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Denevi, Marco - Ceremonia secreta

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<strong>Marco</strong> <strong>Denevi</strong><strong>Ceremonia</strong> <strong>secreta</strong>lataba, se convertía en el vano de una puerta iluminada. Detrás de la puerta se oíanruido de vajilla y la voz de una mujer que barboteaba palabras ininteligibles. La señoritaLeonides se detuvo y esperó. El corazón le latía con fuerza. Luego, sigilosamente,dio unos pasos y se colocó de modo que pudiera observar el interior de lahabitación donde resonaba aquella charla. Vio que era una amplia cocina, y que poresa cocina iba y venía, cubierta con un delantal y con el pelo cayéndole sobre los ojos,la enigmática muchacha de luto. ¿Qué hacía allí a esas horas? ¿No dormía? ¿Y conquién hablaba? ¿En qué idioma hablaba? Y esa voz voluble, modulada, llena de matices,como la de una actriz, ¿era la suya? La señorita Leonides permaneció un rato observándola.Parecía atareadísima. Acomodaba pilas de platos, abría y cerraba laspuertas de un armario, fregaba cacerolas, se sentaba a una mesa de mármol y escribía,con un lápiz cuya punta mojaba en la lengua, en un cuaderno de tapas de hule. Ytodo esto sin cesar en su bárbara jerigonza. Como no hacía pausas, como nadie lerespondía, la señorita Leonides comprendió que la joven hablaba sola.La señorita Leonides se estremeció. Quiso volver por donde había venido, peroahora no había ninguna luz que la orientase. Caminó en cualquier dirección, tropezócon una pared, unos muebles le bloquearon el paso, no sabía dónde se hallaba, sehabía perdido, gritó.Se oyó una corridita, dos manos se apoderaron de las suyas, una voz le murmuróal oído:—Venga, mamá, venga.La joven la guiaba lentamente a través de aquel laberinto tenebroso; la tranquilizabacon una suerte de zureo, como a un niño; le apretaba con fuerza la mano.La señorita Leonides gemía y se dejaba conducir.24

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