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EL OÍDO MELANCÓLICO - Cortijo deEl Fraile

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[fig.116]Hieronymus Bosch, det. El Jardín de la delicias (tabla central), h.1500Museo de El Prado, Madridla nieve. Lo que el lector se imagina que ve Joaquín Buitrago son loshocicos sangrientos y devoradores de los galgos de El Bosco y elhielo infernal que hay más abajo, a los pies, en el que patinan extrañospingüinos. Ve el fotógrafo de locos la melancolía de los paisajesfortuitos que construyen en su superficie las paredes viejas y lostabiques abandonados a su suerte y lee los horizontes de ruina de lascosas decapándose, desollándose, desvistiéndose, a pesar de la inclemenciadel otoño, con el único propósito de retornar a la tierra de laque proceden. Ve la melancolía, pero la melancolía no es roja comoel hocico de los perros rabiosos: la melancolía es gris, es tan griscomo los galgos de Paul Klee [fig.110]. Tan gris y tan tiste como laperra de la desolación que el oscuro José Gutiérrez Solana grabó alaguafuerte copiándola de su propia desventura [fig.111], tan melancólicacomo el perro de Goya que se ahoga en la tierra y como el queDalí le sustrajo a Ayne Bru [fig.112], tan alejada de la gracia comola sombra que es el perro que pintó Francis Bacon junto a un sumideroen Hombre con perro [fig.113], o como cualquiera de los bueyesdesollados y abiertos en canal que el pintor de la descomposiciónaprendió de Rembrandt. Tan lejos todos ellos, el ovillado de Dureroy el ferroviario de Trelleborg, el altivo de Klee y la sumisa de Solana,el diluido de Bacon y los desamparados de Cranach, el angustioso deGoya y los violentos de Buitrago, todos enemigos de los dos galgosalertas, uno blanco y otro negro, hieráticos y a la expectativa, unohacia el este y otro hacia el oeste, que dispuestos en equis, con lasgrupas abatidas en la solería, pintó Piero de la Francesca para queacompañaran a Sigismondo Pandolfo Malatesta en 1451 arrodilladoante su patrón, ante un san Sigismondo que sostiene una vara y unaesfera [fig.114].El perro demediado de Trelleborg, el animal onírico de la266 267

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