Stalin en el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), Codovilla y Ghioldi pasaron a dirigir,de hecho, la sección sudamericana de la Internacional Comunista (IC). Desde allí combatieron aJosé Carlos Mariátegui, difundieron sospechas sobre Julio Antonio Mella y criticaron duramente atodo el movimiento político-cultural de la Reforma Universitaria nacido en Córdoba.Cuarenta años más tarde, durante los años ’60, Codovilla y Ghioldi volvieron a repetir la mismaactitud de aquellos años ’20, rechazando y combatiendo la nueva herejía que emanaba entonces delas barbas de Cuba. Desde ese ángulo, construyeron una pretendida “ortodoxia” leninista desde lacual persiguieron a cuanto “heterodoxo” se cruzara por delante. Lenin, en este registro stalinistarudimentario se convierte en un recetario de fórmulas rígidas, propiciadoras del “frente popular”, laalianza de clases con la llamada “burguesía nacional” y la separación de la revolución en rígidasetapas. Además, desde los años ’50 en adelante, el “leninismo” de Codovilla y Ghioldi se fueconvirtiendo en sinónimo de “tránsito pacífico” al socialismo y oposición a toda lucha armada (apesar de que Ghioldi había participado en 1935 en la insurrección fallida encabezada por LuisCarlos Prestes en Brasil).Todo el emprendimiento de Roque Dalton en Un libro rojo para Lenin constituye una crítica frontaly radical, punto por punto, parte por parte, de esta versión de “leninismo” divulgada y custodiada ennuestras tierras por Codovilla y Ghioldi.En segundo lugar, en América Latina el líder del Partido Comunista uruguayo (PCU) RodneyArismendi elaboró una versión más refinada y meditada de “leninismo”. La suya fue una lecturamás sutil y no tan vulgar como la de Codovilla y Ghioldi —lo que le permitió cierto diálogo con lavertiente guevarista como el mismo Roque reconoce en su otro libro Revolución en la revolución yla crítica de derecha—, aunque el dirigente uruguayo compartiera en términos generales el mismoparadigma político que los dos dirigentes de Argentina. Completar acá qué dice Arismendi.En tercer lugar, y ya bajo la estrella de la Revolución Cubana, la pedagoga chilena Marta Harneckerintentará una nueva aproximación a Lenin desde América Latina. Lo hará desde la óptica política yepistemológica althusseriana, ya que Marta ha sido durante años una de las principales alumnas ydifusoras del pensamiento de Louis Althusser en idioma castellano y en tierras latinoamericanas.Ese intento de lectura se cristalizará en la obra La revolución social (Lenin y América Latina), dealgún modo deudora de obras previas como Táctica y estrategia; Enemigos, aliados y frentepolítico, así como de la más famosa de todas: Los conceptos elementales del materialismo histórico.La obra pedagógica de Harnecker, mucho más apegada a Lenin que los anteriores intentos etapistasde Codovilla, Ghioldi o Arismendi, tiene un grado de sistematicidad mucho mayor que la de RoqueDalton. Sin embargo, por momentos los esquemas construidos por Marta rinden un tributodesmedido a situaciones de hecho, coyunturales. Por eso sus libros teóricos van de algún modo“acompañando” los procesos políticos latinoamericanos. Así, perspectivas políticas determinadas seconvierten, por momentos, en “modelos” casi universales: lucha guerrillera —como en Cuba— enlos ’60; lucha institucional y poder local —como en Brasil y Uruguay— en los ’80 y ’90; procesosde cambios radicales a través del ejército —como en Venezuela— desde el 2000.El libro de Roque, sin duda menos sistemático y con menor cantidad de referencias y citasbibliográficas de los escritos de Lenin que estos manuales, posee sin embargo una mayoraproximación al núcleo fundamental del Lenin pensador de la revolución anticapitalista. La menorsistematicidad es compensada con una mayor frescura y, probablemente, con una mayor amplitudde perspectiva de pensamiento político.En cuarto lugar, debemos recordar la operación de desmontaje que desde comienzos de los años ’80pretendieron realizar los argentinos (por entonces exiliados) Juan Carlos Portantiero, Ernesto Laclauy José Aricó, entre otros. Toda su relectura de Gramsci en clave explícita y expresamenteantileninista, constituye un sutil intento de fundamentar su pasaje y conversión de antiguasposiciones radicalizadas a posiciones moderadas (esta referencia vale para Portantiero y Aricó, noasí para Laclau, quien nunca militó en la izquierda radical sino en la denominada “izquierda
nacional”, apoyabrazos progresista del populismo peronista).Concretamente, el ataque a Lenin (acusado de “blanquista”, “jacobino” y “estatalista”) y lamanipulación de Gramsci (resignificado desde el eurocomunismo italiano y el posmodernismofrancés) cumplen en los ensayos de Portantiero, Aricó y Laclau el atajo directo para legitimar conbombos y platillos “académicos” su ingreso alegre a la socialdemocracia, tras la renuncia a todaperspectiva anticapitalista y anticapitalista. No podían realizar ese tránsito sin ajustar cuentas con laobra indomesticable de Lenin, hueso duro de roer, incluso para los académicos más flexibles y máshábiles.El libro de Roque, pensado para discutir con el reformismo y el oportunismo de “la derecha delmovimiento comunista latinoamericano”, está repleto de argumentos que incluso les quedangrandes a las apologías parlamentaristas y reformistas de estos tres pensadores de lasocialdemocracia.En quinto lugar, no podemos obviar el reciente intento de John Holloway y sus seguidoreslatinoamericanos por responsabilizar a Lenin de todos los males y vicios habidos y por haber:sustitucionismo, verticalismo, autoritarismo, estatalismo, etc., etc., etc. La “novedad” que inaugurael planteo de Holloway consiste en que realiza el ataque contra las posiciones radicales que sederivan de Lenin con puntos de vista reformistas pero..., a diferencia de los antiguos stalinistasprosoviéticos o de los socialdemócratas, él lo hace con lenguaje pretendidamente de izquierda.La jerga pretendidamente libertaria encubre en Holloway un reformismo poco disimulado y unaimpotencia política mal digerida o no elaborada (extraída de un esquema académico demasiadoabstracto de la experiencia neozapatista, caprichosamente despojada de toda perspectiva histórica ode toda referencia a las luchas campesinas del zapatismo de principios del siglo XX, que poco onada interesan a Holloway). Toda la crítica de Roque Dalton golpea contra este tipo de planteosacadémicos al estilo de Holloway (o de sus seguidores igualmente académicos), aunque por víaindirecta, ya que al redactar su polémico collage Roque pretendía cuestionar posiciones másingenuas, menos sutiles y, si se quiere, más transparentes en sus objetivos políticos.Finalmente, a la hora de parangonar la lectura de Roque con otras lecturas latinoamericanas sobreLenin, nos topamos con el reciente análisis de Atilio Borón. Este autor acude al ¿Qué hacer? paraanalizarlo, interrogarlo y reivindicarlo desde la América Latina contemporánea.No es casual que, como Roque Dalton, Borón llegue a una conclusión análoga cuando señala aFidel Castro como uno de los grandes dirigentes políticos que han comprendido a fondo a Lenin.Particularmente, hace referencia a la importancia atribuida por Lenin al debate teórico y a laconciencia y lo parangona con el lugar privilegiado que ocupa la “batalla de las ideas” en elpensamiento de Fidel.Después de la rebelión popular argentina de diciembre de 2001, Borón analiza las tesis del ¿Quéhacer? y las emplea para polemizar con el “espontaneísmo”, sobre todo de John Holloway, quien dehecho clasifica a Lenin como un vulgar estatista autoritario. También polemiza con la nocióndeshilachada y difusa de “multitud” de Toni Negri, quien cree, erróneamente, que toda organizaciónpartidaria de las clases subalternas termina subordinando los movimientos sociales bajo el reinadodel Estado. Crítico de ambas interpretaciones —la de Holloway y la de Negri—, Borón sostiene quegran parte de las revueltas populares de comienzos del siglo XXI han sido “vigorosas peroineficaces”, ya que no lograron, como en el caso argentino, instaurar un gobierno radicalmentedistinto a los anteriores ni construir un sujeto político, anticapitalista y antiimperialista, perdurableen el tiempo.En este tipo de lecturas, el leninismo de Borón mantiene una fuerte deuda con las hipótesishistóricas del dirigente comunista uruguayo Arismendi, a quien cita explícitamente, aunque en elcaso del argentino esas conclusiones a favor de un comunismo democrático estén completamentedespojadas de todo vínculo con el stalinismo.
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