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Christina Hollis - Publidisa

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<strong>Christina</strong> <strong>Hollis</strong>El noble francés


<strong>Christina</strong> <strong>Hollis</strong>El noble francés


Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.Núñez de Balboa, 5628001 Madrid© 2010 <strong>Christina</strong> <strong>Hollis</strong>. Todos los derechos reservados.EL NOBLE FRANCÉS, N.º 2127 - enero 2012Título original: The French Aristocrat’s BabyPublicada originalmente por Mills & Boon ® , Ltd., Londres.Publicada en español en 2012Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción,total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso deHarlequin Enterprises II BV.Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecidocon alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradaspor Harlequin Books S.A.® y son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited ysus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® estánregistradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otrospaíses.I.S.B.N.: 978-84-9010-393-7Editor responsable: Luis Pugni


Capítulo 1UN TERRIBLE ruido sacó a Gwen de la camaantes de que estuviese completamente despierta.Fue a trompicones por la habitación,buscando el despertador. Cuando lo encontró,estaba en silencio. El timbre procedía de otraparte. Debía de ser su teléfono móvil. Horrorizada,se dio cuenta de que había caído en la cama tanagotada que se le había olvidado encender el despertador.Se había dormido y ya llegaba por lomenos una hora tarde. Debía de estar llamándolauna de sus compañeras, acerca del turno de noche.Siguió buscando su teléfono y por fin lo encontró.Estaba en el bolsillo del delantal, en el fondo de lacesta de la ropa sucia.–¡Gwenno! ¿Por qué tardas tanto en responderal teléfono, cariño?Y ella se alegró por una vez de que su madre lallamase a diario.–¡Mamá! Me alegra oírte, pero no tengo tiempo.Tengo que prepararme para la fiesta de esta noche.Pensé que me llamaban de la cocina, para avisarde que había alguien enfermo.Dio un grito ahogado y luego hizo una mueca.Era un error, contarle así la verdad a su madre. En


4casa tenían que seguir pensando que estaba teniendomucho éxito con su nueva vida.–Quiero decir, que me sobra gente, pero cadapersona tiene su especialidad. ¡No puede faltar nadie!–añadió enseguida, cruzando los dedos.En realidad, estaba desesperada por recortarcostes y estaba haciendo ella misma el trabajo deal menos tres personas. Le estaba costando muchotrabajo ahorrar. Estaba tan agotada, que había pensadoque se iba a desmayar durante los preparativosde la fiesta. Por eso se había ido un rato a casaa medio día, a echarse una siesta de veinte minutos.Miró el reloj y se dio cuenta, horrorizada, deque había dormido casi hora y media.–¡Dios mío, tendría que estar en el restaurante!¡No vamos a poder abrir a tiempo! ¡Tengo tanto quehacer!Corrió por la habitación e intentó agarrar conuna mano la ropa que iba a ponerse, mientras con laotra sujetaba el teléfono.Su madre tenía respuesta para todo. Y aquel desastreno fue una excepción.–Deja que la docena de trabajadores de la quenos has hablado se ganen el sueldo, Gwenno.–¿La docena de trabajadores? Ah... sí, sí, claro.Es que me gusta hacer todo lo que puedo yo misma.Todavía no estoy acostumbrada a ser la única dueñadel restaurante y, a veces, me supera.–No te prestamos ese dinero para que te hundas,Gwenno. Se suponía que era para ayudarte a convertirteen la chef y dueña de Le Rossignol –le dijo su


5madre, diciendo el nombre del restaurante muy despaciopara pronunciarlo mejor–. ¿Ves? ¡Ya estamostodos practicando para cuando vayamos a verte!A Gwen le dio un vuelco el corazón, pero consiguióhacer como si riese con naturalidad.–¡Estupendo! Estoy deseando veros. ¡Han pasadomeses!–Cuatro meses, tres semanas y cinco días desdeque conseguiste comprar el restaurante –le respondióla señora Williams, casi tan orgullosa comoGwen cuando tenía energía–. Y tu padre y yo, queestábamos preocupados porque hubieses desaprovechadoun futuro estable con nosotros en la tiendapara perseguir un tonto sueño...Gwen deseó llorar, pero no se atrevió. La idea deque su familia descubriese la verdad acerca de suvida en Malotte era más de lo que su orgullo podíasoportar. Estaba segura de que podía conseguir teneréxito con el negocio, pero era una época muy dura.Cada reserva debía gestionarse con sumo cuidado.Por desgracia, eso incluía la recepción que iba a daresa noche para una espantosa condesa. La mujer sóloquería causarle una buena impresión a su rico hijastro.Le daba igual lo bien que cocinase Gwen, o elrestaurante, sólo le preocupaba su propia reputación.Gwen tenía la esperanza de que el hijastro fuesemás agradecido.Etienne Moreau también tenía un día muy ocupado,pero todo iba según lo previsto. Como a él


6le gustaba. Hasta su vida social iba en esos momentoscon la precisión de un reloj, aunque cadavez le gustase menos socializar. Muchas personaspensaban que tenerlo en la lista de invitados de sufiesta benéfica era una gran atracción y, en ocasiones,él se sentía obligado a darles lo que querían.«Ojalá estuviese siempre rodeado de pelotas»,pensó mientras se peinaba el pelo moreno con losdedos. Tampoco era tanto pedir, tener una conversaciónnormal con alguien. Estaba harto de estarconstantemente en el punto de mira de proyectosmalos, o de mujeres en busca de aventuras.Los hombres más ricos del país lo habían invitadoa formar parte de su junta directiva con la ideade utilizar su título para impresionar a los accionistas,nada más. Y no habían tardado en darse cuentade su error. Etienne había nacido en una familia privilegiada,pero nunca se había conformado con eso.Su difunto padre había considerado indigno trabajar,pero a Etienne no le satisfacía ser sólo un nombreen un membrete.Suspiró. En exactamente noventa minutos tendríaa un sirviente esperándolo cuando bajase la escaleraprincipal de su castillo. El hombre le pondríaun clavel fresco en la solapa antes de abrirlela puerta. Eso seguía siendo igual que en la épocade su padre, y desde que todo el mundo tenía memoria,así que él había accedido, a regañadientes,a seguirle la corriente a su leal servicio. Un par deaños antes, hasta había imaginado a su propio hijoy heredero ocupando su lugar.


7Pero eso había sido antes de enterarse de muchascosas, incluido cómo era la naturaleza humana. Enesos momentos, se centraba en su trabajo y su comportamientodespiadado y resuelto le estaba proporcionandomuchos éxitos. De hecho, para ser unhombre que no tenía nada que demostrar, estaba demostrandoser imparable. Era una pena que hastaaquello estuviese empezando a hacerse pesado.«Necesito encontrar un nuevo reto», pensó. Habíasido criado para ocupar el papel del conde deMalotte, pero, una vez en el puesto, tenía demasiadotiempo para pensar. Quería alguna distracción. Talvez la cena de esa noche le ofreciese algo diferente.Gwen se duchó y se vistió a la velocidad delrayo. Incapaz de enfrentarse al montón de cartas cerradasque la esperaban encima del tocador, las metiótodas en un cajón. Últimamente sólo traían malasnoticias. Su nueva vida estaba teniendo algunosmomentos horribles, muy duros, pero ella estabadecidida a no rendirse. Abrió el armario y sacó elvestido que se colocaría justo antes de que llegasenlos clientes esa noche a Le Rossignol. Estaba segurade que querrían charlar tranquilamente con lachef y dueña del restaurante. Aquélla era la únicaparte de su trabajo que no le gustaba, pero estabaresultando ser una importante fuente de negocios.Tenía que perseverar, y era muy duro.Gwen siempre había soñado con ser la chef de unrestaurante de lujo. Y, en tiempo récord, había con-


8seguido asociarse con su mejor amiga de la escuelade hostelería. Carys había aportado el glamur y lavista comercial. Ella se había dedicado a la cocinay había mantenido siempre la cabeza agachada. Susistema había funcionado a la perfección, hasta quelas aventuras románticas de su amiga habían convertidoel negocio en un caos. Carys había desaparecido,dejando plantada a Gwen, que no había conseguidoencontrar otro socio y había tenido queenfrentarse a la idea de vender el restaurante y volvera casa. Eso habría sido como admitir delante desus padres que «el caso Le Rossignol», como elloslo llamaban, había sido un fracaso. Otra opción habíasido hipotecarse y empezar su nueva vida laboralsola. El primer camino llevaba a la seguridad dela tienda de sus padres. El segundo, a un futuro incierto,pero suyo. Podría ser independiente, sin tenerque apoyarse en nadie.Después de muchas noches sin dormir, hablandoconsigo misma para convencerse de lo contrario,había decidido perseguir su sueño. Su familia estabasegura de que estaba tirando el dinero, y ellatenía la horrible sensación de que tenían razón,pero jamás lo admitiría. Además, si conseguía sacarel negocio adelante, tendría la satisfacción depoder decir que lo había hecho ella sola. Siemprehabía sabido que sería difícil, pero, en esos momentos,estando sola y en un país extranjero, había vecesque echaba de menos tener un hombro en elque llorar. El tiempo pasaba demasiado deprisa.Suspiró. Lo que más la complacía era cocinar, pero


9últimamente pasaba más tiempo satisfaciendo loscaprichos de sus clientes.Llevó el vestido al piso de abajo y lo dejó concuidado en el asiento trasero del coche. Se miró elreloj, se sentó delante del volante y se llevó otradesagradable sorpresa. El indicador del nivel degasolina estaba en la parte roja. ¡Justo esa tarde!No tenía tiempo para ir a la gasolinera. Miró haciael cielo, que estaba despejado, y hacia la carreteraque descendía hacia el pueblo. Era todo cuestaabajo hasta Le Rossignol, así que, con un poco desuerte, conseguiría llegar.Cinco horas más tarde, Gwen se estaba poniendosu impresionante vestido. Era el único vestido defiesta que tenía y era perfecto para una recepciónaristocrática. De terciopelo azul marino, se ceñía asus generosas curvas justo donde tenía que hacerlo.Se miró en el espejo de cuerpo entero de su despachoy observó como su melena rubia caía sobre loshombros desnudos. El efecto era impactante, peroella no estaba en absoluto impresionada. Sólo veíaa una chica de pueblo, toda emperifollada, con unvestido nada práctico.Gwen sonrió y salió a enfrentarse a su clientela.El bar y el restaurante no tardaron en llenarse.Las chicas a las que había contratado para la nochese movían entre los elegantes invitados con bande-


10jas llenas de deliciosos bocados. Gwen recorrió lahabitación con la vista. Acababa de llegar una personanueva. Un hombre que hizo que Gwen sequedase donde estaba y lo observase. Él tambiénestaba recorriendo el restaurante con la mirada,como un general inspeccionando a sus soldados dea pie. Era una vista imponente. El recién llegadoera uno de los hombres más altos de la noche y suaspecto austero también lo hacía ser diferente. Todoel mundo se giró a mirarlo.Para sorpresa de Gwen, el hombre fue directohacia ella.–Bonsoir. Debe de ser usted Gwyneth Williams.A ella le sorprendió que supiese su nombre,pero eso no era todo. Notó cómo estudiaba su correctodisfraz, poniéndola nerviosa.–Bonsoir, monsieur. Sí, soy la chef y dueña delrestaurante. Suelo estar encerrada en la cocina,pero esta noche es una ocasión especial.A él le brillaron los ojos oscuros.–Es cierto. Hasta hace un segundo no sabía queiba a ser tan especial –le respondió, tomando sumano para besársela–. Soy Etienne Moreau. Vengocon frecuencia a este restaurante. Siento que nonos hayamos conocido antes.Gwen se sintió hechizada. A pesar de estar rodeadosde gente, aquel hombre hacía que se sintiesecomo si estuviesen completamente solos. Despuésde semanas de trabajo y preocupaciones, era comosi por fin hubiese llegado la Navidad.–¡Gracias! ¿Quiere beber algo, señor Moreau?


11Una de las camareras se acercó, pero ella le hizoun ademán para que se marchase. Por primera vez,estaba disfrutando con aquello. Pasó al otro lado dela barra, contenta de tener algo que hacer. La presenciade un hombre como Etienne Moreau, son elpelo moreno y la piel dorada, era suficiente para dejara cualquiera sin palabras. La condesa Sophie,que era quien estaba dando aquella recepción, habíadejado caer que a su hijastro no le gustaba estar decháchara. Le había advertido a Gwen que se mantuviesealejada de él. Y si no hubiese habido unaimportante factura en juego, a Gwen le habría encantadoignorar su recomendación. En esos momentossólo la separaba de aquel hombre tan guapouna barra de mármol negro. Gwen tragó saliva y seaferró a la cubitera. Todas las mujeres que había ala vista estaban babeando. Gwen intentó comportarsecon naturalidad. Nadie podría quejarse si sólole servía. Al fin y al cabo, era su trabajo.–Disculpe, monsieur, ¿qué va a querer?Etienne Moreau se había entretenido un momentohablando con otro invitado de un recientenegocio, pero volvió a fijarse en Gwen. Clavó sumirada en ella como si fuese lo último que hubieseesperado encontrarse en una fiesta familiar. Fruncióel ceño y, después de la debida deliberación, sonriópor fin.Y fue entonces cuando el mundo se detuvo alrededorde Gwen.–Me gustaría algo que no creo que pueda ofrecermeen un bar lleno de gente.


12Gwen se puso nerviosa y sonrió. Estaba acostumbradaa evitar problemas con los hombres, peropor primera vez en su vida sintió que se derretía.Y no pudo evitar que le temblase la voz.–Quería decir que qué va a beber, monsieur. LeRossignol tiene una gran selección de buenos vinosy otros digestivos –le dijo ella, intentando disimularsu inquietud apoyándose en la barra.Él arqueó las cejas con apreciación y Gwen lerespondió volviendo a erguirse:–Me tomaré un léger colombien, s’il vous plaît.Gwen no estaba acostumbrada a servir café a laspersonas que iban a una fiesta a Le Rossignol, peroestaba preparada para cualquier cosa. Al otro lado dela barra estaba la mejor cafetera que podía permitirse.Mientras iba a preparar el café, Etienne se quedócharlando con otras personas. Ella no oyó de qué hablaban,estaba demasiado ocupada disfrutando de lasensación que le había causado el interés de aquelhombre por ella. A pesar de estar dándole la espalda,era evidente. Cuando se giró a mirarlo, vio muchasposibilidades en sus ojos. Al ponerle el café, él bajóla vista a su mano izquierda.–Merci, mademoiselle. ¿No se toma uno conmigo?–No, monsieur. Estoy trabajando.Él enseñó su perfecta dentadura blanca al sonreírcon malicia.–Supongo que eso significa que Sophie ya ha habladocon usted. Debe de haberla amenazado paraque no me distraiga demasiado.


13Y, al oír aquello, Gwen estuvo a punto de olvidarsede todo lo demás.–De eso nada, monsieur –consiguió responder–.Estoy de servicio. No sería profesional entretenermecon un solo invitado, por encantador que sea.Y, ahora, si me perdona, tengo que seguir circulando.Y le dedicó una sonrisa que tembló al ver caloren su mirada antes de alejarse de él con la mayordignidad posible.Etienne bebió de la taza de café y le brillaronlos ojos al verla marchar. Las personas que lo rodeabanseguían hablando, pero él sólo prestó atenciónpor educación.–Veo que no te ha costado mucho superar lo deAngela, ¿verdad, Etienne? –le preguntó uno de loshombres riendo.Y la pregunta hizo que volviese al presente.–El sentimentalismo es sólo para las mujeres ylos niños. No malgasto mi tiempo en él –le contestóEtienne encogiéndose de hombros–. Disculpadme,voy a acercarme a hablar con la condesaSophie.Y atravesó el salón sin mirar atrás. Deseó poderignorar el pasado con la misma facilidad con laque ignoraba a la gente. A veces el trabajo amortiguabael dolor, pero nunca por demasiado tiempo.Era mucho más fácil quedarse en la superficie dela vida y pasar de sensación en sensación sin dardemasiadas vueltas a las cosas. Se pasaba los díasllenando su mente atribulada de preocupaciones

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