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EL OÍDO MELANCÓLICO - Cortijo deEl Fraile

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[fig.113]Francis Bacon, Hombre con perro, 1953. Galería Albright-Knox, Nueva Yorkdel lado izquierdo. Esto su pone una desventaja, naturalmente, peroqueda com pensada por el hecho de que sólo debo arrastrar la mitadde mi peso. De igual modo, y por fortuna, teniendo sólo un ojo,el izquierdo, no puedo ver mi propio lado derecho, esa tremendaherida, cuya visión haría que me desmayase y me impediría seguircorriendo.No tendría ganas de aullar, y me contentaría con correr velozmentecon la mitad de mi cabeza de perro cabizbajo, ¡si al menosno me acompañara corriendo también el paisaje! Pero es increíble:el paisaje corre conmigo, aunque al revés de como ocurre con elpai saje entrevisto desde la ventanilla del tren, en cuyo caso avanzaen sentido inverso al de la marcha, seña lando de esta manerala progresión de la misma. No he contado con este desconcertantedescubrimiento del caminar. Al propio tiempo que yo, avanzaigual mente la noche; no me queda otro remedio que co rrer másvelozmente, de otro modo no adelantaría. A veces, parece como silo lograra, pero otras no, y en tonces empiezo a aullar y a ladrar llenode miedo.La noche es fría y serena. Gracias al viaje de ida conozco bienel camino y puedo orientarme, cada vez que pierdo de vista los raíles.Sin embargo, hago lo imposible para no separarme de ellos. Voycorriendo a lo largo de la vía, o dentro de ella. Tan sólo algunasveces doy un brinco hacia un lado, cuando me pare ce oír detrás demí un ruido que me resulta bien co nocido: el del tren invisible. Porfortuna, dicho ruido suele extinguirse pronto, y yo, entonces, vuelvoa sal tar entre los raíles, para seguir corriendo, corriendo. No se hatratado sino de una ilusión. Ilusión análoga a aquella otra... del perroque se debatía detrás de mí, en medio del Danubio, entre Szentendrey la isla, en el crepúsculo.260 261

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