ALBERT DÜRER. Melancolía I, 1514El joven alado del primer plano de Melancolía I [fig.20], el queacopla su mejilla en la mano izquierda, aunque ya se lo han preguntadoa sí mismas y a sus doctores varias generaciones, hoy día aúnno sabemos adónde mira, por qué mira de esa forma ni de quiénes esa mirada. Es conveniente concentrarse en esa mano, la de losdedos oprimidos, la que casi con la muñeca, entre la zona carpianay el dorso de las falanges proximales, apuntala sin esfuerzo apreciablela cabeza del pretendido adolescente ejerciendo el empuje enel carrillo, entre la mandíbula y la oreja. La melena y la mano delbrazo, que quebrado en uve es simétrico casi de la uve invertida dela pierna en la que se mantiene en equilibrio (aquí el codo y la rodilla,más que dos articulaciones independientes, son un engranajedoble), no dejan ver el pabellón de su oreja: no permiten saber siocluyen o marginan la apertura del oído al exterior. No tenemos aúnla certeza de que este ángel profano esté oprimiéndose voluntariamenteel oído, intentando de este modo amortiguar ese pitido tenuee imperturbable, ese chirriar perpetuo que incrustado en el núcleodel oído, que enraizado en el fondo de la cueva, disloca y desespera,ese ruido de receptor mal sintonizado que desasosiega al más sereno,ese rodamiento de cubo desengrasado que gira sin respiro, esepercutir de los martillos en los yunques de las herrerías sin jamásalterar el ritmo.Su gesto, la postura que ha adoptado, no se debe, como alguiena la ligera podría pensar, ni al cansancio ni a la apatía. No es lapereza ni la desgana la que lo paraliza: su aparente impotencia procedede un tormento interior que intenta dominar antes de que lodestruya por completo. El ángel está en estado de alerta, preparadopara entrar inmediatamente en acción; la alta tensión de la escenase percibe cuando se leen detenidamente los signos y al especularsobre sus múltiples significados: basta con fijarse en la cadencia delreloj de arena y en la inclinación de la escala, en la inestabilidad dela esfera perfecta y en la acrobacia cartilaginosa del animal volador.La laxitud del galgo ovillado a sus pies, por contraste, intensifica laamenaza, advierte de la proximidad de la violencia. La quietud esfalsa. El ángel no está postrado: está atento a los sucesos; a todos ycada uno de los sonidos, a los circundantes y a los emitidos por supropio cuerpo. A todos los sonidos al mismo tiempo, a los pasadosy a los futuros, entreverados con los de ahora, con los que registróDurero en este lugar fronterizo para hablar por intermediarios desí mismo: “Melancolía es en cierto sentido un autorretrato espiritualde Durero”, dijo Panofsky apoyándose en el juicio del reformistaPhilipp Melanchthon, del astrólogo camarada del artista, quienconsideraba que su genio, nacido de la conjunción de Saturno yde Júpiter templada en el signo de Libra, surgía de la melancolíaheroica, de la más sublime y creadora de todas las descritas hasta entonces.En este escenario hay sonidos. El ángel oye la sierra que haya sus pies serrando el tronco de un árbol; oye el roce descendente decada grano de arena compitiendo con los otros por caer el primero yel que producen los de los bordes al arañar el vidrio que los comprime;oye a la báscula impartir justicia con su eje desequilibrado; oyeal martillo golpeando el cincel y al cincel impactar contra la piedrade toque; oye tañer la campana, a la esfera molar rodar monte abajo,a las llaves al tintinear, al punzón clavarse en la tablilla y rasgarla, alcompás completando la circunferencia al girar sobre su punto deapoyo, al fuelle insuflar, al perro ladrar a quien no puede responderlecon un ladrido semejante; oye al murciélago aletear trayendo52 53
la filacteria y el aleteo sin membranas del angelote que escribe absortosobre la rueda antes de oír el futuro batir de sus propias alascontra el viento de la agonía; y oye el total de los números sumadosde cuatro en cuatro y el crepitar del sol que se encamina a hundirseen el mar. Oye el ángel todo aquello, todas las voces del crepúsculo,es lícito pensarlo, para acallar ese rumor interno, para disolver esesilbido izquierdo al que ciertos antiguos, algunos de ellos físicos yalgunos otros barberos, responsabilizaron del crecimiento calcáreode la piedra de la locura. El silbo, que silbo lo llaman aunque no esproducido por el aire en movimiento, es, al fin y al cabo, un sonidoque puede cristalizar; que, como le ocurre a la nada sin consistenciani sustancia, tiene la capacidad de precipitar en forma de cálculo,de convertirse en una piedra angulosa que luego, sin la ayuda de ElBosco, es difícil de extraer y de expulsar.El oído izquierdo del ángel de Durero, el «oído melancólico»es aquel izquierdo en el que se manifiesta un sonido único, perpetuo,inquebrantable e indescifrable, monoteísta y no lingüístico,aunque seguramente compuesto por fragmentos de palabras densasde consonantes, de palabras hoscas e impronunciables, de escoriasde verbos oxidados. Es un sonido invisible, más invisible que el restode los que constituyen el espectro de lo audible, más próximo a lometálico que a lo acuoso, a lo telúrico que a lo aéreo. Es un sonidodelirante: sembrado, por tanto, fuera del surco; derramado, en consecuencia,fuera del recipiente que le corresponde.ALBERT DÜRER, 1491-1521Bien sabía el saturnal Durero que cuando el pitido hace acto depresencia y toma posesión del oído izquierdo y, desde allí, inclementese apropia de todo el cuerpo y reclama en exclusiva la atención delinquilino, hay solo dos modos de espantarlo, de anularlo, de distraerloy de eludir la tentación del suicidio: el primero consiste en aplastaral coleóptero que lo produce apretándose el oído y, el segundo, enimponerle desde el exterior otro sonido, interferir en su continuidadinalterable otra onda, inmiscuir en la suya otra frecuencia. QuizáDurero, a quien los críticos incluyen ejemplarmente en la nóminade los artistas melancólicos engendrados por el Humanismo, al ladode Miguel Ángel Buonarroti, de Jacopo da Pontormo, de FrancescoBorromini y de tantos otros, sufrió, según se colige de algunos indiciosdispersos por su biografía, esta dolencia (Melanchthon tambiénafirmó que su amigo Durero estaba aquejado de melancolía). 7 Sinembargo él, que tantas veces se autorretrató, a tantas edades y siempremás o menos de frente, nunca se pintó de modo que se le vierala mano comprimiéndole el oído izquierdo (tampoco lo hicieron,entre sus pares, ni Rembrandt ni Goya. Tampoco Adolf Hitler, pintorinfantil, permitió que lo retrataran sometiéndose a esta terapiadoméstica). Las razones para no haberlo hecho pueden ser de ordenmuy diverso: porque su dolencia fue discreta, leve y soportable; porquela opresión no resultó ser para él un remedio suficientementeeficaz o porque no quiso enfrentarse a las dificultades técnicas queconlleva componer con delicadeza una figura que en el primer planodel cuadro ejecuta esa acción. Si bien no a sí mismo, aunque no entodos los casos con la izquierda, sí forzó a alguno de sus personajesa posar de esta manera: a anticipar y a imitar, de algún modo, a su54 55
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