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Revista - Página/12

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Derechos humanos,ejercicio de la memoria25 AÑOSPI14La voz deldesaparecidoPor Victoria Ginzberg“Nos quedamos por tener fe. Nos fuimos por amar.Ganamos algo y algo se fue. Algunos hijos son padresy algunas huellas ya son la piel.”(Charly García)El 26 de mayo de 1987 el proyecto de ley deObediencia Debida ya tenía media sanciónde Diputados. Tres días después de la salida de PáginaI<strong>12</strong>,en la madrugada del 29 de mayo, el Día del Ejército,el Senado debatió la iniciativa e introdujo modificacionespara que el beneficio alcanzara a coroneles ygenerales, que en un principio habían quedado afuera dela medida. El viernes 4 de junio PáginaI<strong>12</strong> tituló Nochey Niebla. La Obediencia Debida ya era ley. Antonio DomingoBussi aclaraba que nunca había tenido mando detropa, que –como todos– “había cumplido órdenes”, nofuera cosa que lo excluyeran del flamante beneficio.Mientras, anunciaba su intención de desembarcar en lapolítica. El 22 de junio de 1987 la Corte Suprema declaróconstitucional la Ley de Obediencia Debida. Dos díasdespués, PáginaI<strong>12</strong> anunciaba que más de 150 represoresrecuperaban su libertad. Norberto Cozzani, JorgeAntonio Bergés y Miguel Osvaldo Etchecolatz estabanen las fotos de tapa. Adentro, seguían los nombres: AlfredoAstiz, Jorge Acosta, Juan Antonio Azic, AdolfoDonda, Julio Simón, Antonio del Cerro, Eduardo Ruffo,Aníbal Gordon... Lo que cambió al día de hoy es bienconocido por los lectores de este diario. Para ponerlo ennúmeros –según datos de la Procuración–, a marzo de es-te año los procesados por delitos de lesa humanidad sumaban875, los condenados 281 y los juicios orales enmarcha, 13. Pero la transformación del país en torno deeste tema no es sólo una cuestión de cifras, de cuántosasesinos están adentro y cuántos afuera. Hacer justiciasobre los crímenes más horrendos cometidos desde el Estadoimplica, por ejemplo, poder mirar hacia el futurocon la frente en alto.Hace 25 años la “opinión pública” dictaba que eracruel separar a niños que habían sido secuestrados de sussecuestradores. Todavía era de persona bien pensantesostener que sus padres desaparecidos algo habían hecho.En 1987, el juicio a las Juntas –que fue, por si hayque aclararlo, histórico y ni qué decir si se lo comparacon las transiciones de los países vecinos– cada vez estabamás lejos y la impunidad, que los indultos terminaronde sellar, cada vez era más real. Hoy, la búsqueda, enmuchos casos, se hace “al revés”, los “chicos” (bueno, yano tanto) quieren saber. El tiempo transcurrido no seborra de un plumazo. El tiempo perdido es difícil que searecobrado, pero el derecho a la identidad es un valorque no se relativiza. La verdad, dicen quienes crecieronen la mentira, es lo que los hace libres. La verdad, la justicia;como a ellos, al país.Hace 25 años la noticia era que los represores volvíana las calles. En estos 25 años contamos cómo, primeromás lento y después más rapidito, regresaban a la cárcel.Hoy, que un militar o policía responsable de violacionesa los derechos humanos durante la última dictadura estépreso casi casi no es noticia. Lo es si está libre, si se escapa,si no lo juzgan, si lo amparan. Hoy, una vez encaminadoese proceso, se puede profundizar en las responsabilidadesciviles, judiciales y empresarias.Hace 25 años (más o menos en promedio) los hijos dedesaparecidos terminaban la primaria. Siete años despuésse juntaban para denunciar la impunidad, marcabanlas casas de los asesinos de sus padres, de los curas,de los médicos. Hoy son trabajadores, escritores, economistas,actores, periodistas, politólogos, arquitectos, veterinarios,psicólogos y muchas otras cosas. Algunos sonabogados en los juicios sobre el terrorismo de Estado,funcionarios y diputados. Y muchos lo son, en parte,porque la llaga ya no arde. Hay mucho por saber, muchospor condenar, cuerpos por identificar, jóvenes porencontrar, pero los últimos años trajeron serenidad, poderreflexionar desde otro lugar, sin necesidad de salir aUna pesadilla recurrente que teníanera que sobrevivían y cuando llegaban a suscasas y contaban lo que les habían hecho,nadie los escuchaba.

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