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dogma-y-ritual-de-alta-magia-parte-1-dogma-eliphas-levi

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Estos son los cadáveres aéreos que evoca la nigromancia. Son larvas, sustancias muertaso moribundas, con las cuales se pone en relación; pue<strong>de</strong>n ordinariamente hablar, peronada más que con el tintineo <strong>de</strong> nuestros oídos percibido por el sacudimiento nervioso<strong>de</strong> que le he hablado, y no razonan, ordinariamente, sino reflejándose en nuestrospensamientos o en nuestros sueños.Mas, para ver estas extrailas formas, es necesario colocarse en un estado excepcionalque tiene algo <strong>de</strong>l sueño y <strong>de</strong> la muerte, es <strong>de</strong>cir, que es preciso magnetizarse a símismo y llegar a una especie <strong>de</strong> sonambulismo lúcido y <strong>de</strong>spierto.La nigromancia obtiene, pues, resultados reales y las evocaciones <strong>de</strong> la <strong>magia</strong> pue<strong>de</strong>nproducir verda<strong>de</strong>ras visiones. Ya hemos dicho que en el gran agente mágico, que es laluz astral, se conservan todas las huellas <strong>de</strong> las cosas, todas las imágenes formadas, seapor los rayos, sea por los reflejos, es en esa luz don<strong>de</strong> se aparecen nuestros sueños, esaes la luz que embriaga a los alienados y arrastra su dormido juicio a la persecución <strong>de</strong>los más extrai~os fantasmas.Para ver, sin ilusiones, en esa luz, es preciso apartar los reflejos por medio <strong>de</strong> unavoluntad po<strong>de</strong>rosa y atraer a sí nada más que los rayos. Soñar <strong>de</strong>spierto, es ver en la luzastral; ylas orgías <strong>de</strong>l aquelarre, referidas por tantas y tantas brujas en sus juicioscriminales, no se explican <strong>de</strong> otra manera. Con frecuencia, las sustancias y laspreparaciones empleadas para llegar a ese resultado, eran horribles, como ya lo veremosen elRitual; pero los resultados no eran nunca dudosos. Se veían, se escuchaban, sepalpaban las cosas más abominables, más fantásticas y más imposibles. Ya volveremossobre este asunto en nuestro capítulo XV; no nos ocuparemos aquí más que <strong>de</strong> laevocación <strong>de</strong> los muertos.En la primavera <strong>de</strong>l año 1854, me dirigí a Londres para escapar <strong>de</strong> penas internas yentregarme, sin distracción alguna, a la ciencia. Poseía cartas <strong>de</strong> presentación parapersonajes eminentes que estaban <strong>de</strong>seosos <strong>de</strong> revelaciones relativas al mundosobrenatural.Visité a varios y encontré en ellos, con mucha cortesía, un gran fondo <strong>de</strong> indiferencia o<strong>de</strong> ligereza. Lo único que solicitaron <strong>de</strong> mí fueron prodigios, ni más ni menos que si setratara <strong>de</strong> un charlatán. Me encontraba un poco <strong>de</strong>scorazonado, porque, a <strong>de</strong>cir verdad,lejos <strong>de</strong> estar dispuesto a iniciar a los <strong>de</strong>más en los misterios <strong>de</strong> la <strong>magia</strong> ceremonial,había tenido siempre, por lo que a mí respecta, temor a las ilusiones ya las fatigas. Porotra <strong>parte</strong>, esta clase <strong>de</strong> ceremonias exige un material dispendioso y difícil <strong>de</strong> reunir.Me encerré, pues, en el estudio <strong>de</strong> la <strong>alta</strong> cábala y no pensaba más en los a<strong>de</strong>ptosingleses, cuando un día al volver a mi hotel, encontré una nota dirigida a mí. Esta notacontenía la mitad <strong>de</strong> una carta cortada transversalmente y en cuyo frente reconocí enseguida el carácter <strong>de</strong>l sello <strong>de</strong> Salomón, y un papel asaz pequeño en el cual estabaescrito con lápiz: «Mañana a lastres <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la Abadía <strong>de</strong> Westminster, en don<strong>de</strong> seos presentará la otra mitad <strong>de</strong> esta carta». Fui a esta singular cita. Había un carruajeestacionado en la plaza.Yo tenía, sin afectación, mi fragmento <strong>de</strong> carta en la mano; un doméstico se acercórespetuosamente a míy me hizo un signo abriéndome la portezuela <strong>de</strong>l coche. Dentro <strong>de</strong>él había una señora vestida <strong>de</strong> negro y cuyo sombrem estaba, como el rostro, cubiertopor un espeso velo. Esa señora me hizo señas <strong>de</strong> que subiera al carruaje, enseñándomela otra mitad <strong>de</strong> la carta que yo había recibido. La portezuela se cerró, el coche echó aandar y habiéndose la señora levantado el velo, pue<strong>de</strong> ver que tenía que habérmelas conuna persona <strong>de</strong> edad, <strong>de</strong> cejas grises y unos ojos extremadamente negros y vivos y <strong>de</strong>89

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