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Revista - Página/12

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25 AÑOSEl Sures otrahistoriaPI8Por Mario WainfeldLa fecha no se recuerda, sí el contexto. Transcurríanlos ’90, abismo al que empezó a caer en el’87 aunque quizá no se notara. Era lunes, el cronista se aprestabaa llevar a sus hijos a la escuela. Estaban en el jardín y enel primario. PáginaI<strong>12</strong> asomó por debajo de la puerta.Uno de los pibes miró el título de tapa, no tendría diezaños pero era (ya entonces) un agudo observador.–¿Hubo elecciones en otro país? (comprendió la tapa e indagó).–Sí.–¿Y ganó el que vos no querías? (casi no preguntaba, corroborabauna tendencia escuchada en cien tertulias familiares oamicales).–Y...–¿Hay algún presidente en el mundo que te guste?Ni falta hacía contestar aunque lo hice: mayormente nohabía. En Sudamérica, menos.✱ ✱ ✱Hay etapas que se viven como interminables. Las crisisacortan las perspectivas, encierran en microclimas. La dictadurapodía parecer infinita, era uno de sus objetivos y lesobraban herramientas para imponerlos. En democracia,las cuestiones son distintas pero hay instancias en las queda la impresión de que lo sustancial seguirá igual o empeorará.Si hay consenso social, se agigantan el agobio y lasensación de ajenidad del ciudadano (o del cronista) querechaza el statu quo.Los noventa dejaban la impresión de ser eternos, sobre todoporque su ideología cundía en la sociedad, colonizaba eldiscurso académico, conseguía adhesión de demasiadas élitesculturales. En ese contexto, la lucha por los derechoshumanos parecía haber topado con un final injusto, irrevocable,construido por los dos partidos políticos más populares...y sus votantes.La crisis del 2001 y 2002 daba la impresión de ser irremontable.Las banderas más dignas jamás se arriaron, flamearon lomejor dentro de lo posible. Pero sus portadores, las grandesmilitancias de estas décadas, ocupaban el espacio de la resistencia.No es certero decir que estaban en soledad, sí bastanteaislados, en minoría. Suele decirse (solemos decir)que las Madres y las Abuelas rondaron la Plaza solas poraños. Dos de ellas, entrañables, le comentaron algo luminosoa este cronista en sendas charlas sostenidas años ha: NoraCortiñas y Laura Bonaparte. La cita no es textual pero laidea se respeta: “Nunca estuvimos solas del todo. En ese caso,no hubiéramos podido sostenernos”. Es un reconocimientoque cabe hacer a los que más lucharon y a los que,como mejor pudieron, acompañaron su liderazgo. Pero eltablero estaba marcado: las mejores banderas eran enarboladaspor grupos relativamente chicos, la resistencia era el territoriode los sectores más progresistas.Eso cambió, vaya si cambió. Hoy día, si se preguntara sihay presidentes que me gustan (o si se formulara el interrogantede modo más sofisticado) muy otra sería mi respuesta.✱ ✱ ✱La política más sugestiva del mundo en el siglo XXI seproduce en América del Sur. Es un boom, si se quiere, quealgo tiene que ver con los términos del intercambio pero(como nada es monocausal en la sociedad) reconoce otrosmotivos, más ligados a la voluntad y a la acción humana.El cronista arma su lista, el lector podrá pensar en la propia.Evo Morales es el mejor presidente de la historia de Bolivia,el más estable, el más representativo (el único representativo)de los pueblos originarios. Lula da Silva, uno delos grandes estadistas del mundo todo. Y el PT, la mayorconstrucción popular de la historia brasileña. Los tres gobiernoskirchneristas, la etapa de mayor gobernabilidad nacionaly popular en Argentina, con logros que superan largamentea las carencias o errores. El Frente Amplio rompióla hegemonía de los partidos tradicionales del Uruguay y varedondeando su segundo mandato. Los presidentes RafaelCorrea y Hugo Chávez expresan con carisma opciones radicalesde gigantesco arraigo en países con un sistema político

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