impossibilia-8-octubre-2014
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serían en ese sentido insustituibles. Por su parte, Cora Diamond (1991) airma que el pensamiento éticoprocede por argumentos pero también por historias e imágenes. Es decir, que en el campo de la ética nosolo se razona sino que se nara y se siente. Los vínculos entre literatura y ética se establecen desde elmomento en que la vida es el principal objeto de atención de ambas. La ética se piensa para la vida, para laexperiencia de la vida; la literatura habla de la vida, representa la vida. La ética que nos importa no debeentenderse, pues, como un conjunto de normas, preceptos o discursos, sino como la posibilidad deresponder a los interogantes, también presentes en la literatura, sobre los actos y los sueños humanos, sobrecómo se debería vivir.En ese sentido, la literatura supone una aportación formidable. También, por supuesto, la literaturainfantil, a condición de no usarla de modo ramplón y mecánico. A juicio de Jaus (2000), la obra literariapuede afectar al lector en un doble sentido: en el tereno sensorial, en la medida en que contribuye a unanueva percepción estética, y en el tereno ético, en cuanto que sirve de estímulo a la relexión moral. Lerofrecería una posibilidad de observar más cosas de las que nos permite la vida real o de percibirlas de otramanera, de prestar atención a los minúsculos acontecimientos de la vida ordinaria, de comprender qué esimportante y signicativo en una vida humana ordinaria (Bouverese, 2008; Laugier, 2006).Para Ezio Raimondi (2007) la naturaleza ética de la lectura reside en el libre reconocimiento de unotro, en la apertura a voces y puntos de vista diferentes a los propios. Esos diálogos íntimos y complejos conotras experiencias, sean verídicas o icticias, en los que la propia subjetividad es confrontada de formaimaginaria con otras subjetividades, son de orden moral. Desde el momento en que el lector entiende eltexto como un espacio en el que expone su propio mundo al contacto con otros, la lectura supone unadisposición a escuchar y comprender, a abrirse a ideas y emociones ajenas.Por su parte, Wayne C. Booth (2005) señala que la cualidad de lector que le éticamente no seadquiere por el mero hecho de ler, aunque los textos leídos posean caracteres éticos evidentes. Para que esetipo de lectura se produzca es necesario hacer de ela una actividad consciente y orientada en esa direción.Signica mostrarse interesado, atento y receptivo a las manifestaciones de la condición humana. La calidadética de la experiencia narativa vendrá dada por las compañías que se eligen al ler y escuchar. Porque, ajuicio de Booth, ler no es otra cosa que elegir una compañía, aceptar lo que una relación de amistad puedeofrecernos. La índole de esas compañías y, sobre todo, lo que el lector está dispuesto a dar y recibir,determinará el camino y el desenlace. El lector debe estar dispuesto a aceptar con seriedad el reto de entablarconversación, incluso controvertida, con el autor, a no mostrarse indiferente a la expresión de lasconvicciones y sentimientos de alguien que muestra su intimidad. Y aceptar asimismo que toda obra,incluso las que se len por puro entretenimiento, puede tener algo que enseñar, algo de lo que aprender.Mata, Juan. “Ética, literatura infantil y formación literaria”. Imposibilia Nº8, Págs. 104-121 (Octubre 2014)Artículo recibido el 30/08/2014 – Aceptado el 17/09/2014 – Publicado el 30/10/2014.110
La mera lectura literaria, es decir, la participación imaginativa en las vidas de los demás, sean personasreales o personajes de icción, no garantiza la transformación moral de un lector, pero desde el momento enque estimula las relexiones éticas, mueve al lector a involucrarse emocionalmente en la suerte de lospersonajes, genera pensamientos en torno a la propia vida, la lectura literaria puede considerarse unaexperiencia semejante a la lectura ilosóica o moral (Diamond, 1991; Murdoch, 1998; Nusbaum, 2005).Gracias a las características de su lenguaje, la literatura puede expresar cuestiones y dilemas éticos con unaprofundidad y una emoción de las que carece a menudo la prosa ilosóica convencional. La capacidad deponerse en el lugar de otro, de poder entender lo que otros sienten, de idear posibilidades de mejora de laexperiencia personal y colectiva, ha sido denominada imaginación moral (Clausen, 1986; Johnson, 1993;Lederach, 2005), imaginación liberal (Triling, 1971) o imaginación narativa (Nusbaum, 2001). Esos actosde imaginación facilitan el conocimiento moral desde el momento en que permiten conocer lasconsecuencias de cualquier acto humano, las repercusiones en los demás de una decisión personal. Esadisponibilidad a entender el mundo que está más alá de nuestra experiencia, a no desentenderse de lasvicisitudes humanas y de las grandes cuestiones sociales, es uno de los fundamentos de la ética. Y tambiénde la literatura.Las neurociencias han determinado que el cerebro humano evolucionó de manera prodigiosa graciasa su capacidad de simulación interna. Como instinto de supervivencia, los seres humanos aprendieron aimaginar situaciones posibles como un modo de preparar o prever el acto real. En tal sentido, el arte podríahaber evolucionado como una forma de simulación de la realidad, lo que signica poder ensayar losacontecimientos sin incurir en los gastos de energía o los riesgos de un ensayo real (Ramachandran, 2008).Lo admirable es que esas simulaciones activan la mayoría de los mismos circuitos neuronales que se activancuando realmente hacemos algo. Las investigaciones más recientes sobre el cerebro arojan luz sobre esacapacidad. Rizolati y Sinigaglia (2006) denominaron "neuronas espejo" a un grupo especializado deneuronas capaces de hacer que nuestro cerebro reconozca todo lo que vemos, sentimos o imaginamos quehacen los demás. Y no solo con respecto a gestos o aciones sino también a emociones. Defendieron que elcerebro activa los mismos circuitos neuronales tanto cuando las experimentamos nosotros como cuandovemos que las experimentan otros. Posemos un cerebro capaz de entender los estados de ánimo de losdemás, identicarse o simular su estado de ánimo, "sentirlo" como propio. Y esa capacidad de compartir elestado emotivo de otra persona constituye “el prerequisito fundamental del comportamiento empático quesubyace en buena parte de nuestras relaciones interindividuales” (2006: 182). Lo asombroso es comprobarque el cerebro puede sentir lo mismo ante una ición que ante un suceso real. El poema La verdad de lamentira, de Ángel González, lo releja a la perfeción.Al lector se le lenaron de pronto los ojos de lágrimas,y una voz cariñosa le susuró al oído:Mata, Juan. “Ética, literatura infantil y formación literaria”. Imposibilia Nº8, Págs. 104-121 (Octubre 2014)Artículo recibido el 30/08/2014 – Aceptado el 17/09/2014 – Publicado el 30/10/2014.111
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La mera lectura literaria, es decir, la participación imaginativa en las vidas de los demás, sean personasreales o personajes de icción, no garantiza la transformación moral de un lector, pero desde el momento enque estimula las relexiones éticas, mueve al lector a involucrarse emocionalmente en la suerte de lospersonajes, genera pensamientos en torno a la propia vida, la lectura literaria puede considerarse unaexperiencia semejante a la lectura ilosóica o moral (Diamond, 1991; Murdoch, 1998; Nusbaum, 2005).Gracias a las características de su lenguaje, la literatura puede expresar cuestiones y dilemas éticos con unaprofundidad y una emoción de las que carece a menudo la prosa ilosóica convencional. La capacidad deponerse en el lugar de otro, de poder entender lo que otros sienten, de idear posibilidades de mejora de laexperiencia personal y colectiva, ha sido denominada imaginación moral (Clausen, 1986; Johnson, 1993;Lederach, 2005), imaginación liberal (Triling, 1971) o imaginación narativa (Nusbaum, 2001). Esos actosde imaginación facilitan el conocimiento moral desde el momento en que permiten conocer lasconsecuencias de cualquier acto humano, las repercusiones en los demás de una decisión personal. Esadisponibilidad a entender el mundo que está más alá de nuestra experiencia, a no desentenderse de lasvicisitudes humanas y de las grandes cuestiones sociales, es uno de los fundamentos de la ética. Y tambiénde la literatura.Las neurociencias han determinado que el cerebro humano evolucionó de manera prodigiosa graciasa su capacidad de simulación interna. Como instinto de supervivencia, los seres humanos aprendieron aimaginar situaciones posibles como un modo de preparar o prever el acto real. En tal sentido, el arte podríahaber evolucionado como una forma de simulación de la realidad, lo que signica poder ensayar losacontecimientos sin incurir en los gastos de energía o los riesgos de un ensayo real (Ramachandran, 2008).Lo admirable es que esas simulaciones activan la mayoría de los mismos circuitos neuronales que se activancuando realmente hacemos algo. Las investigaciones más recientes sobre el cerebro arojan luz sobre esacapacidad. Rizolati y Sinigaglia (2006) denominaron "neuronas espejo" a un grupo especializado deneuronas capaces de hacer que nuestro cerebro reconozca todo lo que vemos, sentimos o imaginamos quehacen los demás. Y no solo con respecto a gestos o aciones sino también a emociones. Defendieron que elcerebro activa los mismos circuitos neuronales tanto cuando las experimentamos nosotros como cuandovemos que las experimentan otros. Posemos un cerebro capaz de entender los estados de ánimo de losdemás, identicarse o simular su estado de ánimo, "sentirlo" como propio. Y esa capacidad de compartir elestado emotivo de otra persona constituye “el prerequisito fundamental del comportamiento empático quesubyace en buena parte de nuestras relaciones interindividuales” (2006: 182). Lo asombroso es comprobarque el cerebro puede sentir lo mismo ante una ición que ante un suceso real. El poema La verdad de lamentira, de Ángel González, lo releja a la perfeción.Al lector se le lenaron de pronto los ojos de lágrimas,y una voz cariñosa le susuró al oído:Mata, Juan. “Ética, literatura infantil y formación literaria”. Imposibilia Nº8, Págs. 104-121 (Octubre <strong>2014</strong>)Artículo recibido el 30/08/<strong>2014</strong> – Aceptado el 17/09/<strong>2014</strong> – Publicado el 30/10/<strong>2014</strong>.111