EL OÍDO MELANCÓLICO - Cortijo deEl Fraile

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Mark Rothko en negro[fig.106]Mark Rothko, Black on Maroon, 1958. Tate Gallery, LondresPorque ya rechaza el ruido que producirán los cubiertos alimpactar unos con otros, Mark Rothko renuncia a continuar con elencargo de pintar una serie de cuadros que han de servir de ilustredecoración del restaurante Four Seasons y, tras la negativa, procedea devolverle a su cliente, el famosísimo arquitecto norteamericanoPhilip Johnson, encargado del diseño de este recinto de entreplantasen el Edificio Seagram de Nueva York, proyectado con su colaboraciónpor el arquitecto inmigrante Mies van der Rohe, el dinero quele había pagado por adelantado. Es el año 1959.Mark Rothko renuncia anticipándose al ruido que hará la cucharadejada caer sin cautela sobre el tenedor situado a la izquierdadel plato; el del tenedor que resbalará del mantel empujado por elcodo imprudente, que repercutirá y rebotará en el suelo cuatro vecesantes de meterse bajo la mesa de al lado; el del cuchillo de sierra alrozar con el tenedor de la carne cuando proceda a partir el filetesangrante de buey; el del tridente y la pala que arañan el fondo de lapatena de la que sin espinas emerge el lomo lechoso de la merluza;el de la bandeja de porcelana que choca contra la cubierta semiesféricade alpaca, la que atesora el alimento como si fuera un sagrario;el del molinillo de la pimienta y el de la cubitera, el de las pinzasque chirrían provocando dentera, el de la cucharilla que golpea frenéticala taza de porcelana al dar inconsciente vueltas y vueltas, y elinsistente rumor de las conversaciones de los comensales. Renunciacuando oye por adelantado la repetición atonal de las frases idénticas,la monserga de los portadores de mancuernas doradas, el sístoley la diástole de las damas que llevan el pecho demasiado oprimido,la letanía del sommelier recitando la denominación de los vinos236 237

[fig.107]Andrea Mantegna, Lamentación por la muerte de Cristo, 1490propicios: se niega cuando lo paraliza el temor a que las palabrasinútiles se adhieran a su verde de hoja de olivo mediterráneo, a quepuedan quedarse prendidas en los intersticios de sus rojos Litholen descomposición. Cuando Rothko presiente el sufrimiento de suscuadros, que habrán de servir de insignificantes murales, innecesariamentesometidos al ruido de fondo de un restaurante en ParkAvenue, en un momento de feliz lucidez que se coagulará once añosdespués en su suicidio, dice que no.Rothko se suicidó cortándose las venas una mañana de finalesde febrero de 1970 en Nueva York, en el lugar que le servíatanto de estudio como de vivienda. Vivía entonces solo y ya sinamor: desierto, decepcionado y apesadumbrado. Se había divorciadotraumáticamente de Mell, su segunda esposa, y hacía tiempo quesatisfacía su deseo de aislamiento, que cumplía con su voluntad dealejarse del ruido mundano del arte y de la molesta estridencia desus representantes. Tenía sesenta y seis años y cinco meses de edad.Había nacido en 1903 en Dvinsk, en una Letonia entonces rusa,donde fue bautizado como Markus Rothkowitz; diez años despuéslo forzaron a emigrar a Estados Unidos y a atravesarlo hasta llegar aPórtland en busca de sus parientes. Los expertos han insistido en laimportancia de su viaje en tren cruzando solo el país, de extremo aextremo, con un cartel colgado al cuello que decía cómo se llamabay adónde iba, y han intentado evidenciar los débitos de su pinturacon lo que vio a través de la ventana en movimiento del vagónque lo transportaba aterido, así como la dependencia de su gamacromática del cómo lo contempló: hambriento, en ruso, en judío,infantil, bárbaro, indefenso y mudo. No se sabe, sin embargo, si loque realmente columbró fue el paisaje, así el horizonte infinito o elmuro ceniciento de la estación, así las vastas praderas diluyéndose238 239

Mark Rothko en negro[fig.106]Mark Rothko, Black on Maroon, 1958. Tate Gallery, LondresPorque ya rechaza el ruido que producirán los cubiertos alimpactar unos con otros, Mark Rothko renuncia a continuar con elencargo de pintar una serie de cuadros que han de servir de ilustredecoración del restaurante Four Seasons y, tras la negativa, procedea devolverle a su cliente, el famosísimo arquitecto norteamericanoPhilip Johnson, encargado del diseño de este recinto de entreplantasen el Edificio Seagram de Nueva York, proyectado con su colaboraciónpor el arquitecto inmigrante Mies van der Rohe, el dinero quele había pagado por adelantado. Es el año 1959.Mark Rothko renuncia anticipándose al ruido que hará la cucharadejada caer sin cautela sobre el tenedor situado a la izquierdadel plato; el del tenedor que resbalará del mantel empujado por elcodo imprudente, que repercutirá y rebotará en el suelo cuatro vecesantes de meterse bajo la mesa de al lado; el del cuchillo de sierra alrozar con el tenedor de la carne cuando proceda a partir el filetesangrante de buey; el del tridente y la pala que arañan el fondo de lapatena de la que sin espinas emerge el lomo lechoso de la merluza;el de la bandeja de porcelana que choca contra la cubierta semiesféricade alpaca, la que atesora el alimento como si fuera un sagrario;el del molinillo de la pimienta y el de la cubitera, el de las pinzasque chirrían provocando dentera, el de la cucharilla que golpea frenéticala taza de porcelana al dar inconsciente vueltas y vueltas, y elinsistente rumor de las conversaciones de los comensales. Renunciacuando oye por adelantado la repetición atonal de las frases idénticas,la monserga de los portadores de mancuernas doradas, el sístoley la diástole de las damas que llevan el pecho demasiado oprimido,la letanía del sommelier recitando la denominación de los vinos236 237

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