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Lynn Margulis - La Opinión

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<strong>La</strong> Opinión A CoruñaSábado, 29 de marzo de 20089 SaberesJOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍNAdivina adivinanzaJulián Marías.como profesor universitario en Estados Unidos.En 1964 entra, sin el apoyo del régimen,en la Real Academia española.Les aconsejo vivamente que no se pierdanlas consideraciones que hace en torno alnacimiento del diario El País, del que se fuedistanciando paulatinamente. Tienen interéstambién las referencias que hace a susencuentros con Adolfo Suárez, con el que,según testimonia, mantuvo una cordial yamistosa relación.El hombre que desde España nunca dejóde defender la vilipendiada figura de Ortegaempezó a distanciarse en más de un sentidode la vida pública desde los años ochenta.Siempre habrá que reconocerle su valorcívico, su coherencia, su vasta cultura y suclaridad como ensayista. De su maestro asumióque “la claridad es la cortesía del filósofo”.Sin embargo, estuvo muy lejos de lagenialidad de Ortega.Estas memorias, densas y llenas deimportantes episodios de nuestra recientehistoria, son una referencia inexcusable paradar cuenta de un tiempo y de un país quepasó de vivir su edad de plata a sepultarsedurante cuatro décadas en un cenagosonacional catolicismo.Una vidapresente.MemoriasJULIÁN MARÍASPáginas deEspuma, 2008992 páginas<strong>La</strong> maníaANDRÉS TRAPIELLOPre-textos, Valencia, 2008En un pasaje de <strong>La</strong> manía, su más reciente y también (como es habitual)más voluminoso diario, Andrés Trapiello compra en un quiosco madrileño undiario, impaciente por leer lo que en el suplemento de ese jueves publica Xacerca de su libro sobre los maquis: “Es una reseña llena de objeciones y antipática,y se refiere a la facilidad de uno “casi circense” para abordar todos lostemas de la literatura. Señala algunos de los que creía errores. Es siempre unhombre sutil en ese cometido, y por verle cortar pelos en tres merece la penaobservarle, con una cimitarra igualmente circense. Dice también cosas buenas.<strong>La</strong> balanza quedaría equilibrada, aunque es posible que al pasar el tiemporecuerde que el libro le gustaba más de lo que dijo. Como suele decirse, harepartido de todo”.Ese tal X (que soy yo) no puede dejar de sonreír al verse de nuevo con lacimitarra en la mano ante un libro de Andrés Trapiello tratando de cortarpelos en tres y escribiendo otra reseña “llena de objeciones y antipática”,pero también de admiración y entusiasmo, sobre un libro suyo.De <strong>La</strong> manía sobran algunas páginas, no demasiadas, unas doscientas,como de todas las entregas últimas de su diario. Si de este centón sacamossus burlas de la erudición universitaria y sus opiniones literarias, no se perderíamucho, todo lo contrario. Andrés Trapiello está convencido de que Galdóses Dios y Clarín un escritorzuelo de tres al cuarto, también de que no haydiferencias de calidad (sólo ideológicas) entre la poesía de Alberti y la dePemán, y de otras muchas cosas igualmente disparatadas y pintorescas.Todas las reiteradas referencias a la heterodoxia de su diario y las bromassobre el comité policial que vigila para que en los diarios no se altere ni unacoma (esa humorada, con ligeras variantes, la ha repetido ya, en este y otrostomos, 127 veces) podrían igualmente eliminarse. Y dedicar más de mediocentenar de páginas a contar cómo le envió a un poeta amigo el original de sulibro de poemas Rama desnuda y éste, después de varios meses, ni siquierahabía comenzado a leerlo, parece un tanto excesivo. Ni Proust se había atrevidoa tanto.Podríamos seguir añadiendo reparos hasta convertir esta reseña en la másantipática de todas. Pero <strong>La</strong> manía, a pesar de ello, resulta un libro divertido,emocionante y absolutamente recomendable. ¿Cómo es posible? En primerlugar, porque aunque el autor hable de “novela en marcha”, no es unanovela, sino una miscelánea. <strong>La</strong> labor de criba que el autor se ha negado ahacer la realiza el lector sin escrúpulo ninguno.Los lectores son de muchos tipos y para todos guarda algún aliciente estetomo reiterativo y prodigioso. Si el lector forma parte del mundillo literario,disfrutará poniéndole nombre a las infinitas equis que pueblan sus páginas.Yo lo he leído casi como quien hace un crucigrama y son muy pocas las casillasque me quedan por despejar: sé quién es el patoso ególatra que protagonizaalgunas de las más hilarantes páginas del volumen (Vila-Matas), el maestroamigo que no lee a tiempo sus poemas ni le admira lo suficiente (FranciscoBrines), el editor que antes fue crítico y al que se caricaturizainmisericordemente (Constantino Bértolo), el prologuista barojiano que lelleva a juicio por llamarle “completamente idiota” en una nota a pie depágina...Andrés Trapiello domina como nadie el arte de la caricatura, sabe vengarsecon quevedesca crueldad, y por eso a menudo no es necesario averiguarcontra quién arremete para disfrutar de este teatrillo de burlas y veras.Pero en <strong>La</strong> manía hay más, mucho más que una feria de vanidades literariasen la que el autor, con divertidos alardes de falsa modestia y de no darleimportancia a estas cosas, va llevando a cabo minuciosamente sus ajustes decuentas. Hay historias, infinitas historias, que tienen que ver con palaciosdesvencijados, con librerías de viejo, con la gente que uno se encuentra porla calle.Cuando deja de lado sus pequeñas rencillas profesionales, Andrés Trapiellose convierte en otro escritor, en otra persona mejor. Ya no sigue la estelainmisericorde de Quevedo, Umbral y Cela, sino la de sus admirados Cervantesy Galdós. Nos cuenta lo mismo que nos ha contado tantas veces y nuncanos cansamos de escucharle (al contrario de lo que ocurre cuando le toma elpelo insistentemente, y sin gracia, a Anna Caballé).<strong>La</strong> manía, ya lo dije, es una miscelánea en la que hay lugar para las páginasviajeras (destacan una estancia familiar en Venecia y una agridulce visitaa León), para la crónica familiar (pocos escritores han sabido reflejarmejor su cotidiana verdad), para la historia de sus libros (especialmente <strong>La</strong>noche de los Cuatro Caminos), para dejar lírica constancia del paso de lasestaciones en el campo extremeño… El autor quiere que lo leamos de la primeraa la última página, como una novela (y de ahí esa asustante disposicióntipográfica sin títulos ni capítulos). Pero no hay que hacerle demasiado caso:mejor leerlo como lo que es, como un centón, picoteando acá y allá, y cuandoun fragmento nos aburra saltárselo y buscar otro. No tardaremos en encontrarunas páginas de ésas que nunca nos cansamos de leer y releer.

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