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Caballo de Troya 2 JJ BENÍTEZ - IDU

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hasta esos instantes: la Ciudad Vieja <strong>de</strong> Jerusalén. Mientras Eliseo y los directores seocupaban en la se<strong>de</strong> <strong>de</strong> la embajada norteamericana <strong>de</strong> la tramitación para el envío por valijadiplomática <strong>de</strong> los sismogramas obtenidos en la primera exploración y que <strong>de</strong>bían serestudiados, con prioridad absoluta, por el Centro Geológico <strong>de</strong> Colorado y la AdministraciónNacional <strong>de</strong>l Océano y <strong>de</strong> la Atmósfera (NOSA), ambos en mi país, yo me <strong>de</strong>jé arrastrar poruna necesidad casi imperiosa: caminar lenta y pausadamente por los mismos lugares <strong>de</strong> laCiudad Santa don<strong>de</strong> -”siglos antes”-, había vivido tan increíbles y traumatizantes experiencias.Quizá no <strong>de</strong>bí hacerlo. En el fondo, yo sabía lo que me aguardaba. Pero mi espíritu pujaba por“encontrarle” o encontrar el menor vestigio que me recordara su presencia.Ahora, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tanto tiempo, estoy seguro que hice bien en ocultar aCurtiss y a la dirección <strong>de</strong>l proyecto mí profunda angustia y el obsesivo <strong>de</strong>seo<strong>de</strong> “volver”, fruto <strong>de</strong> una compleja mezcla <strong>de</strong> admiración por Él y <strong>de</strong> unaardiente necesidad <strong>de</strong> conocerle mejor. Nadie, en mis muchos años <strong>de</strong> vida,había llegado tan certera y hondamente a mi atormentado corazón. Y una yotra vez me hacia la misma pregunta: ¿por qué yo? ¿Por qué un individuoruin, impuro y eternamente dubitativo como yo se veía envuelto en semejantesituación? ¿Qué tenía aquel Hombre para lograr transformar tan violentamenteuna vida -la mía-, llena <strong>de</strong> vacío?Como digo, si hubiera informado a <strong>Caballo</strong> <strong>de</strong> <strong>Troya</strong> <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>bilidad porJesús <strong>de</strong> Nazaret -porque <strong>de</strong> eso se trataba en realidad-, tan flagranteparcialidad y entusiasmo por el personaje motivo <strong>de</strong> la segunda expedición mehabrían <strong>de</strong>scalificado sin remedio. La objetividad y frialdad en losexploradores eran condiciones básicas para el <strong>de</strong>sempeño <strong>de</strong> una misión <strong>de</strong>aquella naturaleza. Y aunque mi compañero y yo compartiéramos estossentimientos creo que a la hora <strong>de</strong> la verdad -tal y como se verá más a<strong>de</strong>lante-supimosrespetar esta regla <strong>de</strong> oro <strong>de</strong> la operación, manteniéndonos siempre, yen ocasiones con serias dificulta<strong>de</strong>s-, en una posición distante al margen <strong>de</strong>lcurso <strong>de</strong> los acontecimientos.Al cruzar bajo el arco <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong> Jafa, en el extremo occi<strong>de</strong>ntal <strong>de</strong> laCiudad Vieja <strong>de</strong> Jerusalén, el frío uncial <strong>de</strong> aquella mañana había empezado aremitir. Unos tibios rayos <strong>de</strong> sol templaron mi intensa pali<strong>de</strong>z, alegrando elocre <strong>de</strong> las piedras <strong>de</strong> la Ciuda<strong>de</strong>la Un abigarrado gentío daba vida a la cortacalle que separa los barrios armenio y judío, al norte, <strong>de</strong>l cristiano y musulmánal sur. Aunque yo había paseado en numerosas oportunida<strong>de</strong>s antes <strong>de</strong>l “granviaje”- por aquel mismo sector <strong>de</strong> la Ciudad Santa ahora era diferente. Muydiferente..Al llegar al final <strong>de</strong> la Str. of the Chain dudé. ¿Hacia dón<strong>de</strong> me dirigía? A mi<strong>de</strong>recha, a corta distancia, se encontraba el muro <strong>de</strong> las Lamentaciones: últimoy único vestigio <strong>de</strong>l imponente Templo construido por Hero<strong>de</strong>s el Gran<strong>de</strong>. E.instintivamentetomé aquella dirección. Al <strong>de</strong>sembocar en la gran explanadaexistente a los pies <strong>de</strong>l muro occi<strong>de</strong>ntal <strong>de</strong>l antiguo Templo, cientos <strong>de</strong>personas, la mayoría turistas, <strong>de</strong>ambulaban <strong>de</strong> aquí para allá, curioseando ytomando fotografías. Me aproximé <strong>de</strong>spacio a la muralla. Era increíble que, <strong>de</strong>aquella monumental construcción que yo viera en nuestro primer “salto”, sóloquedase en pie un reducido paño <strong>de</strong> sillería <strong>de</strong> doce escasos metros <strong>de</strong> altura ypoco más <strong>de</strong> setenta <strong>de</strong> longitud (1). Numerosos rabinos y fieles judíos, entrelos que <strong>de</strong>stacaban niños y jovencitos, rezaban o leían los rollos <strong>de</strong> la Ley, conlos rostros materialmente pegados a los gigantescos y erosionados bloquescenicientos. La <strong>de</strong>voción y respeto <strong>de</strong> aquellos israelitas, cubiertos con susmantos blancos y típicos sombreros negros y con las filacterias sujetas a lafrente, eran sobrecogedores.Levanté los ojos, recorriendo minuciosamente las once hileras <strong>de</strong> piedra queaún resistían el paso <strong>de</strong> los siglos, <strong>de</strong>scubriendo cómo algunas cosas no habíancambiado en el venerable muro. Entre los huecos y ranuras <strong>de</strong> los imponentesbloques seguían floreciendo manojos <strong>de</strong> hierbas silvestres, cobijando a buennúmero <strong>de</strong> palomas y pajarillos. Y entre el susurro <strong>de</strong> aquellas plegarias

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