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unlibrorojo

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66En 1957 yo vi a Lenin en Moscú (II)Temo que las procesiones, el mausoleo y los homenajesreemplacen la sencillez de Lenin,Tiemblo por él, como por mis propias pupilas:¡Que no profanen su bellezacon estampas de confitería!MaiakovskyLas palomas, el verano y sus polvos, la Plaza Roja. Hicimos la cola con más solemnidad dela que esperaban de nosotros, al tiempo que pensábamos muchas cosas. Desde la forma de medircada uno de los gestos y los pasos para subrayar nuestras capacidades de concentración a los ojos delos demás, hasta la profunda pregunta que más o menos nos llegaba a la cabeza así: ¿Qué diablosestoy haciendo en Rusia, con lo tranquilo que podría estar en casa esperando por un futurofacilísimo, en mi calidad de brillante abogado hijo de un millonario norteamericano y alumnopredilecto de los jesuitas?». Adentro hacía frío, por razones técnicas, nos dijeron. A pesar de que, lorepito de nuevo, yo era católico centroamericano y tenía, por lo tanto, verdadera adoración porcuanto lugar sagrado tuviera enfrente, salí de allí con ideas cruzadas y una especie de pequeñosobrecogimiento. Sin embargo, entre el ballet de Bolshoi, el circo multinacional de Estadio Dinamoy una muchacha llamada Claudia, bien pronto olvidé aquella extraña sensación. No logro reproducirexactamente la escena, ni mis sentimientos de entonces. Y los pocos elementos que podría usar paratratar de hacerlo, resultan medidos con mis convicciones de hoy. Lo cual no sería justo, aunque seapolíticamente veledero. Por ejemplo, no voy a decir ahora que todo se debió a que en aquel lugar elcamarada Lenin fuera el único que parecía verdaderamente un cuerpo muerto, un cadáver, y a que elcamarada Stalin tuviera una frescura tal que hacía esperar en cualquier momento un “puf” y unautoatusamiento de los grandes bigotes. Ni que toda aquella presentación con fines indudablementeloables de veneración implicara para entonces a mis ojos un proceso de cosificación de lapersonalidad histórica verdaderamente excesiva, contraproducente. Ni que mi inquietud de entoncesfuera el germen de una grandiosa proposición final que más o menos se expresaría así: “Hay quedinamitar el mausoleo, para que Lenin salga de entre las gruesas paredes de mármol, a recorrer denuevo el mundo, cogido de la mano con el fantasma del comunismo».Lenin, 21 (8) de octubre de 1917.

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