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Revista - Página/12

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Quizá todo sea un espejismo y aúnestamos terminando de enterrar lasúltimas hilachas del siglo XX, la últimageneración de viejos persistentes.del caso.) Esa zona de transición iluminaba la variedad yla heterogeneidad que iba a ser, sí, la incuestionable insigniade lo que estaba por venir.En los años ’80 (dictadura y apertura; autocensura y explosión;resistencia y testimonio), la literatura argentinacambió lenta pero segura, y empezó a parecerse más a loque es hoy en día, un mosaico desplegado sobre un huecogrande cuya profundidad es insondable y vertiginosa: elfin de la centralidad que se había impuesto en décadas anteriores,sobre todo alrededor de la relación entre literaturay política. Si se quiere deshilvanarla en hilos de unatrama, podría hablarse de las sucesivas y confrontativasconexiones entre hacer la novela o la revolución, literaturacomprometida con la realidad o con la literatura; el realismoversus la experiencia autónoma del lenguaje.Las secuelas de la dictadura se entremezclaron con lanecesidad de una renovación mental, un estado de ánimode las nuevas camadas que confrontaban a la vez conel espíritu anarco romántico de los ’60 y el espíritu hípermovilizado de los setenta.No es menor señalar que en esos años, a partir de1984, se nos va muriendo biológicamente el corazón dela literatura argentina: Cortázar, Borges, Mujica Lainez,Silvina Ocampo, Bioy, Puig, Marta Lynch, Beatriz Guido,entre otros, sucumben a la muerte, esa costumbre quesuele tener la gente, inclusive los escritores, inclusiveBorges. Sabato, en 2011, culminó cien años de soledad(dicho sin ironía: fue un marginado de la república de lasletras, presidida por doña Victoria Ocampo, que a la sazónhabía fallecido en plena dictadura, 1979), y su muertevino a clausurar definitivamente el siglo XX literario.Los últimos veinticinco años son los del descubrimientoargentino de Juan José Saer (un escritor del “interior”que casi sin pasar por Buenos Aires se afincó en París yfue recuperado desde la carrera de Letras de varias universidades,no sólo en Buenos Aires). Son los años del éxito(imperdonable en el marco de cierto snobismo intelectualque la literatura argentina arrastra como un lastre de décadas)de Osvaldo Soriano. Son también los años de Fogwill,Briante, Forn, Fresán, Saccomanno, Dal Masetto;son los años en los que precisamente PáginaI<strong>12</strong> se asientacomo un “diario de escritores”, una marca de origen queva a subsistir hasta hoy. Son los años en que la poesía buscarefugios cálidos y ásperos y autogestionados en la décadadel ’90, frente a la ola privatista y mercantil que no dejalugar a la poesía porque la poesía no se vende. Pero hayque señalar también, a riesgo de ser polémicos, que el augedel mercado editorial y aperturista de los ’90 trajo unaposibilidad de democratización del acceso a las letras (comolos concursos) en un campo intelectual muy cerrado,muy de padres a hijos y entre nos. Ese mercado expandióun minifenómeno de best seller nacional (módico comparadocon el boom de los ’60) y sobre todo incentivó el augedel periodismo de investigación y la novela histórica,hoy en franco retroceso frente a la crónica inmediatista yel libro anti K hecho con recortes de diarios.Después vino la crisis de 2001 –vorágine e inundación–que dejaría un tendal de unos pocos libros que buscaronreflexionar sobre lo que había pasado, cerrando, sin proponérseloseguramente, un balance precario de los años’90. Y se supone que hay al menos dos camadas de nuevosnarradores en actividad (nacidos, a grandes rasgos, en losaños ’60 y ’70), muchas editoriales independientes y untiempo que no termina de pensarse a sí mismo pero que sedebate entre lo subjetivo y un nuevo sentimiento colectivo.O quizá todo sea un espejismo y aún estamos terminandode enterrar las últimas hilachas del siglo XX, la últimageneración de viejos persistentes, aferrados a una juventudy un quehacer que no entra en 140 caracteresPI79

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