Navegando elarchipiélago de Malvinaspor Ernesto SchwarzböckDe un diario personal.Mayo de 2008.Antes de comenzar, quiero aclarar que la intenciónde este relato es solamente describir la realidad, conel propósito de que posibles navegantes, que debano quieran recalar en esas islas, puedan hacerse unaidea del lugar y sus gentes.Por lo dicho me he ajustado a lo que he visto yoído, de lo que he sido testigo, para lo cual ha sidoinsoslayable adaptarse a los usos y costumbres de lazona, así como utilizar nombres y denominacionespropias del lugar.La navegación, tanto costera como interior, se harealizado en su mayor parte en aguas jurisdiccionalesbritánicas bajo control de la administración isleña,siguiendo las instrucciones y los procedimientosestablecidos por dichas autoridades, utilizando elúnico derrotero existente para la zona denominado“Falkland Islands Shores”, y la cartografía delAlmirantazgo Inglés, la cual está compuesta por unjuego de 30 cartas y cuarterones, con las cuales secubre en detalle todas las costas de intrincadocontorno, conformadas por centenares de islas eislotes, rías, canales, bahías, y puertos.He tratado de adicionar a cada topónimo enlengua inglesa su nomenclatura argentina, o susimilar en lengua castellana, lo que no ha sido fácil,porque la cartografía argentina cubre zonasdemasiado extensas.Anteriormente, hace cuatro años, tuve la suertede recalar en estas islas, concretamente en PortStanley (Puerto <strong>Argentino</strong>), en un Cutter de acero de56 pies de eslora, pero sin poder navegar el interiorde las islas, lo que equivalía a haber estado sinconocer lo esencial.En esta vuelta, por el contrario, he tenido laoportunidad de conocer de cerca y en detalle lascostas y aguas interiores del archipiélago norte de lagran isla occidental, a través de una derrota muydoméstica, absolutamente solitaria y bastantecomplicada, sometida a importantes corrientes demarea y a una meteorología muy cambiante, entrearrecifes y bajo fondos, pasos de piedra y una grancantidad de islotes, con el objetivo de visitar dosestablecimientos rurales.El 12 de abril de 2008, con las últimas luces deldía, cielo cubierto con chubascos de nieve ytemperaturas bajo cero, zarpamos desde PuertoWilliams, base naval chilena situada en la costa nortede la Isla Navarino sobre el Canal de Beagle,despachados con destino a Piriápolis con escala enPort Stanley (Puerto <strong>Argentino</strong>).Recalada a Puerto StanleyMe encuentro abordo de un esbelto Ketch debandera europea, de 70 pies de eslora por 17 pies demanga y 3,8 metros de calado, construido en aluminiodurante la década del 70 y reacondicionadointegralmente en los 90.Después de navegar unas 80 millas entramos,temprano por la mañana, al Estrecho de Le Maire, conbuenas, es decir con corriente a favor, en unaempopada bastante violenta debido a fuertesventarrones del WSW que se afirmaban cada vez más,mientras se podían divisar por babor, desde el lado deBahía Valentín, la oscuras siluetas de las cumbres querodean el imponente Cabo Buen Suceso, emergiendodel entorno nuboso, y en su base el Islote Veleros, casitraslúcido, en tonos grises y azulados, hundido detrásdel horizonte marino, bastante más lejos.Durante las próximas 36 millas cruzamos el Le Mairecomo una flecha, mayor rizada al máximo, genoasemienrollado y entangonado, corriendo el mal tiempoque estaba comenzando a ponerse molesto superandolos 40 nudos relativos, mientras el barco superaba los12 en las patinadas, con una marejada alcanzante muygrande. Gobernar un barco de dimensiones importantesen estas condiciones es una maravilla, realmente nadiea bordo tenía la menor intención de aflojar, pero a pesarde estar avanzando raudamente, sin ningún tipo deproblemas, hubo que tener en cuenta el pronóstico devientos en aumento para las próximas horas. Comoconsecuencia el Capi decidió recalar, entre chubascosde nieve y violentas rachas, en Puerto Hoppner, sobre elborde noroccidental de la Isla de los Estados, para dejarpasar unas 24 horas hasta que, según pronóstico, vayarotando al NW y aflojando.Siguiendo esa estrategia le fuimos apuntandodirectamente al Cabo San Antonio, bajando el tangón,2El <strong>Yacht</strong> enero 2009
Cabo Buen Suceso entrando en el Estrecho de Le Maireenrollando el genoa e izando la trinquetilla 2, con elobjetivo de quedar bien pegados por estribor. En esetrayecto dejamos, también por estribor y muy cerca,las bahías Crossley y Flinders, en las que podríamoshabernos metido, especialmente en Flinders, que noshubiera protegido bastante bien de los vientos queestaban soplando.Una vez superado el enorme Cabo que teníamosen la mira, inmediatamente pegamos la orzada aestribor, cazando escotas y apuntando la proa atierra, metiéndonos para adentro de la amplia BahíaSan Antonio en cuyo fondo está Puerto Hoppner,acostándonos un par de veces con la impresionantemarejada del W que nos transportaba rápidamente ensentido contrario. Después de unos penosos minutosque parecieron una eternidad y apenas el cabo entróa tapar el cuadrante W, la marejada se fuetranquilizando muchísimo, quedando un mar de fondorespetable pero nada que ver con lo de afuera.Evidentemente que la clave de esta maniobra estáen acercarse al cabo sin miedos, lo más que se puede,a pesar de su impresionante altura y del estado de lamar, y pegarle la virada instantáneamente una vezsuperado el mismo, sin perder arrancada.Mientras estábamos en esta contingencia me fuiacordando de Luis Piedrabuena que conocía estasaguas como la palma de su mano, y me preguntabacuantas veces, empapado y con temperaturas bajocero, debió haber hecho esta misma maniobra en estemismo lugar, abordo de pesadas goletas de madera,con velas de algodón y obviamente sin máquina.Este cabo, que se adentra en el mar unas 3 millascon alturas entre 200 y 300 metros, no solo corta lamarejada sino también, en gran medida, el viento,pudiéndose efectuar el acercamiento a la costa, depiedra a pique, con bastante comodidad, más allá delmar de fondo y las rachas de viento que se cuelanentre los cañadones de los cerros, intensas ymolestas pero de corta duración. (Para unadescripción pormenorizada de este lugar consultar elartículo titulado “De puerto Hoppner a Mar del Plata”,edición Nº 164 de Enero del 2008).Transpuestos los dos angostos pasos de piedraque determinan la entrada a este fondeadero, algo asícomo un tranquilo lago de aguas oscuras rodeado demontañas de hasta 700 metros de altura, nossorprendió bastante encontrarnos allí adentro, en esasoledad, con un catamarán de bandera alemana,aparejo tipo Cutter, de unos 55 pies de eslora,tripulado nada más que por una pareja de personasbastante mayores, que se habían instalado armandouna telaraña de calabrotes, y pensaban invernar enese lugar para seguir durante la primavera siguientehacia el Pacífico, lo que demuestra, una vez más, quecuando hay ganas de navegar no hay imposibles.Zarpamos durante la media mañana del díasiguiente, acompañados de una gran cantidad deaves, mientras los pingüinos, desde las costasaledañas que caen a pique, entraban y salían delagua con cada ola, en cantidades innumerables.Atravezamos la inmensa Bahía San Antonio, dejandopor estribor y bastante cerca el Cabo Colnett y suislote homónimo, que conforman el límite E de estaEl <strong>Yacht</strong> enero 2009 3