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Christina Hollis - Publidisa

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11Una de las camareras se acercó, pero ella le hizoun ademán para que se marchase. Por primera vez,estaba disfrutando con aquello. Pasó al otro lado dela barra, contenta de tener algo que hacer. La presenciade un hombre como Etienne Moreau, son elpelo moreno y la piel dorada, era suficiente para dejara cualquiera sin palabras. La condesa Sophie,que era quien estaba dando aquella recepción, habíadejado caer que a su hijastro no le gustaba estar decháchara. Le había advertido a Gwen que se mantuviesealejada de él. Y si no hubiese habido unaimportante factura en juego, a Gwen le habría encantadoignorar su recomendación. En esos momentossólo la separaba de aquel hombre tan guapouna barra de mármol negro. Gwen tragó saliva y seaferró a la cubitera. Todas las mujeres que había ala vista estaban babeando. Gwen intentó comportarsecon naturalidad. Nadie podría quejarse si sólole servía. Al fin y al cabo, era su trabajo.–Disculpe, monsieur, ¿qué va a querer?Etienne Moreau se había entretenido un momentohablando con otro invitado de un recientenegocio, pero volvió a fijarse en Gwen. Clavó sumirada en ella como si fuese lo último que hubieseesperado encontrarse en una fiesta familiar. Fruncióel ceño y, después de la debida deliberación, sonriópor fin.Y fue entonces cuando el mundo se detuvo alrededorde Gwen.–Me gustaría algo que no creo que pueda ofrecermeen un bar lleno de gente.

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