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Revista - Página/12

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De Borges a Internet25 AÑOSPI68El canonargentinoPor Juan Ignacio BoidoSiempre es difícil decir cuándo empieza realmentealgo, pero es mucho lo que tuvo queterminar en 1986 para que empezara todo lo que empezó en1987. Aquel fue el año del estertor de la primavera alfonsinista,del Maradona del Mundial de México y el de lamuerte de Borges. Todo lo que pasaría después, en estos 25años, puede medirse contra ese último reflejo en aparienciaapolíneo de la Argentina que fue 1986. La muerte de Borgesno tuvo la gloria de México ’86, una cumbre –casi unsímbolo de la reparación democrática– que hasta ahora nose volvió a escalar. Ni mucho menos estuvo cubierta de losominosos augurios de la Ley de Punto Final promulgada envísperas de esa Navidad. Sin embargo, más silenciosa, mássimbólica, su muerte en Ginebra, lejos del país, durante elmismo mes del Mundial, puede verse como el símbolo de lamuerte de todo un universo cultural. Borges había dichodurante décadas, una y otra vez, sentirse al final de una largatradición. Dedicó su vida y su obra a ubicarse en esa culturaoccidental que veía extinguirse, y para hacerlo construyó,con humor y conveniencia, su pedestal local: el canonargentino. Erigió el Martín Fierro por sobre Don SegundoSombra como el libro fundante de la literatura argentina,opuso su Luna de enfrente al Lunario sentimental de Lugones,decretó la futilidad de la novela que nunca escribiría, y–por sobre todo– en El escritor argentino y la tradición, formulóel principio más extraordinario de libertad artística eintelectual: al no haber una tradición milenaria sobre lasespaldas del escritor de una literatura marginal, toda la tradiciónoccidental le pertenece. Ese prisma capaz de atraercualquier luz a conveniencia parece el secreto de las inesperadascruzas de la cultura argentina: así como Borges podíahacer dialogar a los cuchilleros y a los gauchos con las sagasescandinavas y Dante, ese principio explicaba también aPiazzolla y Los Beatles encontrándose en los discos de Almendra.Toda la cultura argentina del siglo XIX y XX parecemedirse con, contra o a través de Borges. Nada parecehaber escapado de él. Pero a pesar de los aires elitistas quese le quisieron adjudicar a algunos y la repercusión popularde otros, ese canon, su justificación omnívora pero selectiva,erudita pero libre, se encontraba alejado por igual delaval burocrático de la académica como de la bendición instantáneadel mercado, sostenido en cambio por el lado másinquieto, curioso y progresista de la sociedad: la cultura librescade la clase media. El país de María Elena Walsh, delDi Tella, de Mafalda, de las primeras escuelas psicoanalíticas,de las editoriales y las traducciones argentinas, de laslibrerías de la avenida Corrientes, el país donde respirabaSerrat cuando lo asfixiaba el franquismo y el paísque podía tener un pie en el Boom, pero otro en París(Cortázar), así como Almendra tenía un pie enLos Beatles y otro en el tango canción (o Manalen el blues), donde no había sólo revistas culturalessino cultura en las revistas, con escritores,artistas plásticos, ilustradores e intelectualesen sus staffs. Siempre es difícil decir cuándoempieza algo, y puede que el derrumbe dela clase media cultural haya empezadocon la policía de Onganía entrandoa las universidades, puede que hayadetonado de manera subterráneacon la censura, elasesinato y el exilio durantela dictadura, perotambién es muy probableque las grietas evidentesque anticipabansu derrumbe estrepitosoempezarana abrirse entre los alzamientoscarapintadasy la hiperinflación.La culturaargentina no volveríaa verse enese último reflejoapolíneo del ’86.Como un espejode la clase mediaque la creó, lacultura se astilló. Ycon ella, la cultura jovenque había sido la fuerzade la década. El espíritu del under–siempre un reservorio de talento para la década si-

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