11.07.2015 Views

Denevi, Marco - Ceremonia secreta

Denevi, Marco - Ceremonia secreta

Denevi, Marco - Ceremonia secreta

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

<strong>Marco</strong> <strong>Denevi</strong>16<strong>Ceremonia</strong> <strong>secreta</strong>y nebulosas, nada tan temible como una horda de muchachones. No se sabe cómo seforman, de dónde provienen, pero allí están más unidos que los bulbos de una raíz,enredados en un intrincamiento de palabrotas y ademanes obscenos, adheridos unosa otros hasta formar una sola masa coralígena. Mírenlos. Se saludan a zarpazos. Casino hablan. Se entienden con risitas, con guiños, con fórmulas en clave. Adoptan unaire sigiloso y taimado como si estuvieran tramando quién sabe qué complot. Y siuna mujer pasa junto a ellos, todos la miran, ya torvamente, ya con arrogancia, comosi le conocieran algún secreto y la amenazaran con divulgarlo. Pero nunca .son másferoces que cuando están instalados en sus esquinas como en un aduar. Hay que sermujer y atravesar ese campo minado para saber lo que es el ludibrio y el vejamen delsexo. Créanle a la señorita Leonides.Y bien; su ojo de lince le descubrió desde lejos el peligro. Una banda de muchachonesvenía a su encuentro. La señorita Leonides dio media vuelta y se volvió pordonde había venido. Tuvo que pasar otra vez frente a la pareja (y la mujer, otra vez,se rió provocativamente. “Me gustaría verte muerta”, pensó la señorita Leonides),tuvo que bajar escalones, subir escalones, caminar varias cuadras de más. Pero todoes preferible.A las nueve llegó al cementerio. Visitó los tres monumentos iguales, de mármol gris.Leyó, como lo hacía siempre, en una especie de saludo, las inscripciones que ya comenzabana borrarse. Aquiles Arrufat. † 23 de marzo de 1926. Leonides Liegat deArrufat. † 23 de marzo de 1926. Robertito Arrufat. † 23 de marzo de 1926.“Hoy no les he traído flores”, les explicó en voz alta, “porque las que traía melas manchó esa mujerzuela, ustedes saben, esa Natividad”.Deambuló un rato entre las bóvedas y los panteones. Al doblar un recodo, inopinadamente,la vio.Estaba allí, a pocos metros de distancia, como cerrándole el paso. La señoritaLeonides se detuvo y las dos se miraron.Ahora podía observarla mejor. Era de baja estatura, un poco gorda, de gordaspiernas cortas. La cabeza, demasiado grande para aquel cuerpo, lo parecía aún más acausa de la profusa cabellera rubia que la enmarcaba. El rostro, ancho y de faccionesalgo toscas, irradiaba inocencia y bondad, como el de una campesina, y esta semejanzase veía acentuada gracias a una suerte de arrebol, a un curioso abotagamiento quecongestionaba aquellos rasgos ya de por sí esponjados, como si la joven sostuviera unenorme peso sobre la cabeza. Por lo demás, vestía ropa de calidad. En cambio, no sele veía ninguna alhaja. Ni guantes, ni cartera, ni sombrero. Y eso era todo.“Vaya”, pensó la señorita Leonides con alivio, “si es una pobre chica inofensiva.Me da la impresión de una extranjera que se ha perdido y quiere preguntarme cómovolver a su casa. Francamente, no sé por qué he hecho tantas historias arriba deltranvía”.Era todo y no era todo. Pues alguien nos ha mirado largamente y ha llorado. Nose llora porque sí. Después nos ha seguido a través de media ciudad, hasta que volvemosa enfrentarnos. Entonces nuevamente nos mira. Ya no derrama lágrimas absurdas.Ahora se queda inmóvil, en una actitud de ofrecimiento y renuncia, de súplicay resignación. Y cediéndonos la iniciativa, aguarda dolorosamente qué es lo queharemos. Se necesita ser de hierro para rehusarse y pasar de largo. Esa presencia allíes una pregunta que es necesario contestar, por sí o por no. Hay que decidirse. Y laseñorita Leonides no era de hierro. Era de cera y de manteca. De modo que la señoritaLeonides, sin pensarlo más, se decidió.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!