Virgen Maria completa - Escritura y Verdad

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La Virgen María, página 122catolicismo ; es la proyección sublimada de sus íntimas luchas, de su meta ambicionada,de las represiones tanto más amadas cuanto más dolorosas. La importancia excepcional,sin paralelo en la religiosidad bíblica y evangélica, que asumen en el culto de María todaslas representaciones relacionadas con la reproducción humana, la inquietud con que sesiente la necesidad de precisar cada detalle de su concepción, de su nacimiento, de sumaternidad, de su perpetua virginidad, son un síntoma elocuente de todos esto. Si hay unafigura cargada de complejos psicológicos, de proyecciones de impulsos reprimidos, es laVirgen María. La humanidad de María debiera considerarse menos como una figura dehumanidad ideal que como la del ideal ascético del catolicismo, es decir, de un valortípicamente ajeno al cristianismo.Y al motivo de la virginidad perenne se asocia la nostalgia, presente en todo adulto,hombre y mujer, de la protección materna : típica proyección en el plano religiosos, deuna humanidad agobiada por el sentimiento de una culpa inexpiable, que está perdiendoel sentido del mensaje de pura gracia del Evangelio, y para la cual el “brazo del Salvadorse ha tornado “demasiado pesado”.Estos dos motivos psicológicos, cuya potencia no es necesario demostrar, tienen unaparte muy importante en la elaboración de la piedad mariana. Las perfecciones personalesde la Madonna, desde la virginidad perpetua cantada por los evangelios apócrifos,defendida por eruditos como Jerónimo y por hombres de gobierno como Ambrosio, hastael dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado por el para mariano Pío IC, podríaninterpretarse todas como variaciones sobre el tema sublimado de la victoria sobre lasensualidad reprimida. Y la misión de María, desde el concepto de la nueva Eva,“abogada” en Ireneo, a la mediadora misericordiosa de San Bernardo y Alfonso deLigorio y a la corredentora de los mariólogos contemporáneos, no es otra cosa que undesarrollo del tema de la maternidad benigna, siempre pronta a perdonar.Los mariólogos católicos saben todo esto. No es posible que no lo sepan. Deben saber,por lo tanto, que la piedad mariana, lejos de ser una pura transcripción pedagógica deauténticos valores cristianos, constituye la contaminación extremamente problemática delos mismos con una realidad sentimental y psicológica, respetable por cierto, perotípicamente profana, meramente humana, no religiosa. ¿Pueden esperar que por estevehículo, tan discutible, se puede producir un verdadero renacimiento cristiano? ¿O quizápara ellos los valores del cristianismo están tan despotenciados que ya no se lo distinguede la pura humanidad de los valores mariológicos?Este problema es de una gravedad desconcertante para el porvenir del cristianismo.El desarrollo mariológico, considerado en su conjunto, marcha en sentido contrario alinmenso esfuerzo espiritual realizado en la humanidad, desde los profetas hebreos hastala encarnación de Cristo, para librar la idea de Dios y la devoción religiosa de loselementos espurios de naturaleza psicológica, proyectiva, que afloran en todas lasreligiones paganas, de las cuales forman el substrato, y en las cuales el psicoanálisis tieneun gran campo en que ejercitar sus indagaciones. La valerosa vindicación de la figura deDios santo, que con las manifestaciones soberanas de su juicio desconcierta todos los

La Virgen María, página 123cálculos interesados y los sueños eudemonísticos de los cultos tribales o nacionales, enlos cuales la divinidad siempre está más o menos al servicio del hombre, o con lasexpresiones no menos inesperadas y soberanas de su gracia que perdona, disipa lasproyecciones terroríficos de la mala conciencia humana, había sido el triunfo de lo divinoen sí, de lo divino en estado puro finalmente liberado de la ganga de las formacionespsicológicas parasitarias. El gran símbolo masculino de la paternidad de Dios era elmínimo de antroporfismo, inevitable en toda concepción religiosa viva que no quieradisolverse en las abstracciones de la lógica formal. El cristianismo, en su faz ascendente,había cumplido el prodigo de mantener esa severa concepción de lo divino, conciliándolacon la idea de la Encarnación. Dios, soberano, majestuoso, había podido descender alencuentro del hombre, sin perder nada de su divinidad; la persona de Jesús había hechoposible este milagro, y el esfuerzo dialéctico de la fe cristiana de los primeros siglos lohabía teorizado, ya se sabe a costa de qué contrastes, en el dogma trinitario.Todo el desarrollo de la religiosidad bíblica había sido una grave advertencia: Soli Deogloria; y esta solemne advertencia había sido retomada por el cristianismo primitivo,sobre todo por Pablo y Juan. Pero el pensamiento de la encarnación, la férvida comuniónde la Iglesia, su conciencia de ser el cuerpo místico de Cristo, debía abrir el camino a undesarrollo en sentido inverso, a una valoración positiva, al principio subordinada y luegocada vez más autónoma, de los aspectos humanos de la redención : la celebración delmartirio, la solidaridad y la intercesión de los santos, las glorias de la vida renovada ysobrenatural de los fieles ; y finalmente, ejemplo máximo, el culto de la Virgen María.El desarrollo histórico del catolicismo parece haber asumido el propósito de revalorar concreciente precisión los aspectos de humanidad relacionados con la concepción cristianade la salvación, reivindicando piadosamente, frente a la “sola gloria de Dios” una porcióncongrua de gloria también para el hombre. En esta perspectiva general, el culto de Maríarevela su coherencia interior, la lógica de su desarrollo, y su naturaleza exquisitamentecatólica pero el que se expresa en su aspecto defectuoso, no cristiano.El camino de la humanización progresiva del cristianismo, seguido al principioinconscientemente, y después, y sobre todo por los mariólogos de nuestros días con claraconciencia, no deja de tener analogías y resonancias en la conciencia religiosacontemporánea : se lo puede interpretar como un paralelo interno en el catolicismo, de latendencia general a la laicización, a la profanación de la fe, perseguida concientemente enotros campos por los epígonos del positivismo. La religión de la humanidad, en susexpresiones liberales o marxista, está espiritualmente más emparamentada de lo queparecería, con el impulso que arrastra al catolicismo a promover al primer plano de ladevoción popular a la figura puramente humana de María. A esto se debe ciertamente sufavor popular, y quizá la conciencia de sus promotores de estar en la corriente viva de lahistoria, de responder a una suerte de inconsciente invocación de nuestro tiempo, y enconsecuencia, la ilusión de poder reconquistar por este camino una parte de la perdidaautoridad espiritual, a fin de promover un renacimiento cristiano. Toda la posiciónhumanística católica, que encuentra su fundamento teórico en el repensamiento deltomismo, en la revaloración de la metafísica ontológica, del principio de analogía entis, yen particular la tendencia, que parece viva sobre todo en el catolicismo francés, de

La <strong>Virgen</strong> María, página 122catolicismo ; es la proyección sublimada de sus íntimas luchas, de su meta ambicionada,de las represiones tanto más amadas cuanto más dolorosas. La importancia excepcional,sin paralelo en la religiosidad bíblica y evangélica, que asumen en el culto de María todaslas representaciones relacionadas con la reproducción humana, la inquietud con que sesiente la necesidad de precisar cada detalle de su concepción, de su nacimiento, de sumaternidad, de su perpetua virginidad, son un síntoma elocuente de todos esto. Si hay unafigura cargada de complejos psicológicos, de proyecciones de impulsos reprimidos, es la<strong>Virgen</strong> María. La humanidad de María debiera considerarse menos como una figura dehumanidad ideal que como la del ideal ascético del catolicismo, es decir, de un valortípicamente ajeno al cristianismo.Y al motivo de la virginidad perenne se asocia la nostalgia, presente en todo adulto,hombre y mujer, de la protección materna : típica proyección en el plano religiosos, deuna humanidad agobiada por el sentimiento de una culpa inexpiable, que está perdiendoel sentido del mensaje de pura gracia del Evangelio, y para la cual el “brazo del Salvadorse ha tornado “demasiado pesado”.Estos dos motivos psicológicos, cuya potencia no es necesario demostrar, tienen unaparte muy importante en la elaboración de la piedad mariana. Las perfecciones personalesde la Madonna, desde la virginidad perpetua cantada por los evangelios apócrifos,defendida por eruditos como Jerónimo y por hombres de gobierno como Ambrosio, hastael dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado por el para mariano Pío IC, podríaninterpretarse todas como variaciones sobre el tema sublimado de la victoria sobre lasensualidad reprimida. Y la misión de María, desde el concepto de la nueva Eva,“abogada” en Ireneo, a la mediadora misericordiosa de San Bernardo y Alfonso deLigorio y a la corredentora de los mariólogos contemporáneos, no es otra cosa que undesarrollo del tema de la maternidad benigna, siempre pronta a perdonar.Los mariólogos católicos saben todo esto. No es posible que no lo sepan. Deben saber,por lo tanto, que la piedad mariana, lejos de ser una pura transcripción pedagógica deauténticos valores cristianos, constituye la contaminación extremamente problemática delos mismos con una realidad sentimental y psicológica, respetable por cierto, perotípicamente profana, meramente humana, no religiosa. ¿Pueden esperar que por estevehículo, tan discutible, se puede producir un verdadero renacimiento cristiano? ¿O quizápara ellos los valores del cristianismo están tan despotenciados que ya no se lo distinguede la pura humanidad de los valores mariológicos?Este problema es de una gravedad desconcertante para el porvenir del cristianismo.El desarrollo mariológico, considerado en su conjunto, marcha en sentido contrario alinmenso esfuerzo espiritual realizado en la humanidad, desde los profetas hebreos hastala encarnación de Cristo, para librar la idea de Dios y la devoción religiosa de loselementos espurios de naturaleza psicológica, proyectiva, que afloran en todas lasreligiones paganas, de las cuales forman el substrato, y en las cuales el psicoanálisis tieneun gran campo en que ejercitar sus indagaciones. La valerosa vindicación de la figura deDios santo, que con las manifestaciones soberanas de su juicio desconcierta todos los

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