas son, por tanto,<br />

una forma de conocer el mundo, aun cuando suelan levantarse<br />

sobre los pilares de la ficción.<br />

Pero conocer no siempre significa comprender. A veces<br />

ni los mismos seres humanos, presuntos dueños de sus<br />

actos, entienden los juegos de su mente. Por eso exigimos<br />

explicaciones para todas esas euforias, nostalgias, ilusiones,<br />

culpas, cóleras y olvidos; reclamamos respuestas racionales<br />

para adaptarnos al mundo y prodigarnos una mejor calidad<br />

de vida.<br />

Este libro tiene, en consecuencia, un propósito educativo.<br />

Por iniciativa de <strong>Pfizer</strong> Colombia, un selecto grupo<br />

de psiquiatras y neurólogos han sido invitados a responder<br />

cómo, a la luz de nuestro tiempo, habrían diagnosticado y<br />

tratado a diversos personajes de las letras colombianas ante<br />

el improbable escenario de que tocaran las puertas de sus<br />

consultorios. Como resultado, los lectores navegarán por<br />

las mentes de estos seres nacidos de la ficción –o de la realidad<br />

pero convertidos en ficción– y la comprenderán gracias<br />

a la interpretación que los especialistas aventuran a partir<br />

de los elementos disponibles en las narraciones.<br />

Esta publicación no reemplaza la lectura de las creaciones<br />

literarias. Simplemente, toma unas pocas citas de referencia<br />

y las aborda de manera exclusiva desde la perspectiva de la<br />

salud mental. Ofrece un contexto básico, sí, pero abierta-


mente invita a volver a los anaqueles de la biblioteca, tomar<br />

las obras y leerlas –o releerlas– desde una dimensión pocas<br />

veces explorada.<br />

Con 12 personajes en busca de psiquiatra también deseamos que<br />

los lectores adquieran las herramientas básicas para identificar<br />

los trastornos mentales, reconsideren sus juicios frente<br />

a quienes los padecen y conozcan los avances científicos<br />

para su tratamiento. Para cumplir con el propósito educativo<br />

que nos hemos trazado, todos los colombianos pueden<br />

descargar gratuitamente este libro, en formato digital, desde<br />

nuestra página web (www.pfizer.com.co).<br />

La lectura de estas páginas permitirá a las personas ajenas<br />

al ámbito de la psiquiatría y la neurología derribar una<br />

buena cantidad de mitos: este libro ratifica las bondades de<br />

la medicación pero también confirma que no es un destino<br />

ineludible; revela los beneficios indirectos de los trastornos<br />

mentales pero pone de manifiesto el alto grado de incapacidad<br />

y sufrimiento que acarrean para el paciente y quienes<br />

lo rodean; muestra la complejidad de la ciencia pero enseña<br />

que no es ajena al entretenimiento, la poesía y el humor.<br />

Todos los atributos de este proyecto no serían tales sin la<br />

apertura y generosidad de la nómina de psiquiatras y neurólogos<br />

de primer nivel que pusieron su saber al servicio<br />

de los lectores, y sin la orientación de un editor, Fernando<br />

Gómez Garzón, que en este libro amalgama lo mejor de<br />

una carrera profesional a caballo entre el periodismo científico<br />

y el cultural.<br />

A ellos y a los lectores de este libro, ¡gracias! Con su conocimiento,<br />

su esfuerzo y su tiempo contribuyen a hacer de<br />

nuestro lema una realidad: trabajar juntos por un mundo<br />

más saludable.<br />

Sylvia Varela | Gerente General <strong>Pfizer</strong> Colombia


1<br />

<strong>El</strong> hombre que terminó<br />

amarrado a un árbol<br />

de castaño<br />

Perfil psicopatológico y clínico de José Arcadio<br />

Buendía, fundador de Macondo.<br />

César Augusto Arango-Dávila


CÉSAR AUGUSTO ARANGO-DÁVILA (Sevilla, Colombia, 1963) es médico cirujano<br />

de la Universidad del Quindío, psiquiatra de la Universidad Javeriana de<br />

Colombia, magíster en Ciencias Básicas Médicas, y PhD en Neurociencias de la<br />

Universidad del Valle, con posdoctorado del Instituto Ramón y Cajal de España.<br />

Autor de varias decenas de artículos científicos, es jefe del Área de Psiquiatría y<br />

Psicología de la Fundación Valle del Lili, y docente de la Facultad de Medicina de<br />

la Universidad Icesi, en Cali. Aparte de dirigir varios proyectos de investigación<br />

en Ciencias Básicas, es miembro activo de varias asociaciones científicas, como la<br />

Asociación Colombiana de Psiquiatría, la Asociación Colombiana de Psiquiatría<br />

Biológica, y el Colegio Colombiano de Neurociencias. También es miembro del<br />

comité editorial de la Revista Colombiana de Psiquiatría y de la publicación Carta de la Salud<br />

de la Fundación Valle del Lili. Es tutor de varios estudiantes de maestría y doctorado<br />

en la línea de investigación de isquemia cerebral experimental. Conferencista<br />

nacional e internacional. Fue galardonado con el Premio Internacional en Ciencias<br />

de la Salud Juan Jacobo Muñoz de la Organización Sanitas Internacional, versiones<br />

2008 y 2011, y ha obtenido otros reconocimientos como el Premio Psiquiatra<br />

Excelencia de la Asociación Colombiana de Psiquiatría Biológica 2005, el Premio<br />

SONA de la Sociedad Neuropsicológica de Antioquia 1999, y otros premios a los<br />

mejores artículos publicados en la Revista Colombiana de Psiquiatría y posters nacionales<br />

e internacionales.<br />

En este ensayo, el especialista analiza a José Arcadio Buendía, uno de los personajes<br />

principales de Cien años de soledad, célebre novela de Gabriel García Márquez (Aracataca,<br />

1927) publicada en 1967. Fundador de Macondo, José Arcadio es el artífice de<br />

la saga de los Buendía, la familia sobre la cual gira la narración.<br />

Advertencia<br />

Salvo que se indique otra cosa, las citas textuales han<br />

sido tomadas de la edición abajo mencionada. Dentro<br />

del texto, entre paréntesis, se anotan los números de<br />

página correspondientes.<br />

• GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel (GGM). Cien años de<br />

soledad. Edición conmemorativa. Real Academia Española,<br />

Asociación de Academias de la Lengua Española.<br />

Alfaguara, 2007.


Cuadro clínico <strong>El</strong> paciente presenta una pérdida acelerada del contacto con<br />

la realidad. Su inicial emprendimiento ha desembocado en<br />

un cúmulo de iniciativas fantásticas, aunque de poca utilidad.<br />

Ha descuidado su aspecto personal y dedica poca atención a<br />

su esposa y a sus hijos. Sufre alucinaciones visuales y auditivas.<br />

Duerme poco, habla solo y, en ocasiones, en un lenguaje<br />

ininteligible. Por no saber qué más hacer con él, sus familiares<br />

lo han amarrado al árbol de castaño, en el patio de la casa.<br />

<strong>El</strong> diagnóstico es esquizofrenia. Se recomienda intervención<br />

psicoterapéutica y administración de antipsicóticos.<br />

Entre los personajes de Cien años de soledad, pocos tan<br />

fascinantes para la psiquiatría como José Arcadio<br />

Buendía. Ese “poeta de la ciencia”, como el propio<br />

García Márquez bautizó a los alquimistas en sus reportajes<br />

sobre los países de la Cortina de Hierro, no solo fue el artífice<br />

de la estirpe de los Buendía que da vida al libro, sino<br />

el gran “patriarca juvenil” alrededor del cual se construyó<br />

la monumental historia de Macondo. Eso sí, al precio de su<br />

propia locura, que es la que analizaremos a continuación.<br />

Dotado de un entusiasmo y una imaginación desbordados,<br />

José Arcadio Buendía se echó al hombro la responsabilidad<br />

de fundar un pueblo; aunque más tarde, maravillado<br />

por la ciencia que le prodigaba a puchos el gitano Melquíades,<br />

se entregó a empresas imposibles motivado por intuiciones<br />

bárbaras que lo separaron poco a poco de la realidad<br />

hasta sumirlo en un mundo propio del que ya no volve-<br />

ría nunca.<br />

Quizás donde se percibe mejor ese tránsito es en el pasaje<br />

en el que José Arcadio Buendía nota cierto desvarío en el<br />

tiempo. Entró al taller de su hijo Aureliano, le preguntó<br />

qué día de la semana era, y este le respondió que era martes.<br />

Sin embargo, al advertir que el cielo, las paredes y las begonias<br />

eran las mismas de la víspera, insistió en que seguía


14 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

siendo lunes. Como la sensación se repitió el miércoles, el<br />

jueves y el viernes, el personaje “no tuvo la menor duda de<br />

que seguía siendo lunes” (GGM, ibídem, p. 96).<br />

Esta es una de las manifestaciones frecuentes de un trastorno<br />

mental que implica la pérdida del contacto con la<br />

realidad. La vivencia angustiosa de extrañeza en la cual se<br />

percibe algo intangible, es, casi siempre, una señal de desrealización,<br />

un fenómeno relacionado con la desestructuración<br />

del yo que consiste en una “alteración de la percepción de<br />

la experiencia del mundo exterior del individuo, de forma<br />

que aquel se presenta como extraño o irreal”. 1<br />

La comprensión actual de la enfermedad mental permite<br />

inferir que la desrealización resulta de una perturbación<br />

química del cerebro, de tal manera que la percepción y la<br />

vivencia del sí mismo y del entorno se manifiestan como<br />

algo nuevo, como algo diferente, usualmente incomprensible,<br />

que obliga al individuo a examinar los objetos en una<br />

búsqueda engañosa de lo novedoso: 2 “Pasó seis horas examinando<br />

las cosas, tratando de encontrar una diferencia<br />

con el aspecto que tuvieron el día anterior, pendiente de<br />

descubrir en ellas algún cambio que revelara el transcurso<br />

del tiempo” (GGM, ibídem, p. 96).<br />

De hecho, en estos padecimientos es posible encontrar<br />

una manifestación clínica denominada signo del espejo, en la<br />

cual la persona se ve en la necesidad de mirar permanentemente<br />

su reflejo para no perder la noción de sí misma.<br />

La desrealizacion, por constituirse en una vivencia de<br />

extrañeza, genera miedo, un miedo que adquiere gran intensidad<br />

hasta convertirse en lo que se conoce como una<br />

1. American Psychiatric Association. Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders,<br />

DSM-IV-TR. 2004.<br />

2. Arango-Dávila, César. “<strong>El</strong> cerebro: de la estructura y la función a la psicopatología”.<br />

Segunda parte: “La microestructura y el procesamiento de la información”,<br />

en Revista Colombiana de Psiquiatría, vol. XXXIII, núm. 1, 2004, pp. 126-154.


<strong>El</strong> hombre que terminó amarrado a un árbol de castaño<br />

ansiedad psicótica o ansiedad flotante. Esta experiencia, con características<br />

de aniquilación, de pérdida de la noción del<br />

sí mismo o de la noción del entorno, puede desencadenar<br />

severas alteraciones de la conducta, como las experimentadas<br />

por José Arcadio Buendía:<br />

Entonces agarró la tranca de una puerta y con la violencia salvaje de su<br />

fuerza descomunal destrozó hasta convertirlos en polvo los aparatos de<br />

alquimia, el gabinete de daguerrotipia, el taller de orfebrería, gritando<br />

como un endemoniado en un idioma altisonante y fluido pero completamente<br />

incomprensible. Se disponía a terminar con el resto de la casa<br />

cuando Aureliano pidió ayuda a los vecinos. Se necesitaron diez hombres<br />

para tumbarlo, catorce para amarrarlo, veinte para arrastrarlo hasta<br />

el castaño del patio, donde lo dejaron atado, ladrando en lengua extraña<br />

y echando espumarajos verdes por la boca (GGM, ibídem, p. 96).<br />

Un destino inevitable<br />

Antes de expresar estas señales de locura, José Arcadio<br />

era un hombre emprendedor y obstinado. Sin embargo, ese<br />

emprendimiento y esa obstinación tuvieron un origen que<br />

explican muy bien sus síntomas.<br />

En su adultez joven, se casó con su prima Úrsula Iguarán.<br />

Pero su matrimonio no fue consumado por más de un año,<br />

por el temor a tener hijos con cola de cerdo. Dentro de los<br />

antecedentes familiares había existido un Buendía casado<br />

con una prima, de cuya unión nació un hijo con una cola<br />

“cartilaginosa y en forma de tirabuzón con una escobilla de<br />

pelos en la punta”, que “pasó la vida con pantalones englobados<br />

y flojos” y que a la edad de cuarenta y dos años murió<br />

desangrado cuando un carnicero amigo se la cortó de un<br />

tajo (GGM, ibídem, p. 30).<br />

Por esta razón, Úrsula se negó a consumar el matrimonio<br />

y usaba un pantalón de castidad. Los encuentros de la pareja<br />

se limitaban a forcejeos, y la gente comenzó a rumorar que<br />

ella seguía siendo virgen porque su esposo era impotente.<br />

En una riña de gallos, cuando el animal de José Arcadio<br />

Buendía le ganó al de Prudencio Aguilar, este le gritó ante<br />

15


16 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

todas las personas de la gallera: “Te felicito. A ver si por fin<br />

ese gallo le hace el favor a tu mujer” (GGM, ibídem, p. 31).<br />

José Arcadio se sintió profundamente ofendido, lo retó a<br />

duelo y varios minutos después le atravesó el cuello con una<br />

lanza. Esta muerte fue interpretada como un duelo de honor.<br />

Sin embargo, dejó en José Arcadio Buendía y en Úrsula<br />

Iguarán un remordimiento que los obligó a emigrar del<br />

pueblo con un grupo de seguidores. Al no encontrar la ruta<br />

del mar, tras haber pasado la noche al lado de un río, José<br />

Arcadio suspendió la travesía influenciado por un sueño.<br />

“Les ordenó derribar los árboles para hacer un claro junto<br />

al río, en el lugar más fresco de la orilla, y allí fundaron la<br />

aldea” (GGM, ibídem, p. 35). No era otra que Macondo.<br />

En este relato hay varios aspectos que afectaron de forma<br />

importante las condiciones psicológicas de José Arca-<br />

dio Buendía:<br />

1. La experiencia de ver vulnerada su sexualidad y la noción<br />

de su masculinidad. Ante la negativa de su esposa, requirió<br />

reprimir durante mucho tiempo su pulsión genital,<br />

su necesidad de copulación. Es significativo que el arma<br />

utilizada por José Arcadio para matar a su agraviador<br />

haya sido precisamente una lanza, referente fálico que<br />

le clavó de forma certera y contundente, para después,<br />

esa misma noche, blandiendo la misma lanza, obligar a<br />

su mujer a no ponerse el pantalón de castidad y copular<br />

agresivamente con ella. Queda así establecido un complejo<br />

de sexualidad y muerte, muerte y copulación, descarga<br />

agresiva y descarga sexual, penetración a un hombre<br />

para penetrar a una mujer. Distorsión para siempre de<br />

la sexualidad que se asocia a la muerte y, finalmente, a<br />

la culpa.<br />

2. Si bien el suceso en el que murió Prudencio Aguilar se<br />

definió como un duelo de honor, el resultado en José<br />

Arcadio Buendía fue un sentimiento de culpa desbor-


<strong>El</strong> hombre que terminó amarrado a un árbol de castaño<br />

dado que lo siguió acompañando el resto de su vida. <strong>El</strong><br />

fantasma de Prudencio Aguilar comenzó a aparecerse de<br />

manera reiterada en la casa a pesar de las amenazas de<br />

José Arcadio para que se fuera. La tristeza que el muerto<br />

manifestaba lo privó de dormir bien, hasta que decidió<br />

irse del pueblo con los suyos.<br />

3. <strong>El</strong> destierro de su propio pueblo, con el consiguiente<br />

desarraigo de sus orígenes, es la expresión más clara de<br />

la culpa de José Arcadio Buendía. Esta ruptura implicó<br />

generar una nueva identidad sobre un antecedente nefasto.<br />

Así, como se ve en la novela, la distancia geográfica<br />

no fue suficiente para desprenderse de las consecuencias<br />

del suceso.<br />

4. Si bien lo ocurrido alteró la función erótica y copulatoria<br />

de la sexualidad, la función reproductora del sexo<br />

también quedó rarificada por el miedo de tener hijos<br />

con cola de cerdo, por el temor de ser partícipe del engendramiento<br />

de seres imperfectos que serían el reflejo<br />

del sí mismo, por la presunción de ser autor de la degeneración<br />

de la especie.<br />

Los anteriores sucesos definieron en la vida psicológica<br />

de José Arcadio Buendía una sensación de incertidumbre<br />

que deslegitimó para siempre sus actos, su vida personal,<br />

en pareja y en familia. Durante toda la novela es claro el<br />

distanciamiento emocional y de facto que tuvo José Arcadio<br />

Buendía de su esposa Úrsula. En la continuidad de su<br />

existencia, ambos vivieron más de la culpa, el temor y la adversidad<br />

que del acompañamiento, el afecto o el goce. La<br />

sexualidad, que pudo ser un acto de amor, pasó a ser más<br />

un acto agresivo y de honor, amenazado por el fantasma de<br />

la muerte.<br />

José Arcadio Buendía tuvo que asumir inevitablemente<br />

su vida sexual en función de afianzar su masculinidad y<br />

17


18 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

paliar su frustración. Sin embargo, al afrontarla, lo perseguían,<br />

por un lado, la culpa y el remordimiento, y por<br />

el otro, el temor de engendrar hijos defectuosos. De esta<br />

manera, tanto el hecho de evitar la sexualidad como el hecho<br />

de acceder a ella desembocaban en la adversidad. Esta<br />

vivencia, en la cual ninguna de las acciones asumidas puede<br />

ser reparadora, es lo que en psicología se denomina ambivalencia,<br />

la cual consiste en una sensación de contrariedad<br />

que deja al individuo sin posibilidad de resolución. <strong>El</strong> concepto<br />

de ambivalencia se refiere a una acentuada condición<br />

emocional en la que coexisten impulsos contradictorios que<br />

derivan de una fuente común y, por lo tanto, son interdependientes.<br />

3 Se trata de una constante oposición del tipo<br />

sí-no, en la que la afirmación y la negación son simultáneas<br />

e inseparables. 4 <strong>El</strong> estado psicológico ambivalente, por<br />

no tener un desenlace satisfactorio por ninguna vía, genera<br />

una ansiedad y una tensión nerviosa que perturban de forma<br />

significativa la estabilidad del individuo.<br />

Los diferentes componentes traumáticos desencadenaron<br />

en José Arcadio Buendía una secuencia de movimientos<br />

psicológicos inicialmente adaptativos, pero que muy pronto<br />

evolucionaron hacia manifestaciones enfermizas cada vez<br />

más graves.<br />

Un emprendimiento sospechoso<br />

Al principio, Macondo floreció rápidamente gracias a la<br />

iniciativa descomunal, el sentido del orden y el trabajo de<br />

José Arcadio Buendía. <strong>El</strong> trazado que diseñó para el pueblo<br />

3. Ciompi, L. “Affect logic: an integrative model of the psyche and its relations to<br />

schizophrenia”, en Br J Psychiatry Suppl. 1994 Apr;(23):51-5.<br />

4. LAPLANCHE, J. y PONTALIS, J.B. Diccionario de psicoanálisis. Editorial Labor<br />

S.A, 1994. Pág. 535.


<strong>El</strong> hombre que terminó amarrado a un árbol de castaño<br />

permitió que todas las casas tuvieran un acceso igual de fácil<br />

al río, y recibieran el sol de manera equitativa a la hora<br />

de mayor calor. Macondo se convirtió así en la “aldea más<br />

ordenada y laboriosa que cualquiera de las conocidas hasta<br />

entonces por sus 300 habitantes” (GGM, ibídem, p. 18).<br />

La loable organización que planteó ya era la exteriorización<br />

de su psicopatología. Algunos movimientos psicológicos<br />

defensivos para evitar la pérdida del juicio y<br />

del contacto con la realidad (psicosis) implican ordenar<br />

afuera como compensación del desorden interior. Esta<br />

fue su reacción inicial. En la novela hay varios ejemplos<br />

de esta tendencia obsesiva y perfeccionista. Sin embargo,<br />

mientras pudo intervenir y generar un control, este<br />

incluía un exceso de orden y equilibrio; pero tan pronto<br />

la complejidad requirió tener que aceptar cierto grado<br />

de desorden, su juicio empezó a perturbarse, obstinándose<br />

por proyectos magníficos e irreductibles que eran<br />

más el reflejo de su imaginación que el resultado de la<br />

confrontación con la realidad. Esta creatividad, esta necesidad<br />

de hacer descubrimientos salvadores, de encontrar resultados<br />

espectaculares, no fueron más que la consecuencia<br />

de su vivencia personal desestructurada, de su culpa, de su<br />

incertidumbre, de su ambivalencia, reflejadas en una necesidad<br />

inconmensurable de actuar para reparar.<br />

Aquel espíritu de iniciativa social desapareció en poco tiempo […]. De<br />

emprendedor y limpio, José Arcadio Buendía se convirtió en un hombre<br />

de aspecto holgazán, descuidado en el vestir, con una barba salvaje<br />

que Úrsula lograba cuadrar a duras penas con un cuchillo de cocina. No<br />

faltó quien lo considerara víctima de algún extraño sortilegio (GGM,<br />

ibídem, pp. 18-19).<br />

A pesar de las disuasiones de Melquíades, el gitano que<br />

llevaba los avances tecnológicos del mundo externo a Macondo,<br />

José Arcadio Buendía se obstinaba en sus propósitos<br />

19


20 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

de una manera irreflexiva y algunas veces riesgosa, como se<br />

observa en los siguientes ejemplos:<br />

Después de convencer a Úrsula para que le cediera sus<br />

ahorros de toda la vida, compró los imanes ofrecidos por los<br />

gitanos, convencido de que atraerían el oro. Utilizó el principio<br />

de la concentración de los rayos solares por la lupa<br />

para plantear un sistema ofensivo de guerra, el cual perfeccionó<br />

y quiso someter a las autoridades. Como resultado,<br />

sufrió quemaduras y estuvo a punto de incendiar la casa.<br />

Emprendió estudios de geografía y astronomía con la ayuda<br />

de instrumentos de navegación que le regaló Melquíades y<br />

casi se insola en la búsqueda de un método para encontrar el<br />

mediodía. Más tarde, sorprendió a sus hijos al contarles que<br />

había descubierto, por su propia especulación, que la tierra<br />

era “redonda como una naranja” (GGM, ibídem, p. 13).<br />

Utilizó las monedas de oro de Úrsula en su laboratorio<br />

de alquimia pretendiendo multiplicar mediante reacciones<br />

químicas el peso del oro, hasta convertir la herencia de<br />

Úrsula en un “chicharrón carbonizado” (GGM, ibídem,<br />

p. 16). Se ilusionó con las posibilidades urbanísticas que<br />

otorgaban las propiedades físicas del agua y pensó que era<br />

posible construir casas con bloques de hielo.<br />

Cuando la peste del insomnio atacó Macondo, quiso defender<br />

al pueblo de la enfermedad con la elaboración de un<br />

instrumento que ayudara a recobrar el recuerdo. Imaginó<br />

un diccionario giratorio, activado por una manivela. Logró<br />

escribir cerca de catorce mil fichas antes de que llegara Melquíades<br />

con la cura contra el olvido.<br />

Pretendió, mediante el uso del daguerrotipo, comprobar<br />

la existencia de Dios. Destrozó la pianola autónoma que<br />

les había enseñado a usar Pietro Crespi, “para descifrar su<br />

magia secreta”, y tras la muerte de Melquíades volvió a encerrarse<br />

en su laboratorio para construir nuevos inventos.<br />

“Vivía entonces en un paraíso de animales destripados, de


<strong>El</strong> hombre que terminó amarrado a un árbol de castaño<br />

mecanismos deshechos, tratando de perfeccionarlos con un<br />

sistema de movimiento continuo fundado en los principios<br />

del péndulo” (GGM, ibídem, p. 92). Y hasta tuvo éxito:<br />

conectó una bailarina al mecanismo del reloj de cuerda, y<br />

el juguete bailó durante tres días. “Pasaba las noches dando<br />

vueltas en el cuarto, pensando en voz alta, buscando la manera<br />

de aplicar los principios del péndulo a las carretas de<br />

bueyes, a las rejas del arado, a todo la que fuera útil puesto<br />

en movimiento” (GGM, ibídem, pp. 94-95).<br />

Una imaginación demasiado voraz<br />

Todas las desatinadas propuestas venían acompañadas de<br />

manifestaciones psicopatológicas que fueron corroborando<br />

cada vez más la presencia de un grave trastorno mental que<br />

hoy podemos definir como esquizofrenia. Al tiempo que<br />

descuidó su presentación y su aseo personal, José Arcadio<br />

Buendía desarrolló una imaginación fuera de lo normal<br />

cuando se entregó a sus empresas científicas. Así, mientras<br />

practicaba con el astrolabio, la brújula y el sextante, en su<br />

desaforado empeño por encontrar el mediodía, “tuvo una<br />

noción del espacio que le permitió navegar por mares incógnitos,<br />

visitar territorios deshabitados y trabar relación<br />

con seres espléndidos, sin necesidad de abandonar su gabinete”<br />

(GGM, ibídem, p. 17).<br />

Estas expresiones tan desfasadas de la realidad son experiencias<br />

imaginarias sobredimensionadas que confluyen en<br />

alteraciones del comportamiento. <strong>El</strong> soliloquio es una manifestación<br />

de su vida mental perturbada, durante el cual responde<br />

a voces irreales, esto es a alucinaciones auditivas, o a percepciones<br />

visuales sin objeto, que son las alucinaciones visuales.<br />

Tan abstraído por su alteración mental, José Arcadio adquiere<br />

una de las características propias de la esquizofrenia:<br />

la conducta autista, en la cual el mundo externo real<br />

21


22 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

desaparece. En estas circunstancias, a las personas que lo<br />

rodean les es difícil contactarse con el enfermo y no entienden<br />

su comportamiento ni sus ideas: “No volvió a comer.<br />

No volvió a dormir. Sin la vigilancia y los cuidados de Úrsula<br />

se dejó arrastrar por su imaginación hacia un estado de<br />

delirio perpetuo del cual no se volvería a recuperar” (GGM,<br />

ibídem, p. 94).<br />

En la medida que su enfermedad progresó, José Arcadio<br />

Buendía se vio en la necesidad de redefinir su percepción<br />

del mundo en lo que se denomina la interpretación delirante,<br />

hasta hallar la respuesta que lo salvara de la irrealidad en<br />

lo que se denomina la iluminación delirante, para, finalmente,<br />

quedar atrapado en una idea delirante estructurada e irreductible,<br />

un mundo propio de tipo alucinatorio. Todo su<br />

esfuerzo de reparación a través de un Macondo perfecto y<br />

después mediante sus empresas desaforadas dirigidas a resolver<br />

los problemas del mundo, no fue suficiente para<br />

tranquilizarlo. Abatido por la ambivalencia irreductible<br />

que supuso la desestructuración de su yo hasta asumir un<br />

comportamiento autista ininteligible, creó su vivencia para<br />

abstraerse de la incertidumbre y de la ansiedad psicótica, es<br />

decir, para salvarse de la desrealización y de la aniquilación.<br />

<strong>El</strong> cerebro de José Arcadio Buendía fabricó una teoría<br />

que le diera sentido a su existencia, sin percatarse, como les<br />

ocurre a los esquizofrénicos, de que no tenía congruencia<br />

con la realidad. Y lo hizo con lo que tenía a mano en su<br />

biografía. Cumplió así el viejo aforismo psiquiátrico que<br />

dice que el paciente delira con lo que tiene. José Arcadio,<br />

amarrado al árbol de castaño, comenzó a ver a Prudencio<br />

Aguilar, y a conversar con él. Si bien esta es una experiencia<br />

psicótica, de desarraigo con la realidad, es una estructuración<br />

psicológica que le da sentido a José Arcadio. La idea<br />

delirante es la expresión creativa del pensamiento con el fin<br />

de reducir la incertidumbre y el caos. Incluso, José Arcadio


<strong>El</strong> hombre que terminó amarrado a un árbol de castaño<br />

estaba convencido de que Prudencio era el que lo consolaba<br />

y lo asistía en sus necesidades, cuando en realidad era<br />

Úrsula la que lo atendía, lo limpiaba y le daba de comer.<br />

Es claro en este pasaje el fenómeno de la ilusión, durante el<br />

cual el paciente esquizofrénico identifica los hechos reales<br />

de acuerdo con su creencia.<br />

Prudencio Aguilar, el personaje muerto y asesinado por<br />

José Arcadio Buendía, quien lo avergonzó señalando su supuesta<br />

fragilidad sexual, el generador de toda la tragedia de<br />

su vida, de su destierro, de la ambivalencia de la sexualidad,<br />

de la incertidumbre, finalmente fue el objeto de condensación<br />

para su delirio; se convirtió en su respuesta, en la salida<br />

a su fragilidad ambivalente; lo situó en la existencia, le<br />

permitió vivir su realidad resolutoria. 5 García Márquez expresa<br />

magistralmente este fenómeno en el pasaje del sueño<br />

de los cuartos infinitos. José Arcadio Buendía soñaba que<br />

se despertaba en una habitación y pasaba a otra habitación<br />

idéntica, y luego a otra idéntica y así sucesivamente, y luego<br />

se devolvía al cuarto real, donde despertaba. Pero una vez<br />

Prudencio Aguilar lo despertó en uno imaginario, y ya no<br />

pudo regresar nunca al cuarto real (GGM, ibídem, p. 166).<br />

Un lenguaje para él solo<br />

En la reconstrucción de una realidad propia, ni siquiera<br />

el propio lenguaje es suficiente. Con frecuencia el esquizofrénico,<br />

en períodos avanzados de su enfermedad, acude<br />

a neologismos, que son palabras y frases propias ininteligibles<br />

para los otros, con significados únicos y propios que ya no<br />

cumplen una función comunicativa. <strong>El</strong> Padre Nicanor, el<br />

párroco del pueblo, descubrió que la jerga de José Arcadio<br />

5. Berrios, G. Historia de los síntomas de los trastornos mentales: la psicopatología descriptiva desde<br />

el siglo XIX. Fondo de Cultura Económica, México, 2008. Pág. 702.<br />

23


24 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

Buendía correspondía al latín y se percató de que, a pesar<br />

de su trastorno mental tan severo, manejaba un sistema lógico<br />

propio de un individuo consciente. Está definido que<br />

la idea delirante, en su contexto, es lógica, pero no cumple<br />

con el principio de la realidad, por lo cual se define como<br />

un pseudosistema lógico. Por eso el padre Nicanor, “asombrado<br />

de la lucidez de José Arcadio Buendía, le preguntó<br />

cómo era posible que lo tuvieran amarrado de un árbol”.<br />

“–Hoc est simplicisimun –contestó él–: porque estoy loco”<br />

(GGM, ibídem, p. 104).<br />

En medio de su condición delirante, la persona con esquizofrenia<br />

es consciente. Usualmente no se desorienta en<br />

espacio, en tiempo ni en persona. Su pensamiento responde<br />

a un pseudosistema lógico. Muchos, incluso, alcanzan a<br />

identificar que sus vivencias no son adecuadas y logran momentos<br />

de introspección, como se observa en la respuesta<br />

que le da José Arcadio al padre Nicanor.<br />

La esquizofrenia: una predisposición<br />

La esquizofrenia es una enfermedad del neurodesarrollo,<br />

es decir, un defecto de origen congénito que altera las<br />

conexiones de las neuronas. Esta alteración hace que el cerebro<br />

no se pueda adaptar a las circunstancias estresantes<br />

del desarrollo. José Arcadio Buendía tenía posiblemente<br />

esta predisposición, la cual hizo que se deteriorara significativamente<br />

hasta el punto de pasar una importante parte<br />

de su vida amarrado a un árbol de castaño en el patio de su<br />

casa. No fueron los sucesos traumáticos los causantes de su<br />

enfermedad, pero sí fueron estos sucesos los que facilitaron<br />

o desencadenaron la patología. Es posible que una persona<br />

con iguales traumas no desarrolle esquizofrenia si no está<br />

predispuesta a sufrir la enfermedad.


<strong>El</strong> hombre que terminó amarrado a un árbol de castaño<br />

La esquizofrenia corresponde a un grupo de trastornos<br />

mentales crónicos y graves, caracterizados por alteraciones<br />

en la percepción de la realidad. Causa, además, una mutación<br />

sostenida de varios aspectos del funcionamiento psíquico<br />

del individuo, principalmente de la conciencia de<br />

realidad, y una desorganización psicológica compleja, en<br />

especial de las funciones ejecutivas, que lleva a una dificultad<br />

para mantener conductas motivadas y dirigidas a metas,<br />

y una significativa disfunción social. Una persona con<br />

esquizofrenia, por lo general, muestra lenguaje y pensamientos<br />

desorganizados, delirios, alucinaciones, trastornos<br />

afectivos y conducta inapropiada. <strong>El</strong> diagnóstico se basa<br />

en las experiencias reportadas por el mismo paciente, en<br />

los antecedentes personales y familiares, y en el comportamiento<br />

observado por el examinador.<br />

Si José Arcadio Buendía hubiera tenido la oportunidad<br />

de tratarse médicamente, se habría beneficiado de las intervenciones<br />

psicológicas y psicofarmacológicas modernas,<br />

y no habría tenido el triste destino que le tocó asumir. En<br />

primer lugar, una intervención psicoterapéutica que le permitiera<br />

desculpabilizarse y paliar el temor y la ambivalencia,<br />

habría sido beneficiosa. En segundo lugar, los medicamentos<br />

antipsicóticos modernos no solo habrían mejorado los<br />

síntomas positivos de la enfermedad (alucinaciones, ilusiones,<br />

delirios), sino también los síntomas negativos (el retraimiento<br />

social, la desorganización comportamental, el<br />

deterioro cognitivo).<br />

Los antipsicóticos actúan sobre cierto tipo de receptores<br />

en el cerebro, mejorando los síntomas de la esquizofrenia.<br />

Su efecto más definido se da por modificaciones en la<br />

estructura cerebral, cambiando el número de neuronas y<br />

sus conexiones, y cambiando, por lo tanto, las condiciones<br />

funcionales del cerebro. 6<br />

25


26 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

Si José Arcadio Buendía hubiera podido usar un medicamento<br />

antipsicótico, tal vez no habría llegado nunca a sus<br />

vivencias de los cuartos sucesivos con Prudencio Aguilar, ni<br />

a su aparatosa actividad delirante y alucinatoria. Habría estado<br />

al lado de su esposa, trabajando, preocupándose no<br />

solo por las condiciones emocionales de Úrsula sino también<br />

por la educación adecuada y el acompañamiento amoroso<br />

de sus hijos: José Arcadio, Aureliano y Amaranta.<br />

Pero José Arcadio Buendía, en sus empresas disparatadas<br />

y sus delirios alucinatorios, descuidó a su familia, no se<br />

interesó significativamente por la educación de sus hijos,<br />

quienes lo vieron casi siempre empecinado en sus proyectos<br />

inverosímiles, retraído emocionalmente, con aspecto de<br />

holgazán, y las más de las veces hablando de temas ininteligibles<br />

en un lenguaje incoherente.<br />

Este esquema de padre perturbado mentalmente deja<br />

huellas en los hijos, quienes no cuentan con una figura<br />

estructurada para identificarse. Si José Arcadio Buendía<br />

hubiera podido tener atención psiquiátrica y hubiera tomado<br />

medicamentos antipsicóticos, la historia de Macondo<br />

habría sido diferente. Quizás su hijo José Arcadio jamás<br />

se habría ido con los gitanos, ni le habría dado la vuelta al<br />

mundo 65 veces para regresar a Macondo con todo el cuerpo<br />

tatuado y con vicios de marinero; tal vez nunca se habría<br />

casado con Rebeca, su hermana de crianza, en un acto de<br />

perfil incestuoso. Aureliano Buendía no habría participado<br />

en 32 guerras civiles, no habría tenido 17 hijos con 17<br />

mujeres distintas, y no habría sufrido de su incapacidad de<br />

amar. Amaranta, por su parte, no se habría vengado de su<br />

único amor rechazándolo hasta llevarlo al suicidio, ni se<br />

6. Dwyer, Donard S (ed.). “Evidence for neuroprotective effects of antipsychotic<br />

drugs: implications for the pathophysiology and treatment of schizophrenia”, en<br />

The Pharmacology of Neurogenesis and Neuroenhancement. Louisiana State University USA.<br />

Academic Press <strong>El</strong>sevier 2007, 107-178.


<strong>El</strong> hombre que terminó amarrado a un árbol de castaño<br />

habría quemado su mano envenenada de la rabia, ni abusado<br />

sexualmente de sus sobrinos. Tal vez no habría muerto<br />

soltera y virgen, embargada por un odio inconcebible.<br />

Si José Arcadio Buendía hubiera podido ser tratado con<br />

psicoterapia y medicamentos antipsicóticos, tal vez Macondo<br />

todavía existiría.<br />

27


2<br />

La pesadilla de Dios<br />

Del trastorno disocial al trastorno antisocial de la<br />

personalidad: una explicación a partir de Alexis,<br />

personaje de La Virgen de los Sicarios.<br />

David A. Pineda


DAVID A. PINEDA (Barranquilla, Colombia, 1951) es médico cirujano de la<br />

Universidad de Cartagena; neurólogo de la Universidad de Antioquia; magíster<br />

en Neuropsicología de la Universidad de San Buenaventura, de Medellín; y doctor<br />

honoris causa en Psicología de la Universidad Maimónides, de Buenos Aires, Argentina.<br />

Actualmente, en la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia,<br />

es profesor titular de Neurología y Neuropsicología, jefe del programa de posgrado<br />

de Neurología y coordinador del Grupo de Investigaciones Neuropsicología y Conducta.<br />

Es autor de más de setenta artículos científicos publicados en revistas indexadas<br />

en PubMed-MedLine, así como de más de una docena de capítulos de libros<br />

de Neurología editados por el CIB, Editorial Médica Panamericana y por Manual<br />

Moderno. También es compilador de cuatro textos de Neuropsicología editados<br />

por Prensa Creativa de Medellín. Participó como poeta y cuentista del Taller de Escritores<br />

de la Biblioteca Pública Piloto, dirigido por Manuel Mejía Vallejo, y del taller<br />

de poesía de la misma biblioteca, dirigido por Jaime Jaramillo Escobar (X504).<br />

Tiene dos libros de poesía editados por la Biblioteca Pública Piloto de Medellín: La<br />

buhardilla del tiempo y De bronce y agua.<br />

En el siguiente ensayo, a partir de Alexis, uno de los personajes principales de La<br />

Virgen de los Sicarios, de Fernando Vallejo (Medellín, 1942), el especialista analiza el<br />

trastorno antisocial de la personalidad desde la perspectiva de las neurociencias sociales.<br />

La novela, publicada en 1994, hace una cruda descripción de la Medellín<br />

afectada por el crecimiento desmesurado de las comunas y por las bandas de delincuentes<br />

que la arrasan.<br />

Advertencia<br />

Salvo que se indique otra cosa, las citas textuales han<br />

sido tomadas de la edición abajo mencionada. Dentro<br />

del texto, entre paréntesis, se anotan los números de<br />

página correspondientes.<br />

• VALLEJO, Fernando. La Virgen de los Sicarios. Alfaguara,<br />

2008.


Cuadro clínico <strong>El</strong> paciente presenta un cuadro crónico de trastorno disocial<br />

y antisocial de la personalidad. Reacciona de manera desmedida<br />

frente a hechos triviales y no exhibe el menor pudor<br />

frente a las reglas de la sociedad. En su conducta no se perciben<br />

rasgos de culpa ni sentimientos de empatía. Por no ser un<br />

caso aislado, la recomendación no es particular sino general:<br />

trabajar de manera simultánea en todos los niveles de la actividad<br />

representacional del cerebro, lo que podría incluir el<br />

uso de medicamentos que permitan regular el ambiente neuroquímico<br />

del encéfalo, el entrenamiento empático, las modificaciones<br />

del procesamiento emocional y la reconstrucción<br />

de la cognición social. También es necesario intervenir<br />

en la construcción de representaciones sociales tolerantes.<br />

En La Virgen de los Sicarios, el novelista Fernando Vallejo<br />

se ha impuesto la disciplina de contar en primera<br />

persona solo lo que ve y escucha, como un documentalista<br />

que plasma la realidad en un video: usa las palabras<br />

en lugar del registro visual, y en lugar de los trucos de la luz,<br />

lanza sus opiniones desaforadas como los proyectiles de una<br />

mini-Uzi.<br />

Y es que lo que ve y lo que escucha se asemejan mucho<br />

a las balas, a la ráfaga de una ametralladora que<br />

no deja espacio a la misericordia: la vida de los sicarios<br />

de Medellín, la tropa fiel de matones imberbes al<br />

servicio de Pablo Escobar que, tras la muerte del ca-<br />

po, han quedado desocupados y andan en busca de afinar<br />

su puntería con cualquier pretexto: porque un vecino puso<br />

la música duro, por un tropezón accidental en la calle, por<br />

una grosería, por la altanería de un taxista alevoso. O, sin ir<br />

más lejos, como lo dice la novela directamente: “Por la simplísima<br />

razón de andar existiendo” (Vallejo, ibídem, p. 78).<br />

Vallejo no intenta, como muchos otros escritores, entrar<br />

en la mente de estos precoces criminales para especular<br />

sobre los espíritus que gobiernan sus actos. Más bien, se<br />

limita a ser testigo de sus vidas a partir de la de Alexis, un


34 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

muchachito que no llega a los dieciocho años y ya tiene más<br />

de cien muertos encima.<br />

De una forma similar, la cuarta edición del Manual estadístico<br />

para el diagnóstico de los trastornos mentales (DSM-IV) 1 establece<br />

que, para construir las categorías de los desórdenes mentales,<br />

el clínico debe fijarse solo en los síntomas descritos por<br />

el paciente o por los familiares, sin hacer inferencias acerca<br />

de lo que el paciente está pensando y sin especular acerca de<br />

los orígenes y las motivaciones que desencadenan los desafueros<br />

de las conductas. No está permitido, como sí sucede<br />

en las novelas escritas por un narrador omnisciente, construir<br />

reflexiones psicológicas acerca de las preocupaciones y<br />

perversiones en las intenciones subyacentes de la psiquis de<br />

los pacientes. <strong>El</strong> DSM-IV parte del mismo principio objetivista<br />

de Fernando Vallejo, según el cual uno “no es Dostoievsky<br />

ni Dios padre para meterse en la mente de los otros”<br />

(Vallejo, ibídem, p. 17). En este caso, el principio se aplicaría<br />

a los psiquiatras y no a los escritores. Esta es la diferencia<br />

básica de la psiquiatría moderna –basada en la estadística y<br />

la epidemiología de las conductas desviadas de la norma– y<br />

el psicoanálisis.<br />

Este es el ámbito en el que nos moveremos para analizar<br />

las conductas de Alexis, el personaje principal de la novela<br />

junto con Fernando –el narrador– y, por asociación, las de<br />

Wílmar y los demás jóvenes de las comunas de Medellín. En<br />

ellos se concentra Vallejo para enrostrarnos la realidad de<br />

una ciudad convulsionada en la que la novela nos introduce<br />

desde sus primeras páginas: “Éramos, y de lejos, el país más<br />

criminal de la tierra, y Medellín la capital del odio” (Vallejo,<br />

ibídem, p. 10).<br />

1. American Psychiatric Association. Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders,<br />

DSM-IV-TR. 2004.


<strong>El</strong> trastorno disocial<br />

La pesadilla de Dios<br />

Si un niño o un adolescente como Alexis, Wílmar o los<br />

jóvenes similares a ellos que van apareciendo en la novela<br />

despliega de forma persistente una serie de conductas que<br />

están dirigidas a violar los derechos y el bienestar de los demás,<br />

se dice que el menor presenta un trastorno disocial, de<br />

acuerdo con el DSM-IV. Para que se configure el diagnóstico,<br />

se establece que los padres y mentores deben informar<br />

que tres de las conductas perturbadoras deben haberse presentado,<br />

de manera sucesiva o simultánea, durante un año,<br />

y una de ellas debió ser constante y muy evidente durante<br />

seis meses consecutivos.<br />

Estos comportamientos han sido agrupados por el DSM-<br />

IV en: a) conductas agresivas y violentas, b) daños a la propiedad<br />

y vandalismo, c) trampa, estafa y robo, y d) violaciones<br />

serias a las normas de disciplina.<br />

La dimensión de agresividad y violencia se refiere a conductas<br />

desplegadas por el muchacho que buscan amenazar,<br />

lesionar o someter a los demás en contra de su voluntad.<br />

También se incluye en esta dimensión de violencia las conductas<br />

de crueldad deliberada hacia los niños más pequeños<br />

e indefensos y contra los animales; y el uso de objetos (piedras,<br />

palos, bates, cadenas, etc.) para golpear o herir, o el<br />

uso de armas artesanales o industriales.<br />

La dimensión de daño a la propiedad y vandalismo son<br />

los comportamientos dirigidos de forma intencional a destruir<br />

objetos valiosos de los demás. Estas conductas se pueden<br />

desplegar de forma individual o colectiva. Incluye los<br />

incendios deliberados, independiente de si se hacen por<br />

placer, para destruir algo por venganza o para ocultar pruebas<br />

de otro tipo de delitos.<br />

La trampa, la estafa y el robo son conductas que llevan al<br />

despliegue de mentiras persistentes con el objetivo de ob-<br />

35


36 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

tener ventajas materiales. Incluye el hurto oportunista, el<br />

atraco y el entrar de manera violenta a las casas, los edificios<br />

o los carros para robar.<br />

La violación de normas de disciplina es la tendencia<br />

constante a evadir y rechazar cualquier tipo de límite social<br />

de la conducta. Es la propensión irrefrenable a hacer solo<br />

aquello que produce placer y recompensa inmediata, aunque<br />

implique daño a otros, o incluso riesgos para la salud o<br />

la vida. Adelantando de forma abusiva una especulación, y<br />

solo a manera de hipótesis, es como si las normas y las reglas<br />

fuesen elementos monstruosos de martirio inexplicable,<br />

que generaran repugnancia, fastidio o cualquier otro tipo<br />

de malestar emocional insoportable. La tendencia, entonces,<br />

es a volarse sin permiso de la casa, incluso durante varios<br />

días, a permanecer en la calle vagando o en actividades<br />

delictivas menores, cuando se debería estar en el colegio.<br />

Estos comportamientos van apareciendo en la novela<br />

bien por acción de Alexis o de Wílmar, bien por la descripción<br />

que hace Fernando, el narrador, de las costumbres<br />

insanas a las que se ve sometida Medallo. Alexis, por ejemplo,<br />

bota la casetera que le regaló Fernando por la ventana, sin<br />

prevención alguna de hacerle daño a un transeúnte, solo<br />

porque a Fernando no le gusta el ruido; coge el televisor a<br />

tiros por el mismo motivo; “quiebra” en la calle a un vecino<br />

punkero cuyo único pecado fue poner una noche la música<br />

a todo volumen, y más tarde a una mesera porque no<br />

les entregó una servilleta entera sino un triangulito con el<br />

que no podían limpiarse. Wílmar, por su parte, “le propinó<br />

un frutazo en el corazón” (Vallejo, ibídem, p. 115) a un<br />

hombre que silbaba por la avenida, solo porque a Fernando<br />

le fastidiaba el sonido. Y el propio Fernando le confiesa a<br />

Wílmar que alguna vez en su niñez quebró el mármol de<br />

una estatua en el parque Boston: “Y no había tampoco vidrio<br />

de casa que resistiera una andanada nuestra de piedras<br />

y de maldad” (Vallejo, ibídem, p. 123).


La pesadilla de Dios<br />

Vallejo va soltando entre página y página los síntomas de<br />

una ciudad trastornada: que en Medellín se roban hasta el<br />

papel higiénico; que el día de la inauguración del metro los<br />

visitantes se llevaron hasta los sanitarios; que algo parecido<br />

ocurrió con los rieles de la antigua estación del Ferrocarril<br />

de Antioquia; y que en el insulto de un gamín a un policía<br />

percibió un odio que no había notado nunca antes:<br />

Yo no sé por qué le pegaría el policía y si le pegó, pero la palabra en<br />

boca de ese niño era la más cargada de rencor y de odio que he oído<br />

en mi vida. ¡Y miren que he vivido! “¡Gonorrea!” <strong>El</strong> infierno entero<br />

concentrado en un taco de dinamita. “Si este hijueputica –pensé yo– se<br />

comporta así de alzado con la autoridad a los siete años, ¿qué va a ser<br />

cuando crezca? Este es el que me va a matar” (Vallejo, ibídem, p. 63).<br />

Se ha asimilado que este tipo de conductas son producto<br />

de la pobreza y de la adversidad social, incluso por investigadores<br />

sociales serios referenciados en el DSM-IV. Desde<br />

este sesgo sociológico, según el cual las comodidades materiales<br />

y económicas serían casi incompatibles con la conducta<br />

disocial, se asume que la pobreza es el principal factor<br />

de riesgo para la delincuencia infantil y juvenil. Dicho de<br />

una forma más grosera: los niños y adolescentes ricos estarían<br />

inmunizados genéticamente contra la delincuencia.<br />

Se presume, entonces, que la pobreza es hereditaria: “Que<br />

el gen de la pobreza es peor, más penetrante” (Vallejo, ibídem,<br />

p. 120).<br />

Sin embargo, estudios más rigurosos muestran que las<br />

conductas antisociales en menores ricos ocurren con igual<br />

o más frecuencia que en los jóvenes de las comunas pobres;<br />

lo que cambia es la instrumentación, la capacidad de ocultamiento<br />

y el estilo. Un niño, una niña o un adolescente<br />

de los estratos sociales altos puede desplegar conductas violentas,<br />

capacidad de hacer trampa, de estafar, de robar y de<br />

cometer vandalismo como un muchacho de los extramuros.<br />

No obstante, la divulgación social de estos comportamientos<br />

37


38 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

se matiza por la capacidad de ocultamiento que despliegan<br />

los padres y familiares de estos delincuentes ricos, gracias<br />

a la compra de silencios, que es posible y muy fácil cuando<br />

se manejan recursos económicos enormes. Este camuflaje<br />

social deliberado, de por sí, genera al menos dos delitos<br />

adicionales: la complicidad y el soborno. Desde una perspectiva<br />

menos cargada de ideología y discriminación social,<br />

se derivaría que lo realmente genético es la tendencia a la<br />

maldad o la necesidad irrefrenable de dañar a los demás. 2<br />

Además de los enemigos que les dejaron sus difuntos padres, hermanos y<br />

amigos, cada quien en las comunas se consigue por su propia cuenta los<br />

propios para heredárselos a su vez, todos sumados, a sus hijos, hermanos<br />

y amigos cuando lo maten. Es la herencia de la sangre, el río desbordado<br />

(Vallejo, ibídem, p. 99).<br />

<strong>El</strong> trastorno antisocial de la personalidad<br />

Cuando las conductas disociales aparecen a edades muy<br />

tempranas (antes de los seis años) y persisten a pesar de las<br />

modificaciones en las contingencias ambientales o en el<br />

contexto de condiciones económicas favorables, se presume<br />

que el trastorno tiene un poderoso componente genético.<br />

Cuánto hace que se murieron los viejos, que se mataron de jóvenes, unos<br />

con otros a machete, sin alcanzarle a ver tampoco la cara cuartiada a la<br />

vejez. A machete, con los que trajeron del campo cuando llegaron huyendo<br />

dizque de ‘la violencia’ y fundaron estas comunas sobre terrenos<br />

ajenos, robándoselos, como barrios piratas o de invasión. De ‘la violencia’…<br />

¡Mentira! La violencia eran ellos. <strong>El</strong>los la trajeron, con los machetes.<br />

De lo que venían huyendo era de sí mismos (Vallejo, ibídem, p. 97).<br />

Además, se ha encontrado que tiene más probabilidades<br />

de persistir en el adulto, formando parte estructural del<br />

modo de interactuar del sujeto con su entorno y de asumir<br />

2. McGuffin, Peter y thapar, Anita. “Genetic basis of bad behaviour in adolescents”,<br />

en The Lancet, 1997; 350: 411-4.


La pesadilla de Dios<br />

las relaciones con los demás. <strong>El</strong> adulto está convencido de<br />

que la forma adecuada y segura de lograr éxito y reconocimiento<br />

es a través de la trampa, de la imposición violenta,<br />

del sometimiento a los demás y del engaño. Es la construcción<br />

de la cultura del avivato, del astuto a toda prueba, del<br />

malicioso ventajista, del facineroso que alardea de su condición,<br />

del orgulloso forajido. En la novela, Vallejo (o Fernando,<br />

el narrador) se lo endilga a la conquista española y<br />

a la mezcla de razas:<br />

Españoles cerriles, indios ladinos, negros agoreros: júntelos en el crisol<br />

de la cópula a ver qué explosión no le producen con todo y la bendición<br />

del papa. Sale una gentuza tramposa, ventajosa, perezosa, envidiosa,<br />

mentirosa, asquerosa, traicionera y ladina, asesina y pirómana. Ésa es la<br />

obra de España la promiscua, eso lo que nos dejó cuando se largó con el<br />

oro (Vallejo, ibídem, p. 104).<br />

Se conforma de esta manera el trastorno antisocial de la<br />

personalidad, definido por el DSM-IV (aunque ha recibido<br />

otras denominaciones como psicopatía y sociopatía) como<br />

un patrón persistente de la conducta dirigido a violar los<br />

derechos de los demás, el cual empieza en la niñez, continúa<br />

en la adolescencia y transcurre de forma invariable en<br />

la adultez.<br />

Para hacer el diagnóstico, el individuo debe tener 18<br />

años, debe haber tenido trastorno disocial antes de los 15<br />

años y el patrón de conducta antisocial debe continuar con<br />

igual o mayor intensidad en la adultez. En general, estas<br />

conductas están prohibidas por la ley y configuran delitos<br />

que ameritan diversas sanciones legales, que van desde<br />

multas hasta encarcelamiento. Los sujetos con este problema<br />

son mañosos y manipuladores con el objeto de obtener<br />

beneficios económicos inmediatos que les generen grandes<br />

niveles de placer con aparente poco esfuerzo. Las decisiones<br />

que toman estas personas no consideran los sentimientos de<br />

los demás, ni el impacto que sus conductas pueden ocasionar<br />

a los otros o a sus familiares:<br />

39


40 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

Ni tiempo tuve de detenerlo. [Alexis] Corrió hacia el hippie, se le adelantó,<br />

dio media vuelta, sacó el revólver y a pocos palmos le chantó un<br />

tiro en la frente, en el puro centro, donde el miércoles de ceniza te<br />

ponen la santa cruz. ¡Tas! Un solo tiro, seco, ineluctable, rotundo, que<br />

mandó a la gonorrea esa con su ruido a la profundidad de los infier-<br />

nos (Vallejo, ibídem, p. 30).<br />

Así obraban Alexis, Wílmar y los demás muchachos de su<br />

condición, sicarios desempleados desde la muerte de Escobar.<br />

Con razón Fernando sentenciará: “Mire parcero, no<br />

somos nada. Somos una pesadilla de Dios, que es loco” (Vallejo,<br />

ibídem, p. 47).<br />

Es imposible saber si Alexis o Wílmar eran nombres reales,<br />

pues la tendencia general de los sujetos con trastorno<br />

antisocial de la personalidad es a usar sobrenombres o<br />

alias, por ejemplo el Difunto, la Plaga, el Tira o cualquier otra<br />

referencia que implique alguna forma de reafirmación de<br />

poder especial para inspirar miedo o respeto. Es habitual<br />

que sean al extremo mentirosos e irresponsables. Por eso<br />

no se detienen en ampararse en la propia familia o en amigos<br />

cercanos ingenuos para estafar, obtener deudas y dejarlas<br />

sin pagar, abandonar a sus hijos y cometer todo tipo<br />

de acciones que llevan a la violación abierta de las leyes y<br />

las normas mínimas de ética. Para llevar esto a cabo buscan<br />

racionalizaciones triviales, que indican un nivel muy superficial<br />

de remordimiento: la vida es injusta, el perdedor<br />

merece perder, la vida es de los vivos, le iba a pasar eso de<br />

todas maneras, el derecho no es de nadie sino del que llegue<br />

primero:<br />

¿Cómo puede matar uno o hacerse matar por unos tenis? preguntará<br />

usted que es extranjero. Mon cher ami, no es por los tenis: es por un<br />

principio elemental de Justicia en el que todos creemos. Aquel a quien<br />

se los van a robar cree que es injusto que se los quiten puesto que él los<br />

pagó; y aquel que se los va a robar cree que es más injusto no tener-<br />

los (Vallejo, ibídem, p. 68).


La pesadilla de Dios<br />

Una característica llamativa de las personas con trastorno<br />

antisocial de la personalidad es su incapacidad para enmendarse<br />

o para reparar los daños causados, lo cual persiste a lo<br />

largo de la vida. Alexis era una especie de “ángel exterminador”<br />

que asesinaba con indolencia a cuanto ser le estorbara,<br />

y, sin embargo, no se desvelaba: “Alexis duerme abrazado<br />

a mí con su trusa y nada, pero nada, nada le perturba<br />

el sueño. Desconoce la preocupación metafísica” (Vallejo,<br />

ibídem, p. 46).<br />

<strong>El</strong> trastorno es, entonces, crónico, aunque las conductas<br />

tienden a disminuir en intensidad y en frecuencia después<br />

de los cuarenta años. Por esta razón la mortalidad entre las<br />

personas jóvenes con este problema es superior al treinta<br />

por ciento. Usualmente, el trastorno se asocia al alcoholismo,<br />

a la dependencia de sustancias, aunque no siempre.<br />

Sin embargo, suelen existir antecedentes familiares que hacen<br />

suponer la existencia de una predisposición genética.<br />

En ese sentido, no es raro que el padre de Alexis hubiera<br />

muerto asesinado, como moriría Alexis, en su ley, a manos<br />

de un joven similar a él.<br />

Una explicación desde las neurociencias sociales<br />

Las neurociencias sociales son un área nueva del conocimiento<br />

que pretende integrar las teorías derivadas de las<br />

ciencias sociales y de las ciencias neurológicas para tratar<br />

de explicar cómo el cerebro de un sujeto se representa las<br />

relaciones que existen con los demás. Se supone que las<br />

personas con trastornos en las relaciones sociales podrían<br />

tener alteraciones en la manera como el cerebro procesa<br />

la información social, independiente de si su causa es genética,<br />

aprendida o una de mezcla de las dos en diferentes<br />

proporciones.<br />

41


42 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

Las neurociencias sociales intentan responder a tres<br />

preguntas fundamentales: ¿cómo se representa el cerebro<br />

al otro?, ¿cómo construye el cerebro los sentimientos<br />

del otro? y ¿cómo se representa el cerebro la complejidad<br />

de la cultura y lo social? De las respuestas a estas tres preguntas<br />

han derivado sus respectivos modelos teóricos –que<br />

se pueden suponer como complementarios–, aunque las<br />

metodologías utilizadas para desarrollar sus conceptos sean<br />

diversas. 3<br />

¿Cómo se representa el cerebro al otro? <strong>El</strong> asunto de la empatía<br />

<strong>El</strong> concepto de empatía hace referencia a la capacidad<br />

que tendría una persona para ponerse en el lugar del otro,<br />

sobre todo en momentos de dificultades. Es la capacidad de<br />

ponerse en los zapatos de los demás y sentir el malestar que<br />

sienten en un mal momento. Tiene componentes representacionales<br />

tanto cognitivos como emocionales. Supone<br />

la estructuración de varias representaciones en el cerebro:<br />

1) la preocupación empática, 2) la toma de perspectiva, 3) la<br />

fantasía empática y 4) el estrés personal por lo social.<br />

La preocupación empática se refiere a la capacidad que<br />

tendrían algunos circuitos cerebrales, situados en la parte<br />

inferior de los lóbulos frontales y en la parte medial de<br />

los hemisferios cerebrales (sistema límbico), para activarse,<br />

de forma retrospectiva y prospectiva, frente a los eventos<br />

con significado emocional que afectan a los demás. De<br />

esa forma, una persona con una actividad adecuada de estos<br />

circuitos podría disfrutar sinceramente con la noticia del<br />

grado del hijo de un vecino. También sería capaz de sentir<br />

pena y tristeza por la muerte del familiar de un amigo. De<br />

3. Moya-Albiol, Luis; Herrero, Neus; Bernal, M. Consuelo. “Bases neurales<br />

de la empatía”, en Revista de Neurología, 2010; 50: 89-100.


La pesadilla de Dios<br />

igual forma se podría conmover, generando conductas de<br />

solidaridad, frente a las situaciones adversas de conocidos, a<br />

pesar de no ser cercanos. La preocupación empática llevaría<br />

naturalmente al ser humano a generar aproximaciones cognitivas<br />

y emocionales que le permitiría tener un entorno<br />

social de apoyo mutuo.<br />

La toma de perspectiva es un conjunto de habilidades<br />

cognitivas que permitirían construir abstracciones acerca<br />

de las situaciones o eventos que implican la interacción social<br />

entre las personas, con lo cual se generarían creencias<br />

relacionadas con el accionar propio en caso de encontrase<br />

en dichas situaciones. Es un algo así como ver los toros desde<br />

la barrera, pero en relación con la forma en que diferentes<br />

grupos reaccionan de manera individual y colectiva a<br />

los eventos sociales. Sería una representación metacognitiva<br />

de lo social, que dependería de los circuitos dorsolaterales<br />

de las áreas prefrontales del cerebro. Las del hemisferio<br />

izquierdo aportarían conceptos derivados directamente<br />

del lenguaje, mientras que el hemisferio derecho aportaría<br />

información derivada de abstracciones de la experiencia<br />

emocional, para construir algoritmos de acción para la<br />

movilización de sentimientos regulados. Este sistema sería<br />

un sistema organizador racional y civilizado de la actividad<br />

social, perfectamente controlado, si su actividad fuera la<br />

dominante en todos los cerebros humanos. Sin embargo,<br />

solo una pequeña proporción, probablemente no superior<br />

al 10 por ciento de todos los conglomerados humanos, tiene<br />

esta capacidad empática racional desarrollada de manera<br />

espontánea y dominante. Son los buenos por naturaleza,<br />

los solidarios sinceros, independiente de su situación social<br />

o económica.<br />

La fantasía empática o sensibilidad imaginada es la capacidad<br />

de desplegar sentimientos similares a los que sufren<br />

los protagonistas de una novela o de una película. Es la po-<br />

43


44 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

sibilidad de emocionarse frente a hechos que con anticipación<br />

sabemos que corresponden a una ficción. Moviliza<br />

circuitos del sistema límbico en conexión con áreas occipitales<br />

y parietales. Este tipo de componente permitiría a<br />

los novelistas, a los poetas, a los pintores, a los directores<br />

de cine, a los músicos y, en general, a los artistas construir<br />

y trasmitir sentimientos que movilizan emocionalmente a<br />

los demás. La mayoría podemos sentir la empatía imaginada<br />

y entenderla, pero son pocos los que tienen el talento de<br />

construirla en lo demás.<br />

<strong>El</strong> estrés personal frente a lo social es la capacidad de<br />

sentir emociones sinceras y reales frente a las situaciones<br />

emocionales de los demás. Supone la activación de zonas<br />

específicas del sistema límbico, especialmente un conglomerado<br />

de neuronas situado en la punta del lóbulo temporal,<br />

llamado núcleo amigdalino, y otro escondido en la<br />

unión de la parte posteroinferior del lóbulo frontal con el<br />

lóbulo temporal, llamado núcleo accúmbens, que tienen gran<br />

cantidad de receptores para neuroquímicos que regulan la<br />

activación de la parte del cerebro encargada del control de<br />

las actividades de todas las vísceras del cuerpo (corazón, vasos<br />

sanguíneos, estómago, intestino, glándulas de la boca y<br />

de los ojos, pupilas, etc.). Cada vez que nos emocionamos,<br />

nuestras vísceras modifican automáticamente, sin nuestro<br />

control voluntario, su actividad. Este sistema autonómico<br />

tiene conexiones con los otros sistemas de la empatía, para<br />

desplegar las emociones concordantes con las representaciones<br />

que tenemos de las emociones de los demás.<br />

¿Cómo construye el cerebro los sentimientos del otro?<br />

<strong>El</strong> procesamiento emocional<br />

La observación de las interacciones entre los animales de<br />

la misma especie, especialmente para garantizar la supervivencia<br />

colectiva (la constitución de manadas en el caso de


La pesadilla de Dios<br />

los herbívoros, y de jaurías en el caso de los carnívoros), ha<br />

desarrollado una serie de teorías explicativas, a través de la<br />

etología, de las señales instintivas que mantienen la cohesión<br />

en el conjunto de las bestias. Uno de los hechos que<br />

más han llamado la atención a los etólogos es que, por lo<br />

general, la mayoría de las manadas y de las jaurías despliegan<br />

señales instintivas que impiden a los miembros de una<br />

misma especie matarse entre sí de forma intencional. Paradójicamente,<br />

a pesar de poseer dispositivos de agresión altamente<br />

eficaces para cazar a sus presas, parecería no existir<br />

el asesinato entre las bestias. Entonces, se supone que los<br />

seres humanos disponemos en nuestro cerebro de un sistema<br />

muy sutil de procesamiento de señales, especialmente<br />

gestuales, que nos permiten interpretar los sentimientos de<br />

los otros, a la vez que podemos transmitir los propios sentimientos,<br />

para mantener nuestra aproximación a los demás.<br />

Implica al menos cuatro dimensiones: 1) identificación, 2)<br />

facilitación, 3) comprensión y 4) manejo o regulación.<br />

La identificación se supone que es una habilidad perceptual,<br />

la cual se ha medido en estudios controlados, utilizando<br />

la capacidad para identificar de manera rápida y precisa<br />

las señales emocionales en los ojos, en los rostros o en las<br />

posturas presentadas en fotografías sucesivas o en videos en<br />

cámara lenta. <strong>El</strong> rigor del modelo, que deriva directamente<br />

de las teorías conductistas, no permite presentarlo o discutirlo<br />

de otra manera. Se supone que las personas con trastorno<br />

disocial o con trastorno antisocial de la personalidad<br />

pudieran presentar algún tipo de discapacidad para reconocer<br />

algunas de estas señales en los demás. Algunos teóricos<br />

explican el aumento de las agresiones interpersonales<br />

con el uso de las armas de fuego argumentando que la distancia<br />

en la que se pueden producir las lesiones no permite<br />

identificar las señales emocionales de la víctima. 4<br />

4. Moya-Albiol, Luis. “Bases neurales de la empatía”, en Revista de Neurología,<br />

2004; 38: 1067-1075.<br />

45


46 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

La facilitación se refiere a la activación rápida de sistemas<br />

de reconocimiento emocional que hubiesen sido reforzados<br />

por aprendizaje operante o condicionado. Si los<br />

sistemas de procesamiento activados son de tipo emocional<br />

negativo, las personas solo podrán identificar las emociones<br />

negativas de los demás. Se supone que esto pudiera suceder<br />

en ambientes con altos niveles de conflicto y violencia, que<br />

llevaría a la facilitación de señales relacionadas con la amenaza,<br />

la agresión y el miedo. Mientras que sería imposible<br />

identificar señales más sutiles de emociones positivas, a menos<br />

que se expresaran de manera abierta y explícita.<br />

La comprensión emocional implica el enganche de las<br />

emociones con elementos cognitivos de representaciones<br />

complejas, específicamente del lenguaje. Esta capacidad<br />

permite hablar de las emociones propias y de los otros. Para<br />

tener esta habilidad se necesita un adecuado desarrollo intelectual<br />

y del lenguaje. Por esta razón es usual encontrar<br />

una gran proporción de sujetos como Alexis entre los delincuentes<br />

violentos, con capacidad intelectual baja y con<br />

deficiencia en la fluidez verbal. 5<br />

La regulación emocional sería el despliegue de conductas<br />

ajustadas al resto del procesamiento emocional. Estas conductas<br />

tendrían señales emocionales destinadas a los demás<br />

sujetos del conglomerado cercano. Implica el funcionamiento<br />

adecuado de circuitos de los lóbulos frontales. Se<br />

pone de manifiesto midiendo las respuestas conductuales<br />

y la regulación de la actividad visceral frente a situaciones<br />

(fotografías y videos) que se suponen con carga emocional<br />

positiva o negativa. <strong>El</strong> modelo asume que sería posible entrenar<br />

al sistema autónomo para dar respuestas emocionales<br />

5. Puerta, Isabel Cristina; Martínez-Gómez, Jormaris; Pineda, David A. “Prevalence<br />

of mental retardation in teenagers with dissocial conduct disorder”, en<br />

Revista de Neurología, 2002; 35: 1014-1018.


La pesadilla de Dios<br />

adecuadas y regular la conducta violenta. Algo similar a lo<br />

mostrado en el entrenamiento conductual del protagonista<br />

de La naranja mecánica, de Stanley Kubrick. Como sucede<br />

en esta película, la mayoría de los científicos expertos en<br />

neurociencias parecen concordar en que este tipo de entrenamiento<br />

conductual solo construye delincuentes más solapados<br />

y con mejor control emocional, es decir más eficaces.<br />

Esta sería una explicación de los fracasos de la mayoría de<br />

los programas de reeducación social de antisociales en mu-<br />

chas sociedades.<br />

¿Cómo se representa el cerebro la complejidad de la cultura y lo social?<br />

La cognición social.<br />

Las teorías derivan de los postulados de la psicología cognitivo-conductual,<br />

que hacen énfasis en las representaciones<br />

cerebrales de lo social: los esquemas, las creencias y las<br />

estructuras. Supone que, de la misma forma como funciona<br />

la percepción emocional, en el cerebro existen circuitos<br />

que se encargan de la percepción social, la cual se refiere a la<br />

capacidad para representarse los roles, las normas y el contexto<br />

social como elementos complejos cognitivos y emocionales,<br />

ligados de forma indisoluble a las proposiciones<br />

construidas con el lenguaje. La misma persona puede ser<br />

representada, dependiendo del contexto, como un próximo<br />

lleno de emociones positivas y conductas confiables y<br />

leales (amigo), como alguien distante e indiferente desde<br />

la perspectiva emocional (desconocido), o como una amenaza<br />

cargada de emociones negativas y peligrosas (enemigo).<br />

Esta construcción depende de señales sociales cargadas<br />

de valores positivos o negativos aprendidos previamente, a<br />

través de esquemas o creencias sociales creadas a lo largo<br />

de mucho tiempo. De esta forma, el compañero y colega<br />

de oficina, el amigo solidario para cualquier otra situación,<br />

47


48 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

pudiera convertirse en un enemigo peligroso y detestable<br />

durante el partido de fútbol dominical, simplemente porque<br />

viste la camiseta del equipo rival de plaza.<br />

Otro elemento conceptual del conocimiento social es<br />

la llamada teoría de la mente, que se define como la capacidad<br />

para hacer suposiciones o atribuciones acerca del contenido<br />

del pensamiento y de las intenciones ocultas en las palabras<br />

y en los comportamientos de los demás. Es lo que aborrece<br />

y rechaza Fernando Vallejo en relación con la narrativa<br />

omnisciente de la novela clásica de Víctor Hugo y de Fiódor<br />

Dostoievsky. En la interacción social, este tipo de representaciones<br />

complejas, llamado sistema atribucional, nos permite<br />

estar anticipando los pensamientos, las intenciones y las<br />

conductas del otro en relación con las situaciones emocionales<br />

complejas de los eventos sociales de la vida cotidiana.<br />

La mayoría de estos sucesos de la vida diaria no pasan de ser<br />

actividades triviales, no son verdaderos acontecimientos,<br />

no son hechos notables ni memorables, no tienen ningún<br />

objetivo diferente al de mantener la cohesión y la unidad<br />

de la actividad social per se. A pesar de su pobre sentido<br />

histórico, estas actividades simples de la cotidianidad permiten<br />

desplegar una de las principales capacidades del cerebro<br />

humano: la capacidad de predicción o anticipación,<br />

la construcción del futuro, de hechos que no han ocurrido<br />

todavía, en los que ya nuestra mente ha incluido a los otros<br />

(hijos, padres, hermanos, amigos, enemigos, etc.), con<br />

toda su carga emocional. Esta capacidad adquiere su carácter<br />

eminentemente humano en la habilidad de predecir lo<br />

que el otro piensa, lo que el otro quiere, lo que el otro va<br />

a hacer, para nosotros poder actuar de manera consistente,<br />

concordante y coherente.<br />

Se postula que en los trastornos en los que la interacción<br />

social está alterada, como sucede en el autismo, la esquizofrenia,<br />

el trastorno disocial y el trastorno antisocial de la


La pesadilla de Dios<br />

personalidad, hay falla severa en la teoría de la mente y en<br />

los esquemas sociales. Estas alteraciones en la cognición social<br />

pudieran originarse por interacciones complejas entre<br />

factores relacionados con predisposiciones genéticas (polimorfismos<br />

de genes de proteínas reguladoras de neuroquímicos<br />

cerebrales), con factores de vulnerabilidad biológica<br />

(problemas en el embarazo, dificultades en el parto,<br />

enfermedades neurológicas tempranas, traumas de cráneo<br />

de la infancia o alteraciones de nutrición) y aprendizajes<br />

estructurados por un contexto social caótico, permisivo,<br />

autoritario o violento. Estos problemas se acompañarían de<br />

trastornos en la empatía y en el procesamiento emocional.<br />

Por esa razón, la manera racional de intervenir el trastorno<br />

disocial y el trastorno antisocial de la personalidad,<br />

del que paceden Alexis y Wílmar, sería trabajar de manera<br />

simultánea en todos estos niveles de la actividad representacional<br />

del cerebro, lo que podría incluir el uso de medicamentos<br />

que permitan regular el ambiente neuroquímico<br />

del encéfalo, el entrenamiento empático, las modificaciones<br />

del procesamiento emocional y la reconstrucción de la<br />

cognición social. En cuanto a la prevención, también habría<br />

que intervenir en la construcción de representaciones sociales<br />

tolerantes, apacibles, flexibles, eliminando del imaginario<br />

social la validación de cualquier tipo de violencia<br />

como camino para la refrendación de derechos.<br />

Se argumenta que este tipo de sociedades son utópicas,<br />

que pensar de esta manera constituye un pacifismo ingenuo.<br />

Sin embargo, la realidad nos muestra conglomerados<br />

sociales muy próximos a este ideal: Austria, Suiza, Noruega,<br />

Suecia, Dinamarca, Holanda y Costa Rica. Otros, como<br />

Uruguay, lo tuvieron y lo perdieron, pero lo están volviendo<br />

a encontrar. Se argumentará, con toda razón, que estas<br />

sociedades civilizadas y pacíficas son menos felices porque<br />

tienen niveles más altos de depresión y de suicidios. Parece<br />

49


50 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

que en las representaciones cerebrales de lo social civilizado<br />

hay que pagar un precio: un aumento de los niveles de<br />

preocupación por uno, por los familiares, por los amigos<br />

y por los extraños. Este tipo de preocupación general parece<br />

aumentar los niveles de estrés, los niveles de ansiedad<br />

y finalmente el agotamiento y la depresión. La razón para<br />

que esto pase sería que una importante proporción de los<br />

cerebros humanos todavía no dispone de los dispositivos<br />

biológicos para funcionar con espontaneidad y eficiencia,<br />

sin esfuerzos, de esta forma racional y organizada.<br />

Por ahora habría que decidir por uno de los dos caminos<br />

sociales posibles. Uno es el camino de la felicidad del desorden<br />

folclórico e irresponsable (Colombia es uno de los<br />

países más felices del planeta), en donde cualquiera puede<br />

tomarse la atribución de quitarle al otro el derecho a seguir<br />

viviendo, con lo cual se garantiza una muerte “feliz y divertida”<br />

por mano ajena, a través del tiro de un sicario, o en<br />

la sala de espera de un hospital porque así lo determinó el<br />

gerente de una EPS, o por la irresponsabilidad de un constructor<br />

que hizo unas casas en terrenos inestables, o por la<br />

locura de un conductor borracho con investidura de parlamentario,<br />

o por la irresponsabilidad de un contratista que<br />

usaba una grúa inadecuada que se cayó sobre un bus lleno<br />

de pasajeros, o por otras miles de formas alternas de muerte<br />

indigna: la muerte inesperada en la mitad de la calle, sorpresiva,<br />

que lo alcanza a uno vestido de manera inapropiada,<br />

sin preparación ni ceremonia.<br />

<strong>El</strong> otro es el camino de la satisfacción de esforzarse civilizadamente<br />

por el bienestar propio y el de los demás, con el<br />

riesgo del aburrimiento, que pudiera llevar a la decisión de<br />

hacer uso soberano del derecho a morir cuando uno quiera<br />

y como uno quiera, que algunos llaman el derecho a la<br />

muerte digna, el cual debería ser consagrado como un derecho<br />

fundamental universal.


La pesadilla de Dios<br />

Por lo menos, así se ayudaría a frenar la ola de odio que<br />

tiñe de sangre las páginas de La Virgen de los Sicarios, y las calles<br />

de esas comunas donde un niño de doce años es “como<br />

quien dice un viejo: le queda tan poquito de vida… Ya habrá<br />

matado a alguno y lo van a matar” (Vallejo, ibídem, p. 33).<br />

51


3<br />

Bolívar:<br />

dos hombres, un héroe<br />

La mente del Libertador en la pluma de<br />

Álvaro Mutis, Gabriel García Márquez y Evelio Rosero.<br />

Jorge Téllez Vargas


JORGE TÉLLEZ VARGAS (Pamplona, Colombia, 1951) es médico psiquiatra.<br />

Autor de más de una docena de libros, dirige el área de Neuropsiquiatría del Instituto<br />

de Neurociencia de la Universidad <strong>El</strong> Bosque, en Bogotá, de la cual también<br />

es profesor titular. Además es miembro titular y fundador de la Asociación Colombiana<br />

de Psiquiatría Biológica; director científico y fundador de la Asociación<br />

Colombiana contra la Depresión y el Pánico (Asodep); secretario tesorero asociado<br />

de la Federación Mundial de Sociedades de Psiquiatría Biológica (WFSBP) y<br />

miembro fundador de la International Neuropsychiatric Association (INA). Entre<br />

otros títulos, ha publicado los libros Neuropsiquiatría: Imágenes del cerebro y la conducta humana<br />

(Nuevo Milenio, 1995), Vuelve a vivir: Estrategias para superar la depresión y la ansiedad con<br />

sus propios recursos (Oveja Negra, 1996), Afrodita y Esculapio: Una visión integral de la medicina de<br />

la mujer (Nuevo Milenio, 1999), Los rostros de la angustia (Asodep, 2002), Diálogos con mi<br />

enfermedad (Asodep, 2005), y tres tomos de Trastorno bipolar: De la clínica a la neuroprotección<br />

(Asociación Colombiana de Psiquiatría Biológica, 2007, 2008, 2010).<br />

En este ensayo, el especialista hace un perfil psiquiátrico de Simón Bolívar en cuanto<br />

personaje literario a partir de tres textos: el relato <strong>El</strong> último rostro, de Álvaro Mutis<br />

(Bogotá, 1923), publicada en 1978, y las novelas <strong>El</strong> general en su laberinto, de Gabriel<br />

García Márquez (Aracataca, 1927), y La carroza de Bolívar, de Evelio Rosero (Bogotá,<br />

1958).<br />

Advertencia<br />

Salvo que se indique otra cosa, las citas textuales han<br />

sido tomadas de las ediciones abajo mencionadas. Dentro<br />

del texto se anotará el nombre del autor de cada una<br />

y, entre paréntesis, el número de página correspondiente.<br />

• MUTIS, Álvaro. “<strong>El</strong> último rostro”, en Relatos de mar y<br />

tierra. Págs. 123-142. Debolsillo, 2008.<br />

• GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel (GGM). <strong>El</strong> general en<br />

su laberinto. Oveja Negra, 1989.<br />

• ROSERO, Evelio. La carroza de Bolívar. Tusquets, 2011.


Cuadro clínico Son notorios los altibajos emocionales del personaje, el escaso<br />

control de sus impulsos sexuales, la agresividad, la megalomanía,<br />

la distractibilidad, la hiperactividad, la escasa<br />

necesidad de dormir y, en ciertos intervalos, los momentos<br />

de frustración, pesimismo y tristeza. <strong>El</strong> paciente presenta un<br />

trastorno afectivo bipolar. Con el trascurrir de los años estos<br />

síntomas se han transformado en una depresión crónica. Se<br />

recomienda psicoterapia y administración de estabilizadores<br />

del ánimo.<br />

En Colombia, Simón Bolívar salta de los libros de historia<br />

a las páginas de la ficción en dos circunstancias:<br />

cuando la ausencia de registros no deja más remedio<br />

que rellenar las fisuras con recursos de la imaginación, o<br />

cuando el rastro que dejó es tan turbio que los historiadores<br />

optan, como dicen ciertas damas, por “pasar caminando<br />

rápido para que la mancha no se note”.<br />

<strong>El</strong> último rostro, de Álvaro Mutis, y <strong>El</strong> general en su laberinto, de<br />

Gabriel García Márquez, son ejemplos del primer caso:<br />

convierten en cuento y novela, respectivamente, el espacio<br />

indocumentado del último viaje por el río Magdalena y<br />

los días postreros del Libertador. La segunda circunstancia<br />

se evidencia en La carroza de Bolívar, de Evelio Rosero, novela<br />

donde el autor aprovecha la inmunidad que le garantiza este<br />

género literario para evocar el violentísimo paso de Bolívar<br />

por Pasto en 1822 y 1824, un episodio ante el que la mayoría<br />

de los historiadores han preferido pasar de largo.<br />

Aunque son tres textos que se comunican entre sí –Mutis<br />

es evocado por García Márquez, y García Márquez es citado<br />

por Rosero–, muestran dos Bolívares diferentes: uno joven<br />

e impetuoso; otro decadente y atribulado. Pero tienen un<br />

denominador común: describen los pensamientos más íntimos<br />

y los impulsos más básicos del Libertador. Paradoja


58 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

de la literatura: en virtud de la ficción, el héroe parece más<br />

real. De hecho, más antihéroe.<br />

En el presente análisis no buscaremos una corroboración<br />

fáctica de los relatos. Nos importan los rasgos de personalidad,<br />

con frecuencia imaginados o intuidos, que cada<br />

autor atribuye al protagonista. En este sentido, asumiremos<br />

que dentro de los textos de marras el personaje llamado Simón<br />

Bolívar es tan ficticio como lo es el Quijote dentro de<br />

la obra de Cervantes. Una licencia que nos tomamos con la<br />

tranquilidad de que Mutis, Gabo y Rosero eligieron el cuento<br />

y la novela como géneros literarios; no la biografía. Aun<br />

cuando se nutren de la historia, los tres escritores privilegiaron<br />

la imaginación. Crearon a Bolívar, y esa creación<br />

será la fuente primaria de este perfil. Cualquier parecido<br />

con la realidad no será, sin embargo, pura coincidencia.<br />

Así pues, convertido en personaje literario, el prócer<br />

baja del pedestal. Su grandilocuencia se atenúa. Vuelve a ser<br />

humano. Tiene sexo, halitosis, sueña, sufre de insomnio,<br />

es iracundo, vanidoso, melancólico, impaciente. <strong>El</strong> talante<br />

estable del prócer que vemos en los libros escolares se llena<br />

de altibajos en la narrativa. De sus ínfulas gloriosas pasa a<br />

sentir compasión por sí mismo. Intensa agitación física e<br />

irascibilidad se interponen súbita y reiteradamente en momentos<br />

de abatimiento y frustración. En las obras más representativas<br />

de la literatura colombiana donde Bolívar es protagonista,<br />

1 el héroe esboza un talante maníaco-depresivo.<br />

Bolívar recreado por los escritores parece sufrir un trastorno<br />

afectivo bipolar.<br />

1. Sería injusto desconocer que Fernando Cruz Kronfly se anticipó a García Márquez<br />

con su novela La ceniza del Libertador (Planeta, 1987), donde narra el último<br />

viaje de un Bolívar sumido en el delirio. La obra fue sin duda opacada por la<br />

posterior publicación de <strong>El</strong> general en su laberinto.


En consulta con el Libertador<br />

Bolívar, dos hombres, un héroe<br />

<strong>El</strong> Bolívar descrito en la narrativa de García Márquez y<br />

de Rosero evitó continuamente la atención de los médicos,<br />

y, según el primero, consultaba sus dolencias en un libro<br />

que siempre llevó consigo, La médecine a votre maniére, de Donostierre.<br />

Por lo tanto, si alguna vez tuvo conciencia de su<br />

insomnio, del frenesí con que dictaba cartas y proclamas<br />

en sus despertares tempranos, de sus crisis de irritabilidad<br />

y de sus episodios de melancolía, lo más probable es que no<br />

se le ocurriera visitar médicos, y mucho menos psiquiatras<br />

–que en honor a la verdad no había en la nueva Granada ni<br />

en la capitanía de Venezuela–, porque los consideraba unos<br />

“traficantes del dolor ajeno”. De hecho, esta resistencia y<br />

desconfianza nos da un indicio de cuán autosuficiente se<br />

percibe el personaje.<br />

Pero hagamos el esfuerzo de imaginarlo en una improbable<br />

consulta. Corren los días finales de 1830, tiene 47<br />

años, está gravemente enfermo en Santa Marta y finalmente<br />

aceptó acudir al médico debido a una profunda melancolía.<br />

<strong>El</strong> general en su laberinto nos cuenta que ya desde mayo “sus<br />

ayudantes militares sentían que los síntomas del desencanto<br />

eran demasiado evidentes en el último año” (GGM, ibídem,<br />

p. 22). Esto significa que para ese diciembre nuestro<br />

personaje llevaba diecinueve meses con el ánimo abatido.<br />

<strong>El</strong> viaje por el Magdalena estuvo signado por la tristeza,<br />

la autocompasión y el pesimismo. Los síntomas depresivos<br />

asomaron en plena juventud pero pasaron inadvertidos<br />

para quienes le rodeaban. Sin embargo, para Bolívar fueron<br />

inquietantes y perturbadores a tal punto que en Honda,<br />

camino a Santa Marta, durante una cita furtiva con Miranda<br />

Lyndsay, se describió a sí mismo como el militar “más<br />

grande y solitario que ha existido jamás”, como lo refiere<br />

García Márquez (ibídem, p. 85). Asimismo nos enteramos<br />

59


60 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

de que en Puerto Real hizo bautizar con el nombre de Bolívar<br />

a un perro maltrecho y andariego que encontraron en<br />

el camino, y llegando a Mompox perdió el interés por los<br />

amaneceres y los crepúsculos y no les hizo a sus acompañantes<br />

“ninguna pregunta que permitiera vislumbrar un cierto<br />

interés por la vida” (GGM, ibídem, p. 107).<br />

Álvaro Mutis nos relata que en Cartagena recibió al coronel<br />

polaco Miecislaw Napierski, quien advierte la “melancólica<br />

amargura” del rostro del Libertador, sus silencios, su<br />

“hondo meditar”, su “mirada perdida”, su frustración y su<br />

autocompasión. <strong>El</strong> universo es oscuro a los ojos del prócer,<br />

el destino de la patria, el suyo propio. “Toda relación con<br />

los hombres deja un germen funesto de desorden que nos<br />

acerca a la muerte” (Mutis, ibídem, p. 140), le oye decir<br />

Napierski. Y al relatar un sueño en el que se le apareció un<br />

ciego, dice que se fue confundiendo con este, y cuando lo<br />

“invadía ya la oscuridad de su vista, una tristeza desgarradora,<br />

antigua y familiar” lo despertó bruscamente (ibídem, p.<br />

142).<br />

En otro sueño, relatado por García Márquez y ocurrido<br />

en Soledad, el general “tocó fondo” y lloró dormido<br />

mientras escrutaba su pasado. Eran las primeras lágrimas<br />

de tristeza que su mayordomo le veía en la vida, porque las<br />

anteriores habían sido de rabia. Y ya en Santa Marta el médico<br />

consideró que los achaques físicos de su paciente eran<br />

tan graves como los morales. Cabe recordar que los clínicos<br />

franceses consideraban el dolor moral como un signo característico<br />

de la melancolía, término acuñado por Hipócrates<br />

que se utilizó durante más de veinte siglos, hasta cuando el<br />

psiquiatra suizo Adolf Meyer acuñó el concepto depresión en<br />

la primera mitad del siglo XX.<br />

Tenemos entonces un abanico de síntomas –tristeza<br />

prolongada, llanto fácil, autocompasión, pesimismo, dolor<br />

moral– que no nos dejan dudas: el general presenta un<br />

cuadro de melancolía o depresión crónica. Pero hay más.


Un tipo “intenso”<br />

Bolívar, dos hombres, un héroe<br />

En los tres relatos encontramos algunos comportamientos<br />

que asoman reiteradamente y nos impiden conformarnos<br />

con el diagnóstico anterior. Ese otro rostro apenas se<br />

intuye en Mutis, desempeña un papel secundario en la novela<br />

de García Márquez y es protagonista en la de Rosero. Es<br />

el rostro de la manía.<br />

A pesar del abatimiento físico que prima en los últimos<br />

días, Mutis, a través de Napierski, destaca en Bolívar el “poder<br />

de comunicación y la intensidad de su pensamiento”.<br />

Esa intensidad aparece en la pluma garciamarquiana de diversas<br />

maneras, muchas de ellas menos benevolentes.<br />

Cerca de Guadas, por ejemplo, el general despierta con<br />

un ánimo súbito, pide pluma y papel, se pone los lentes<br />

y escribe una carta a Manuela Sáenz. Este “golpe de inspiración<br />

insoportable” evoca “los actos impulsivos” del<br />

general y la “costumbre de despertar a sus amanuenses a<br />

cualquier hora para despachar la correspondencia atrasada,<br />

o para dictarles una proclama o poner en orden las ideas<br />

sueltas que se le ocurrían en las cavilaciones del insom-<br />

nio” (GGM, ibídem, p. 63).<br />

La intensidad del protagonista de <strong>El</strong> general en su laberinto<br />

también se observa en la “arbitrariedad de los horarios”,<br />

los “ojos alucinados y el habla inagotable y agotadora”. Si<br />

la reacción previsible en una persona enferma es guardar<br />

reposo, en Bolívar es jugar interminables partidas de cartas,<br />

o echarse a nadar en un río a pesar de padecer una jaqueca<br />

insoportable.<br />

Otro aspecto de esta energía inagotable –que clínicamente<br />

correspondería a un cuadro de hiperactividad– es la incapacidad<br />

para concentrarse. Bolívar dicta varias cartas de manera<br />

simultánea, no puede mantener una sola relación sentimental<br />

o desprecia el ajedrez porque le demanda concentración.<br />

Sus nervios no soportan la parsimonia.<br />

61


62 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

Pero sin duda el mayor contraste frente la depresión de<br />

la adultez son las vanidades y euforias de la juventud. En<br />

<strong>El</strong> último rostro, Napierski ofrece dos pistas: se sorprende con<br />

las uñas del héroe, “almendradas y pulcramente pulidas,<br />

ajenas por completo a una vida de batallas y esfuerzos sobrehumanos”<br />

(Mutis, ibídem, p. 126); y unas páginas más<br />

adelante, el militar polaco nos recuerda el derroche que caracterizó<br />

la vida de Bolívar durante su juventud en Madrid<br />

y París. Tenemos pues dos signos sutiles que nos permiten<br />

sospechar que estamos ante un hombre más de veleidades<br />

que de batallas.<br />

Los relatos no se ponen de acuerdo sobre la actitud del<br />

personaje en la guerra. Nos queda la duda de si era cobarde<br />

o arrojado, pero todos sí coinciden en un punto: a Bolívar<br />

le gustaban las fiestas, el baile y los desfiles pomposos, casi<br />

napoleónicos, de los que era protagonista en cada ciudad<br />

que visitaba victorioso. Evelio Rosero nos refiere los desfiles<br />

en Caracas y Quito, en 1813 y 1822, respectivamente, en los<br />

cuales la carroza de Bolívar no fue tirada por alazanes, sino<br />

por doce niñas vestidas de blanco, ceñidas con coronas de<br />

laurel, una de las cuales debía ponerle una guirnalda en la<br />

cabeza como si se tratara de un homenaje real.<br />

<strong>El</strong> mismo autor nos cuenta que en 1819 “Bolívar marchó<br />

hacia Pamplona en donde gastó más de dos meses en bailes<br />

y fiestas” (Rosero, ibídem, p. 161), mientras Gabo nos habla<br />

de “banquetes multitudinarios y espléndidos” en los que el<br />

Libertador “incitaba a sus invitados a comer y a beber hasta<br />

la embriaguez” (GGM, ibídem, p. 76) y bailaba hasta el<br />

amanecer, “haciendo repetir la pieza cada vez que cambiaba<br />

de pareja” (GGM, ibídem, p. 81).<br />

En estos y otros ámbitos el Libertador no es ajeno a<br />

ciertas extravagancias, al menos para los parámetros de su<br />

época. Según el nobel se subía a bailar encima de la mesa<br />

del comedor para expresar sus júbilos, y Rosero recuerda


Bolívar, dos hombres, un héroe<br />

que gastaba altas sumas de dinero en perfumes y aceptaba<br />

montar sobre el peruano Vidaurre, plenipotenciario para<br />

la conferencia americana de Panamá, cuando este se ponía<br />

en cuatro patas en las reuniones.<br />

En nombre de la vanidad<br />

La carroza de Bolívar es, definitivamente, la novela donde el<br />

héroe sale peor librado. <strong>El</strong> argumento transcurre en los carnavales<br />

de Pasto de 1966. En ese contexto, el ginecólogo Justo<br />

Pastor Proceso diseña una carroza para burlarse del “mal<br />

llamado Libertador”. La elaboración del carromato propicia<br />

entre los personajes diálogos y evocaciones a través de los<br />

cuales se ponen de manifiesto la ira, la cobardía, la ambición,<br />

la vanidad y hasta las conductas sexuales de Bolívar.<br />

Acá no hay espacio para ver la depresión. <strong>El</strong> personaje<br />

presentado por Rosero es un megalómano. Vive obsesionado<br />

con entradas triunfales. Se cree Napoleón Bonaparte. Él<br />

mismo se denominó Libertador. A su médico le dice al oído<br />

que los tres más grandes majaderos de la historia han sido<br />

Jesucristo, el Quijote y él. Calificarse de majadero apenas<br />

sirve para despistar. Falsa modestia: en el fondo se percibe<br />

como un mesías.<br />

También escuchamos a un catedrático pastuso decir a sus<br />

alumnos que Bolívar “se dedicó a dictar cartas por decenas<br />

y centenas y por miles, a los lomos de su caballo o de su<br />

hamaca, enviando a diestra y siniestra versiones de gloria<br />

propia que nunca fueron reales, versiones que volaban a los<br />

cuatro puntos cardinales reventando caballos con sus noticias<br />

de hijo primogénito de la gloria, elogio digno de él, si<br />

no fue él quien lo fraguó” (Rosero, ibídem, p. 203).<br />

Asimismo advertimos en el personaje una fuerte propensión<br />

a las mentiras, la explosividad y el rencor. Dos características<br />

que, no obstante, siempre estarán ligadas a su<br />

63


64 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

egolatría y sed de poder. Por eso es común verlo apropiándose<br />

de triunfos ajenos, o enfurecido cuando su imagen no<br />

sobresale como la de un genio militar y estadista. En un<br />

banquete, tras enterarse de que los realistas han recuperado<br />

Pasto, se le ve subido en una mesa pateando vajilla y cubiertos.<br />

Menos ácido, Gabo también nos ha insistido reiteradamente<br />

que el hombre es pésimo perdedor y vengativo, hasta<br />

por las derrotas nimias de los juegos de naipes: “No tenía<br />

la paciencia de los buenos jugadores, y era agresivo y mal<br />

perdedor” (GGM, ibídem, p. 68).<br />

A pesar de que estos síntomas nos sugieren un trastorno<br />

mental, tenemos que ser claros: no hay bipolar tonto e<br />

inane. La megalomanía contribuyó a la causa del personaje.<br />

Compartamos pues con Rosero que Bolívar fue “el auténtico<br />

pionero de la publicidad política contemporánea, a partir<br />

de una única agencia: él en su caballo dictando folletines<br />

de grandiosidad a sus amanuenses, que debían ser relevados,<br />

extenuados de la epopeya interminable que el héroe<br />

inventado dictaba de sí mismo” (Rosero, ibídem, p. 203).<br />

<strong>El</strong> fantasma del insomnio<br />

<strong>El</strong> insomnio es otro síntoma que campea durante la existencia<br />

del Libertador, tanto en el histórico como en el literario.<br />

Aparece como compañero solitario en las noches<br />

eternas de Caracas, tratando de amainar la congoja de la<br />

viudez, y años más tarde se convierte en frenesí: lo acompaña<br />

durante su vida palaciega en París y durante su viaje a pie<br />

desde allí hasta Roma junto a Simón Rodríguez.<br />

La poca necesidad de dormir es un síntoma primordial<br />

en el trastorno bipolar. Pasó desapercibido tanto para el<br />

Libertador como para sus allegados y aun para sus críticos.<br />

Sin embargo, García Márquez advierte: “Se quedaba<br />

dormido a cualquier hora en mitad de una frase mientras


Bolívar, dos hombres, un héroe<br />

dictaba la correspondencia, o en una partida de barajas, y<br />

él mismo no sabía muy bien si eran ráfagas de sueño o desmayos<br />

fugaces, pero tan pronto como se acostaba se sentía<br />

deslumbrado por una crisis de lucidez” (GGM, ibídem, p.<br />

32). También señala que acostumbraba salir de la cama “y<br />

deambular desnudo hasta el amanecer para entretener el<br />

insomnio cuando no había nadie más en casa” (GGM, ibídem,<br />

p. 53).<br />

En la cama y en el juego<br />

Llegamos pues a un último aspecto para cerrar nuestro<br />

diagnóstico: la relación de Bolívar con las mujeres, que no<br />

pasa inadvertida para ninguno de los tres autores. Cada uno<br />

ofrece una visión distinta. Pasamos del tono elogioso de<br />

Mutis –nos dice simplemente que el héroe fue un “hombre<br />

en extremo afortunado con las mujeres”– a leer el relato<br />

de unos comportamientos sexuales que podemos calificar<br />

de curiosos en la pluma de García Márquez, y de patológicos<br />

en la de Rosero. Estos conforman un nuevo síntoma: la<br />

tendencia a la promiscuidad, que en repetidas ocasiones se<br />

acompañó de altas dosis de irresponsabilidad, de conductas<br />

riesgosas y de comportamientos heteroagresivos.<br />

En vísperas del último viaje, el general garciamarquiano<br />

intenta más de una vez tener un último encuentro íntimo<br />

con Manuela, pero el cuerpo lo traiciona. Otra cosa fueron<br />

los años de gloria, en los que puso en riesgo su causa por<br />

culpa del incontenible apetito sexual: “[…] se decía que por<br />

lo menos tres batallas se habían perdido en las guerras de<br />

independencia sólo porque él no estaba donde debía sino<br />

en la cama de una mujer” (GGM, ibídem, p. 119).<br />

Nos cuenta el nobel que en una estadía en Mompox tuvo<br />

un encuentro con la blanquísima Josefa Sagrario, quien le<br />

pidió una noche extra. Pese a informaciones según las cuales<br />

Santander lo derrocaría, se quedó diez más. Y por la<br />

65


66 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

misma pluma sabemos que un lancero se mudó de la mansión<br />

presidencial de Lima porque no soportaba los alaridos<br />

de los encuentros amorosos del Libertador.<br />

<strong>El</strong> asunto se torna más grave cuando actúa contra la voluntad<br />

de las mujeres. En la capital peruana rasuró todo el<br />

cuerpo, hasta las cejas, de una “doncella de vellos lacios que<br />

le cubrían hasta el último milímetro de su piel de beduina”,<br />

relata García Márquez (ibídem, p. 214). Y en La carroza de Bolívar<br />

el asunto pasa la raya: el prócer envía un destacamento<br />

de jinetes a Pasto para raptar a Chepita Santacruz, de apenas<br />

trece años. “A menos de una legua de allí la aguardaba el<br />

Libertador. La usó de inmediato, y la siguió usando al descampado<br />

durante toda esa marcha forzada hasta las puertas<br />

de Quito, seis días después. Sólo entonces la devolvió a Pasto”<br />

(Rosero, ibídem, p. 204).<br />

<strong>El</strong> caso más intenso y dramático es el de Fátima Hurtado,<br />

pastusa de catorce años que vivía al cuidado de su abuela. La<br />

fama de su belleza llegó a oídos de Su Excelencia. Cuando el<br />

general llegó a la casa, la abuela se la entregó en los brazos.<br />

No pudo poseerla: la recibió muerta. La novela de Rosero<br />

dice que la emprendió a patadas contra un árbol y luego se<br />

arrodilló a vomitar.<br />

La génesis de la bipolaridad<br />

Serían necesarias algo más de dos décadas a partir de<br />

nuestra consulta imaginaria con el Libertador para que la<br />

psiquiatría conceptualizara su dolencia. A mediados del siglo<br />

XIX, Jules Baillarger y Pierre Falret hablaron de una enfermedad<br />

que tenía fases de manía y melancolía. <strong>El</strong> primero<br />

la llamó locura de forma dual y el otro, locura circular. A comienzos<br />

del siglo XX, Emil Kraepelin hizo una descripción más detallada<br />

que la de sus predecesores y acuñó el concepto de<br />

psicosis maniacodepresiva, que desde 1994 se conoce como trastorno


Bolívar, dos hombres, un héroe<br />

bipolar. No es de descartar que en un futuro lo llamen trastorno<br />

de la regulación del afecto, como se sugiere para algunos cuadros<br />

clínicos en una eventual quinta versión del Diagnostic and statistical<br />

manual of mental disorders (DSM-V), 2 de la Asociación Estadounidense<br />

de Psiquiatría.<br />

Como se observa en nuestro paciente imaginario, es un<br />

trastorno en el que alternan o coexisten episodios de gran<br />

exaltación (manía) e hiperactividad (hipomanía) con momentos<br />

de depresión. Hoy en día sabemos que el trastorno<br />

bipolar tiene un alto componente hereditario y se origina<br />

en una alteración de los circuitos cerebrales que equilibran<br />

el estado de ánimo.<br />

Gracias a los estudios del psiquiatra suizo-estadounidense<br />

Jules Angst, se conoce que en la evolución de la enfermedad<br />

bipolar los cuadros de manía e hipomanía, tan floridos<br />

y recurrentes en la adolescencia o la juventud temprana, se<br />

tornan paulatinamente menos frecuentes. Entonces la depresión<br />

comienza a ser la protagonista, y con frecuencia<br />

tiende a ser crónica, como lo describe Gabo en su novela.<br />

Todos los seres humanos presentan variaciones anímicas<br />

de acuerdo con las circunstancias ambientales y sus vivencias<br />

íntimas. Se trata de periodos de alegría o de tristeza, relacionados<br />

y adecuados a la circunstancia, y siempre pasajeros.<br />

Lo que marca la diferencia en el paciente bipolar es que sus<br />

respuestas ante los estímulos son exageradas y prolongadas.<br />

Los síntomas suelen aparecer desde la infancia. Primero<br />

se manifiestan con comportamientos oposicionistas e hiperactividad,<br />

síntomas que el Bolívar histórico presentó en su<br />

infancia y que hicieron que su padre y después su tío Carlos<br />

Palacios cambiaran continuamente a sus institutores, incluidos<br />

los mismos Simón Rodríguez y Andrés Bello. También<br />

es probable que se presente cierta precocidad sexual.<br />

2. Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales.<br />

67


68 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

<strong>El</strong> paciente bipolar suele ser impulsivo. Tiene, por tanto,<br />

mayor riesgo de abuso de sustancias y suicidio. En su corte<br />

de pacientes bipolares suizos, Angst observó que el 29 por<br />

ciento se quitaron la vida.<br />

La psiquiatría paulatinamente ha aceptado algunas de las<br />

categorías sugeridas por el psiquiatra armenioestadounidense<br />

Hagop Souren Akiskal para el trastorno bipolar: el<br />

trastorno bipolar tipo I, que consiste en periodos de depresión<br />

que alternan con fases de manía en las que el paciente<br />

pierde el contacto con la realidad; el trastorno bipolar tipo<br />

II, el más frecuente y difícil de diagnosticar, en el que se<br />

combina la depresión con la hipomanía, entendida como<br />

hiperactividad y euforia; y el trastorno bipolar tipo III, que<br />

corresponde a cuadros de hipomanía o manía desencadenados<br />

por el alcohol, las sustancias psicoactivas o algunos<br />

fármacos como los antidepresivos tricíclicos.<br />

En su tiempo, Bolívar habría tenido pocas esperanzas de<br />

recibir un tratamiento apropiado. Fue en la mitad del siglo<br />

XX cuando se descubrieron las bondades del litio para<br />

estabilizar a los pacientes, aunque la toxicidad derivada de<br />

su uso fue cuestionada. Enfoques posteriores se centraron<br />

en tratar cada fase sintomática –por un lado antidepresivos<br />

para la melancolía y por otro antipsicóticos para la manía–<br />

y años más tarde, a partir de los ochenta, se emplearon los<br />

anticonvulsivantes y moduladores del ánimo. Estos fármacos,<br />

al estabilizar las alteraciones neurobiológicas de las redes<br />

y circuitos cerebrales que dan lugar al trastorno bipolar,<br />

impiden la aparición de nuevos episodios afectivos. Ya sean<br />

manifestaciones de tinte depresivo, maníaco o hipomaníaco,<br />

estos medicamentos estabilizan el comportamiento del<br />

paciente y mejoran su calidad de vida. Mejor dosificado,<br />

hoy vemos un resurgir del litio como terapia, así como la<br />

aparición de nuevos estabilizadores del ánimo.


Bolívar, dos hombres, un héroe<br />

Si apareciera en mi consultorio, a este Bolívar literario<br />

yo le habría recetado un estabilizador del ánimo para yugular<br />

los síntomas de su bipolaridad, posiblemente de tipo II.<br />

También le habría recomendado psicoterapia para monitorear<br />

el tratamiento y enseñarle a identificar los disparadores<br />

de sus síntomas.<br />

En conclusión, tenemos varios indicios para sospechar<br />

que el Simón Bolívar descrito por Mutis, Gabo y Rosero es<br />

bipolar y que le estamos dando el tratamiento acertado. Son<br />

notorios los altibajos emocionales, el escaso control de sus<br />

impulsos sexuales, la agresividad, la megalomanía, la distractibilidad<br />

y, en ciertos intervalos, momentos de frustración,<br />

pesimismo y tristeza. 3<br />

Sin embargo, cabe preguntarse: ¿es un mismo personaje<br />

o son dos personajes distintos? ¿Es lícito amalgamar las visiones<br />

de tres escritores para hacer una sola interpretación?<br />

En efecto, cuando se juntan opiniones diversas sobre una<br />

persona, y entre estas opiniones se incluyen las de críticos<br />

y admiradores, es casi inevitable concluir que esta presenta<br />

un carácter dual, o al menos que es francamente inestable.<br />

Aun así, para cualquier psiquiatra es verosímil que el Simón<br />

Bolívar de los tres escritores sea una misma persona.<br />

En la personalidad bipolar pueden fácilmente convivir el<br />

hombre reflexivo descrito por Mutis, el líder con sus debilidades<br />

humanas contado por Gabo y el promiscuo con<br />

rasgos de sadismo que pinta Rosero. La moneda tiene dos<br />

caras, pero siempre será una sola.<br />

3. En este análisis nos valemos exclusivamente de los relatos construidos por los tres<br />

escritores. Sin embargo, la bipolaridad en el Bolívar histórico ha sido analizada<br />

por Isidoro Medina Patiño en su libro Bolívar, genocida o genio bipolar (2009).<br />

69


4<br />

<strong>El</strong> hijo de David<br />

<strong>El</strong> duelo como eje central en la novela La luz difícil,<br />

de Tomás González.<br />

Camilo Umaña Valdivieso


CAMILO UMAÑA VALDIVIESO (Bucaramanga, Colombia, 1957). Médico psiquiatra<br />

desde 1986 y artista plástico desde 1969, es miembro activo de la Asociación<br />

Colombiana de Psiquiatría; la Asociación Colombiana de Psiquiatría Biológica; la<br />

Asociación Colombiana de Trastornos del Ánimo, y de la Asociación Colombiana<br />

Contra la Depresión y el Pánico. Asimismo es psiquiatra fundador de la clínica<br />

psiquiátrica Isnor, en Bucaramanga; director del programa radial Nuestra mente, en la<br />

Radio UIS Bucaramanga; y colaborador del periódico Vanguardia Liberal. Como artista<br />

plástico ha realizado exposiciones individuales y colectivas en Colombia, Francia,<br />

España e Italia.<br />

En este escrito, el autor hace una reflexión sobre el duelo a partir de la experiencia<br />

de David, personaje creado por Tomás González (Medellín, 1950) en la novela La<br />

luz difícil, publicada en 2011.<br />

Advertencia<br />

Las citas textuales han sido tomadas de la edición abajo<br />

mencionada. Dentro del texto, entre paréntesis, se<br />

anotan los números de página correspondientes.<br />

• GONZÁLEZ, Tomás. La luz difícil. Alfaguara, Bogotá,<br />

2011.


Cuadro clínico <strong>El</strong> paciente presenta aislados episodios de lo que denomina<br />

“melancolía”, confiesa que a veces siente “claustrofobia” y<br />

que toma ansiolíticos para paliar su natural desazón: su hijo<br />

está a punto de morir por decisión propia. No hay motivo<br />

para recomendar terapia ni administración de fármacos. Su<br />

duelo es una lección de vida.<br />

Todo duelo es una gama de sentimientos y pensamientos<br />

que desarrollamos para adaptarnos a una<br />

pérdida, bien sea la de una persona, un objeto o<br />

una abstracción que signifique un vínculo amoroso en<br />

nuestra existencia. Solucionarlo es un proceso ineludible.<br />

Por más que queramos evitarlo, el duelo nos persigue como<br />

una sombra, nos envuelve de diversas maneras, muchas de<br />

ellas absorbentes y oscuras como hoyos negros, de las que<br />

es difícil escapar; pero otras tantas enriquecedoras y claras<br />

como amaneceres, que nos ayudan a seguir viviendo.<br />

Ese es el tema de La luz difícil: no un solo duelo, sino varios,<br />

y de diferentes vertientes, que se van enlazando en un<br />

tejido sutil de experiencias vivificantes que iluminarán el<br />

viaje de David, su protagonista, hacia la luz. La novela de<br />

Tomás González está llena de símbolos literarios en relación<br />

con la muerte y el duelo, pero también de guiños terapéuticos<br />

sobre la forma como el duelo puede generar vida.<br />

<strong>El</strong> bueno de David<br />

A sus 76 años, y ya retirado en una pequeña finca de<br />

La Mesa, Cundinamarca, donde vive solo al borde de un<br />

abismo, David ha decidido escribir la historia de su vida. Y


76 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

ni siquiera. Es, en particular, el relato de cómo vivió él la<br />

muerte de su hijo medio, Jacobo, quien decidió, con la venia<br />

de toda la familia, quitarse la vida, al no soportar más el<br />

dolor intratable y permanente que le produjo tiempo atrás<br />

un accidente de tránsito en el que perdió la movilidad de<br />

las piernas. Y esta evocación le permite reflexionar sobre<br />

su vida, sobre sus dolores y sus dichas, sobre sus yerros y sus<br />

aciertos, sobre sus amores y sus conflictos, con la clarividencia<br />

del sabio que ha vivido y que, en la aparente oscuridad<br />

que significan las pérdidas, puede hallar plenamente<br />

la luz.<br />

Lo paradójico es que la luz del conocimiento se le muestra<br />

a David cuando ya prácticamente el velo de la ceguera<br />

nubla su visión, esa que tanto disfrutó como pintor en sus<br />

años vigorosos. A David le gustaba llevar al lienzo objetos en<br />

ruinas, aquellos que bajo el óxido del tiempo dan testimonio<br />

de que “lo que el hombre abandona se deteriora y empieza<br />

a ser otra vez inhumano y bello” (González, ibídem,<br />

p. 19). Se hace bello a través del arte, y David es un artista<br />

que, justo en el momento en que encuentra con su familia<br />

un lugar apacible, amplio e iluminado, el infortunio –que<br />

“es siempre como el viento: natural, imprevisible, fácil”–<br />

rompe de un tajo la armonía de su casa “cuando estaba pintando<br />

mejor que nunca” (González, ibídem, p. 20).<br />

En el momento en que escribe, David ya ha perdido a<br />

uno de sus hijos; ha perdido prácticamente la visión, y por<br />

ende, la posibilidad de pintar; ha perdido a su esposa y a su<br />

gato, al que todavía le parece sentir avanzar por la cocina;<br />

y mientras escribe, también está despidiéndose de las palabras.<br />

Y sin embargo, cuanta más oscuridad hay a su alrededor,<br />

más luz hay en su corazón.<br />

La luz difícil es una intensa reflexión sobre el proceso de<br />

la vida y de la muerte. Si deseáramos traer una frase del libro<br />

que plasmara el duelo en toda su dimensión, sería esta:


<strong>El</strong> hijo de David<br />

“[…] mi figura ha ido espiritualizándose o evaporándose.<br />

Es decir, alejándose cada vez más de las cosas del mundo e<br />

incursionando en la muerte, que no existe, y en el mundo<br />

infinito en el que en realidad estamos” (González, ibídem,<br />

pp. 53-54). Y si deseáramos pensar que el arte significa decir<br />

muchas cosas en un corto espacio, entonces La luz difícil<br />

logra su cometido, pero aun así tendríamos que abrir varias<br />

veces el libro tratando de extraer de la fruta el máximo jugo,<br />

gracias a la vocación de David de enseñarnos con su propio<br />

ejemplo que la vida es una combinación indescifrable de<br />

dicha y dolor. En relación con el hijo de David, Jacobo, Tomás<br />

González nos pone a identificarnos con la frase sentenciosa<br />

del escritor japonés Haruki Murakami: “<strong>El</strong> dolor es inevitable,<br />

el sufrimiento es opcional”. Cuando el dolor permanente<br />

del cuerpo se convierte en una razón válida para<br />

querer morir, estamos hablando de sufrimiento, de un padecimiento<br />

que, según podemos interpretar en el autor, es<br />

susceptible de ser soportado o no, decisión que queda a discreción<br />

de quien lo vive.<br />

<strong>El</strong> encanto de transformar el duelo en vida<br />

En todo duelo se mueven sensaciones encontradas, que<br />

van desde la no aceptación de la pérdida hasta el profundo<br />

agradecimiento por haber podido compartir una dicha<br />

transitoria con el que ya se fue. En medio de esta ambivalencia,<br />

es normal que se atraviesen emociones difíciles de<br />

manejar, como el sentimiento de culpa por lo que se dejó de<br />

hacer o por lo que creemos que hicimos mal. Lo que es inevitable<br />

es la resolución. <strong>El</strong> duelo es un tobogán imparable<br />

hacia la aceptación final de la pérdida, aunque en esa caída<br />

nos podamos desviar por senderos oscuros y turbios que nos<br />

pueden llevar a la depresión simple o, más grave aún, a otras<br />

cuevas de la psicopatología mental, como la psicosis.<br />

77


78 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

Y esto ocurre porque, por más que finjamos estar preparados,<br />

toda pérdida genera un vacío existencial que solo<br />

se puede experimentar cuando esa pérdida ocurre. La conciencia<br />

de los hechos es la que produce el duelo: la noticia<br />

de la muerte. A partir de ahí, todo depende de nuestra<br />

maleta existencial, de lo que hayamos cultivado dentro de<br />

nosotros para asumir esa pérdida como un proceso más en<br />

el camino de la vida, o como una catástrofe superior a nosotros<br />

que amenaza con derrotarnos.<br />

En el primer caso, lo normal es que nos dejemos invadir<br />

de tristeza, que nos concentremos en el dolor que nos<br />

produce la partida, y entonces evoquemos los momentos<br />

que vivimos al lado de esa persona, sus características más<br />

sobresalientes que nos hicieron amarla. Ese dolor es sano<br />

y, además, necesario, siempre y cuando seamos conscientes<br />

de que será temporal, de que la pérdida es inevitable y el<br />

único remedio es abrir los ojos de nuevo y avanzar. Es una<br />

decisión personal. Al fin y al cabo, no ha sido el primero.<br />

Como transeúntes de la vida, perdemos cada día parte<br />

de nuestro destino; vivimos haciendo duelos de todo tipo<br />

y a cada instante, aunque solo tendemos a reconocer los<br />

de mayor impacto, aquellos que nos recuerdan que somos<br />

mortales, finitos ante la eternidad.<br />

Los sentimientos que se evocan en este tipo de duelos<br />

son generalmente de una magnitud proporcional a los que<br />

se manifestaron durante la vida del que se fue. Así también<br />

es el dolor. Experimentarlo como algo real que podemos<br />

aceptar y cargar un tiempo mientras nos acostumbramos a<br />

que “ya no está” es indispensable para que todas las emociones<br />

que nos acompañan se transformen en la sazón que<br />

condimente nuestro recuerdo, y a la vez, sean esas las emociones<br />

que se reproduzcan en todos los duelos por venir.<br />

La personalidad que nos adorna, nuestra forma de conectarnos<br />

con la realidad, no es ajena al proceso de duelo y


<strong>El</strong> hijo de David<br />

nos acompaña en el proceso. <strong>El</strong>la determina en gran medida<br />

la forma como lo manejemos. Cuando nuestras relaciones<br />

con la realidad son de apego pero sin independencia,<br />

es decir, cuando es el apego el que nos gobierna, el duelo<br />

se torna difícil porque nos impide actuar frente a él con<br />

libertad. Las personas con este tipo de apegos esclavizantes<br />

tienden a creer que la opción para no sufrir es condolerse,<br />

mantener a todas horas el fuego de la muerte en los ojos, y<br />

por ese camino, pierden la calma y se aproximan a un proceso<br />

depresivo que puede traer consecuencias adversas.<br />

Un rasgo fundamental en el duelo es el cierre del ciclo.<br />

Generalmente, el proceso se inicia en el momento de<br />

la muerte del ser querido, a partir del cual las personas se<br />

pasean por el duelo durante el primer año, en una suerte<br />

poética que los sitúa de nuevo en las fechas importantes de<br />

los últimos doce meses del fallecido. Quien vive el duelo<br />

acompaña su soledad de fechas simbólicas que recuerdan<br />

el duelo: hay un primer cumpleaños sin esa persona, una<br />

primera vacación, una primera Navidad… Y así va rememorando<br />

lo sucedido hasta la conmemoración del primer<br />

año de la pérdida. Luego, todo es repetición. Si hemos sido<br />

vivaces y altivos ante el dolor, dejaremos que el tiempo nos<br />

diga que ha llegado el tiempo de cambiar el dolor por tranquilidad,<br />

de enfocar las energías a la alegría de haber disfrutado<br />

a esa persona, y de, en últimas, no haberla perdido.<br />

Son formas de aceptación que están en nuestras manos, o<br />

mejor, en nuestra mente.<br />

En cambio, cuando la pérdida no se admite y el ciclo no se<br />

cierra, la vida comienza a patinar sobre sí misma: no fluye.<br />

En estos casos, la negación suele envolvernos bajo una sombra<br />

que nos arrebata la luz y nos conduce inevitablemente<br />

hacia las tinieblas. Sentirse triste está bien, pero cuando la<br />

aflicción es permanente, el duelo se torna insano.<br />

79


80 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

Un mal duelo tiende a hacernos caer en la depresión.<br />

Pero no es una depresión cualquiera. Es una sensación persistente<br />

de congoja que no permite sentir placer por nada.<br />

<strong>El</strong> deprimido no solo se regodea en su pesar, sino que piensa<br />

consistentemente y durante un tiempo prolongado que<br />

nada vale la pena y, por lo tanto, no tiene sentido ni siquiera<br />

despertarse. A veces la persona deprimida no pude<br />

dormir, o se despierta de repente en la noche sin poder<br />

conciliar de nuevo el sueño, pensando en ideas fijas como,<br />

por ejemplo, la terrible pesadumbre de la pérdida que lo<br />

agobia. Puede ocurrir también que escuche voces negativas<br />

que recalquen el mensaje: “Tú no sirves para nada, ya no<br />

queda nada por hacer”. Es la depresión psicótica, que poco<br />

a poco va convenciendo a la persona de encontrar la mejor<br />

salida a su dolor: la muerte. Y hasta puede que la persona<br />

se concentre en adelante en planear el suicidio, y tenerlo de<br />

tal forma elaborado que reavive súbitamente su entusiasmo,<br />

que se le note contento, que parezca que ha salido adelante.<br />

No es sino una falsa mejoría: se encuentra feliz porque ya<br />

sabe cómo se va a matar.<br />

<strong>El</strong> duelo patológico se presenta, y uno puede detectarlo<br />

en consulta, cuando de manera permanente el individuo<br />

no funciona, ni para sí ni para los demás, ni en su trabajo ni<br />

en su casa, ni con su familia ni con sus amigos. No es capaz<br />

de hacer nada, no tiene ningún vínculo con las cosas que<br />

lo rodean ni con los recuerdos. Por supuesto, no todos los<br />

síntomas se dan al mismo tiempo ni en todos los pacientes.<br />

La labor del psiquiatra es ir evaluando los síntomas para<br />

saber cómo y cuándo interceder.<br />

Está visto, eso sí, que la soledad no suele ser una buena<br />

consejera, aunque haya personas capaces de superar el<br />

duelo de esta forma. La compañía de las personas que nos<br />

rodean y nos quieren, nos alivian el camino del dolor, así<br />

como las distintas formas de religiosidad o el desarrollo de


<strong>El</strong> hijo de David<br />

una filosofía de vida que nos haga aceptar las pérdidas como<br />

parte de la existencia. Sea como fuere, el duelo se resuelve<br />

en el momento en que uno acepta que la persona ya no está,<br />

o mejor, que está dentro de uno; no el cadáver, sino la persona<br />

viva, el alma vibrante del que se fue, por quien vale la<br />

pena regocijarse.<br />

Eso es, ni más ni menos, lo que le sucede a David. A pesar<br />

de sus múltiples duelos, su espíritu continúa vivo. En<br />

este sentido, son edificantes las permanentes reacciones que<br />

tiene en la finca de La Mesa, cuando su mujer ya se ha ido.<br />

Mientras escribe, imagina lo que habría opinado su esposa<br />

si estuviera viva, y hasta se ríe de sus ocurrencias. <strong>El</strong> alma de<br />

Sara permanece intacta en su corazón.<br />

La solución estética<br />

David se enfrenta de mil formas a la muerte. La muerte<br />

de sus seres queridos, la muerte de la ilusión a través de<br />

la razón científica, la muerte de la nitidez, la muerte de la<br />

pintura. ¿Qué anclaje en la vida le queda entonces?<br />

Como buen alquimista del arte, experto en la luz y en las<br />

sombras, David detiene el paso del tiempo y de la muerte<br />

en sus lienzos. <strong>El</strong> ojo del artista reconoce detalles a su alrededor<br />

que normalmente nuestros ojos no verían. Pinta<br />

como entendiendo que todo tiene un final, que todo sufre<br />

un desgaste, y que la belleza de la vida está más allá de lo que<br />

comprendemos como perfección. Pareciera que nos dijese,<br />

gracias a su sensibilidad, que toda sombra guarda una<br />

luz, un chorro de luz fugaz como un abrazo de vida ante la<br />

muerte: “[…] solo voy a gozar de la luz de los sonidos, y de<br />

la luz de la memoria y de su luz sin formas, pues mi vida se<br />

está yendo sin remedio” (González, ibídem, p. 42).<br />

Sin una visión estética del mundo, el paso del tiempo<br />

para David habría sido insoportable. Así como recobró ob-<br />

81


82 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

jetos olvidados en su entorno por el hombre y los llevó a la<br />

pintura, asimismo, desde la vejez, recuperó para su mundo<br />

interior el sentido del deleite por los mínimos detalles: el<br />

jardín amorosamente cultivado por su amada Sara, la caricia<br />

indiferente del que fuera su gato Cristóbal, la mirada<br />

inteligente de su hijo Jacobo, el carácter genuino de Ángela,<br />

su mucama… Todas estas son imágenes que su mente<br />

recuerda y que, en un acto de absoluta vitalidad, plasma en<br />

la escritura narrando su historia cuando paradójicamente<br />

se le está yendo la luz.<br />

David crea la bitácora de un navegante que llega a un abismo<br />

plasmado de color y de formas que se difuminan en la<br />

medida que la ceguera avanza. Su bitácora es, precisamente,<br />

esa actitud estética frente a la vida, a pesar de los óbices que<br />

encuentra en su camino. Al final presenciamos, incluso, la<br />

muerte de la palabra, cuando emerge con su disortografía<br />

el vocablo “marabilloso”, que no lo podemos interpretar<br />

de otra manera sino como la ruptura con las formas prediseñadas<br />

y rígidas de la gramática de la vida, que David ha<br />

hecho por su profunda experiencia de la vida y de la muerte.<br />

¿Por qué el duelo no puede llegar a tener su ganancia<br />

dependiendo del punto de vista con que se mire? Quizás,<br />

más allá de las formas o maneras en que se nos presenta la<br />

vida, con sus dificultades, sus obstáculos, sus infortunios,<br />

lo importante sea el milagro que anida en ella: lo marabilloso.<br />

<strong>El</strong> remedio es aprender<br />

Más que el duelo al que se aproxima David en La luz difícil,<br />

lo que lo agobia es, realmente, lidiar con la anticipación,<br />

esa larga espera hacia la muerte desde que su hijo decidió<br />

que no soportaba seguir viviendo. Independientemente de<br />

la discusión ética en que nos sitúa Tomás González alrededor<br />

de dejar o no a un hijo quitarse la vida por dolor –no


<strong>El</strong> hijo de David<br />

lo pensaba “como un final sino como las puertas de su liberación,<br />

de su redención” (González, ibídem, p. 37)–, es<br />

claro que David, al igual que su esposa, podían consentir,<br />

pero no fingir.<br />

En los meses previos a la defunción de Jacobo, David comienza<br />

a tomar ansiolíticos, en particular clonazepam. Dice<br />

que se lo recetaron hace tres meses, pero no sabemos muy<br />

bien quién ni por qué. Él dice que los toma cuando siente<br />

que le va a dar claustrofobia, pero las circunstancias hacen<br />

pensar que no se trata de claustrofobia sino de ansiedad. Es<br />

probable –pero es solo una especulación psiquiátrica, pues<br />

no tenemos más información que la que el propio David<br />

nos ha querido soltar– que lo haya tomado y que incluso se<br />

lo haya autorrecetado para aliviar el insomnio y su intranquilidad<br />

frente a lo que estaba por venir. David admite que<br />

durante su vida ha tenido períodos de honda melancolía,<br />

instantes en que se desconecta del mundo y se ensimisma.<br />

Pero luego vuelve y la vida continúa, y su familia lo comprende<br />

y se lo respeta.<br />

No hay ni en el carácter ni en el comportamiento de David<br />

un signo de alerta que nos lleve a vigilarlo de cerca. En<br />

mi opinión, ni siquiera los ansiolíticos habrían sido necesarios.<br />

Mucho menos después del duelo, cuando David<br />

asume la muerte como una experiencia más de la vida, o<br />

mejor, como algo inexistente. La madurez de David para<br />

superar el dolor y la muerte está suficientemente descrita<br />

como para, además, intervenir terapéuticamente. La ayuda<br />

solo es conducente cuando el duelo se encamina hacia el<br />

llamado duelo patológico, cuando las negaciones a la pérdida<br />

nos sumergen en procesos depresivos que pueden acompañarse<br />

de formas psicóticas de negación. En estos casos se<br />

requieren incluso medidas farmacológicas para retornar a<br />

la vida social, académica y laboral sin limitaciones.<br />

83


Sin embargo, el duelo es un proceso que se debe atravesar,<br />

ojalá, sin prescripción de medicamentos. Más cuando<br />

se trata de una persona como David, un artista, a quien el<br />

duelo lo hizo ver la vida de manera más profunda. Eso es lo<br />

que deberíamos aprender de su duelo, y de su vida.


5<br />

Florentino Ariza:<br />

Quijote y Don Juan<br />

Una patobiografía del protagonista de <strong>El</strong> amor en los tiempos<br />

del cólera, de Gabriel García Márquez.<br />

Pedro G. Guerrero G.


PEDRO G. GUERRERO G. (Bogotá, 1937) es médico psiquiatra y sexólogo;<br />

profesor titular de la Facultad de Medicina de la Fundación de Ciencias de la Salud<br />

(Hospital San José); profesor de la Facultad Medicina de la Universidad del<br />

Rosario, y profesor emérito del Hospital Militar Central de Bogotá. Es también<br />

miembro asociado de la Sociedad Colombiana de Urología, miembro emérito de la<br />

Asociación Colombiana de Psiquiatría y presidente exoficio de la Sociedad Bogotana<br />

de Sexología. Ha publicado varias obras como autor o coautor. Entre ellas, Sexo en<br />

pareja (Editora Cinco, 1985), Sexualidad en los niños (Editora Cinco, 1986), Miedo al sexo<br />

(Presencia, 1988), La obra de la sexualidad, el amor y la familia (Prolibros, 1995) y Lecciones<br />

de sexología clínica (Altavoz, 2007). En coautoría con el doctor Alonso Acuña ha publicado<br />

los títulos <strong>El</strong> honorable miembro (Grijalbo, 1998), La pirámide del amor (Mondadori,<br />

2001), La otra cara del amor (Mondadori, 2002) y <strong>El</strong> matrimonio virtual (Mondadori,<br />

2003). En los periodos 1993-1995 y 1998-2000 dirigió el Proyecto de Educación<br />

Sexual del Ministerio de Educación.<br />

En este ensayo, el especialista analiza la personalidad de Florentino Ariza, protagonista<br />

de <strong>El</strong> amor en los tiempos del cólera (1985), de Gabriel García Márquez. <strong>El</strong> relato<br />

cuenta la historia de los amores frustrados de Florentino y Fermina Daza, consumados<br />

después de más de medio siglo de espera.<br />

Advertencia<br />

Salvo que se indique otra cosa, las citas textuales han<br />

sido tomadas de la edición abajo mencionada. Dentro<br />

del texto, entre paréntesis, se anotan los números de<br />

página correspondientes.<br />

• GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel (GGM). <strong>El</strong> amor en<br />

los tiempos del cólera. Editorial La Oveja Negra. Bogotá,<br />

1985.


Cuadro clínico <strong>El</strong> personaje manifiesta haberse enfermado de amor en su<br />

juventud, y exhibe con orgullo seis blenorragias contraídas<br />

como resultado de relaciones con seis centenas de mujeres.<br />

No se observa, sin embargo, trastorno mental ni necesidad de<br />

tratamiento psiquiátrico. Se descarta tajantemente una adicción<br />

al sexo y se refuta la existencia de tal patología.<br />

Nota del editor<br />

¿Puede un hombre enfermar de amor? Ahí está el caso de Florentino Ariza.<br />

Su madre tenía que cuidarle las fiebres y el vómito típicos del cólera pero<br />

que eran en realidad síntomas de que se estaba muriendo por Fermina Daza.<br />

Comía flores de todos los calibres mientras le escribía cartas ardientes en sus<br />

ataques de ansiedad y, ya de adulto, tras el rechazo de Fermina, se dedicó<br />

a cultivar sus ansias de seductor profesional solo para paliar el dolor por la<br />

pérdida irreparable que, sin embargo, él consideraba apenas pasajera. Tuvieron<br />

que pasar cincuenta y tres años, siete meses y once días antes de que<br />

Florentino pudiera descargar su amor en los brazos ya seniles de Fermina. En<br />

el interludio, sin embargo, se entregó a las faldas de amantes furtivas, convencido<br />

de que “el amor ilusorio por Fermina podía ser reemplazado por un<br />

amor terrenal” (GGM, ibídem, p. 197); en su intento por “encontrar alivio<br />

para el dolor de Fermina” y saciar un brío que él no sabía muy bien si “era una<br />

necesidad de la conciencia o un simple vicio del cuerpo” (p. 239).<br />

Uno podría colegir que este “halconero sin sosiego” (p. 256) era un adicto<br />

sexual, un ser incapaz de controlar sus ímpetus y encontraba cualquier cantidad<br />

de justificaciones para lograr sus cometidos, no todos ellos precisamente<br />

responsables. “Levantaba sirvientas en los parques, negras en el mercado, cachacas<br />

en las playas, gringas en los barcos de Nueva Orleans” (p. 240). Alcanzó<br />

a sufrir seis blenorragias, pero lejos de preocuparse por ello, se jactaba<br />

de que tal enfermedad era más bien un trofeo de guerra. Puso en riesgo la vida


90 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

de una de sus amantes, Olimpia, al escribirle en el vientre el letrero posesivo<br />

de “Esta cuca es mía”, provocando así indirectamente el asesinato de la pobre<br />

a manos de su marido, que vengó así su deshonra. Y en sus últimos años llegó<br />

a seducir a una muchachita de catorce años (de la que era su tutor), quien<br />

se entregó a sus brazos y luego no pudo soportar el rechazo de su amante por<br />

Fermina y se quitó la vida.<br />

Pero una cosa es lo que puede pensar un lector desprevenido y otra como<br />

opera la psiquiatría. ¿Puede un hombre como Florentino enfermar de amor?<br />

En el siguiente ensayo podemos obtener la respuesta.<br />

Fernando Gómez Garzón<br />

La división artificial entre materia y espíritu, entre<br />

cuerpo y alma, hace parte de la herencia de nuestra<br />

civilización occidental. En asuntos sentimentales las<br />

ideas platónicas diferencian entre un Eros divino, consejero<br />

de amantes virtuosos, y un Eros vulgar que solo inspira<br />

bajas pasiones y acciones perversas. Así pues, por la fuerza<br />

de la costumbre y de acuerdo con nuestra ideología, dividimos<br />

el sentimiento amoroso en dos: de una parte, el amor<br />

espiritual o “puro” y de la otra el amor concupiscente, el<br />

amor carnal preñado, este sí, de erotismo y sensualidad.<br />

Sin embargo, el amor es uno solo, bien si toma el camino<br />

del placer y la satisfacción sexual o si se sublima y se disfraza<br />

con los velos del pudor. <strong>El</strong> mejor ejemplo de este dualismo<br />

en la narrativa colombiana es, sin duda alguna, Florentino<br />

Ariza, el inolvidable protagonista de <strong>El</strong> amor en los tiempos del<br />

cólera, de Gabriel García Márquez, cuya patobiografía intentaremos<br />

en el presente ensayo.<br />

Sea el momento de una corta digresión, antes de entrar<br />

en materia, para precisar algunas definiciones que nos parecen<br />

indispensables. Entendemos por sexualidad el conjunto<br />

de pensamientos, emociones, actitudes y conductas que


Florentino Ariza: Quijote y Don Juan<br />

le permiten al ser humano la práctica de la función sexual; y<br />

a esta, como el ejercicio consciente y voluntario del sistema<br />

genital con fines placenteros, en primer lugar, y secundariamente<br />

reproductivos. En cuanto al vocablo erotismo, consideramos<br />

que expresa los factores culturales, enriquecedores<br />

de la voluptuosidad de la función sexual.<br />

En cuanto al amor, son innumerables las definiciones que<br />

se han hecho sobre el tema a través de la historia, casi todas<br />

en los escenarios de la filosofía y del arte. Tan solo en las últimas<br />

décadas, las neurociencias, la genética y la bioquímica<br />

nos han dado luces acerca de tal sentimiento. Recordemos<br />

que el hombre está hecho de naturaleza y cultura, y en este<br />

orden de ideas el amor es ante todo un sentimiento, una<br />

pasión cuyo origen se encuentra en lo que nos resta del instinto<br />

sexual de los mamíferos, pero al ser moldeado por la<br />

cultura nos permite la intimidad con otras personas.<br />

Aclarado lo anterior, debemos retomar el hilo de nuestro<br />

discurso, cual es el estudio de la vida amorosa de Florentino<br />

Ariza, y determinar, si nos fuese posible, la normalidad<br />

o la patología de su conducta sexual. A pesar de ser un<br />

personaje de ficción, su historia sentimental nos permite<br />

entender con claridad la visión que una sociedad finisecular<br />

decimonónica, católica y conservadora, tenía acerca del<br />

amor, la sexualidad y el matrimonio y, desde luego, la de<br />

aquellos comportamientos que se apartaban de las normas<br />

morales de la época.<br />

Florentino Ariza y la psiquiatría<br />

Siguiendo el texto de Gabriel García Márquez podemos<br />

acercarnos a la personalidad de Florentino Ariza. Fue hijo<br />

único de madre soltera y padre acaudalado casado con otra<br />

mujer, pero responsable de su hijo hasta el momento de su<br />

muerte. De sus estudios la novela no nos dice nada pero po-<br />

91


92 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

demos suponer, dadas sus condiciones socioeconómicas y<br />

las costumbres de la época, que debió de cursar la primaria y<br />

algunos años de bachillerato. A no dudarlo, fue un hombre<br />

inteligente, trabajador, responsable, de buenos sentimientos,<br />

honrado, buen hijo y buen ciudadano sin problemas<br />

nunca con la justicia. Y, sobre todo, buen amigo… de sus<br />

amigas. En resumen, un hombre de su tiempo y de su tierra,<br />

pero por fuera de cualquier sospecha: una persona normal.<br />

Sin embargo, un lector acucioso de los textos en estudio<br />

nos dirá que es muy difícil declarar como normal a un<br />

hombre que desde joven dio muestras de sus desvaríos. No<br />

hay más que recordar, nos dirá, que su madre tenía que curarle<br />

las fiebres y los vómitos típicos del cólera pero que en<br />

realidad eran las manifestaciones de que estaba muriendo<br />

de amor por Fermina Daza. Y ¿cómo explicar, continuará<br />

nuestro amable amigo, que una persona en sus cabales pudiese<br />

comer flores de todos los colores mientras le escribía<br />

cartas ardientes durante sus ataques de ansiedad?<br />

En verdad ¿puede un hombre enfermarse de amores?<br />

En primer lugar, debemos responderle a nuestro querido<br />

y puntilloso opinante que escribimos sobre un personaje<br />

de ficción, Florentino Ariza, hijo nada más y nada menos<br />

que del creador de Macondo, aquel reino maravilloso en<br />

donde casi todo puede ser posible, incluso morir de amor<br />

con síntomas análogos a los del cólera. En segundo lugar,<br />

“enfermar de amor” es una frase que ha ocupado miles y<br />

miles de páginas, desde el comienzo de los tiempos en la<br />

literatura de todas las culturas para designar aquellas manifestaciones<br />

somáticas que acompañan el enamoramiento.<br />

Manifestaciones que se hacen más excitantes y evidentes en<br />

los amores desairados hasta el punto de convertirse en emociones<br />

y sentimientos patológicos, todo ello por acción de<br />

los neurotransmisores cerebrales. Es decir, que lamentablemente<br />

sí podemos enfermar de amor.


Florentino Ariza: Quijote y Don Juan<br />

Desde el bando feminista se han proferido comentarios<br />

que ponen aún más en entredicho la salud mental de<br />

nuestro personaje. Es el caso de un ensayo publicado en la<br />

revista Poligramas y titulado “Del amor, la pederastia y otros<br />

crímenes literarios: América Vicuña y las niñas de García<br />

Márquez”, en el que la profesora Nadia V. Celis no solo<br />

acusa a Florentino de abusador de menores, sino de incestuoso.<br />

La escena que despierta la indignación de la autora<br />

aparece en los capítulos finales de la novela, cuando Florentino<br />

Ariza, a los 74 años, quedó al cuidado de América<br />

Vicuña, una pariente de 14 recién cumplidos y con quien<br />

tenía un “parentesco sanguíneo reconocido”.<br />

Todavía era una niña en todo sentido, con sierras en los dientes y peladuras<br />

de la escuela primaria en las rodillas, pero él vislumbró de inmediato<br />

la clase de mujer que iba a ser muy pronto, y la cultivó para él en<br />

un lento año de sábados de circo, de domingos de parques con helados,<br />

de atardeceres infantiles con los que se ganó su confianza, se ganó su<br />

cariño, se la fue llevando de la mano con una suave astucia de abuelo<br />

bondadoso hacia su matadero clandestino (GGM, ibídem, p. 372).<br />

Ante este episodio, cuyo desenlace es el suicidio de la<br />

adolescente rechazada por su amante, Nadia V. Celis señala:<br />

“Las historias de amor de Ariza resultan tan atractivas<br />

que nos tientan a leerlo como el amante ideal que él cree<br />

que es, no como el manipulador mujeriego que salta de una<br />

cama a otra causando considerable sufrimiento y múltiples<br />

muertes violentas entre los objetos de su apetito sexual”. 1<br />

Contra estas aseveraciones, debemos señalar que es muy<br />

discutible plantear un incesto, pues el parentesco era lejano<br />

y Florentino no era el padre adoptivo de América. Y en segundo<br />

lugar, es necesario tener presente que, para los años<br />

1. Celis, Nadia V. “Del amor, la pederastia y otros crímenes literarios: América Vicuña<br />

y las niñas de García Márquez”, en revista Poligramas. Universidad del Valle.<br />

Número 33, junio de 2010, pág. 35.<br />

93


94 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

de <strong>El</strong> amor en los tiempos del cólera, la edad mínima permitida<br />

para contraer matrimonio era de doce años en las mujeres<br />

y de catorce en los hombres. 2 Hoy en día Florentino sería<br />

objeto de un escándalo penal y mediático por estupro, pero<br />

en su tiempo era un hombre que obraba dentro del marco<br />

de lo normal. Además, debe advertirse nuevamente que este<br />

personaje es el fruto de las hipérboles garciamarquianas: si<br />

bien la narración goza de verosimilitud interna, las proezas<br />

de Florentino resultan francamente sobrehumanas por fuera<br />

del relato. En otras palabras, siempre hay que tener presente<br />

que <strong>El</strong> amor en los tiempos del cólera es una obra de ficción.<br />

Entonces, y para dar por terminada la controversia, nos<br />

afirmamos en nuestra apreciación acerca de la salud mental<br />

de Florentino Ariza: es una persona normal, tan normal<br />

como cualquier hombre que en el curso de su vida ha sentido<br />

la necesidad de hablar, más de una vez, con un psiquiatra.<br />

En cuanto a su vida sentimental, las cosas pueden no<br />

ser tan sencillas a juicio de nuestros lectores. De un lado,<br />

Florentino Ariza es el enamorado obsecuente y perenne de<br />

Fermina Daza durante más de medio siglo, es la copia al<br />

carbón de Don Quijote en cuanto a su veneración por Dulcinea.<br />

Pero del otro lado, mediante un extraño desdoblamiento,<br />

ese mismo enamorado fiel se transforma durante<br />

los años del matrimonio de Fermina en un cazador furtivo,<br />

en un seductor de mujeres, que de acuerdo con sus propios<br />

registros alcanzó la cifra de seiscientos veintidós amores<br />

continuados, aparte de las incontables aventuras fugaces<br />

que no merecieron ser contabilizadas. En esta encarnación<br />

2. <strong>El</strong> Código Civil colombiano sancionado el 26 de mayo de 1873 rezaba en su<br />

artículo 140: “<strong>El</strong> matrimonio es nulo y sin efecto […] Cuando se ha contraído<br />

entre un varón menor de catorce años, y una mujer menor de doce, o cuando<br />

cualquiera de los dos sea respectivamente menor de aquella edad”. En 2004 la<br />

Corte Constitucional homologó los 14 años entre hombres y mujeres.


Florentino Ariza: Quijote y Don Juan<br />

Florentino es una especie de Don Juan con características<br />

de Casanova, dos estilos diferentes con un solo objetivo:<br />

la conquista femenina. Pero mientras Don Juan utilizaba<br />

el engaño y abandonaba a la víctima una vez satisfecho su<br />

deseo, Casanova halagaba y seducía y jamás dejó insatisfecha<br />

a dama alguna. De otra parte, Don Juan era un noble<br />

y apuesto caballero mientras Casanova, de humilde cuna,<br />

estaba lejos de ser un hombre hermoso. Florentino Ariza,<br />

desde luego, tiene mucho más de Casanova que de Don<br />

Juan; fue un perfecto seductor pero no necesitó nunca de<br />

la mentira y jamás tuvo la intención de hacer daño alguno.<br />

Entonces, nos preguntarán algunos si es posible calificar<br />

de normal a una persona como Florentino Ariza después<br />

del análisis de sus amores que hemos realizado en el párrafo<br />

anterior. ¿Cómo puede ser normal un epígono de Don<br />

Juan o Casanova? ¿No estaremos más bien, frente a un sátiro,<br />

a un libertino, a un perverso, a un promiscuo; o, como<br />

dicen ahora, a un adicto sexual? Abramos el debate.<br />

<strong>El</strong> perverso es Freud<br />

A partir de finales del siglo XIX y comienzos del XX, la<br />

psiquiatría y el psicoanálisis transformaron el pecado en<br />

anormalidad y convirtieron el viejo confesionario en el<br />

diván del analista, desde donde decidieron lo normal y lo<br />

patológico acerca de la conducta sexual. Así las cosas, Don<br />

Juan y Casanova no pudieron escapar de la lectura moralista<br />

de psiquiatras y psicólogos, y entraron a hacer parte<br />

de la larga lista de perversiones sexuales con el pomposo<br />

nombre de donjuanismo. Según Freud, “el comportamiento<br />

de Don Juan se debe, sin duda alguna, al complejo de Edipo.<br />

<strong>El</strong> don Juan busca en todas las mujeres a su madre y no<br />

la puede hallar. Sus tendencias homosexuales inconscientes<br />

pueden hacerlo sentir excitado por el contacto sexual con<br />

95


96 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

mujeres pero no satisfecho. Una y otra vez buscará en vano<br />

la satisfacción con otras mujeres”. 3<br />

Don Gregorio Marañón, eminente médico y humanista<br />

español del siglo pasado, comparte las teorías del psicoanálisis,<br />

pues cree que Don Juan es un obseso por las mujeres.<br />

4 Y muchos años después, por la década de los noventa<br />

del siglo XX, la Revista MD publicó una interesante patobiografía<br />

de Casanova escrita por el doctor Félix María Martí-Ibáñez<br />

en la que afirma: “Sus rasgos psicológicos son su<br />

narcisismo, su irreligiosidad, su rebeldía contra la Ley, la<br />

indiferencia de sus amantes, su cinismo sexual, su exhibicionismo<br />

y su agresividad de tipo psicópata, esquizomaníaco<br />

y extravertido”. 5<br />

De unos años acá, a comienzos del siglo XXI, reaparece<br />

la vieja figura del perverso freudiano o del obseso de Marañón<br />

con un nuevo disfraz. Ahora Don Juan, Casanova y,<br />

cómo no, Florentino Ariza, han dejado su vieja condición<br />

de depravados y libertinos para convertirse por decisión de<br />

los psicólogos en adictos sexuales.<br />

Veamos algunos apartes de una columna publicada en las<br />

páginas editoriales del diario bogotano <strong>El</strong> Tiempo, y firmada<br />

por el doctor Juan Manuel Escobar, psiquiatra y psicoanalista<br />

jefe del Área de Psiquiatría de la Fundación Santa Fe<br />

de Bogotá:<br />

Existe la adicción al sexo en hombres y mujeres, pero por múltiples razones<br />

es más frecuente en ellos […]. Detrás de la adicción al sexo hay varias<br />

3. Freud, Sigmund. “Sobre una degradación de la vida erótica”, en Ensayos sobre<br />

la vida sexual. Obras completas, volumen 1, editorial Biblioteca Nueva. Madrid,<br />

1967.<br />

4. Marañón, Gregorio. Don Juan: ensayos sobre el origen de su leyenda. Editorial Espasa-<br />

Calpe. Madrid, 1975.<br />

5. Martí-Ibáñez, Felix María. “Patobiografía de Casanova”, en Revista MD. Noviembre<br />

1989- Febrero 1990.


Florentino Ariza: Quijote y Don Juan<br />

patologías. Algunas corresponden a un trastorno de la personalidad<br />

donde prima la escisión, la división del yo. Por ejemplo un hombre<br />

puede, por un lado, ser un ejecutivo, un profesional exitoso además<br />

de buen padre y esposo, y por otro con la parte escindida, un adicto al<br />

sexo (con prostitutas, con personas que trabajan con él y son sus subalternas,<br />

entre otras) […]. ¿Existe la normalidad sexual? Obviamente<br />

sí: es cuando lo sexual hace parte de la vida y el amor de la pareja, de su<br />

comunicación, de su intimidad física y emocional […]. Posiblemente<br />

esto es lo ideal. 6<br />

Como podemos ver, la adicción sexual, tan en boga en nuestro<br />

medio, no es otra cosa que una creación ideológica sin<br />

ningún respaldo científico, que surge de la fe de psicoanalistas<br />

y psicólogos y que la identifica con la infidelidad masculina<br />

y con los perjuicios que esta pueda causar.<br />

De otra parte, la palabra adicción se ha frivolizado y devaluado<br />

al punto de que ha desaparecido, tiempo ha, de los<br />

manuales de diagnóstico y estadística de la psiquiatría actual<br />

y de las publicaciones científicas de la especialidad, cuando<br />

se refieren a los trastornos relacionados con el consumo de<br />

sustancias psicoactivas.<br />

Las opiniones de Freud, Marañón, Martí-Ibáñez y ahora<br />

Juan Manuel Escobar, así como las de los psicólogos acerca<br />

de los adictos sexuales, parecen más una diatriba moral, un<br />

juicio de valor, que un diagnóstico psiquiátrico. Nuestros<br />

eminentes psicólogos no hacen diferencia entre ciencia e<br />

ideología y se olvidan de que la ideología no necesita ser<br />

demostrada pues solo basta con creer en ella. Porque la<br />

moral cristiana no puede concebir como normal aquellas<br />

conductas que se aparten de su ideal monogámico y heterosexual,<br />

los comportamientos “disipados” de Florentino<br />

Ariza, en su faceta de seductor, deben ser vetados. Los cristianos<br />

están en su derecho de pensar así; pero la ciencia no<br />

6. Escobar, Juan Manuel. “Adicción al sexo”, en periódico <strong>El</strong> Tiempo, 23 de febrero<br />

de 2005.<br />

97


98 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

acepta otra cosa que la del criterio de la demostración de<br />

los hechos. Para la ciencia las cosas no son verdaderas por<br />

la autoridad de quien las define como tales, sino porque<br />

son demostrables.<br />

Como herencia de la ideología platónica, expresiones tales<br />

como anormalidad, anomalía, alteración, perturbación, trastorno,<br />

desorden etc. se emplean comúnmente como equivalentes de<br />

patológico o de enfermedad, y como sinónimos de lo inmoral. Sin<br />

embargo, puesto que la medicina encontró en la enfermedad<br />

el objeto de su estudio y en lo patológico desentrañó el<br />

significado de lo normal, en términos estrictamente médicos<br />

lo normal sería aquello que se encuentra en la mayoría<br />

de la especie humana o aquello que constituye el promedio<br />

de una característica mesurable. Por ello se confunden y se<br />

usan indistintamente los pares de conceptos salud-normal,<br />

y patológico-anormal. Y desde el punto de vista científico,<br />

lo normal nada tiene que ver con la moral.<br />

La psiquiatría y la sexología, en tanto que disciplinas médicas,<br />

recogen los conceptos anotados en el párrafo anterior<br />

que corresponden a la normalidad o anormalidad de<br />

sus estructuras biológicas: el cerebro en la primera, y el sistema<br />

nervioso, las hormonas y el endotelio de los efectores<br />

en la segunda. Pero en cuanto que el hombre es un ser social,<br />

no es suficiente el concepto de la ciencia para predicar<br />

la normalidad de sus conductas, pues desde el comienzo de<br />

la civilización se hace menester el cumplimiento de las normas<br />

que se le imponen para permitir la convivencia dentro<br />

de la sociedad. De manera que en este sentido, en el de las<br />

normas, no podemos hablar de la verdad o falsedad de las<br />

leyes sino de la justicia o injusticia de las mismas.<br />

En este orden de ideas, solo podríamos considerar como<br />

anormales, patológicas o inadecuadas aquellas conductas<br />

sexuales cuando son intrínsecamente nocivas para la integridad<br />

de otras personas o para la del sujeto que las realiza.


Florentino Ariza: Quijote y Don Juan<br />

Sobra decir que la nocividad debe ser objetivamente grave,<br />

pues de otro modo podrían interpretarse como tales aquellos<br />

comportamientos que se aparten, simplemente, de los<br />

considerados normales por la moral tradicional.<br />

De acuerdo con todo lo anterior, nuestro veredicto<br />

acerca de la vida amorosa de Florentino Ariza es que puede<br />

considerarse como normal para un hombre de su tiempo,<br />

soltero, Caribe, de clase media, enriquecido ya en su madurez,<br />

que amó con fervor durante toda su vida a Fermina<br />

Daza, y que amó también a otras mujeres, “porque se puede<br />

estar enamorado de varias personas a la vez, y de todas con el<br />

mismo dolor, sin traicionar a ninguna” (GGM, ibídem, p.<br />

370). Pero nunca fue un libertino, un pervertido, un obseso<br />

o un adicto sexual. Sus esguinces sexosentimentales, por tanto,<br />

no requieren tratamiento.<br />

99


6<br />

La vida en otra parte<br />

Las euforias y las melancolías de Agustina Londoño,<br />

protagonista de la novela Delirio, de Laura Restrepo.<br />

Rodrigo Córdoba


RODRIGO CÓRDOBA. Nacido en Bogotá, desde hace 20 años es director de<br />

postgrado en Psiquiatría de la Universidad del Rosario, de donde es egresado. Es<br />

asesor de investigación del Centro de Investigaciones del Sistema Nervioso de Colombia<br />

y ha sido presidente tanto de la Asociación Colombiana de Psiquiatría como<br />

de la Asociación Colombiana de Sociedades Científicas. Entre otros textos, es autor<br />

de los libros Detección temprana y manejo de los trastornos mentales (Noosfera Editores,<br />

2006), en compañía de Carlos Felizzola Donado y Martha Isabel Jordán Quintero;<br />

y Depresión para médicos no psiquiatras (<strong>Pfizer</strong>, 1996).<br />

En este ensayo, el experto analiza el caso de Agustina Londoño, personaje central<br />

de la novela Delirio, de Laura Restrepo (Bogotá, 1950), ganadora del premio<br />

Alfaguara 2004. En ella se narra no solo la vida de la protagonista sino de toda<br />

su familia durante los tormentosos años que sufrió Colombia en los tiempos del<br />

narcotraficante Pablo Escobar.<br />

Advertencia<br />

Las citas textuales han sido tomadas de la edición abajo<br />

mencionada. Dentro del texto, entre paréntesis, se<br />

anotan los números de página correspondientes.<br />

• RESTREPO, Laura. Delirio. Alfaguara, 2004.


Cuadro clínico La paciente evidencia un cuadro típico de trastorno afectivo<br />

bipolar. Sufre de cambios drásticos de temperamento que la<br />

llevan de la más desaforada euforia a la más profunda melancolía.<br />

Además, presenta eventos alucinatorios y delirios<br />

místicos y de grandeza. Tiene antecedentes de crisis anteriores<br />

y también predisposición genética por parte de su abuelo<br />

materno. Se recomienda medicamentos específicos para<br />

el control de los síntomas, como estabilizadores del ánimo,<br />

anticonvulsivantes y antipsicóticos.<br />

Aguilar encontró a Agustina en la habitación de un<br />

hotel del norte de Bogotá, acurrucada en un rincón<br />

entre la mesa de noche y la ventana, mirando<br />

hacia ninguna parte, sumida en su propio mundo. Atónito,<br />

intentó sacarle alguna información, pero comprobó una y<br />

otra vez, salvo por un instante de lucidez en el que corrió a<br />

abrazarlo como si pidiera ayuda, que ella estaba sentada en<br />

la acera de enfrente de la realidad. “La vi pálida y flaca y con<br />

el pelo y la ropa ajados, como si durante días no hubiera<br />

comido ni se hubiera bañado, como si de repente fuera la<br />

ruina de sí misma, como si una vejación le hubiera caído<br />

encima” (Restrepo, ibídem, p. 38).<br />

Era domingo y Aguilar acababa de regresar de un viaje a<br />

Ibagué, donde había permanecido desde el miércoles anterior.<br />

Cuando partió, su mujer se quedó pintando las paredes<br />

de la sala, sin síntomas que pudieran anunciar una alteración<br />

tan radical de su ánimo. Pero ahora se hallaba como<br />

suspendida entre una burbuja transparente que la separaba<br />

del mundo, o mejor, que la envolvía en su propio mundo.<br />

Antes de devolverla a casa, Aguilar consideró prudente<br />

pasar por la sala de urgencias de la Clínica del Country,<br />

motivado por la sospecha de que Agustina hubiera ingerido<br />

algún tipo de droga, con la esperanza de que lo que le ocu-


106 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

rría fuera pasajero. La encontraron “agitada y delirante”,<br />

sin “rastro de sustancias extrañas en la sangre” (Restrepo,<br />

ibídem, p. 24), cuenta Aguilar. Pero el diagnóstico resultó<br />

confuso para él y no le ayudó a saber qué hacer. Ya en el<br />

hogar, Agustina continuó ida, al menos ida de la presencia<br />

de Aguilar. Experimentaba cambios bruscos de conducta.<br />

Permanecía callada mucho tiempo, no comía, no se bañaba,<br />

ni siquiera se levantaba de su cama. Un día se dedicó a<br />

hacer crucigramas y solo hablaba de ellos; en otros momentos<br />

se quedaba como absorta. Así, alelada, anotaría Aguilar,<br />

recordaba “la bella indiferencia de las histéricas” (Restrepo,<br />

ibídem, p. 107). Cuando decidía levantarse, emprendía<br />

tareas inanes. Un día le dio por llenar peroles de agua<br />

y distribuirlos por todo el apartamento, en una ceremonia<br />

frenética que Aguilar no podía interrumpir ni alterar sin<br />

suscitar su ira. Otro, resolvió dividir el apartamento en dos,<br />

un lado para Aguilar y el otro para ella, desde donde anunciaba<br />

la inminente llegada de su padre, quien, sin embargo,<br />

había muerto hacía diez años.<br />

Un mes entero duró Agustina de paseo por los bordes de<br />

una realidad paralela que alimentaba con episodios de su<br />

infancia, mezclados y alterados a su antojo con premoniciones<br />

y otras quimeras de la imaginación. Aguilar habría<br />

de admitir, contra su propia ilusión, que eso que parecía (o<br />

que él deseaba que fuera) una crisis súbita, estaba precedido<br />

de episodios similares. Durante los tres años que llevaban<br />

viviendo juntos, Agustina ya había sufrido ciertos desatinos,<br />

pero Aguilar se negó siempre a reconocer que Agustina<br />

estaba enferma. Así se lo confesó a Sofi, la tía de Agustina,<br />

quien le ayudó a paliar la última crisis, y quien en un momento<br />

dado le increpó a Aguilar el hecho de no haberla<br />

llevado a que la viera un especialista. Pero él tenía su propia<br />

justificación: “Cuando Agustina está bien es una mujer tan<br />

excepcional, tan encantadora, que a mí se me borran de


La vida en otra parte<br />

107<br />

la mente las demasiadas veces que ha estado mal, cada vez<br />

que superamos una crisis, me convenzo de que esa fue la<br />

última manifestación de un problema pasajero” (Restrepo,<br />

ibídem, p. 273).<br />

Pero no lo era. A pesar de la negación de la evidencia,<br />

Aguilar terminaría por aceptar que, antes del viaje a Ibagué,<br />

había hecho todo lo posible por acabar de una vez con<br />

aquellos episodios “pasajeros”: psicoanálisis, terapia de pareja,<br />

litio, antidepresivos, terapia conductista, gestalt. Puede<br />

que, en este sentido, Aguilar haya exagerado para quedar<br />

bien con la tía Sofi, pero es improbable que hubiera mentido<br />

sobre los síntomas que describió a continuación: altibajos<br />

de todos los colores y las tallas, “crisis de melancolía en<br />

las que Angustina se retrae en un silencio cargado de secretos<br />

y pesares, épocas frenéticas en las que desarrolla hasta el<br />

agotamiento alguna actividad obsesiva y excesiva; anhelos de<br />

corte místico en los que predominan los rezos y los rituales;<br />

vacíos de afecto en los que se aferra a mí con ansiedad<br />

de huérfano; períodos de distanciamiento e indiferencia en<br />

los que parece que ni me ve ni me oye ni parece reconocerme<br />

siquiera, pero hasta ahora ningún trance tan hondo,<br />

violento y prolongado como éste” (Restrepo, ibídem, pp.<br />

273 y 274).<br />

Los síntomas la delatan<br />

Imaginemos que todo esto que Aguilar le confiesa a la tía<br />

Sofi, y todo lo que, paralelamente, narra Laura Restrepo<br />

acerca de Agustina Londoño, personaje central de Delirio,<br />

bien por su propia cuenta, bien en la boca de otros personajes,<br />

lo relatan ambos durante una sesión psiquiátrica a<br />

la que, resignados, han acudido en compañía de Agustina,<br />

muda y extraviada, incapaz de decir por sí misma lo que le<br />

ocurre. Un diálogo extenso con Aguilar, con Laura, incluso<br />

con la tía Sofi, arrojarían suficiente luz sobre las tinieblas


108 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

de la mente de Agustina. Pero, lejos de las especulaciones,<br />

las páginas de la novela son elocuentes para completar el<br />

rompecabezas de la paciente.<br />

Sabemos por Aguilar que Agustina, antes de su última<br />

crisis, solía sumirse en silencios prolongados, períodos de<br />

tristeza profunda alternados con momentos de enérgica actividad.<br />

Pasaba fácilmente de la “exaltación a la melancolía”<br />

(Restrepo, ibídem, p. 55). Cinco meses antes de su última<br />

crisis, le dio por escuchar una y otra vez los tríos de Schubert<br />

y lloraba horas enteras al compás de la música. Luego,<br />

un buen día, se olvidó de ellos. Más adelante, cayó en un<br />

letargo tan fuerte que Aguilar tuvo que llevarla al hospital<br />

de la Hortúa, donde un médico la trató con amital sódico.<br />

“Tres veces al día bajaba el efecto de la droga y yo debía darle<br />

de comer y llevarla al baño, recuerda Aguilar, y así durante<br />

algunos minutos su cuerpo volvía en sí pero su alma seguía<br />

perdida, su mirada volcada hacia adentro y sus movimientos<br />

mecánicos y ajenos, como los de una marioneta” (Restrepo,<br />

ibídem, p. 283). Al cabo de cinco días, Aguilar decidió llevársela<br />

de nuevo para la casa.<br />

Estos períodos contrastaban con otros de gran agitación,<br />

como cuando le dio por conducir una empresa de exportación<br />

de telas estampadas en batik, con tanto empeño que<br />

transformó la casa en un taller con todas las de la ley, con<br />

pinturas, bastidores, rollos de algodón y masas pegajosas<br />

que se prendían con facilidad a los tapetes y a los zapatos,<br />

cúmulos de tinturas, telas y demás elementos propios de la<br />

industria que se esparcían no solo por la sala y el comedor<br />

sino por la cocina y los baños. Mientras tanto, Aguilar no<br />

pronunciaba palabra porque Agustina estaba radiante “inventando<br />

diseños y ensayando mezclas de colores” (Restrepo,<br />

ibídem, p. 159), ocupando todo su tiempo y sus fuerzas<br />

en una iniciativa que, no obstante, nunca dio frutos. Al final<br />

del año la empresa había quebrado por falta de clientes,


La vida en otra parte<br />

109<br />

y entonces Agustina se entregó de nuevo y con más veras a<br />

una depresión inatajable.<br />

<strong>El</strong> ritmo de su hiperactividad y de su melancolía se veía<br />

de pronto y, finalmente, cruzado por instantes de lucidez<br />

en los que Agustina parecía volver en sí para ser la de siempre,<br />

la mujer que Aguilar había conocido en la universidad<br />

mientras él era profesor y ella su estudiante dieciséis años<br />

menor. “En ciertos momentos excepcionales, a veces en<br />

medio de las peores crisis, la normalidad parece apiadarse<br />

de nosotros y nos hace breves visitas” (Restrepo, ibídem, p.<br />

109). Un día, tras el episodio del hotel, que Aguilar llamaba<br />

“episodio oscuro”, Agustina había dado señales de estar<br />

regresando de su mundo. Aguilar la encontró en la cocina,<br />

preparando una sopa de verduras que procedió a servir y a<br />

tomar con un insólito gesto de cotidianidad. Luego, ambos<br />

subieron a la habitación a ver televisión como cualquier par<br />

de cónyuges normales. Pero cuando terminó el programa,<br />

Aguilar “sintió que ella volvía a mirarlo con expresión vacía<br />

y supo que aquella tregua había llegado a su fin” (Restrepo,<br />

ibídem, p. 112).<br />

Desesperado, Aguilar no tendrá más remedio que admitir:<br />

“A Agustina, mi bella Agustina, la envuelve un brillo<br />

frío que es la marca de la distancia, la puerta blindada de ese<br />

delirio que ni la deja salir ni me permite entrar” (Restrepo,<br />

ibídem, p. 112).<br />

Las sospechas sobre su estado de salud<br />

Delirio, que viene del latín delirare, significa ‘fuera del<br />

surco’ y hace referencia a las huellas profundas que deja el<br />

arado cuando rasga la tierra. Una persona delirante, desde<br />

el punto de vista patológico, es aquella que se apropia de<br />

verdades que carecen de lógica en la realidad. Una idea delirante<br />

es una alteración en el contenido del pensamiento,


110 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

una creencia falsa que surge sin una estimulación externa<br />

apropiada y que se mantiene inamovible frente a la razón.<br />

<strong>El</strong> delirio es un síntoma de lo que se denomina psicosis, término<br />

genérico que designa estar fuera de la realidad, de la<br />

razón, y en general incluye enfermedades mentales como la<br />

esquizofrenia, el trastorno afectivo bipolar, psicosis infantiles<br />

como el autismo y psicosis orgánicas producidas por<br />

enfermedades generales o traumas.<br />

Hay diferentes tipos de delirios. <strong>El</strong> más común es el delirio<br />

de persecución, que es la idea falsa de ser perseguido y<br />

que generalmente se estructura en relación con alguien conocido:<br />

un familiar, un amigo, un vecino, un compañero<br />

de trabajo o incluso seres o entidades con las que nunca ha<br />

tenido relación.<br />

Existe también el delirio de grandeza, mediante el cual<br />

se llega a creer en poderes extraordinarios, en capacidades<br />

exageradas. Los pacientes creen tener mucho poder, dinero,<br />

ser muy admirados. Y los delirios de referencia, durante<br />

los cuales se está convencido de que en cualquier suceso<br />

en el entorno tiene que ver la persona. Por ejemplo, si<br />

alguien mira para cualquier lado, el paciente lo interpreta<br />

como una señal de que se habla de él. Hay delirios místicos,<br />

que tienen que ver con creencias religiosas: los pacientes<br />

creen que tienen una misión especial, que son enviados de<br />

Dios o que, sencillamente, son Dios. Los hay celotípicos:<br />

se cree ciegamente en la infidelidad de la pareja y se monta<br />

una persecución relacionada con todas las personas a su alrededor.<br />

Y de negación: se cree firmemente que no se tiene<br />

un órgano, por ejemplo estómago, corazón o pulmones.<br />

Agustina, quien desde pequeña había cultivado para sí<br />

misma facultades adivinatorias, gracias a las cuales se volvió<br />

famosa por haber encontrado, mediante telepatía, “a<br />

un joven excursionista colombiano que se había extraviado<br />

en Alaska” (Restrepo, ibídem, p. 141), estaba convencida de


La vida en otra parte<br />

esos poderes. Cierto día, tras haber sido diagnosticada con<br />

preeclampsia cuando llevaba cinco meses de embarazo, se<br />

sintió capaz de leer los pliegues de las sábanas. En la quietud<br />

de la cama en la que se hallaba postrada por prescripción<br />

médica, imaginaba que las arrugas le enviaban señales.<br />

“Quédate quieto un momento –le decía a Aguilar– que<br />

quiero ver cómo amanecieron las sábanas”. Y luego aseguraba<br />

que los dobleces de la tela le auguraban un parto exitoso.<br />

Sin embargo, en ocasiones los presagios de las sábanas se<br />

tornaban más oscuros y pesimistas. “Como si se tratara del<br />

dictamen de un juez despiadado, los pliegues de las sábanas<br />

determinaban el destino nuestro y el de nuestro hijo, y<br />

no había poder humano que hiciera reflexionar a Agustina<br />

sobre lo irracional que era todo aquello” (Restrepo, ibídem,<br />

p. 159).<br />

<strong>El</strong> tipo de delirio puede dar una orientación diagnóstica,<br />

por ejemplo en el trastorno afectivo bipolar (TAB), que es<br />

de lo que podría padecer Agustina. En las fases de manía<br />

predominan las ideas delirantes de grandeza, como el tener<br />

poderes adivinatorios o la creencia de realizar un gran negocio<br />

de características internacionales, mientras que en las<br />

fases depresivas predominan las ideas delirantes negativas y<br />

los “malos presagios”. Son pistas suficientes para encaminarnos<br />

en ese sentido.<br />

<strong>El</strong> trastorno afectivo bipolar es una enfermedad que<br />

afecta los mecanismos que regulan el estado de ánimo. Se<br />

caracteriza por la alternación de elevados momentos de euforia<br />

con otros de profunda melancolía. La euforia suele<br />

venir acompañada de mucha actividad, grandes proyectos<br />

por lo general inconclusos, cambios de conducta y una<br />

exagerada atención a todo, lo cual dispersa e impide sentir<br />

cansancio. No parece haber necesidad de dormir y a veces<br />

ni de comer. Durante este periodo de excitación pueden<br />

surgir ideas delirantes y hasta alucinaciones. Hay un arreglo<br />

111


112 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

personal exagerado y una gran familiaridad en el trato, aun<br />

con extraños. Es lo que se denomina manía.<br />

En contraste, en los episodios de melancolía predominan<br />

el ánimo triste, la falta de energía, la dificultad para<br />

tomar decisiones o iniciativas, el cansancio, el desaliento,<br />

las ideas de minusvalía, de soledad, de muerte. En ocasiones<br />

se llega a planear un suicidio e incluso a intentarlo. Hay<br />

alteración del sueño y propensión a una total inmovilidad.<br />

También pueden aparecer ideas delirantes de negación, de<br />

culpa, y un descuido evidente en el cuidado personal. Es lo<br />

que se conoce como depresión.<br />

Las primeras descripciones del trastorno bipolar datan<br />

de la Grecia Antigua. Hipócrates, Plutarco y Galeno hablaron<br />

con precisión de los síntomas de manía y de depresión<br />

y, además, las interrelacionaron como episodios de la<br />

misma enfermedad. En la historia más reciente, en el siglo<br />

XIX comenzó a llamarse locura circular, o locura de doble forma.<br />

En 1882, el psiquiatra Karl Ludwig Kahlbaum describió<br />

la manía y la melancolía como fases de un mismo mal. A<br />

la forma leve la llamó ciclotimia, y la forma más grave la denominó<br />

vesania typica circularis. Kahlbaum propuso bautizarla<br />

con el nombre de locura maníaco-depresiva. Luego fue llamada<br />

psicosis bipolar y actualmente se le conoce como trastorno<br />

afectivo bipolar.<br />

Sobre este trastorno hay puntos básicos que siempre se<br />

han reconocido: es cíclico, con diferentes fases en su evolución<br />

y períodos de normalidad entre crisis. Los síntomas<br />

principales están expresados en el área afectiva, y van de la<br />

depresión a la manía, con todo un espectro de manifestaciones<br />

entre ambos estados de ánimo.<br />

Muchos de estos síntomas saltan a la vista en Agustina.<br />

Pero ¿de dónde vienen? ¿Pudo haberle ocurrido algo, acaso,<br />

un suceso traumático, tal vez, que le hubiera producido<br />

la enfermedad? ¿Habría podido evitarse? La confusión en


La vida en otra parte<br />

este sentido es, en muchas ocasiones, la causa de que cientos<br />

de pacientes hayan sido mal diagnosticados.<br />

<strong>El</strong> trastorno afectivo bipolar es una enfermedad biológica<br />

y genética en su origen, lo cual quiere decir que puede<br />

ser hereditaria. Nuestros estados de ánimo están regulados<br />

por el sistema límbico, que es algo así como el cerebro de<br />

las emociones. Este cerebro es el que nos permite reaccionar<br />

de manera coherente con las circunstancias que vamos<br />

experimentando a diario: sentir alegría frente a un éxito<br />

empresarial y tristeza cuando estamos en duelo, por ejemplo.<br />

Pero cuando el sistema límbico funciona mal, las emociones,<br />

y por tanto nuestro estado de ánimo, se desordenan<br />

sin que podamos evitarlo, produciendo topes de exaltación<br />

o de congoja que no son coherentes con lo que estamos viviendo<br />

en la realidad. Hay una distorsión entre nuestro estado<br />

de ánimo y lo que nos sucede. Desde el punto de vista<br />

biológico, los neurotransmisores juegan un papel crucial en<br />

este desorden. Existen hipótesis sólidas de que, por ejemplo,<br />

hay un aumento de dopamina en las fases maníacas y<br />

una disminución de serotonina durante la depresión. En<br />

cualquier caso, todo esto ocurre sin que medie la voluntad.<br />

La predisposición genética<br />

Aunque el trastorno afectivo bipolar puede aparecer en<br />

pacientes de primera generación, está claro que es una enfermedad<br />

hereditaria. En la historia familiar de Agustina<br />

hay evidencia relacionada con su mal. En su árbol genealógico<br />

salta a la vista su abuelo materno, Nicolás Portulinus,<br />

un músico alemán que terminó en Colombia componiendo<br />

bambucos y disfrutando del amable clima de Sasaima.<br />

<strong>El</strong> abuelo sufría de trastornos que alternaban la depresión,<br />

la irritabilidad y un aumento súbito de la actividad motora.<br />

Tenía ideas fijas delirantes y en ocasiones alucinaciones.<br />

113


114 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

Era habitual que confundiera el río Sasaima con el Rin alemán<br />

de su infancia, y que viera en un furtivo alumno de<br />

piano una especie de enviado de los dioses. En sus delirios,<br />

recitaba los nombres de los ríos de Alemania en orden alfabético.<br />

De niño, presentó dificultades para hablar y tartamudeaba.<br />

En su última crisis, se dejó llevar por las aguas<br />

del río Sasaima y se ahogó. Portulinus, para completar, tuvo<br />

una hermana mayor en Alemania que sufría de una enfermedad<br />

mental. Se masturbaba compulsivamente y, encerrada<br />

en su silencio, fue aislándose hasta que los médicos<br />

de la época le diagnosticaron quiet madness o insania. Un día<br />

no pudo más con el mal que la aquejaba, y que aterraba a<br />

Portulinus, y se suicidó ahogándose en el Rin.<br />

Más cercana tenemos a la mamá de Agustina, Eugenia,<br />

descrita por la tía Sofi, su hermana, como una mujer hermosísima<br />

pero rara, y “como ausente”, con propensión a<br />

deprimirse. Eugenia suele negarse a las evidencias, entre<br />

ellas, precisamente, la muerte de su padre. <strong>El</strong>la siempre les<br />

sostuvo a sus hijos que Portunilus había abandonado a su<br />

madre y regresado a Alemania, cuando en realidad se había<br />

ahogado por culpa suya, pues la familia la había dejado<br />

cuidándolo por el riesgo de que cometiera algún desvarío,<br />

como en efecto ocurrió. La verdad fue que ella se quedó<br />

dormida mientras lo velaba y, al despertar, supo que, durante<br />

su breve sueño, el padre se había tirado al río. Luego<br />

negaría también, contra toda evidencia, el hecho de que su<br />

hermana hubiera sido amante de su esposo.<br />

La predisposición genética, que en este caso se ve claramente<br />

en el abuelo Nicolás, en la tía abuela y en la madre<br />

depresiva es, sin embargo, solo eso: una predisposición. Al<br />

desorden biológico hay que añadirle dos factores: el sicológico,<br />

que es el que nos hace vulnerables a la enfermedad,<br />

y el sociocultural, que es el entorno en el que crecemos<br />

y maduramos.


La vida en otra parte<br />

Observemos a Agustina y su entorno sicológico. Es la segunda<br />

hija de tres hijos, dos hombres y una mujer, de una<br />

familia acomodada. No hay datos del embarazo, parto y desarrollo<br />

sicomotor, pero parecen ser normales. Mantiene<br />

una relación distante con el padre, al cual lo describe como<br />

autoritario y agresivo física y verbalmente con el hermano<br />

menor, el Bichi, porque tenía “una cierta tendencia hacia<br />

lo femenino” y quería “corregir el defecto” (Restrepo, ibídem,<br />

p. 125).<br />

Agustina siente adoración por el padre, aunque no puede<br />

contener la rabia y el odio cuando maltrata a su hermano<br />

menor, a quien intenta siempre proteger con ceremonias<br />

secretas y adivinaciones. Mientras tanto, a la madre la describe<br />

como fría y distante.<br />

Estudió en un colegio de estrato alto de niñas, al parecer<br />

con un rendimiento promedio, y luego no estudió. Refiere<br />

que su temor mayor es “a la sangre derramada” y habla de<br />

varios episodios. Uno, mientras le cortaba las uñas al hermano<br />

menor, y por error le corta el pulpejo del dedo medio.<br />

Entonces se asusta con el llanto del hermano, se siente<br />

culpable por hacerle daño ya que es ella la que se cree protectora<br />

del dolor que le causa el padre. <strong>El</strong> segundo, cuando<br />

asesinan al celador de los vecinos y muere en la puerta de su<br />

casa, adonde se acercó a pedir ayuda. Es la primera vez que<br />

ve morir a un hombre. <strong>El</strong> tercero, con la menarquia, que<br />

sucede mientras jugaba en Sasaima en la piscina con los primos.<br />

Se asusta, llora, “le parecía horrible que la sangre se<br />

le saliera por ese lado y le manchara la ropa y que su mamá<br />

la mirara con cara de reproche, como se mira a alguien que<br />

hace algo sucio” (Restrepo, ibídem, pp. 169-170).<br />

Durante su infancia, desarrolló otros temores: a los leprosos;<br />

a los francotiradores del 9 de Abril, por las huellas<br />

de balas que quedaron de esa época en los postigos de la<br />

115


116 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

casa; a “los estudiantes con cabeza rota y llena de sangre y<br />

sobre todo la chusma enguerrillada que se tomó Sasaima”<br />

(Restrepo, ibídem, p. 135). Ante estos temores, era la figura<br />

del padre la que le daba protección.<br />

Tuvo dos abortos. <strong>El</strong> primero fue un aborto voluntario,<br />

cuando quedó embarazada de un amigo de la familia, “el<br />

midas” McAlister, lavador de dólares. Él no respondió. Y el<br />

segundo, cuando le diagnosticaron preeclampsia al quinto<br />

mes de embarazo con Aguilar y se concentró en leer el<br />

destino de su bebé en los pliegues de las sábanas. Abortó al<br />

séptimo mes.<br />

Vive con Aguilar hace tres años y antes de la crisis se ganaba<br />

la vida leyendo el tarot, adivinando la suerte e interpretando<br />

el I Ching. Su mayor destreza fue haber hallado por telepatía<br />

al excursionista colombiano que se perdió en Alaska.<br />

Ahora observemos su entorno familiar. De Eugenia ya<br />

hemos hablado, aunque valga añadir que no acepta a Aguilar<br />

por ser de otra clase social, porque él no se ha divorciado<br />

de su primera mujer y porque es un simple profesor de literatura,<br />

un “manteco”. Tampoco acepta la enfermedad de<br />

Agustina y, en cambio, justifica los síntomas de su hija por<br />

la vida que lleva al lado de ese hombre.<br />

Luego están su padre, Carlos Vicente Londoño, un hombre<br />

de alcurnia que al final había entrado al negocio de lavado<br />

de dólares para conservar su estatus, y los hermanos de<br />

Agustina: Joaquín, el mayor, duro y agresivo como el padre,<br />

aficionado a los caballos y a los lujos y quien continuó en el<br />

negocio de lavar dólares; y Carlos Vicente, a quien le dicen<br />

el Bichi y Agustina ama con locura. Por ser homosexual, era<br />

rechazado tanto por su padre como por su hermano Joaco,<br />

y en la adolescencia decide irse a vivir a México.<br />

Por último, tenemos a la tía Sofi, la hermana menor de<br />

Eugenia, quien ayudó a cuidar la casa y a criar a los hijos de


La vida en otra parte<br />

su hermana por la depresión de esta, pero también terminó<br />

en México, con el Bichi, cuando la familia se enteró de que<br />

había sido amante de su cuñado.<br />

Por lo que podemos observar, Agustina es una mujer<br />

especialmente sensible y vulnerable, a quienes sus familiares<br />

no prestaron suficiente atención para descubrir su anomalía.<br />

Suele suceder en cualquier ámbito que el trastorno afectivo<br />

bipolar no sea detectado a tiempo para tratarlo por la<br />

propensión a confundir la enfermedad con un rasgo de carácter:<br />

“Es que ella es así”. Tanto la madre, que culpa a la<br />

relación que Agustina sostiene con Aguilar, como el propio<br />

Aguilar, que vive de creer que Agustina se va a recuperar<br />

por sí sola cuando pase la crisis, son dos ejemplos de<br />

la susceptibilidad que existe para negar el problema en vez<br />

de enfrentarlo.<br />

Con razón, Aguilar terminará aceptando, uno, que el<br />

delirio de Agustina “es de naturaleza devoradora y que puede<br />

engullirlo como hizo con ella, y dos, que el ritmo vertiginoso<br />

en que se multiplica hace que sea contra reloj esta<br />

lucha que además emprende tarde, por no haberse percatado<br />

a tiempo de los avances del desastre” (Restrepo, ibídem,<br />

p. 22). Una vez más, es lo que ocurre muchas veces con esta<br />

enfermedad. Se niegan los primeros indicios dándole explicaciones<br />

racionales como “es cosa de su personalidad”,<br />

o “es que ya va a pasar”, o “es por lo que le tocó vivir”, todas<br />

explicaciones plausibles pero que no ayudan a aceptar una<br />

enfermedad mental.<br />

Análisis del caso<br />

Agustina ha presentado en su última crisis cambios bruscos<br />

de ánimo, ansiedad y depresión. Duerme poco, producto<br />

del aumento de la actividad motora. Ha experimentado<br />

117


118 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

pensamientos mágicos y delirantes de grandiosidad, como<br />

la espera de la venida del padre muerto para aumentar su<br />

poder. Ha tenido momentos de agresividad verbal con la tía<br />

y con Aguilar y períodos de aislamiento y mutismo.<br />

Hay antecedente de crisis previas, algunas de tristeza a las<br />

que le siguen episodios de hiperactividad y de negación de<br />

los hechos traumáticos, como el aborto por preeclampsia al<br />

que le sigue la idea de un negocio grandioso: la exportación<br />

de telas teñidas, el cual fracasa aparentemente por la vuelta a<br />

una depresión. Ha sido tratada con múltiples terapias que,<br />

según el relato, no contribuyen a la mejoría de los síntomas.<br />

Por el contrario, estos se van haciendo más fuertes y<br />

más prolongados. Mi impresión diagnóstica sobre Agustina<br />

Londoño es trastorno afectivo bipolar. Fase actual: manía.<br />

<strong>El</strong> tratamiento<br />

Es muy importante que la persona y sus familiares entiendan<br />

que todos los cambios de conducta, es decir los<br />

cambios notables en relación con el funcionamiento previo,<br />

la inestabilidad del ánimo y todo lo que sucede durante<br />

una crisis, son una enfermedad.<br />

En este sentido, la primera recomendación es conocer<br />

la enfermedad y aceptarla. Hacer un análisis de en qué situaciones<br />

o en qué época se han presentado las crisis para,<br />

en esos momentos, consultar cuanto antes al psiquiatra y<br />

poder prevenir una crisis. Sobre todo, estar alerta a las alteraciones<br />

del sueño y al insomnio, que generalmente es el<br />

primer síntoma de una crisis.<br />

En segundo lugar, los medicamentos son importantísimos.<br />

Contra las crisis, se requieren medicamentos específicos<br />

para el control de los síntomas. Los indicados se conocen<br />

como estabilizadores del afecto, porque actúan sobre<br />

los episodios maníacos o depresivos y previenen nuevas cri-


La vida en otra parte<br />

119<br />

sis. Existen tres grupos de estos medicamentos, comenzando<br />

por el carbonato de litio, primero en ser descubierto y<br />

en ser utilizado para el TAB. <strong>El</strong> segundo grupo es el de los<br />

anticonvulsivantes, que actúan como estabilizadores de la<br />

membrana neuronal y han demostrado su utilidad. Los más<br />

usados son el divalproato de sodio, la carbamazepina y la<br />

lamotrigina. <strong>El</strong> tercer grupo es el de los antipsicóticos, que<br />

cada vez son más usados en la fase de mantenimiento. Entre<br />

los típicos se encuentran la pipotiazina de depósito, y entre<br />

los nuevos la olanzapina, la risperidona, la quetiapina, el<br />

aripiprazol y la paliperidona.<br />

<strong>El</strong> trastorno afectivo bipolar se puede controlar, pero es<br />

fundamental tomar el medicamento de forma permanente.<br />

En consecuencia, un psiquiatra debe buscar el que menos<br />

efectos molestos genere, dependiendo del paciente. Como<br />

es una enfermedad, la voluntad no alcanza para mantenerse<br />

bien. Sirve, sí, para aceptar lo que se sufre, y para adoptar<br />

una vida con hábitos sanos de sueño, comida y ejercicios.<br />

Justamente por eso es definitivo trabajar contra el estigma<br />

de los males de la mente como el que sufre Agustina.


7<br />

Del lado de allá<br />

<strong>El</strong> síndrome del inmigrante con estrés crónico y múltiple,<br />

visto a través del análisis psiquiátrico de Esteban, Jung<br />

y Paula, personajes de la novela <strong>El</strong> síndrome de Ulises,<br />

de Santiago Gamboa.<br />

Mario Alberto Peña García


MARIO ALBERTO PEÑA GARCÍA (Villavicencio, 1974) es médico y psiquiatra<br />

de la Pontificia Universidad Javeriana y sexólogo clínico de la Fundación Universitaria<br />

Ciencias de la Salud. Actualmente es el director del Centro de Sexualidad y Salud<br />

Mental, en Cali, Colombia. Entre 2009 y 2012 fue inmigrante en España, donde se<br />

desempeñó como psiquiatra y sexólogo clínico, y como gerente médico de una compañía<br />

farmacéutica. En 2012 regresó al país para poner en marcha su propio centro<br />

de sexología.<br />

En este ensayo, el especialista analiza a tres personajes de la novela <strong>El</strong> síndrome de Ulises,<br />

publicada en 2005. <strong>El</strong> análisis de la obra, del escritor Santiago Gamboa (Bogotá,<br />

1965), permite descubrir cómo la psiquis de los personajes se ve afectada por su<br />

condición de inmigrantes en París.<br />

Advertencia<br />

Salvo que se indique otra cosa, las citas textuales han<br />

sido tomadas de la edición abajo mencionada. Dentro<br />

del texto, entre paréntesis, se anotan los números de<br />

página correspondientes.<br />

• GAMBOA, Santiago. <strong>El</strong> síndrome de Ulises. Seix Barral.<br />

Primera edición. Bogotá, 2005.


Cuadro clínico Jung y Esteban presentan claros síntomas de depresión y ansiedad<br />

como consecuencia de la migración. En el caso del<br />

primero son mucho más notorios y la somatización es evidente.<br />

Su permanente sensación de zozobra, miedo, tristeza<br />

y sentimiento de culpa son dignos de alerta. En contraste,<br />

Paula no parece presentar ningún trastorno, a pesar de sus<br />

fuertes impulsos sexuales.<br />

<strong>El</strong> título del libro es suficientemente explícito: <strong>El</strong> síndrome<br />

de Ulises. Fue descrito por el psiquiatra español<br />

Joseba Achotegui, quien trabaja en el hospital San<br />

Pedro Claver de Barcelona, en el servicio de atención psicopatológica<br />

y psicosocial a inmigrantes y refugiados. Hace<br />

referencia a un síndrome padecido por los inmigrantes, caracterizado<br />

por estrés crónico y múltiple. Si bien los signos<br />

y síntomas que lo componen podrían configurar el diagnóstico<br />

de otras entidades como depresión, estrés agudo o<br />

trastorno adaptativo, en el contexto del inmigrante son lo<br />

suficientemente específicos como para ser categorizados de<br />

forma independiente en la nosología psiquiátrica. Aunque<br />

muchos psiquiatras no están de acuerdo con la denominación,<br />

sí coinciden en que los inmigrantes se ven enfrentados<br />

a un gran número de situaciones vitales que generan<br />

estrés durante el proceso de migración o adaptación, y que<br />

pueden desencadenar una franca patología mental.<br />

A pesar de que el síndrome de Ulises fue descrito en los<br />

inmigrantes ilegales, todos los que migran han padecido alguno<br />

de los síntomas que lo conforman. Por esta razón, la<br />

psiquiatría transcultural se está ocupando cada vez más del<br />

asunto. “Existe una relación directa e inequívoca entre el<br />

grado de estrés límite que viven estos inmigrantes y la apa-


126 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

rición de sus síntomas psicopatológicos”, ha escrito Achotegui.<br />

1 Y Santiago Gamboa se encarga de corroborarlo en<br />

la ficción, contando la odisea de veintitrés inmigrantes que<br />

han viajado a París desde distintas partes del mundo y que<br />

comparten muchos de sus infortunios en el propósito común<br />

de salir adelante en un lugar que resulta inhóspito para<br />

ellos, no solo por las diferencias culturales y de idioma, sino<br />

por el hecho de sentirse ciudadanos de menor categoría.<br />

Ya desde las primeras páginas del libro nos damos cuenta<br />

de que la migración ha influido profundamente en la psique<br />

de los personajes. Sus padecimientos hacen eco en la<br />

voz de Esteban, el protagonista, un estudiante bogotano de<br />

doctorado en Literatura que reclama su lugar en el mundo<br />

y que durante el relato nos invita a acompañarlo en esa búsqueda<br />

frenética por la supervivencia en una ciudad que le es<br />

extraña y miserable. Aunque París atrae millones de turistas<br />

por su belleza y prosperidad, es precisamente esta última la<br />

que les es esquiva a Esteban y a la mayoría de los inmigrantes<br />

que se topan con él durante la novela. “Vivíamos peor<br />

que los insectos y las ratas” (Gamboa, ibídem, p. 11), dice<br />

Esteban, para situarnos más allá del encanto del turismo, en<br />

unas condiciones que difícilmente perciben los visitantes.<br />

Cuando uno no es turista sino inmigrante, sufre una serie<br />

de pérdidas (o duelos, como los llama Achotegui) que<br />

hacen necesario un proceso de reorganización personal y<br />

adaptación a los cambios que pone a prueba todos nuestros<br />

mecanismos psicológicos sanos. En pocas palabras, nos estresamos<br />

ante las forzosas modificaciones relacionadas con<br />

la familia, los amigos, el idioma, la cultura, la situación social,<br />

el contacto con otros grupos y el riesgo físico que a ve-<br />

1. Achotegui, Joseba. “Emigrar en situación extrema: el síndrome del inmigrante<br />

con estrés crónico y múltiple (síndrome de Ulises)”, en Norte de Salud Mental, número<br />

21, 2004, pág. 51.


La vida en otra parte<br />

127<br />

ces implica tener que sobrevivir. Y ese estrés no es esporádico,<br />

como podría suceder frente a cualquier acontecimiento<br />

imprevisto, sino “intenso y prolongado”, dependiendo de<br />

las condiciones de nuestra migración, lo cual desencadena<br />

una serie de síntomas psicológicos y físicos.<br />

De acuerdo con la descripción del síndrome de Ulises<br />

que expone Achotegui, son cuatro los síntomas cardinales<br />

que padecen los pacientes: la soledad, por haberse separado<br />

de los seres queridos; el sentimiento de fracaso, que generalmente<br />

tiene que ver con las falsas expectativas que se crea<br />

el inmigrante en su imaginación, y que contrastan de manera<br />

brutal con la realidad a la que se enfrentan; la preocupación<br />

constante por cómo alimentarse y dónde vivir; y,<br />

finalmente, el miedo, que es exacerbado por todos los anteriores<br />

motivos de estrés y que condiciona al inmigrante a<br />

reaccionar con ansiedad ante futuras eventualidades.<br />

En muchos de los personajes de la novela podríamos rastrear<br />

esta sintomatología, pero quiero concentrarme en tres<br />

de ellos con el ánimo de ejemplificar los diferentes tipos<br />

de migración, que a su vez, ayudan a poner en evidencia el<br />

síndrome: Esteban, Jung y Paula. Cada uno de ellos vive su<br />

estancia en París desde distintos ángulos. Esteban está allí<br />

por decisión propia, porque busca encontrarse a sí mismo<br />

en su camino a convertirse en escritor. Sus padecimientos<br />

son, de alguna forma, consentidos. Jung, en cambio, es un<br />

exiliado norcoreano que tras haber soportado las condiciones<br />

más adversas en su país, y luego huyendo de él, termina<br />

en París por resignación, por ser la única posibilidad entre<br />

muchas puertas que se le han cerrado de manera traumática.<br />

Finalmente, tenemos a Paula. <strong>El</strong> de ella es, si se quiere,<br />

el paradigma de la migración ideal, y más adelante veremos<br />

por qué. Limitémonos a decir por ahora que es una niña<br />

rica que está de paso por la Ciudad Luz para aprender francés<br />

antes de regresar a la vida que sus padres le tienen pla-


128 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

neada en Bogotá: casarse y conseguir un excelente empleo<br />

en las telecomunicaciones.<br />

<strong>El</strong> caso de Esteban<br />

Llevado quizás por la idea romántica de que en París se<br />

cuecen mejores habas, Esteban se instala en Francia para<br />

cursar un doctorado en Literatura, tras haber sido echado<br />

por su novia española, con quien vivía en Madrid. Sus<br />

síntomas aparecen pronto: maldice por no haber escogido<br />

otra ciudad, una más cálida y con gente más abierta. Sus expectativas<br />

iniciales contrastan pronto con la realidad y siente,<br />

de entrada, la frustración: resuelve que las cosas siempre<br />

son mejores en otros lugares y que su decisión fue errónea.<br />

“<strong>El</strong> mundo giraba y estaba solo, hundido en un hueco<br />

húmedo y pobre” (Gamboa, ibídem, p. 16), nos cuenta en<br />

relación con la pequeña “chambrita” que ha conseguido,<br />

de nueve metros cuadrados y sin vista a la calle. Este sentimiento<br />

de desamparo lo experimentan incluso quienes<br />

viajan con parte de su familia, pero suelen ocultarlo por<br />

orgullo, por no querer preocupar a sus parejas o porque<br />

quieren demostrar que están firmes, que son un bastión sobre<br />

el que se pueden apoyar. Y más adelante, añorando a su<br />

novia, Esteban confiesa: “Victoria viajaba en un tren hacia<br />

una ciudad lejana, y al pensarlo lloré con todas mis fuerzas,<br />

como si fuera la última noche de un hombre sobre la tierra.<br />

Y supe lo que era la orfandad” (Gamboa, ibídem, p. 17). La<br />

sensación de “orfandad” es justamente la que une a todos<br />

los inmigrantes, los hace vivir cerca los unos de los otros, y<br />

encontrarse una y otra vez para compartir sus lamentos.<br />

Esteban, al igual que sus compañeros de “orfandad”,<br />

también debe enfrentarse a una realidad común de la migración:<br />

resignarse al trabajo que le den y, por ende, sentirse<br />

un ciudadano de tercera. Su primer factor de estrés


La vida en otra parte<br />

129<br />

es conseguir una vivienda: “[…] pues por dura que sea la<br />

vida cualquiera necesita un cuarto propio, como escribió<br />

Virginia Woolf, un lugar a salvo de las miradas y charlas ajenas,<br />

donde uno pueda llorar o cortarse las venas en absoluta<br />

libertad” (Gamboa, ibídem, p. 25). <strong>El</strong> segundo motivo de<br />

preocupación es la cuenta bancaria, que va haciéndose cada<br />

vez más escasa. Pronto consigue trabajo como profesor de<br />

español, pero las clases no son suficientes para costearse su<br />

manutención. Así, debe aceptar otro oficio: el de lavaplatos<br />

en el segundo sótano de un restaurante coreano, a horas<br />

imposibles, con tal de reunir el dinero suficiente para sobrevivir.<br />

“Un trabajo, algo que me quitara el miedo a no tener<br />

la plata del alquiler y verme en la calle, o el de no poder<br />

comer bien y caer enfermo, y sobre todo el miedo a no poder<br />

soportar la vida que había elegido y tener que regresar a<br />

Bogotá, derrotado” (Gamboa, ibídem, p. 50).<br />

Poco a poco, se hace a una vida más llevadera por la posibilidad<br />

que le brinda conocer a otros inmigrantes quizás<br />

más pobres que él: exiliados de diversos países, entre<br />

ellos varios exguerrilleros colombianos; mujeres de Europa<br />

Oriental que ven en la prostitución una oportunidad para<br />

progresar; personajes que lo conectan con su ámbito, el de<br />

la literatura, y le permiten acceder a otros escritores ya reconocidos<br />

que pueden estimularlo en su lucha por no fracasar.<br />

Estas y otras esperanzas, como la de fantasear con el<br />

regreso de Victoria, van alimentándole una ansiedad notable<br />

que se pone en evidencia en varios episodios en los que<br />

no se atreve a salir de su “chambra” por esperar que suene<br />

el teléfono.<br />

Permanentemente, mientras nos va relatando la vida de<br />

los demás inmigrantes que hacen parte de la novela, Esteban<br />

se atormenta con la duda de si eligió bien, de si todo no<br />

fue más que un error; y se angustia con la probabilidad de<br />

no salir nunca de esa pocilga y de la tortura que representa


130 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

aquel sótano húmedo y frío. Sufre claros síntomas depresivos<br />

y de ansiedad que, de haber tenido a mano a un psiquiatra,<br />

podría haber tratado adecuadamente, pero en su lugar,<br />

sobrelleva con alcohol. En más de una ocasión, Esteban no<br />

bebe para divertirse, sino para relajarse, para olvidarse de<br />

su realidad y acceder a otras instancias de su ánimo. Sin<br />

embargo, conforme va mejorando su vida (consigue una<br />

mejor habitación, incrementa su vida sexual cuando menos<br />

lo esperaba, sus ingresos aumentan y, sobre todo, conoce<br />

a Paula, quien no solo le ayuda económicamente sino que<br />

le sirve de tabla de salvación en sus crisis), los síntomas van<br />

desapareciendo. Es, precisamente, lo que diferencia el síndrome<br />

de Ulises de otros males de la mente como el trastorno<br />

depresivo mayor. Esteban ve la vida oscura y desolada no<br />

por una exageración de su psique, sino porque su vida es,<br />

en realidad, oscura y desolada. En tanto mejoran sus condiciones<br />

de vida, los síntomas de su depresión y de su ansiedad<br />

van disminuyendo. Así suele ocurrir con la mayoría de<br />

inmigrantes que padecen el síndrome.<br />

Jung, el hombre derrotado<br />

Un caso distinto es el de Jung, el norcoreano que Esteban<br />

conoce en el sótano de aquel restaurante en el que<br />

trabaja como lavaplatos. Jung es su compañero de trastos, y<br />

vive en un hotel de inmigrantes, según nos cuenta Esteban,<br />

“uno de esos hostales que, además de los residentes fijos,<br />

tiene por huéspedes a travestidos y putas, a toxicómanos que<br />

buscan cobijo para inyectarse o fumar crack sentados en un<br />

inodoro, hostales con escaleras que huelen a orines y a basura,<br />

con ratas y nidos de palomas en las ventanas” (Gamboa,<br />

ibídem, p. 53). Y sin embargo, la vida le sonríe ahora<br />

en comparación con su pasado. Desde joven quiso escapar<br />

de su país para “hacer lo que le diera la gana”. Pero antes se


La vida en otra parte<br />

casó y tuvo una hija que murió a los siete años por desnutrición<br />

y su esposa no aguantó la pérdida: se intentó suicidar<br />

(algo prohibido en Corea del Norte) y como sobrevivió, la<br />

arrestaron y más tarde terminó recluida en un hospital psiquiátrico.<br />

Jung, mientras tanto, intentó escapar a China,<br />

pero fue devuelto a la frontera y puesto en prisión por nueve<br />

penosos años. Finalmente pudo huir y tras un largo periplo<br />

de penurias, llegó a París donde consiguió el trabajo<br />

de lavaplatos en el que se siente explotado pero aguanta con<br />

resignación. Al menos tiene un techo donde vivir. “Pensé<br />

que era un pobre desgraciado y que a nadie le importaría<br />

si me cortaba las venas. Y eso me dio fuerzas. Cuando uno<br />

es tan poca cosa para los demás tiende a cuidarse. Si tenía<br />

suerte y me protegía, tal vez podría volver a vivir algo bello.<br />

Un rato alegre, por ejemplo. O dejar de tener miedo. Desde<br />

hacía seis años tenía miedo” (Gamboa, ibídem, p. 56),<br />

le contó a Esteban.<br />

Y lo seguiría teniendo. A su sensación de zozobra permanente<br />

se le sumaba un sentimiento de culpa por haber<br />

abandonado a su esposa. A diferencia de Esteban, quien<br />

podía volver a Bogotá si quería, Jung sabía que su patria la<br />

había perdido para siempre. Todo lo que tenía en su país,<br />

incluida su mujer, lo había dejado atrás. Estaba convencido<br />

de que su vida no iba a cambiar y, no obstante, guardaba la<br />

remota esperanza de rescatar a su esposa y llevarla a París<br />

junto a él. Pero incluso eso le daba miedo; miedo al reproche<br />

o a la posibilidad de que ella ni siquiera lo reconociera.<br />

Un día, Esteban fue testigo de su padecimiento cuando<br />

lo vio doblado por un dolor abdominal. Tuvieron que remitirlo<br />

a un hospital donde los médicos le diagnosticaron<br />

“estrés crónico, cefalea y la probable somatización de un<br />

estado de angustia, de ahí los dolores abdominales, algo que<br />

muy bien podría corresponder con la vida del pobre Jung”.<br />

(Gamboa, ibídem, p. 211).<br />

131


132 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

Por donde se le mirara, no cabía ninguna alternativa para<br />

que su vida mejorara, de manera que su síndrome no podía<br />

sino acrecentarse hasta aniquilarlo. A pesar de haber conseguido<br />

un préstamo para pagar el rescate de su esposa para<br />

llevarla junto a él en París, terminó quitándose la vida justo<br />

el día en que ella llegaba.<br />

<strong>El</strong> cuadro de Jung en estas circunstancias podría confundirse<br />

con el de un trastorno depresivo mayor. Si a pesar de<br />

las condiciones adversas los inmigrantes guardan un secreto<br />

optimismo de que las cosas empiecen a cambiar para bien,<br />

en Jung ya no había esperanza. Muchos de sus síntomas son<br />

los de una depresión común: permanente tristeza, incapacidad<br />

para divertirse, quejas frecuentes, ausencia de humor,<br />

pesimismo, autoculpabilización, baja autoestima, preocupación<br />

por fallar, pérdida de interés, ideas fijas y empobrecimiento<br />

de la vida social, entre otros; además de los corporales:<br />

colon irritable, migrañas, dolores musculares.<br />

Aun así, en Jung es difícil delimitar la frontera a partir de<br />

la cual el estrés crónico y múltiple deriva en una depresión,<br />

o mejor, si fue la depresión y no el Síndrome de Ulises la<br />

que lo llevó a terminar con su vida. Está suficientemente<br />

documentado que el trastorno depresivo mayor contiene<br />

un alto componente genético, una predisposición a sufrirlo<br />

que puede ser desencadenada por situaciones de intenso<br />

estrés. No obstante, a diferencia de su esposa, que cayó en<br />

depresión por no aceptar la pérdida de la hija, Jung luchó<br />

hasta lo insufrible en adelante por sobrevivir, a pesar de haber<br />

estado sometido a la adversidad durante mucho tiempo,<br />

y de no encontrar una salida muchas veces. A los depresivos<br />

“clásicos” les suele faltar el deseo de vivir la vida.<br />

En consecuencia, no tenemos suficiente información<br />

para concluir cuáles fueron las causas que lo llevaron a suicidarse.<br />

Entre otras cosas porque, en muchos casos, el suicidio<br />

ni siquiera está relacionado con el trastorno del afecto


La vida en otra parte<br />

133<br />

en sí, sino que corresponde a una decisión vital, derivada<br />

de la propia conceptualización de la existencia. ¿Qué pudo<br />

pensar Jung para optar por la solución extrema? Podríamos<br />

ofrecer distintas líneas de especulación, pero la verdad es<br />

que ya no lo sabremos.<br />

Paula, en busca de su individualidad<br />

<strong>El</strong> mayor contraste con Esteban y Jung, e incluso con los<br />

demás inmigrantes de la novela, lo marca Paula, una hermosa<br />

mujer de veintiséis años. De clase alta y signada por<br />

la voluntad de sus padres que quieren que aprenda francés<br />

durante un año, casarla luego en Bogotá con un pretendiente<br />

de alcurnia, y después dirigirla hacia una profesión<br />

digna de sus aptitudes, bien sea en la televisión o la publicidad,<br />

Paula convierte su condena en una oportunidad<br />

de liberación: “[…] tengo deseos y sueño con satisfacerlos”<br />

(Gamboa, ibídem, p. 39), le comenta a Esteban. Sus deseos<br />

son sexuales y es evidente que no puede satisfacerlos<br />

en Colombia, donde lo más probable es que su conducta<br />

sea reprobada por su familia, por sus amigos y por su propio<br />

novio, con el que Paula confiesa que se siente aburrida<br />

en el plano erótico. Ya en su adolescencia había descubierto<br />

el placer de una manera categórica y sin ningún tipo de<br />

pudor: “el sexo desde la primera vez me dejó convertida”<br />

(Gamboa, ibídem, p. 39). Pero ni siquiera pudo admitirle<br />

sus experiencias a su prometido, por temor al escándalo y al<br />

rechazo. Le habría encantado tener más de lo que obtiene<br />

de su novio en el plano sexual, pero no es capaz de decírselo<br />

porque sería un irrespeto. Esta situación es extremadamente<br />

frecuente en las relaciones de pareja, y muchos de quienes<br />

leen este artículo estarían de acuerdo con ella cuando<br />

concluye: “[…] pero la verdad es que yo me muero de ganas<br />

de que me irrespete” (Gamboa, ibídem, p. 39). Lo habitual


134 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

es que los individuos sostengan una determinada vida sexual<br />

creyendo satisfacer a su pareja, y que luego se sorprendan<br />

cuando en una disputa el otro confiese que habría esperado<br />

mucho más.<br />

Paula sentía enormes deseos de explorar su sexualidad,<br />

pero en el ambiente donde creció era imposible. De manera<br />

que resolvió aprovechar su viaje a Francia, lejos de la<br />

censura y de los juicios de valor, para darle rienda suelta a<br />

su sensibilidad sexual. A diferencia de otros inmigrantes,<br />

Paula no se separaba de su familia y de sus demás seres queridos:<br />

huía de ellos para su propio beneficio. Eso les sucede<br />

con mucha frecuencia a un buen número de migrantes:<br />

sienten que el país a donde llegan les va a permitir expresar<br />

su sexualidad con la libertad que han soñado, para gozar sin<br />

sentir el reproche o el cuestionamiento permanente a sus<br />

decisiones. Durante mi viaje por España, conocí muchos<br />

casos de personas que se habían “exiliado” para poder ser<br />

abiertamente homosexuales sin tener que enfrentarse a la<br />

crítica de sus familias y de sus grupos sociales. <strong>El</strong> anonimato,<br />

que suele ser un motivo de estrés en ciertos migrantes,<br />

era para Paula una garantía de su dicha.<br />

Dentro de su agitada vida sexual, hay descripciones de<br />

tríos, grupos, sexo anal, relaciones homosexuales y heterosexuales<br />

casuales y, en fin, casi cualquier práctica sexual<br />

que se nos pueda ocurrir. Aquí lo importante es que ella<br />

nos pone de manifiesto que las disfruta, que hacen parte de<br />

su viaje hacia el conocimiento de sí misma. Incluso llega en<br />

algún momento a cobrar por tener sexo, solo para satisfacer<br />

su curiosidad. <strong>El</strong> éxito del viaje de Paula a París reside en<br />

el ejercicio de su libertad, mediante la cual puede decidir<br />

sobre su propia vida sexual y ser dueña de su cuerpo.<br />

Curiosamente, lo que se percibe con más frecuencia en<br />

los migrantes es que, por tener comprometido su estado de<br />

ánimo, ven afectada también su vida sexual. Sin embargo,


La vida en otra parte<br />

135<br />

si no llegan a consulta para hablar sobre su estado de ánimo,<br />

menos lo harán para discutir sobre su apatía sexual.<br />

En este sentido, Paula fue una tabla de salvación para Esteban,<br />

quien aprovechó los bríos eróticos de ella para descubrir<br />

un deleite de la actividad sexual que lo salvó de hundirse<br />

en la depresión.<br />

Cada cual con su tratamiento, si lo requiere<br />

Al analizar a los tres personajes de la novela en cuestión,<br />

podemos sacar las siguientes conclusiones:<br />

Esteban presentó inicialmente un cuadro compatible<br />

con el síndrome de Ulises o, para quienes no quieran utilizar<br />

el epónimo, con el síndrome del inmigrante con estrés<br />

crónico y múltiple, caracterizado por síntomas de ansiedad<br />

y episodios depresivos. Pero luego fue saliendo adelante con<br />

ayuda de Paula y con las oportunidades laborales que mejoraron<br />

progresivamente su calidad de vida. Si lo hubiera<br />

tenido en mi consultorio no lo habría medicado, como no<br />

habría medicado a ningún paciente que llegara con el síndrome<br />

de Ulises. A fin de cuentas, es normal que sientan<br />

estrés crónico frente a situaciones adversas persistentes. Lo<br />

que hay que cambiar es su realidad para que los síntomas<br />

comiencen a disminuir. Sin embargo, sospecho que mis<br />

colegas se habrían decantado, en el caso de Esteban, por<br />

una aproximación psicoterapéutica dejando como posibilidad<br />

posterior la inclusión de algún fármaco: un ansiolítico,<br />

por ejemplo, para paliar la ansiedad que evitaba con el alcohol,<br />

y de pronto un antidepresivo para mejorar su ánimo.<br />

En cuanto a Jung, aunque no presenta todos los síntomas<br />

asociados con el síndrome de Ulises –pues a pesar de<br />

todo vive mejor en París que como vivía en Corea o durante<br />

su larga travesía de escape–, su miedo y su tristeza son<br />

evidentes y profundos; tanto, que afectan ostensiblemen-


136 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

te su cotidianidad. Jung no tiene futuro, sus expectativas<br />

son escasas. Su cuadro sugiere la presencia de un trastorno<br />

depresivo en una persona que ha migrado, para cuyo<br />

tratamiento se podría haber utilizado cualquiera de las diversas<br />

posturas vigentes en el momento que, de forma muy<br />

general, se pueden resumir en tres: psicoterapia exclusiva,<br />

medicación antidepresiva o una combinación de estas dos.<br />

Este último abordaje, desde mi punto de vista profesional,<br />

daría un cumplimiento más satisfactorio a las expectativas<br />

del tratante y del paciente. Sin embargo, es posible que el<br />

desenlace fuera el mismo, pues no contamos en la actualidad<br />

con ningún método infalible para prevenir ni para<br />

evitar el suicidio. Tal vez se le habría podido ayudar a vivir<br />

mejor la antesala a su muerte premeditada, pero está visto<br />

que el que ha tomado la determinación real de quitarse la<br />

vida, generalmente lo cumple.<br />

Por último, aunque imagino que muchos lectores esperaban<br />

encontrar un análisis de la vida sexual de Paula digno<br />

de su exuberancia y variedad, en mi opinión como sexólogo<br />

clínico no presenta ninguna patología específica y, por<br />

tanto, no requiere tratamiento. Eso sí, habría sido conveniente<br />

orientarla en cuanto a la protección para evitar un<br />

embarazo no deseado o una enfermedad de transmisión sexual.<br />

Nada más.


8<br />

La enfermedad del olvido<br />

Comentarios a la obra En la laguna más profunda,<br />

de Óscar Collazos.<br />

Francisco Lopera R.


FRANCISCO LOPERA R. es médico cirujano y neurólogo clínico de la Universidad<br />

de Antioquia, con una licencia especial en Neuropediatría con énfasis en<br />

Neuropsicología en la Universidad Católica de Lovaina (UCL), en Bélgica. Es profesor<br />

titular en Neurología del Comportamiento en la Facultad de Medicina de la<br />

Universidad de Antioquia, y fue jefe del Servicio de Neurología Clínica del mismo<br />

centro educativo. Ha sido médico neurólogo en la Clínica León XIII de Medellín;<br />

médico rural y director del Hospital de Acandí, Chocó; y fundador y profesor<br />

de la Sección de Investigaciones Psicológicas, hoy Departamento de Psicología de<br />

la Universidad de Antioquia. Desde 1990 dirige el Grupo de Investigaciones en<br />

Neurociencias de la Universidad de Antioquia. Ha participado en varios proyectos<br />

colaborativos internacionales con la Universidad de Harvard, la Universidad<br />

de Washington, el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos, el Proyecto del<br />

Genoma Humano, el Instituto Cajal de Madrid y el Centro de Neurociencias de<br />

Cuba. También es autor y coautor de más 110 publicaciones en revistas científicas<br />

nacionales e internacionales sobre aspectos clínicos, neurológicos, neuropsicológicos,<br />

neurogenéticos y moleculares de trastornos neurodegenerativos como<br />

las enfermedades de Alzheimer, Parkinson, Huntington, Wilson y Cadasil, y sobre<br />

trastornos del neurodesarrollo como el déficit de atención con hiperactividad. Ha<br />

presentado numerosas ponencias en congresos nacionales e internacionales y es autor<br />

o coautor de varios libros y capítulos de libros.<br />

En este texto, el autor hace un análisis de la enfermedad que aqueja a Mamamenchu,<br />

la abuela de Alexandra, narradora de la historia de En la laguna más profunda, publicada<br />

en 2011. La novela de Óscar Collazos (Bahía Solano, 1942) reproduce las<br />

memorias que la niña transcribe acerca de sus años al lado de su abuela, una mujer<br />

encantadora que, sin embargo, va deteriorándose poco a poco a causa de la pérdida<br />

de memoria.<br />

Advertencia<br />

Las citas textuales han sido tomadas de la edición abajo<br />

mencionada. Dentro del texto, entre paréntesis, se<br />

anotan los números de página correspondientes.<br />

• COLLAZOS, Óscar. En la laguna más profunda. Editorial<br />

Norma. Bogotá, 2011.


Cuadro clínico La paciente, de 81 años, evidencia un cuadro típico de alzhéimer.<br />

Sufre de alucinaciones, olvida los rostros y los nombres<br />

de sus familiares más cercanos, y tiene dificultades para<br />

recordar palabras. Se muestra irascible, confunde su propia<br />

ropa con la ajena, y formula las mismas preguntas una y<br />

otra vez. Ha olvidado el uso de algunos utensilios y le cuesta<br />

trabajo vestirse por sí misma. Para mejorar la memoria, se<br />

recomiendan ejercicios físicos y de estimulación cognitiva,<br />

y administración de inhibidores de la acetil colinesterasa o<br />

moduladores del glutamato; también se aconsejan paliativos<br />

para mejorar la calidad de vida, como medicamentos para regular<br />

el humor, el estado de ánimo y el sueño.<br />

En la laguna más profunda narra la historia de una niña<br />

de nueve años que va descubriendo gradualmente la<br />

enfermedad del olvido en su abuela. La familia trataba<br />

de minimizar e ignorar los síntomas, pero la pequeña<br />

descubría, cada vez con mayor claridad, tanto los signos de<br />

la amnesia como los esfuerzos de sus padres por ocultarle el<br />

drama de la enfermedad de Alzheimer en la abuela.<br />

La mujer, a quien cariñosamente le dicen Mamamenchu,<br />

invita a la nieta a dar un paseo por su finca y le muestra<br />

el lugar donde alucina con su esposo, ya fallecido, vestido<br />

de gala. La nieta se da cuenta, pero le sigue la corriente. No<br />

le discute su alucinación; es más, se la alimenta imaginándola<br />

bailando con su abuelo en trajes de gala en medio del<br />

bosque, al lado del río.<br />

Alucinaciones y delusiones (conceptos o imágenes que<br />

no se atañen a la realidad) son dos tipos de síntomas relativamente<br />

comunes en la enfermedad del olvido. Las alucinaciones<br />

del alzhéimer generalmente son visuales, pero<br />

a veces también pueden ser auditivas. En la alucinación, el<br />

paciente ve lo que los demás no ven, como al abuelo ya fallecido<br />

vestido de gala que ve la abuela pero que no ve la<br />

nieta, quien solo lo puede imaginar. Generalmente no son<br />

tan dramáticas como las alucinaciones de los pacientes psi-


142 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

cóticos; las viven como algo muy natural, como le pasaba a<br />

la abuela en la novela: simplemente le gustaba ir al mismo<br />

lugar en el campo porque allí la visitaba su difunto esposo.<br />

La abuela tenía el poder de convertir en alucinación su deseo<br />

para hacerlo real. Era capaz de transformar sus sueños<br />

en alucinaciones.<br />

Las delusiones son ideas delirantes, como creer, por<br />

ejemplo, que alguien le tiene armado un complot a uno,<br />

que lo quieren envenenar, que lo están robando, o que un<br />

ser querido fallecido hace muchos años aún vive. La idea<br />

delirante (o delusión) más frecuente en pacientes con alzhéimer<br />

es considerar que alguien ha robado todo lo que<br />

embolata a causa de su mala memoria. Dado que el paciente<br />

no es consciente de sus olvidos, es lógico que atribuya la<br />

pérdida de sus cosas al espíritu malvado de alguien que se las<br />

esconde o se las roba.<br />

A Mamamenchu, las delusiones se le presentaron un<br />

poco más tarde que las alucinaciones, pero en una forma<br />

particular: en vez de quejarse porque le robaban las cosas<br />

que se le perdían, se quejaba porque alguien le guardaba<br />

ropa ajena en su armario, o se negaba a pagar una prenda en<br />

un almacén porque la consideraba de su propiedad.<br />

Las delusiones más fuertes las presentó la abuela cuando<br />

su hija Esmeralda la llevó a una institución geriátrica. La<br />

abuela narró entonces que el ese lugar era tremendo:<br />

Furiosos, dice mi madre que dijo la abuela. Demonios furiosos. Le arrebataban<br />

las cobijas, la sacaban de la cama, la rodeaban y querían clavarle<br />

en el cuerpo sus uñas filosas, esmaltadas como cuchillos de plástico. No<br />

tenían ojos, algunos no tenían nariz, y los que tenían boca dejaban ver<br />

unos colmillos espantosos […].<br />

–No me quieren –decía–. Me hacen maldades (Collazos, ibídem,<br />

p. 74).<br />

Ninguna de esas maldades se las hacían sus compañeros<br />

inofensivos; todas eran producto de su delirio. Como no le


La enfermedad del olvido<br />

143<br />

gustaba el sitio, se inventó todas esas delusiones o ideas delirantes,<br />

que ella vivía, al igual que todos los pacientes con<br />

alzhéimer, como realidades.<br />

La nieta observaba que a medida que le pasaban los<br />

años, la abuela se volvía cada vez más irritable y de mal genio.<br />

Se ponía de mal humor por cualquier cosa. La madre,<br />

que comprendía muy bien estas oscilaciones en el estado<br />

de ánimo de la abuela, pedía que la dejaran tranquila. <strong>El</strong><br />

mal humor es un síntoma muy común en la enfermedad<br />

de Alzheimer. <strong>El</strong> paciente se puede volver muy susceptible<br />

y enojarse por cualquier cosa. Puede magnificar los eventos<br />

de una manera exagerada. Ocasionalmente, la irritabilidad<br />

puede llegar a grados de excitación y agresividad verbal o<br />

física. A veces dicha agresividad está dirigida contra el cuidador<br />

o contra las personas más allegadas y queridas de su<br />

familia. Es frecuente que la personalidad previa del paciente<br />

se intensifique. Por ejemplo, si el paciente era de mal<br />

genio, su genio empeora.<br />

Pero en ocasiones pueden observarse comportamientos<br />

opuestos a los que tradicionalmente presentaba el paciente<br />

en su vida previa. Aunque la abuela se volvió cada vez más<br />

irritable con el curso de su enfermedad, no hizo graves<br />

episodios de excitación y agresividad como puede suceder<br />

excepcionalmente en algunos pacientes. Por lo general, el<br />

paciente con demencia alzhéimer no representa un peligro<br />

para el cuidador en el sentido de que en una crisis de<br />

agresividad le pueda ocasionar un daño. Cuando presentan<br />

agresiones, en general son de tipo impulsivo más que conductas<br />

agresivas planificadas o elaboradas.<br />

Tejer y destejer<br />

Por otro lado, la nieta observaba que la abuela iba perdiendo<br />

sus habilidades, pero cuando se sentaba a tejer, dis-


144 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

frutaba más tejiendo que acabando el tejido. Tejía y destejía<br />

en una perseverancia que no incluía terminar la tarea. En<br />

esta descripción se incluyen dos signos muy frecuentes de la<br />

enfermedad del olvido: la apraxia o pérdida del saber hacer,<br />

y la perseverancia. <strong>El</strong> paciente pierde ciertas habilidades,<br />

por ejemplo para cocinar, para vestirse o para hacer un oficio<br />

particular. En cambio, aumenta la perseverancia en una<br />

tarea repetitiva determinada. Por ejemplo, tejer y destejer<br />

sin objetivo, como lo hacía la abuela, simplemente por el<br />

placer de tejer para nada.<br />

Curiosamente, la abuela no olvidó cómo tejer, aunque<br />

hubiese olvidado cómo hacer otras actividades. La apraxia del<br />

tejer la conservaba intacta. Más allá de este recurso literario,<br />

probablemente en la realidad del alzhéimer no es posible<br />

conservar indefinidamente esta disociación entre conservar<br />

la habilidad y el agravamiento de la conducta perseverante.<br />

La acalculia, o dificultad para hacer cálculos matemáticos,<br />

y las dificultades para reconocer las cantidades y usar adecuadamente<br />

el dinero al hacer compras, se altera rápidamente<br />

al alcanzar el estado de demencia. Cuando la abuela empezó<br />

a firmar cheques por una suma muy superior al valor de la<br />

cuota de una hipoteca que había terminado de pagar diez<br />

años atrás, y cuando empezó a confundir los nombres de<br />

las personas y a saludar a desconocidos con abrazo como<br />

si fueran personas muy allegadas, ya no quedaba ninguna<br />

duda de que estaba picada por el alzhéimer, el terrible mal<br />

del olvido.<br />

¿Cómo es que se llama? Mejor me callo<br />

La propanomia, u olvido de nombres propios, es, generalmente,<br />

el primer síntoma de anomia (el olvido de las palabras)<br />

en la enfermedad de Alzheimer. Los nombres propios<br />

son mucho más susceptibles al olvido que los nombres


La enfermedad del olvido<br />

145<br />

de objetos. Los falsos reconocimientos son tan comunes<br />

como la dificultad para reconocer seres queridos, familiares<br />

o amigos. Tan fácilmente el paciente puede no reconocer<br />

un amigo o un familiar, como experimentar una sensación<br />

de familiaridad con un extraño a quien considera conocido<br />

previamente, y saludarlo, incluso, con abrazo como si fuese<br />

una antigua conocida.<br />

Luego de la propanomia, aparece la anomia. <strong>El</strong> olvido<br />

no solo afecta a los almacenes de nombres propios, sino a<br />

los almacenes de las palabras, de los nombres de las cosas,<br />

de los sustantivos y de los adjetivos. Cuando la anomia se<br />

fue haciendo grave, la abuela se demoraba tanto buscando<br />

la palabra que quería decir que se rendía y prefería guardar<br />

silencio. Así empezó la hipoespontaneidad verbal o, mejor,<br />

la calladera, que finalmente llevó a la abuela al mutismo absoluto<br />

en la fase avanzada de la enfermedad.<br />

Aunque la descripción de la enfermedad de la abuela corresponde<br />

a una persona afectada con alzhéimer, Alexandra,<br />

la nieta, no alcanza a percibir los primeros síntomas<br />

del mal, que tienen que ver con la pérdida de la memoria<br />

reciente. Su recuerdo se inicia con las alucinaciones, que<br />

suceden cuando el paciente ya tiene demencia. Sin embargo,<br />

la abuela, según cuenta Alexandra, posee una excelente<br />

capacidad de raciocinio y lucidez mental, al mismo tiempo<br />

que “goza” de sus alucinaciones.<br />

Por otra parte, hay una fase larga de la enfermedad, omitida<br />

por Alexandra quizás porque no la vivió, que puede<br />

tomar entre dos y cinco años, que precede a la demencia y<br />

se conoce como deterioro cognitivo leve. Este se caracteriza principalmente<br />

por un síndrome amnésico puro que afecta las<br />

vivencias recientes pero no las vivencias del pasado, y que los<br />

médicos conocemos como síndrome de amnesia anterógrada o amnesia<br />

hipocampal. <strong>El</strong> reconocimiento de esta etapa es minimizada<br />

por la familia de la abuela, como sucede muchas veces


146 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

en la enfermedad del olvido. Los familiares consideran que<br />

los olvidos son olvidos tontos, olvidos sin importancia, nada<br />

grave. La relevancia de estos síntomas en muchas ocasiones<br />

solo se hace evidente cuando se salta del síndrome amnésico<br />

al síndrome demencial. La enfermedad, al igual que le<br />

sucede a Mamamenchu, puede progresar silenciosamente y<br />

por un tiempo indeterminado, antes de que sus allegados la<br />

detecten como tal. Es una especie de mal traicionero que se<br />

va robando las facultades mentales lenta y sistemáticamente<br />

sin que pueda ser identificado desde el comienzo.<br />

Justamente, el alzhéimer se inicia con una amnesia hipocampal<br />

porque los depósitos de basuras proteicas como el<br />

amiloide y la proteína tau (basuras tóxicas que destruyen las<br />

neuronas) empiezan por la corteza entorrinal. Este cuadro<br />

amnésico, característico de la etapa inicial de la enfermedad<br />

del olvido, se manifiesta en la repetidera, conducta descrita<br />

también en el personaje de la abuela, pero un poco más<br />

tarde en el curso de la evolución de su enfermedad. La repetidera<br />

es el primer síntoma de la enfermedad del olvido y<br />

es el producto de una clara pérdida de la memoria reciente.<br />

Además de ser el primer síntoma, es el más frecuente.<br />

Como olvida lo inmediato, la abuela no recuerda que acaba<br />

de hacer una pregunta y la vuelve a formular, y así constantemente<br />

hasta agotar la paciencia de su interlocutor.<br />

¿Ajiaco? No conozco ese postre<br />

Al mismo tiempo que progresaban los problemas de memoria,<br />

los estados de confusión eran tan frecuentes en la<br />

abuela que en un cumpleaños de su nieta creyó que se trataba<br />

de la celebración del suyo propio. Los estados de confusión<br />

son frecuentes en el estado intermedio entre el síndrome<br />

amnésico y el síndrome demencial, pero son mucho<br />

más frecuentes cuando el paciente ya tiene demencia.


La enfermedad del olvido<br />

147<br />

Cuando la abuela ya había perdido demasiado la memoria<br />

reciente, comenzó a perder la memoria semántica. Esta<br />

es una memoria mucho más resistente al olvido y empieza<br />

a debilitarse cuando el alzhéimer está a medio camino. Su<br />

principal manifestación es la pérdida del significado de las<br />

palabras. La abuela llegó incluso a perder el significado de<br />

la palabra ajiaco, que era su plato favorito. Decía que nunca<br />

había oído hablar de ese postre. La misma abuela se burlaba<br />

de su anomia. Añoraba las épocas en que podía hablar de<br />

corrido. Ahora no lo podía hacer. En la mitad de una frase<br />

se bloqueaba buscando una palabra en los almacenes vacíos<br />

de su memoria.<br />

Otro de los síntomas de la enfermedad de Alzheimer,<br />

evidentes también en la abuela, son las conductas de desinhibición<br />

asociadas a las delusiones. La enfermedad provoca<br />

que la capacidad de autocrítica y el juicio moral desaparezcan.<br />

De ahí que a la abuela no le preocupara, como le<br />

hubiese sucedido en el pasado, andar desnuda por su casa.<br />

Así, entra desnuda al dormitorio donde su hija y su yerno<br />

ven televisión, y empieza a reburujar su armario y a sacar y<br />

tirar al piso prendas propias que no reconoce como suyas.<br />

Asegura que alguien está guardando ropa en su clóset. Algo<br />

similar le sucedió con su propia imagen: llegó el momento<br />

en que no reconocía su rostro en el espejo y se asustaba, razón<br />

por la cual tuvieron que retirarle los espejos.<br />

Pero así como a veces no reconocía lo suyo, en otras<br />

ocasiones consideraba lo ajeno como propio. Sucedió en<br />

una ocasión que se fue de la casa y tomó un vestido de un<br />

almacén como si fuera suyo, y se negaba a pagarlo porque<br />

consideraba que no tenía por qué pagar una prenda de su<br />

propiedad. Su seguridad en esta idea la llevó a encontrarse<br />

rodeada de un corrillo de personas que se aproximaron al<br />

lugar del escándalo para observar el desenlace de la conducta<br />

infractora de la abuela.


148 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

Respecto al vestir, también aparecieron algunos signos<br />

de desinhibición: elegía prendas de mucho colorido y no<br />

apropiadas para su edad; buscaba su ropa en un armario<br />

ajeno y se vestía con prendas de fiestas ajenas. Es muy común<br />

que en la demencia tipo alzhéimer se presenten dificultades<br />

para combinar adecuadamente las prendas de vestir,<br />

antes de que aparezca la apraxia del vestir o dificultad<br />

para ponerse adecuadamente la ropa. Antes se pueden observar<br />

conductas de perseverancia, es decir, el uso repetido<br />

de los mismos atuendos.<br />

Con la apraxia del vestir pueden aparecer otras apraxias,<br />

en especial la apraxia ideacional: un trastorno del saber hacer<br />

o saber utilizar los objetos, que es común en la enfermedad<br />

de Alzheimer. La abuela trataba de cortar la carne<br />

con el tenedor o trataba de tomarse la sopa con el cuchillo<br />

en vez de usar la cuchara. A medida que avanzaba la enfermedad,<br />

se le fue olvidando usar su dentadura y no podía<br />

masticar alimentos muy sólidos o duros. Cada vez su dieta<br />

tenía que ser más blanda o líquida por sus problemas para la<br />

masticación. En estados avanzados de la enfermedad puede<br />

suceder que el paciente deje de alimentarse y solo sea posible<br />

hacerlo por una sonda.<br />

Primero la mente, luego el cuerpo<br />

La enfermedad del olvido ataca primero la mente y después<br />

el cuerpo. <strong>El</strong> ataque a la mente se inicia contra la memoria<br />

reciente. <strong>El</strong> cerebro deja de almacenar nuevas experiencias<br />

y de construir nuevos recuerdos aunque conserva<br />

las huellas de memoria del pasado. Más adelante, el alzhéimer<br />

comienza a destruir las huellas de memoria previamente<br />

almacenadas, y el cerebro se va vaciando de recuerdos. Es<br />

un segundo ataque a la memoria semántica o memoria del<br />

pasado. Más adelante, ataca otras funciones mentales como


La enfermedad del olvido<br />

149<br />

el lenguaje, la percepción, las habilidades, la atención, la<br />

capacidad de análisis y de razonamiento y la conducta.<br />

También puede afectar los recuerdos de emociones.<br />

Cuando la mente ha quedado reducida a su mínima expresión<br />

y el sujeto se ha convertido en un cadáver ambulante,<br />

la enfermedad ataca la motricidad; el paciente empeora su<br />

marcha y termina postrado en una silla de ruedas. Luego,<br />

la destrucción del control motor progresa hasta el punto<br />

de postrar al cuerpo en la cama. Finalmente, el alzhéimer<br />

acaba con las habilidades más primitivas e instintivas del<br />

cuerpo, como comer, beber, respirar y los reflejos de deglución.<br />

<strong>El</strong> paciente viaja inevitablemente hacia un estado<br />

terminal de postración y de inmovilidad que lo hace susceptible<br />

de infecciones y sepsis. A estas alturas la muerte,<br />

causada generalmente por una complicación relacionada<br />

con el síndrome de inmovilidad crónica, llega como una<br />

salvación a la tragedia.<br />

<strong>El</strong> diagnóstico sobre la abuela<br />

No hay duda de que si hubiese podido ver a la abuela Mamamenchu<br />

en mi consultorio, le habría hecho el diagnóstico<br />

de enfermedad de Alzheimer. Lo que la abuela requería<br />

cuando empezó con su mal era una evaluación médica, y<br />

especialmente una evaluación de memoria, para confirmar<br />

el tipo de memoria alterada y su severidad. Comprobado el<br />

bajón en sus funciones mnésicas, le habría ordenado una resonancia<br />

magnética del cráneo para buscar signos de atrofia<br />

temporo-parietal, que es el principal signo radiológico de<br />

las etapas iniciales del alzhéimer. También le habría ordenado<br />

una batería de exámenes para comprobar el adecuado<br />

funcionamiento de sus riñones, de su hígado, de su sistema<br />

hormonal, y descartar otras causas de pérdida de memoria<br />

como la depresión, el hipotiroidismo, las avitaminosis, las


150 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

infecciones del sistema nervioso central, etcétera. Descartadas<br />

todas estas causas secundarias de demencia, confirmaría<br />

por descarte la enfermedad de Alzheimer.<br />

En esas circunstancias, se habría justificado un tratamiento<br />

con medicamentos específicos: inhibidores de la<br />

acetil colinesterasa, que aumentan los niveles de acetil colina<br />

en el cerebro mejorando la memoria, ya que ese es un<br />

neurotransmisor que utilizan las neuronas que participan<br />

en las funciones mnésicas; o moduladores del glutamato,<br />

otro neurotransmisor de gran importancia en los circuitos<br />

neuronales que participan en la memoria.<br />

Paralelamente, la abuela podría haber recibido algunos<br />

medicamentos paliativos para mejorar su calidad de vida.<br />

En especial, contra la irritabilidad. En algunas ocasiones se<br />

requieren, además, medicamentos para mejorar el estado<br />

de ánimo y el sueño, y para evitar las convulsiones cuando<br />

éstas se presenten.<br />

Un futuro para la abuela<br />

Hoy en día hay en el mundo aproximadamente 35 millones<br />

de personas con demencia, la mayoría de ellas causada<br />

por la enfermedad de Alzheimer, y la prevalencia seguirá<br />

subiendo hasta el año 2050 debido al incremento en la esperanza<br />

de vida, cuando habitarán el planeta casi 200 millones<br />

de personas con demencia. Por eso es considerada un<br />

problema de salud pública.<br />

La enfermedad es neurodegenerativa, lo cual consiste en<br />

muerte neuronal progresiva por depósitos de basuras proteicas,<br />

debido a una posible combinación de factores genéticos<br />

y ambientales. Menos del cinco por ciento de las<br />

personas con alzhéimer en el mundo tienen una variedad<br />

hereditaria de inicio precoz, que se están convirtiendo en<br />

una población muy importante para buscar soluciones para


La enfermedad del olvido<br />

la forma esporádica mucho más común, por ser un grupo<br />

poblacional portador de marcadores genéticos que determinan<br />

la aparición de la enfermedad.<br />

La investigación ha identificado en el mundo aproximadamente<br />

500 familias afectadas por alzhéimer hereditario<br />

precoz causado por mutaciones en los genes de la proteína<br />

precursora de amiloide o en los genes de presenilina 1 y 2 en<br />

los cromosomas 21, 14 y 1. Los miembros de estas familias<br />

portadores de uno de estos genes mutados tienen un ciento<br />

por ciento de riesgo de desarrollar la enfermedad y se han<br />

convertido en la diana perfecta para buscar por primera vez<br />

una posible terapia preventiva, dado que las basuras proteicas<br />

de amiloide y tau se empiezan a depositar en el cerebro<br />

hasta dos décadas y media antes del inicio de los síntomas.<br />

En Antioquia, Colombia, donde residen veinticinco familias<br />

–unos cinco mil miembros– afectadas con una de estas<br />

formas de alzhéimer genético, se iniciará en 2013 uno<br />

de los primeros estudios de terapia preventiva en la historia<br />

y en el mundo. Trescientos sujetos jóvenes y sanos, miembros<br />

de estas familias, recibirán un tratamiento antiamiloideo<br />

por cinco años con la esperanza de prevenir o, por lo<br />

menos, retrasar el inicio de la enfermedad.<br />

Hoy en día no hay muchas esperanzas de curar la enfermedad<br />

que ya ha comenzado, de modo que los cuidados paliativos<br />

y el mejoramiento de la calidad de vida sigue siendo<br />

lo mejor que le podemos ofrecer a los pacientes mientras<br />

llegan opciones más esperanzadoras.<br />

Sin embargo, la abuela Mamamenchu obtuvo lo más importante<br />

que un cuidador le puede brindar a un ser querido<br />

con alzhéimer: amor. Un cariñoso cuidado es la mejor<br />

medicina contra la enfermedad del olvido. Aunque no le<br />

ofrecieron nada de lo que se le puede ofrecer hoy, la abuela<br />

recibió para la época –entre 2000 y 2003, más o menos–<br />

lo mejor que, aun hoy, se le podía haber brindado: amor<br />

151


152 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

y cuidados por parte de sus seres más queridos, en especial<br />

de su nieta. Una nieta a la que le fascinaba aprender de la<br />

abuela en sus paseos de campo, y minimizaba la tragedia alimentándole<br />

su inconsciencia del propio deterioro y la de su<br />

derrumbe en la laguna más profunda del olvido.


9<br />

La vida extrema<br />

de Rosario Tijeras<br />

Una aproximación a la psicopatología del personaje<br />

de la novela homónima de Jorge Franco.<br />

Silvia L. Gaviria Arbeláez


SILVIA L. GAVIRIA ARBELÁEZ es médica egresada de la Universidad CES de<br />

Medellín, psiquiatra de la Universidad de Antioquia, directora del programa de<br />

Psiquiatría de la Facultad de Medicina de la Universidad CES, y profesora en la misma<br />

universidad. Conferencista en los ámbitos nacional e internacional, con experiencia<br />

profesional en el área de psiquiatría de la mujer. Autora de varios artículos<br />

publicados en revistas nacionales e internacionales. Coautora y editora de los libros<br />

Afrodita y Esculapio: Una visión integral de la medicina de la mujer; y Climaterio: una visión integradora.<br />

Ha contribuido con más de 15 capítulos de textos académicos para la enseñanza de<br />

la psiquiatría en pregrado y posgrado, y es colaboradora de varias revistas internacionales<br />

en la revisión de los temas de género. Silvia Gaviria es también miembro<br />

del Comité de Salud Mental de la Mujer de la Asociación Mundial de Psiquiatría<br />

(WPA), directora del Comité para la Salud Mental de la Asociación Psiquiátrica<br />

de América Latina (APAL), y miembro de la Junta Directiva de la Internacional<br />

Association Women’s Mental Health. Cofundadora y miembro del Centro de Excelencia<br />

de Investigaciones para la Salud Mental de la Universidad CES (Cescism), y<br />

Fundadora y directora del Congreso Internacional de Medicina y Salud Mental de<br />

la Mujer, el cual se celebra en Medellín cada dos años.<br />

En este ensayo, la especialista traza un perfil psiquitátrico de Rosario Tijeras, el<br />

personaje principal de la novela homónima de Jorge Franco (Medellín, 1968), publicada<br />

en primera edición por Plaza & Janés en 1999. La novela narra la historia<br />

de una joven sicaria de Medellín, al servicio de los jefes del narcotráfico, en la voz<br />

de un muchacho de la clase alta de la sociedad antioqueña que se enamora de ella<br />

y la sigue incondicionalmente en un intento infructuoso por descifrar su corazón.<br />

Advertencia<br />

Salvo que se indique otra cosa, las citas textuales han<br />

sido tomadas de la edición abajo mencionada. Dentro<br />

del texto, entre paréntesis, se anotan los números de<br />

página correspondientes.<br />

• FRANCO RAMOS, Jorge. Rosario Tijeras. Plaza & Janés,<br />

segunda edición, 1999.


Cuadro clínico La paciente presenta un cuadro típico de trastorno antisocial<br />

de la personalidad. Desde niña ha desarrollado un escaso valor<br />

del sentido de la vida. Busca la satisfacción de sus placeres<br />

inmediatos sin medir los riesgos y se irrita con facilidad si<br />

alguien la contradice. Reacciona con violencia desproporcionada<br />

e injustificada frente a situaciones conflictivas a veces<br />

intrascendentes. No exhibe ninguna reacción emocional<br />

ante los crímenes que comete y no registra culpa alguna en<br />

compensación por el daño que inflige. Hay en su vida una<br />

búsqueda permanente de emociones extremas sin considerar<br />

las consecuencias.<br />

“Esa mujer es un balazo”, le dice Antonio a Emilio<br />

sobre Rosario Tijeras. Antonio y Emilio son dos<br />

muchachos de las clases altas de Medellín; en<br />

cambio Rosario es de las comunas, de lo más bajo que pueda<br />

producir una ciudad saturada de inmigrantes de ascendencia<br />

campesina que ya no caben en esas montañas atarugadas<br />

de pesebres. Y sin embargo, andan ambos enamorados<br />

de ella, entregados a sus caprichos y a sus cóleras; de ella,<br />

que es un enigma, que no tuvo ni apellido y le tocó forjarse<br />

uno, que ni siquiera conoció a su padre y no se habla con<br />

su madre, que a los ocho años conoció el terror “vestido<br />

de hombre” y quién sabe cuántos muertos lleve ya encima<br />

desde entonces. Quizás no encuentre Antonio una mejor<br />

manera de definirla: “Esa mujer es un balazo” (Franco, ibídem,<br />

p. 25).<br />

Analizar a Rosario Tijeras desde el punto de vista psiquiátrico<br />

es un desafío. No solo porque incursiono en un tipo<br />

de literatura que va más allá de los habituales textos científicos,<br />

sino porque Rosario Tijeras es ya un personaje paradigmático<br />

de una época, un lugar y unos protagonistas que<br />

no han sido lo suficientemente estudiados para entenderlos<br />

en su completa dimensión. ¿La época? Las últimas dos décadas<br />

del siglo XX. ¿<strong>El</strong> lugar? La Medellín bajo el dominio


158 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

de Pablo Escobar. ¿Los protagonistas? Los sicarios de las<br />

comunas, niños y adolescentes que se entregaron a la causa<br />

asesina de el Capo para aliviar, sin medir las consecuencias,<br />

sus carencias materiales… y tal vez también su orfandad.<br />

Tratar de comprender a Rosario, siendo ella una joven<br />

habitante de las zonas marginales de la ciudad, en un momento<br />

en el que la ley y los referentes eran los “duros”, es<br />

decir, los traficantes de drogas, nos ubica en un contexto<br />

singular, denso y hostil. Así como Rosario percibía a los<br />

habitantes de la otra Medellín lejanos y dueños de ciertos<br />

privilegios, los que estamos del lado de esos privilegios desconocemos<br />

la verdad total de lo que sucedía y aún sucede en<br />

las comunas.<br />

En algún momento de la novela, Antonio aventura una<br />

hipótesis, que es la de los historiadores: “La pelea de Rosario<br />

no es tan simple, tiene raíces muy profundas, de mucho<br />

tiempo atrás, de generaciones anteriores; a ella la vida le<br />

pesa lo que pesa este país, sus genes arrastran con una raza<br />

de hidalgos e hijueputas que a punta de machete le abrieron<br />

camino a la vida, todavía lo siguen haciendo; con el machete<br />

comieron, trabajaron, se afeitaron, mataron y arreglaron<br />

las diferencias con sus mujeres. Hoy el machete es un trabuco,<br />

una nueve milímetros, un changón. Cambió el arma<br />

pero no su uso” (Franco, ibídem, p. 40).<br />

Es la historia de esa otra parte de la ciudad, ajena a la eterna<br />

primavera, construida en las empinadas montañas por familias<br />

expulsadas del campo debido a la violencia o desplazadas<br />

por la falta de oportunidades y con grandes dificultades<br />

para ubicarse y sobrevivir.<br />

Sin embargo, sentir el problema como algo tan periférico<br />

genera ciertos sesgos de apreciación que deseo controlar<br />

para tratar de aproximarme sin prejuicios pero a la vez<br />

de manera asertiva y objetiva frente a los valores sociales y<br />

los principios como dos significados diferentes. Tener una


La vida extrema de Rosario Tijeras<br />

159<br />

postura firme frente a la universalidad de los principios y la<br />

volatilidad de los valores podría ayudarme a interpretar las<br />

actuaciones de Rosario, sus circunstancias, sus sentimientos,<br />

sus realidades, y comprender un poco más su personalidad<br />

y su conducta violenta.<br />

Una aproximación a Rosario<br />

Conocemos a Rosario Tijeras por la voz de Antonio, que<br />

es el que nos narra la historia. Sabemos por él, con cuentagotas,<br />

que ella creció en las comunas, aunque los “duros”<br />

le pagan un apartamento en un lujoso sector de Medellín.<br />

Que no se habla con su madre, a quien denomina secamente<br />

como doña Ruby. Que nunca conoció a su padre y<br />

que a los ocho años fue violada por uno de los compañeros<br />

ocasionales de su mamá. <strong>El</strong> abuso fue sistemático hasta que<br />

su hermano mayor, Johnefe, la vengó. Nos enteramos por<br />

Antonio de que años después la volvieron a violar, pero que<br />

esta vez ella se encargó, por sus propias manos, de desquitarse.<br />

Sedujo a su violador, quien al parecer no se acordaba<br />

de ella, y en la cama lo castró con unas tijeras.<br />

Sabemos, porque nos lo cuenta Antonio, que Rosario<br />

trabaja haciéndoles “trabajos” a los “duros”, pero ni él mismo<br />

sabe cuántos muertos lleva encima. Tampoco conoce su<br />

edad, aunque podemos colegir que es joven. Desde niña, su<br />

vida ha estado signada por el abandono, la falta de cuidado<br />

y de protección. Igualmente, desde muy pequeña empezó<br />

a exhibir conductas agresivas, violentas y desafiantes que la<br />

llevaron, incluso, a lesionarle la cara a una profesora con<br />

unas tijeras. Por este motivo fue expulsada del colegio y Rosario<br />

se fue de la casa. Tenía once años.<br />

Así, Antonio nos ofrece algunos elementos que ayudan<br />

a aproximarnos a la psicopatología de Rosario. Su papel de<br />

confidente y amigo incondicional nos da acceso a una parte


160 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

de la vida de Rosario, pero hay una que permanece oculta,<br />

la que ella no le cuenta a Antonio, y otra que solo comparte<br />

con Emilio su novio: la sexual.<br />

Para acercarme a Rosario, evitaré, hasta donde pueda,<br />

caer atrapada en el relato de Antonio, desprovisto de cualquier<br />

objetividad.<br />

<strong>El</strong> primer rasgo de la personalidad de Rosario que me<br />

llama la atención es el arrojo y la indiferencia que exhibía<br />

después de cometer sus crímenes. A pesar de ser una mujer<br />

con una historia marcada por los traumas, las carencias y la<br />

ausencia de figuras ejemplarizantes significativas, es difícil<br />

comprender la racionalidad de sus actos. La falta de sentimiento<br />

cuando acaba de matar a sus víctimas es sorprendente.<br />

Una noche, tras matar a un hombre en el baño de<br />

una discoteca, dijo con frialdad: “Vámonos, ya me aburrí”<br />

(Franco, ibídem, p. 46). Cogió su bolso, se pintó los labios<br />

y se fue, como si lo que hubiese pasado minutos antes fuera<br />

una trivialidad. Con razón, Antonio decía que Rosario, en<br />

vez de ser la caperucita del cuento que regresa feliz con su<br />

abuelita, ella se comía al lobo, a la abuelita y al cazador; era<br />

la Blancanieves que masacraba a los enanitos.<br />

Otro detalle que llama la atención es el placer que experimenta<br />

cuando relata las atrocidades de sus historias,<br />

la forma morbosa como le pregunta a Antonio acerca de<br />

lo que se rumora de ella. Da la impresión de que disfruta<br />

cuando escucha lo que la gente dice sobre los muertos que<br />

lleva a sus espaldas, que es hombre en vez de mujer, que tiene<br />

testículos; es como si el personaje de Rosario se hubiera<br />

convertido en un mito urbano y ella se complaciera con el<br />

imaginario construido en torno suyo.<br />

Había períodos indeterminados durante los cuales Rosario<br />

se perdía, probablemente para cumplir las misiones que<br />

le encomendaban sus jefes. Nadie sabía exactamente lo que<br />

hacía. Luego reaparecía como si nunca se hubiera ausentado


La vida extrema de Rosario Tijeras<br />

161<br />

y comenzaba a comer compulsivamente, a ganar peso, aunque<br />

presiente Antonio que “su gordura postcrimen está más<br />

relacionada con el miedo que con la tristeza por la pérdida”<br />

(Franco, ibídem, p. 86). Comer ávidamente era, en todo<br />

caso, una señal de que en algo sospechoso había estado.<br />

Para Rosario el peligro, los cementerios, la muerte eran<br />

estímulos excitantes. “La guerra era el éxtasis, la realización<br />

de un sueño, la detonación de los instintos” (Franco, ibídem,<br />

p. 52). Su vida estaba hecha de emociones extremas.<br />

Uno de estos excesos se reflejaba en el uso que hacía de las<br />

drogas. Tenía épocas en las que se encerraba a consumir en<br />

compañía de su novio y de su amigo, y podía pasar días sin<br />

comer y sin dormir. No era necesario que estuviera bajo el<br />

efecto de la droga para actuar con hostilidad e irascibilidad<br />

y reaccionar desaforadamente frente a situaciones insignificantes,<br />

pero era una realidad que en los periodos de abstinencia<br />

se descontrolaba y se tornaba más intolerante.<br />

Rosario es una sicaria y, como tal, su conciencia de la<br />

vida es fugaz; mezcla lo religioso con el crimen, pero solo<br />

en función de lograr su cometido, como un amuleto de<br />

buena suerte. No hay nada de espiritual ni de trascendencia<br />

en el ritual de sus escapularios. No tiene dimensión del<br />

valor de la vida, y el acceso a las cosas materiales prima sobre<br />

otros aspectos, incluso sobre la vida misma. Las razones<br />

para actuar así no se pueden explicar suficientemente por<br />

la rabia. No todos los que han sido víctimas se defienden o<br />

se vengan de esta manera tan cruel y sin el menor remordimiento.<br />

La noche de la discoteca, cuando Antonio le preguntó,<br />

aterrado, por qué había matado a ese hombre, ella<br />

le contestó: “Porque todo el que me faltonea las paga así”<br />

(Franco, ibídem, p. 46). <strong>El</strong>la se venga de la propia vida. Sin<br />

embargo, hay relatos de Antonio en los que aparece una<br />

Rosario frágil, romántica, la chica que canta y recita poemas<br />

de amor, ingenua, necesitada de ser amada y querida.


162 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

Momentos de verdadero dolor, como cuando enterró a su<br />

hermano, Johnefe, y a uno de sus primeros amores, Ferney,<br />

ambos miembros del mismo clan y ambos asesinados.<br />

Rosario Tijeras es capaz de generar todo tipo de sentimientos<br />

encontrados: rabia, compasión, comprensión,<br />

rechazo. Nada de grises. Y sin embargo, sigue siendo una<br />

pintura abstracta, un enigma hecho de contradicciones.<br />

Antonio le preguntaba dónde había estado, y ella respondía<br />

como algo natural: “Por ahí, acabando con medio mundo”.<br />

Pero otras veces abría las compuertas de su corazón, y<br />

entonces le confesaba: “No es culpa mía, cómo les dijera,<br />

es como algo muy fuerte, más fuerte que yo y que me obliga<br />

a hacer cosas que yo no quiero” (Franco, ibídem, p. 178).<br />

Un análisis psicopatológico<br />

Una cosa es leer desde la perspectiva desprevenida de<br />

un lector cualquiera, emitir juicios y condenar al personaje<br />

como una sicaria más; y otra es hacer un análisis psicopatológico<br />

en virtud de intentar comprenderla y ayudarla. Para<br />

tal fin, necesito integrar los rasgos de su temperamento<br />

con el influjo psicosocial que la afecta. En otras palabras,<br />

mirar su biografía en el entorno sociocultural en el que se<br />

ha desarrollado.<br />

Poco sabemos de los antecedentes de la familia, solo aparecen<br />

la figura materna y la de su hermano Johnefe. No<br />

hay datos e historia de otros familiares. Así que cualquier<br />

interpretación del comportamiento de Rosario debe basarse<br />

en los datos que ofrecen tanto Antonio, como la realidad<br />

sociocultural que conocemos no solo por la novela. Y,<br />

claro, en las apreciaciones y la experiencia adquirida como<br />

psiquiatra desde la perspectiva clínica y vivencial.<br />

En primer lugar, es necesario comprender, desde el<br />

punto de vista del género, el papel que juega Rosario como


La vida extrema de Rosario Tijeras<br />

163<br />

mujer y las circunstancias que la llevan a actuar y meterse<br />

en un mundo que tradicionalmente ha sido patrimonio<br />

de los hombres. En principio, Rosario es una víctima más<br />

del maltrato y el abuso sexual que sufren las mujeres en el<br />

duro contexto de las comunas y, en general, en todas las<br />

situaciones de pobreza. Su existencia estuvo atravesada por<br />

carencias y ausencias desde lo afectivo hasta lo material. Es<br />

significativo que Rosario, a diferencia de los sicarios hombres,<br />

no haya tenido un vínculo fuerte con su madre. Probablemente<br />

esa gran distancia tiene raíces en la negligencia<br />

de su progenitora (una mujer con múltiples compañeros<br />

sexuales, cuyos hijos fueron el resultado de diferentes uniones)<br />

frente a la violación de Rosario por uno de sus compañeros<br />

ocasionales. Cuando Johnefe le contó lo sucedido,<br />

la respuesta de doña Ruby fue la menos esperada: “Esos<br />

son cuentos de la niña que ya tiene imaginación de grande”<br />

(Franco, ibídem, p. 20). Su padre se fue cuando ella nació,<br />

así que el rol parental lo asumió su hermano, quien finalmente<br />

se constituyó en su figura de identificación. Por lo<br />

tanto, su mundo estaba rodeado más de hombres que de<br />

mujeres, y los hombres con quienes tenía mayor contacto<br />

eran sicarios como su hermano.<br />

En segundo lugar, la pobreza, la falta de un lugar y de<br />

una identidad, explican de alguna manera la búsqueda que<br />

tiene Rosario de reconocimiento, de hacerse sentir y de<br />

ser respetada por cualquier medio. “A Rosario la vida no<br />

le dejó pasar ni una, por eso se defendió tanto, creando a<br />

su alrededor un cerco de bala y tijera, de sexo y castigo, de<br />

placer y dolor” (Franco, ibídem, p. 15).<br />

Rosario fue una protagonista más de lo que vivió Medellín<br />

en los años ochenta, época durante la cual el narcotráfico<br />

y la violencia marcaron la historia de la ciudad.<br />

Como muchos otros jóvenes sin oportunidades ni acceso a<br />

los derechos elementales y servicios (no sabemos qué grado


164 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

de escolaridad alcanzó), creció con grandes vacíos económicos<br />

y afectivos, y finalmente vio en el narcotráfico una<br />

oportunidad de reconocimiento y ascenso social.<br />

La impulsividad fue un rasgo de su personalidad. Era explosiva,<br />

intolerante y primaria a la hora de tomar decisiones.<br />

No tenía filtro para expresar sus emociones. Cometió<br />

muchos asesinatos, consumió mucha droga, fue cómplice<br />

de los hombres más perversos de su época, pero también<br />

amó, lloro y sufrió por su pasado, protestó por las inequidades<br />

sociales a su manera, y fue consciente de la indiferencia<br />

con la cual la vida la trató. No obstante, el camino que<br />

eligió para defenderse fue más cruel que su propia vida: fue<br />

infeliz e hizo infeliz a muchos, y se encontró infinitamente<br />

sola al morir y sin nada que realmente le perteneciera.<br />

<strong>El</strong> diagnóstico sobre Rosario<br />

Al reunir todos estos elementos, mi diagnóstico para Rosario<br />

Tijeras es: trastorno de personalidad antisocial (TPA).<br />

La personalidad se refiere a las características únicas y singulares<br />

del comportamiento de un individuo; es decir, las<br />

características más o menos consistentes y duraderas en<br />

el tiempo que lo distinguen de los demás y que lo llevan<br />

a relacionarse con el entorno. Es un todo integrado, con<br />

componentes biológicos, psicológicos y sociales innatos y<br />

aprendidos. <strong>El</strong> problema surge cuando este patrón de funcionamiento<br />

se torna fijo, inflexible, persistente y desadaptativo.<br />

Es decir, rígido: no se modifica para adaptarse a las<br />

circunstancias, provocando significativo deterioro social,<br />

laboral o de otras áreas importantes de la actividad del individuo.<br />

Aparece entonces el trastorno de la personalidad. 1<br />

1. López Miguel, M.J. y Núñez Gaitán, Carmen. “Psicopatía versus trastorno antisocial<br />

de la personalidad”, en Revista Española de Investigación Criminológica. Artículo<br />

1, número 7. Sevilla, 2009.


La vida extrema de Rosario Tijeras<br />

165<br />

Existen varios trastornos de la personalidad descritos en<br />

la literatura científica, los cuales han sido definidos mediante<br />

la observación del comportamiento de los individuos<br />

a través de sus vidas. <strong>El</strong> trastorno de la personalidad antisocial<br />

se caracteriza por “un patrón general de desprecio y<br />

violación de los derechos de los demás, que comienza en la<br />

infancia o el principio de la adolescencia y continúa en la<br />

edad adulta”. 2<br />

Las personas con TPA son extrovertidas e inestables emocionalmente<br />

y se caracterizan por su hostilidad, su rebeldía<br />

social y la ausencia de conductas emocionales de miedo ante<br />

el castigo y las situaciones arriesgadas. Suelen ser buscadores<br />

de sensaciones, no aprenden el valor de la gratificación<br />

demorada, tienden a la impulsividad, a la búsqueda<br />

de satisfacción y placer sin considerar las consecuencias de<br />

sus acciones. 3 Estos individuos también se caracterizan por<br />

la falta de remordimiento o culpa. Suelen vivir solos, les<br />

es difícil adaptarse al trabajo en equipo, son incapaces de<br />

mantener un trabajo estable o permanecer en un mismo<br />

lugar. Tienen antecedentes de dificultad para adaptarse a<br />

la norma como también transgredirla desde la infancia o<br />

principios de la adolescencia. 4<br />

También se relaciona el TPA con la exagerada exaltación<br />

de la propia personalidad. Su hedonismo se evidencia en<br />

la ausencia de metas a largo plazo, viven en función del<br />

presente. Otro aspecto relevante es que suelen atribuir los<br />

acontecimientos que les suceden como resultado de fuerzas<br />

ajenas o externas a ellos mismos, y que estas actúan inde-<br />

2. Millon, T.; Meagher, S.; Ramnath, R.; Millon, C. Trastornos de la personalidad en<br />

la vida moderna. Editorial Masson, segunda edición. Barcelona, 2006<br />

3. Corral, P. “Trastorno antisocial de la personalidad”, en E. Echeburúa (ed.),<br />

Personalidades violentas. Págs. 57-66. Ediciones Pirámide. Madrid, 1996.<br />

4. Kendall T; tyrer P; connor D. “Guidelines borderline and antisocial personality<br />

disorders: summary of NICE guidance”. BMJ 2009; 338:b93.


166 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

pendientemente de sus actos, 5 lo cual los lleva a pensar que<br />

lo que les pasa no es su responsabilidad.<br />

Todos estos rasgos están marcados en la personalidad y la<br />

manera de actuar de Rosario, unos más sobresalientes que<br />

otros. Pero en todo caso, permanecen estables a lo largo de<br />

su vida y sin que ella, como se lo reconoció a Antonio, pudiera<br />

hacer mucho por evitarlo.<br />

Un tratamiento probable<br />

Así las cosas, si Rosario hubiese tocado a mi puerta en<br />

busca de ayuda psiquiátrica, indudablemente tendría que<br />

trabajar con ella tratando de lograr, primero que todo, un<br />

acercamiento empático, tan difícil en esta clase de pacientes.<br />

La aproximación se facilitaría si hago un abordaje desde<br />

la perspectiva de género, es decir, intentando interpretar<br />

sus realidades no sólo como ser social sino como mujer en<br />

el sentido integral de la palabra.<br />

La historia de vida de Rosario ofrece una gran cantidad<br />

de elementos que se constituyen en factores de riesgo para<br />

cualquier persona. Los hechos ocurridos en su vida desde<br />

temprana edad son un caldo de cultivo para diferentes<br />

trastornos mentales; no solo una personalidad patológica,<br />

también trastornos depresivos, ansiedad, adicciones y comportamientos<br />

de riesgo de toda índole.<br />

Es probable que la historia de Rosario hubiese sido diferente<br />

si tempranamente hubiera recibido atención, si por<br />

lo menos hubiera tenido una figura parental sustituta adecuada,<br />

de la cual recibir apoyo y protección en una situación<br />

tan crítica como la de ella, indefensa y desprovista del<br />

5. Herrero, Óscar; Ordóñez, Francisco; Salas, Aránzazu; Colom, Roberto.<br />

“Adolescencia y comportamiento antisocial”, en Psicothema 2002. Vol. 14, número<br />

2, págs. 340-343.


La vida extrema de Rosario Tijeras<br />

167<br />

cuidado de sus padres. Igualmente, la intervención de un<br />

psiquiatra de niños y adolescentes podría haber ayudado a<br />

contener la angustia, movilizar recursos para su protección<br />

y ofrecer un acompañamiento contingente. Pero nada de lo<br />

que hubiese mitigado un poco su crítica situación, ocurrió.<br />

Volviendo a la realidad, es claro que la ayuda psiquiátrica<br />

es solo una parte del engranaje. La inversión social,<br />

acompañada de unas políticas acordes con las necesidades<br />

sentidas de la población más vulnerable, es indispensable.<br />

Rosario, ya como adulta joven, podría beneficiarse de un<br />

tratamiento integral, farmacológico y psicoterapéutico, y de<br />

un programa de rehabilitación y reinserción social. Dada<br />

su adicción a las drogas, habría necesitado someterse a un<br />

tratamiento intrahospitalario, en el cual no solo se trabajaría<br />

su adicción sino otros aspectos y problemas de su esfera<br />

mental. Habría recibido el apoyo tanto individual como<br />

grupal. Y compartiría con pacientes con otras historias de<br />

vida pero con algo en común: la enfermedad mental.<br />

Rosario Tijeras es la representación de una realidad<br />

vigente con la cual convivimos pero que muchas veces no<br />

vemos. Su vida sigue latente en cada una de las mujeres<br />

que afrontan inequidades, exclusión social y falta de oportunidades<br />

para acceder a una vida más digna y gozar de<br />

sus derechos.


Pobre viejecita!<br />

!<br />

10<br />

Sobre los padecimientos mentales de la protagonista del<br />

celebérrimo poema infantil de Rafael Pombo.<br />

Noemí Sastoque Parisier<br />

Con intervención de Fernando Gómez Garzón


NOEMÍ SASTOQUE PARISIER es médica de la Universidad Javeriana, y psiquiatra<br />

de la Universidad del Rosario. Actualmente trabaja como jefe del Servicio<br />

de Salud Mental del Hospital Simón Bolívar, en Bogotá.<br />

¿De qué puede sufrir la pobre viejecita del poema de Rafael Pombo, si tiene todo<br />

lo que necesita? He aquí la respuesta. <strong>El</strong> análisis psiquiátrico fue realizado por la<br />

doctora Noemí Sastoque. La versión en rima, que no pretende ser una obra de arte,<br />

ni mucho menos, sino jugar con el ritmo de las cuitas de la pobre viejecita, es de<br />

Fernando Gómez Garzón, editor de este libro.<br />

La pobre viejecita, del poeta colombiano Rafael Pombo (1833-1912), apareció por primera<br />

vez en una colección de doce cuadernos titulada Cuentos pintados para niños (Nueva<br />

York, 1867).<br />

Advertencia <strong>El</strong> poema original, reproducido en cursivas, fue tomado<br />

de la edición abajo mencionada. Los fragmentos<br />

textuales utilizados en el análisis en verso se reproducen<br />

en la misma tipografía.<br />

• POMBO, Rafael. “La pobre viejecita”, en Cuentos pintados,<br />

pág. 5. Biblioteca Virtual Biblioteca Luis Ángel<br />

Arango. www.banrepcultural.org/blaavirtual/pombo


Cuadro clínico Pese a que bienes y criados abundan en su hogar, la paciente<br />

se queja de grandes carencias y soledad. También afirma<br />

que encuentra a una persona distinta de sí misma cuando está<br />

frente al espejo. La información es insuficiente. Se especula<br />

una depresión o una demencia.<br />

La pobre viejecita<br />

(Rafael Pombo)<br />

Érase una viejecita<br />

Sin nadita qué comer<br />

Sino carnes, frutas, dulces,<br />

Tortas, huevos, pan y pez.<br />

Bebía caldo, chocolate,<br />

Leche, vino, té y café,<br />

Y la pobre no encontraba<br />

Qué comer ni qué beber.<br />

Y esta vieja no tenía<br />

Ni un ranchito en qué vivir<br />

Fuéra de una casa grande<br />

Con su huerta y su jardín.<br />

Nadie, nadie la cuidaba<br />

Sino Andrés y Juan y Gil<br />

Y ocho criados y dos pajes<br />

De librea y corbatín.<br />

Nunca tuvo en qué sentarse<br />

Sino sillas y sofás<br />

Con banquitos y cojines<br />

Y resorte al espaldar.<br />

Ni otra cama que una grande<br />

Más dorada que un altar,<br />

Con colchón de blanda pluma,<br />

Mucha seda y mucho olán.<br />

Y esta pobre viejecita<br />

Cada año, hasta su fin,<br />

Tuvo un año más de vieja<br />

Y uno menos qué vivir.<br />

Y al mirarse en el espejo<br />

La espantaba siempre allí<br />

Otra vieja de antiparras,<br />

Papalina y peluquín.


174 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

Y esta pobre viejecita<br />

No tenía qué vestir<br />

Sino trajes de mil cortes<br />

Y de telas mil y mil.<br />

Y a no ser por sus zapatos,<br />

Chanclas, botas y escarpín,<br />

Descalcita por el suelo<br />

Anduviera la infeliz.<br />

Apetito nunca tuvo<br />

Acabando de comer,<br />

Ni gozó salud completa<br />

Cuando no se hallaba bien.<br />

Se murió de mal de arrugas,<br />

Ya encorvada como un 3,<br />

Y jamás volvió a quejarse<br />

Ni de hambre ni de sed.<br />

Y esta pobre viejecita<br />

Al morir no dejó más<br />

Que onzas, joyas, tierras, casas,<br />

Ocho gatos y un turpial.<br />

Duerma en paz, y Dios permita<br />

Que logremos disfrutar<br />

Las pobrezas de esa pobre<br />

Y morir del mismo mal.<br />

¡Pobre viejecita!<br />

Toda llenita de todo, se lleva de su parecer:<br />

que no tiene quién le ayude, ni quién le dé<br />

de comer;<br />

que no tiene qué ponerse, ni agüita para beber;<br />

que no tiene en qué sentarse, ni cama para caer;<br />

no obstante teniendo todo de lo que dice carecer.<br />

Señora tan quejumbrosa, ¡perfecta para un psiquiatra!<br />

Ante tanto sufrimiento pocos la darían de alta.<br />

¿De qué sufrirá la pobre, que nada la satisface?<br />

Socavemos en su alma a buscar un desenlace.<br />

Que son ideas de ruina, o bien de minusvalía;<br />

que tal vez es la memoria, de la que menos se fía.<br />

¿Qué tendrá la pobre vieja, que ni el espejo la encuentra?<br />

Ni a sí misma se conoce cuando a su imagen se enfrenta.


Pobre viejecita!<br />

Para diagnóstico noble con pocos datos contamos.<br />

Atengámonos al texto y de salud nos curamos.<br />

Que vivió sola parece, y que tuvo muchos años,<br />

posiblemente soltera, sin familia y sin rebaños.<br />

Sus pertenencias sugieren, o así nos da la impresión,<br />

que su clase era muy alta y que tuvo educación.<br />

De su historia no sabemos, ni antecedentes sumarios,<br />

ni los síntomas en orden, solo que no son precarios.<br />

¿Cuándo se presentaron, en su primera ocasión?<br />

Nada nos dice el poema que nos dé satisfacción.<br />

¿Sus empleados la trataban con especial atención,<br />

o más bien se aprovechaban de su consideración?<br />

Nada de eso tenemos, ni siquiera si a su edad<br />

tenía registros antiguos de cualquier enfermedad.<br />

¿Jarabes o medicinas que hubiese podido tomar?<br />

No nos queda más remedio que empezar a especular.<br />

Esta pobre viejecita ¿qué sufriría de especial?<br />

La respuesta es solo una: diagnóstico diferencial:<br />

un trastorno depresivo, de ese que llaman mayor,<br />

o una demencia severa, por ser persona mayor.<br />

Del trastorno depresivo, síntomas hay que añadir:<br />

que se irrita en ocasiones, que se aburre hasta el hastío,<br />

que triste vive y se siente, y que se muere de frío.<br />

Mas si nos sirve de guía, no hay nada de eso en el texto;<br />

en cambio sí las ideas de crucial minusvalía:<br />

que de comer no tenía, ni una silla en qué sentarse,<br />

ni vestidos ni zapatos, ni cama para acostarse.<br />

!<br />

175


176 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

Y se quejaba con ansia de no tener casi nada,<br />

cuando su vida era simple: se sumía en la abundancia.<br />

Hay otra idea evidente que le vino con la edad:<br />

insistir, sin que sea cierto, que vivía en soledad:<br />

Nadie, nadie la cuidaba<br />

Sino Andrés y Juan y Gil<br />

Y ocho criados y dos pajes<br />

De librea y corbatín.<br />

Veamos qué más sucede cuando existe depresión:<br />

un aparente descuido, y casi ninguna ambición<br />

por vestirse ni bañarse, ni disfrute personal<br />

de moverse de la cama, ni de cambiar de canal.<br />

También se nota en el cuerpo, con mareos y dolores,<br />

en la espalda y la cabeza, en la nuca y los talones.<br />

Y qué decir de la náusea, y del estómago duro,<br />

la gastritis recurrente que dobla los cinturones.<br />

Es una simple pereza que se vuelve radical<br />

no querer ni que aparezca la visita parental.<br />

Es un encierro absoluto en la casa y en la mente<br />

que amenaza con el luto aun en gente decente.<br />

La depresión en viejitos puede cambiar de apariencia.<br />

Como falla la memoria, se confunde con demencia.<br />

Andan todos iracundos, a veces sin advertirlo.<br />

Sus hábitos van cambiando, y no pueden ni decirlo.<br />

No saben lo que les pasa, la angustia los compromete,<br />

les hace falta que llegue un psiquiatra y los alerte.<br />

Parece una tontería, una tristeza ligera,<br />

pero el riesgo no se aplaca con actitud lisonjera.


Pobre viejecita!<br />

Es más frecuente en mujeres,<br />

mas hombres también sucumben.<br />

Pensionados, sin trabajo, enfermos con graves casos<br />

la congoja los empuja a pensar en malos pasos:<br />

dejar el mundo a la fuerza con muchísima oquedad<br />

sobre todo al ir dejando pasar la tercera edad.<br />

Aunque es un mal muy frecuente que causa mucho dolor,<br />

detectarlo es todo un reto, pues es más bien interior.<br />

Los médicos se distraen en molestias generales,<br />

y los pacientes por seguirlos se vuelven más coloquiales.<br />

Y así van de tumbo en tumbo hasta tener la impresión<br />

de que el largo maleficio es más bien de depresión.<br />

La familia se comporta con similar deferencia:<br />

minimizan la conducta con especial indulgencia.<br />

Se lo achacan a la edad, a los cambios naturales,<br />

a los síntomas de marras y no a los emocionales.<br />

Grave cosa pues se advierte que un paciente deprimido<br />

escoge mejor la muerte al no saberse asistido.<br />

!<br />

177<br />

¿Pudo nuestra viejecita morirse de la tristeza?<br />

Lejos estamos nosotros de tener total certeza.<br />

Apenas hay ciertos rasgos para ofrecerle clemencia.<br />

Si no es depresión, entonces, ¿cuál puede ser la ocurrencia?<br />

Si la duda nos envuelve, puede también ser demencia.<br />

Cuadro común ya observamos, lo dice bien nuestra historia:<br />

no recuerda que ha comido, fue perdiendo la memoria,<br />

olvida lo más reciente, y las tareas que tiene.<br />

Va borrando de la mente la pulcritud y la higiene,<br />

no trae a cuenta su hoy, solo su ayer más fecundo.<br />

Pobre nuestra viejecita, ya no recuerda su mundo.


178 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

Ya no sabe lo que tiene, ni lo que gusta cenar,<br />

ni la gente que la cuida, ni lo que quiere ostentar.<br />

Puede que no reconozca a sus personas cercanas<br />

o que a los desconocidos los salude con más ganas;<br />

puede que ya ni su imagen observe en el azulejo<br />

y que una extraña la mire cuando se ve en el espejo.<br />

Si no creen, es preciso que vuelvan sobre el poema,<br />

y al leer este estribillo resolverán el dilema:<br />

Y al mirarse en el espejo<br />

La espantaba siempre allí<br />

Otra vieja de antiparras,<br />

Papalina y peluquín.<br />

Puede que suene gracioso, pero no es tan divertido.<br />

Los pacientes con demencia no saben si ya se han ido<br />

o si han vuelto y los esperan, o si el deber han cumplido.<br />

Confunden llave con lápiz, tenedores con cuchillos.<br />

No saben abotonarse, vestirse no es ya sencillo.<br />

Cruzan la calle y se pierden, no recuerdan el hogar,<br />

se angustian de mala forma si los cambian de lugar.<br />

Pueden tornarse agresivos y pelear por cualquier cosa,<br />

y también ponerse tristes con lágrima empalagosa,<br />

reclamando por el hambre a la que ahora están sometidos<br />

por no recordar que comen a su hora muy cumplidos.<br />

¡Que los tienen secuestrados! ¡Que no los dejan salir!<br />

Todo eso los angustia por no poder colegir.<br />

Progresiva es la demencia, y si al comienzo es sutil<br />

es muy raro percibirla por ser muy poco febril.<br />

Va calando poco a poco, y si el vacío no asoma<br />

es porque a todos parece que se trata de una broma.<br />

Lúcidos y perceptivos, simulan que están radiantes,<br />

y así muy pocos les creen, los miran como a tunantes.


Pobre viejecita!<br />

Los pacientes, sin embargo, van olvidando perplejos<br />

desde las mínimas cosas hasta recuerdos complejos.<br />

“Se acuerda si le conviene”, suelen recriminarles<br />

sin saber que es un anuncio de problemas más cruciales.<br />

Olvidan cerrar las llaves, del gas o del acueducto,<br />

no pueden dejarlos solos, sería un total exabrupto.<br />

Y así es que caen en la cuenta, los familiares y amigos,<br />

que la demencia ha llegado, no hay que poner crucifijos.<br />

Ideas la viejecita, las ha tenido anormales.<br />

Es la demencia, insistimos, no por ser más racionales.<br />

De ruina, como se ha dicho, son ideas delirantes<br />

de haberlo perdido todo, en eso ha sido constante:<br />

Érase una viejecita<br />

Sin nadita qué comer<br />

Sino carnes, frutas, dulces,<br />

Tortas, huevos, pan y pez.<br />

Los versos son claros, sencillos, se queja entre tanta plata.<br />

Parece que no tuviera más razones que dar lata:<br />

Y esta vieja no tenía<br />

Ni un ranchito en qué vivir<br />

Fuéra de una casa grande<br />

Con su huerta y su jardín.<br />

La demencia ha progresado, hasta postrar al enfermo.<br />

No entiende lo que le dicen, la comida es un infierno.<br />

Es necesaria una sonda, pues no saben digerir,<br />

y hasta la ropa les ponen, pues no se pueden vestir.<br />

!<br />

179


180 12 personajes en busca de psiquiatra<br />

De adulto parece un niño, y ya el niño es un bebé.<br />

No le responde su cuerpo, la tienen que mantener.<br />

La vida se le está yendo sin que la pueda vivir,<br />

la mente se queda en blanco, lo que le resta es morir.<br />

Son diagnósticos probables, de la pobre viejecita.<br />

Faltarían muchas pruebas, y que acudiera a la cita.<br />

Exámenes de cerebro, niveles de vitaminas<br />

y un estudio detallado para medir la insulina.<br />

Del tratamiento, ni hablemos: aquí las pastillas sobran.<br />

Lo que requiere la vieja para frenar la zozobra<br />

es que la quieran de veras, y que se dejen de vainas,<br />

consentirla con afecto y alegrarla con dulzainas.<br />

Para tener lo que tiene y quejarse de la ruina<br />

es mejor estar atentos a manejar su infantina,<br />

y paliarle sus dolores, los del alma y los del cuerpo,<br />

con abrigos y caricias hasta que llegue su tiempo.<br />

Esta pobre viejecita, la del poema ancestral,<br />

más allá de la ironía nos puso a reflexionar<br />

que si es depre o es demencia, la discusión es total.<br />

Duerma en paz y Dios permita no morir del mismo mal.


Desde su creación en 1849, <strong>Pfizer</strong> ha trabajado<br />

por mejorar la calidad de vida de las personas.<br />

Somos una compañía que aplica la ciencia y sus<br />

recursos globales a favor de la salud y el bienestar<br />

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incluye medicamentos biológicos, pequeñas<br />

moléculas y productos de consumo.<br />

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mercados desarrollados y emergentes para<br />

avanzar en la prevención, el tratamiento y la cura<br />

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compañía biofarmacéutica más importante del<br />

mundo, también colaboramos con los profesionales<br />

de la salud, los gobiernos y las comunidades<br />

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<strong>Pfizer</strong> ha estado presente en Colombia desde<br />

1953. Gracias a su investigación y desarrollo en<br />

el ámbito de la salud mental, hoy es uno de los<br />

laboratorios líderes en soluciones para el<br />

tratamiento de la depresión en el país.

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