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Revista - Página/12

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Identidades, libertadesy nuevas posibilidadesde hablar25 AÑOSPI46Parael futurode todasy de todosPor Marta DillonCreo que hacía calor. Yo manejaba un Renault<strong>12</strong> ya viejo en el año ’94 al que manosanónimas le habían pintado en el capot tres letras gigantescomo una amenaza: “PUT”. La última ya ni siquieracabía en la superficie plateada. ¿Quién? ¿Por qué? Nuncalo supe: a una distancia de 18 años me resulta vandalismoal paso; en ese momento era una interpelación directaque no borré porque era caro y porque entonces salía a lacalle en actitud de ¿y qué?Ese día de calor, sin embargo, estaba conmovida y ansiosa.Me quedaban treinta kilómetros sin autopista parallegar a Moreno, donde vivía, y no daba más. Paré en unaestación de servicio, puse monedas en un teléfono públicoy prácticamente grité en el tubo: “¡Me compraron lascolumnas!” No me acuerdo si tenían título cuando entreguéese puñado de textos impresos en formulario continuoen la redacción de PáginaI<strong>12</strong> que empezarían a publicarseen el suplemento NO un mes después, semanapor medio, cuando ya se llamaban “Convivir con Virus” yhabía quien las pasaba de largo porque, estando en un suplementode rock, no era difícil suponer que ahí se hablabadel mítico grupo de música en los ’80 y tan sobrevivientecomo yo misma.Pero no. Ahí se hablaba en primera persona de lo quesignificaba vivir con VIH en la Argentina, siendo mujer,en los ‘90. Me acuerdo casi de memoria el primer texto,tal vez porque lo leí impreso en el diario hasta gastarlo.Me quejaba de una campaña de bien público: “Metételoen la cabeza, el sida mata”. Todo lo que yo hacía enton-ces era tratar de sacarme de la cabeza que el sida mataba,aunque a mis espaldas tenía una seguidilla de entierrosperfumados de jazmín y como horizonte una frase quecuando la repito todavía me muestra su filo: “Para qué tevestís así, si vos no podés coger”. Y la muerte, claro. Lamuerte a la que no me pensaba entregar, a la que llegaríaa besar si era necesario con mis botas puestas y mi minifalda,con tantas ganas de amar y de coger, como siempre.¿Y qué?Todo eso quedó escrito en este diario, cada quince díasprimero, cada semana después, durante diez años y dos librosque yo adoro y que también se regalaron un domingocada vez, con este diario.La cotidianidad del Hospital Ramos Mejía, donde meatendía y me atiendo, estuvo reflejada en esas columnas.Ese pasillo con un banco de madera que sigue siendo lasala de espera me habilitó tantas anécdotas como pérdidas.No todos sobrevivimos para gozar de este silencio dela enfermedad que imponen los tratamientos que en laArgentina empezaron a distribuirse al menos dos añosdespués de haber sido aprobados, y ni siquiera entoncesera fácil acceder. Por los trámites que pedían para entregarlos,porque los análisis que se pedían en un lugar o enotro tenían autorización denegada porque “no estaba demostradasu eficacia”, como escuché en primera persona.En aquel tiempo, y por largos años, no había travestisni personas trans esperando atención frente al consultorio151 del Ramos Mejía. Me acuerdo de Laura, nada más,saliendo de la sala de hombres donde estaba internada parapedir a escondidas un cigarrillo que fumamos juntascon cierto espanto de mi parte porque ella tenía neumoníay fumaba y tosía. Pero qué le iba a decir yo, si hubierahecho lo mismo. O no, vaya a saber, cada quien sabe dequé se trata la calidad de vida. Esa vez, antes de irme, lesubí unas maquinitas de afeitar y un rouge comprado en elkiosco. Era lo que hubiera deseado para mí, una mano paraverme bien. Me agradeció la maquinita y me devolvióel rouge; no le gustó el color ni la calidad. Me fui con vergüenzapor pensar que a ella le iba a dar lo mismo. Cuandovolví, un par de semanas después, ya no estaba. Se habíaido en bolsa negra, sin más datos.Esa breve historia también quedó escrita en este diario.Como quedaron escritas otras historias de travestiscontadas por la pluma mágica de Cristian Alarcón, his-Que digan después que las buenasno son noticias. Frente a mi diario sepuede llorar y reír con ganas cada vez queaparecen y se relatan en ese tono, que noahorra matices ni subjetividades.

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