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EL OÍDO MELANCÓLICO - Cortijo deEl Fraile

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inaccesible. El melancólico no evita ni combate ni huye de la melancolíapor la misma razón que quien padece un acúfeno desiste deacudir al otólogo: porque sabe que su mal no tiene paliativo ni cura.Por resignación el melancólico-acúfeno se aparta del devenir y semargina del porvenir. Él también es inquilino de la nada.En el melancólico se exacerba la capacidad de identificar lascosas que aparentemente no cambian, y una vez que las ha detectado,con ellas apuntala y argumenta su parálisis, su contención, suanorexia. El acúfeno, que es pura indiferencia esférica, monotoníaabsoluta, es uno de los argumentos más firmes en los que se puedecimentar la murria: es uno de los postulados de la melancolía paradefender ejemplarmente la apatía. Como en una relación parasitariaen la que ambos organismos se benefician, el acúfeno se aprovechade la quietud melancólica para hacerse oír y la melancolía utiliza alacúfeno para convencerse de que esa es la actitud más conveniente.O lo que es biológicamente lo mismo: la melancolía y el acúfenocomo simbiontes.Adolf Hitler. Hipólito d’Este[fig.32]Germaine Krull, Walter Benjamin, 1926No pocos hombres ruidosos, los más estridentes y destemplados,incluidos los sátrapas y los tiranos, se han resistido, como nopocos pintores y al igual que casi todos los compositores, a mostrarlos síntomas de sus dolencias: de su melancolía acúfena. Dejarseretratar mientras se atoraban el oído era un signo inequívoco dedebilidad. Adolf Hitler, asegura Don DeLillo en Ruido de fondo, comenzóa notar el zumbido en el oído izquierdo durante una de susestancias en el refugio alpino de Obersalzberg, recluido en el cuarto78 79

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