La <strong>Virgen</strong> María, página 40A su invocación, aparece la diosa, surgiendo del mar, revestida de los atributos de lasvarias divinidades bajo cuyos nombres, fuera invocada, y responde al afligido:"Heme aquí, oh Lucio, movida por tus preces, yo que soy la madre de lanaturaleza, Señora de todos los elementos, Progenia primordial de los siglos, Suprema delos númenes, Reina de los mares, Primera de los celestiales, Rostro uniforme de losdioses y las diosas; yo que regulo con mi gesto las alturas luminosas del cielo, los vientossalobres del mar, los tristes silencios del reposo de los muertos. Mi divinidad única esvenerada por el mundo entero en múltiples formas, con diversos ritos bajo distintosnombres. Los frigios, primogénitos de los pueblos me llaman Madre de los dioses dePessinunte; los atenienses autóctonos, Minerva Cecropia; los chipriotas insulares, VenusPafia; los cretenses que tiran con el arco, Diana Dictina; los sículos, que hablan tresidiomas, Proserpina Stigia; los eleusinos, antigua Diosa Ceres; otros, Juno, otros Bellona,otros Hécate, otros Ramnusia (Némesis); y los etíopes iluminados por los primeros rayosdel Dios Sol naciente, y los arios, y los egipcios, que valen por su antigua ciencia,honrándome con ritos que me son propios, me llaman por mi verdadero nombre ¡IsisReina!"Y a ella se dirige ahora una vez más el iniciado, después de haber recibido la graciasolicitada y haberse convertido en fiel adorador:"Tú, santa, salvadora perpetua del género humano, siempre munífica en alimentara los mortales, tú concedes un dulce afecto material en las desventuras de los míseros. Nopasa un día ni una noche, ni algún brevísimo instante, que esté privado de tus beneficios,en que tú no protejas a los hombres por mar y por tierra y que, disipadas las tempestadesde la vida, no extiendas tu mano salutífera, con la cual retraes los hilos retorcidos de lasParcas, y calmas las borrascas de la Fortuna, y detienes el curso maligno de las estrellas.Los dioses te honran, las divinidades infernales te veneran; tú haces rodar el mundo, túdas al sol su luz; tú gobiernas el mundo; tienes al Tártaro bajo tus pies. A ti obedecen lasestrellas, por ti retornan las estaciones, en ti se regocijan los númenes, a ti sirven loselementos. A una señal tuya los vientos expiran, se adensan las nubes, germinan lassemillas, crecen las semillas. Temen tu majestad las aves del cielo, las bestias salvajes delos bosques, las serpientes que se arrastran sobre la tierra, los animales que nadan en elmar. Para cantar tus alabanzas no alcanza mi ingenio . . . " 48Esta bellísima invocación nos permite captar en vivo lo que podría ser la visión religiosay la piedad de un filósofo pagano del siglo II. La crítica filosófica y la concentraciónsincretista de los cultos tradicionales se han cumplido. Los dioses y diosas ya sonsolamente formas intuitivas detrás de las cuales se oculta la divinidad única, espiritual,invisible. No nos dejemos extraviar por la descripción fantástica, por el nombrefemenino: Isis reina está por encima de los sexos, es la esencia de todos los dioses ydiosas; pero la forma femenina en que se presenta es símbolo de majestad misericordiosa;tal es el atributo más destacado en las invocaciones de Apuleyo. Y precisamente encalidad de misericordiosa ella dispensa los bienes de la naturaleza, que son lasprerrogativas de las diversas diosas de la agricultura, cuyas míticas imágenes se han48 Apuleyo, Metamorphoseon, lib. IX. En la ed. Opera omnia ad usum Delphini, Londini1825, vol. II, pp. 7. 38 sgs. 802 sgs.
La <strong>Virgen</strong> María, página 41fundido y resuelto en su nombre. Esta piedad no es, al menos confesadamente, un cultode la naturaleza: ya Plutarco, en su De Isis y Osiris, rechaza como pueril la interpretaciónnaturalista que a muchos historiadores de la religión les parece todavía hoy el vértice dela objetividad científica. Es cierto que hay una resonancia panteísta: "Yo soy todo aquelloque ha sido y es y será, y ningún mortal ha levantado mi túnica", dice de ella lainscripción del templo de Sais. Pero sobre todo es la diosa "superlativamente sapiente yfilósofa (sofen kai philosophon), cuyo nombre mismo según la etimología de Plutarco,expresa sabiduría. 49Isis, la misericordiosa, la sabia, generadora universal, dispensadora de los bienes de lavida: se piensa en Palas Atenea, la virgen Cecropia, pero se piensa también en laKochmá, la Sofía, que en la literatura sapiencial hebrea es la gloriosa colaboradora deJahvé, en la mañana del mundo, y que en el sincretismo judeo-platónico de Filón seidentifica con el Logos. ¿Es posible que esta figura divina femenina, en la cual seconcentra tanta espiritualidad y tal resplandor de misericordiosa bondad, no haya tenidorelación ni influencia sobre la evolución que ha llevado a la <strong>Virgen</strong> María al lugar queconocemos en la piedad cristiana, y que se delínea con creciente intensidad a partir delconcilio de Efeso?Evidentemente, el problema no puede ser eludido. Pero la respuesta no es tan fácil ni tanobvia como podría hacerlo suponer una confrontación superficial.Hasta la mitad del siglo V no hay, en la cristiandad ortodoxa, nada que pueda definirseciertamente como un culto a María. Se podría suponer que precisamente el temor deasimilar la madre de Cristo a alguna figura femenina del sincretismo pagano haya tenidoun efecto de freno en la aparición de su culto. Pero hay por cierto una razón másfundamental: en la conciencia cristiana de los primeros siglos, María no tiene nada decomún con la personalidad divina o semidivina y misericordiosa. Permanece típicamenteen el plano humano como "testigo" de la encarnación, y aun testigo secundario. En lapiedad cristiana de los tres primeros siglos la posición de María es menos importante quela que va sumiendo los mártires, cuya veneración es atestiguada por el Martirio dePolicarpo, ya a mediados del siglo II. El primer gran impulso hacia la veneración deMaría es el surgimiento del ascetismo en el siglo IV; el segundo, la definicióncristológico del siglo V, el Theotókos. Antes de esto no hay ningún motivo determinantepara elevar a María a la dignidad de los altares.La situación es distinta en las corrientes marginales, tales como la gnosis. Aquíevidentemente opera el principio sincretista. La atmósfera espiritual de los cenáculosgnósticos es la misma que respiran Apuleyo y Plutarco, más precisamente la que debíareinar en los cultos de iniciación, que no recogían adeptos solamente de la levaduraintelectual de nuestros filósofos. Hallamos en la gnosis la misma tendencia a la fusión delos mitos y a su interpretación alegórica, y además una fantasía creadora de fábulas aveces exuberante que no siempre se mantiene dentro de los límites de una consciente49 Plutarco, De Iside et Osiride, cap. 9. Inscripción de Sais, ibid. Cap. 2. Hace derivar elnombre de Isis de la misma raíz que eimi, yo soy.
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