11.07.2015 Views

Denevi, Marco - Ceremonia secreta

Denevi, Marco - Ceremonia secreta

Denevi, Marco - Ceremonia secreta

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

<strong>Marco</strong> <strong>Denevi</strong>32<strong>Ceremonia</strong> <strong>secreta</strong>fuese necesario el regreso de la señorita Leonides. Pero así no se puede leer. No sepuede leer con alguien que nos vigila. La ensimismada lectora de Goethe se tumbóde costado, le volvió la espalda a aquella inoportuna criatura, con un regio ademándio vuelta la página, se topó con nuevos jeroglíficos, tan fascinantes como los anteriores:“Es war ein Koning in Thule,Gar treu bis an das Grab,Dem sterbend seine VhuleEinem goldnen Lecher gab... “Ella también estaba dispuesta a esperar. Pero transcurrió casi un cuarto de hora,ya llegaba a la última página del libro, y esa idiota seguía muda.—¿Te figuras que no sé de dónde vienes? —gritó de pronto la señorita Leonidessin dejar de leer.Cecilia se puso de pie como izada con una cuerda, pero no contestó.—¿Te figuras que no lo sé? —repitió la señorita Leonides, al tiempo que le echabauna rápida miradita desdeñosa.Cecilia se acercaba al lecho por el lado del rostro de la señorita Leonides, buscabaafanosamente en sus bolsillos, extraía un fajo de billetes de mil pesos, los mostrabaen alto, como un trofeo, como un salvoconducto.La señorita Leonides empezaba á comprender. Pero no se daba por vencida. Seguíapataleando, por gusto, entre los hilos de liga.—Quisiera saber quién te ha dado ese dinero.Los ojos de Cecilia le comían toda la cara. Balbuceaba:—Pero mamá... pero mamá... fui al Banco... al Banco... al Banco...El espíritu de la señorita Leonides era un calidoscopio zarandeado por brutalesmanotazos. Un golpe, un dibujo; otro golpe, otro dibujo.—¿Me juras que no has ido a encontrarte con ningún hombre?Cecilia palidecía, temblaba, parecía abrumada por aquella acusadora interrogación.—Pero mamá, pero mamá —protestaba débilmente—, ¿qué dice?, ¿con quéhombre?En el calidoscopio se formaba el arabesco rojinegro de un dolor que quería propagarsehasta todos los confines, consumir el universo, devorarse a sí mismo.—¿Quién es ese Fabián? Contesta. ¿Quién es? ¿Dónde se ven? No te quedes callada,no finjas que no comprendes.—Mamá, mamá, cálmese —sollozaba Cecilia.—No quiero calmarme, quiero que me contestes. Te he preguntado quién es Fabián.—No sé, no sé...(Dios mío, esa cara demudada, esos ojos, esas manos que se retorcían, ¿podíanser obra de la simulación? Pero sigamos torturando, sigamos torturándonos. Y después,del otro lado, la felicidad de perdonar, de reconciliarse, de llorar juntas).—Hipócrita. No te creo. Mientes. Para que sepas, he encontrado la carta de Fabiány la he leído.—Mamá, mamá —lloraba Cecilia—, ¿qué carta?—Ah, ¿todavía lo niegas? —y ella ya no podía más, ella también lloraba—. Aho-

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!