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EL OÍDO MELANCÓLICO - Cortijo deEl Fraile

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la filacteria y el aleteo sin membranas del angelote que escribe absortosobre la rueda antes de oír el futuro batir de sus propias alascontra el viento de la agonía; y oye el total de los números sumadosde cuatro en cuatro y el crepitar del sol que se encamina a hundirseen el mar. Oye el ángel todo aquello, todas las voces del crepúsculo,es lícito pensarlo, para acallar ese rumor interno, para disolver esesilbido izquierdo al que ciertos antiguos, algunos de ellos físicos yalgunos otros barberos, responsabilizaron del crecimiento calcáreode la piedra de la locura. El silbo, que silbo lo llaman aunque no esproducido por el aire en movimiento, es, al fin y al cabo, un sonidoque puede cristalizar; que, como le ocurre a la nada sin consistenciani sustancia, tiene la capacidad de precipitar en forma de cálculo,de convertirse en una piedra angulosa que luego, sin la ayuda de ElBosco, es difícil de extraer y de expulsar.El oído izquierdo del ángel de Durero, el «oído melancólico»es aquel izquierdo en el que se manifiesta un sonido único, perpetuo,inquebrantable e indescifrable, monoteísta y no lingüístico,aunque seguramente compuesto por fragmentos de palabras densasde consonantes, de palabras hoscas e impronunciables, de escoriasde verbos oxidados. Es un sonido invisible, más invisible que el restode los que constituyen el espectro de lo audible, más próximo a lometálico que a lo acuoso, a lo telúrico que a lo aéreo. Es un sonidodelirante: sembrado, por tanto, fuera del surco; derramado, en consecuencia,fuera del recipiente que le corresponde.ALBERT DÜRER, 1491-1521Bien sabía el saturnal Durero que cuando el pitido hace acto depresencia y toma posesión del oído izquierdo y, desde allí, inclementese apropia de todo el cuerpo y reclama en exclusiva la atención delinquilino, hay solo dos modos de espantarlo, de anularlo, de distraerloy de eludir la tentación del suicidio: el primero consiste en aplastaral coleóptero que lo produce apretándose el oído y, el segundo, enimponerle desde el exterior otro sonido, interferir en su continuidadinalterable otra onda, inmiscuir en la suya otra frecuencia. QuizáDurero, a quien los críticos incluyen ejemplarmente en la nóminade los artistas melancólicos engendrados por el Humanismo, al ladode Miguel Ángel Buonarroti, de Jacopo da Pontormo, de FrancescoBorromini y de tantos otros, sufrió, según se colige de algunos indiciosdispersos por su biografía, esta dolencia (Melanchthon tambiénafirmó que su amigo Durero estaba aquejado de melancolía). 7 Sinembargo él, que tantas veces se autorretrató, a tantas edades y siempremás o menos de frente, nunca se pintó de modo que se le vierala mano comprimiéndole el oído izquierdo (tampoco lo hicieron,entre sus pares, ni Rembrandt ni Goya. Tampoco Adolf Hitler, pintorinfantil, permitió que lo retrataran sometiéndose a esta terapiadoméstica). Las razones para no haberlo hecho pueden ser de ordenmuy diverso: porque su dolencia fue discreta, leve y soportable; porquela opresión no resultó ser para él un remedio suficientementeeficaz o porque no quiso enfrentarse a las dificultades técnicas queconlleva componer con delicadeza una figura que en el primer planodel cuadro ejecuta esa acción. Si bien no a sí mismo, aunque no entodos los casos con la izquierda, sí forzó a alguno de sus personajesa posar de esta manera: a anticipar y a imitar, de algún modo, a su54 55

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