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César BuendíaRevista STUDIUM VERITATIS, Año 11, N. <strong>17</strong>, 2013 (pp.<strong>17</strong>-52)Estas dos dimensiones resultan sorprendentes por varios motivos.Nunca hasta ahora había definido ningún documento del magisterio, de esaimportancia, de tal modo, la dimensión social del ser humano. Y menos lahabía puesto junto a la definición bíblica de «imagen de Dios» como si fueraevidente que esta es inseparable de aquella. Es por eso que podemos suponerque aquí hay una apuesta especial del Concilio.El Concilio está definiendo la imagen de Dios con el amor alprójimo. Lo hemos visto antes en la referencia a GS 24 (cita 22). El hombre,creado libre, realiza la imagen de Dios en la historia amando a su prójimo.Ser imagen de Dios no es una esencia intemporal, sino un ser que da lugara un cometido, a una misión del hombre. Dios es amor. Somos su imagencuando vivimos en el amor. Recuerda mucho la primera carta de Juan (4,7).Creo que esto es una clave para comprender el resto del documento.Se ha dicho hasta la saciedad que el Concilio no es dogmático, oponiéndoloa ser pastoral. En realidad es que su dogma es este: lo pastoral es lo propiode la Iglesia, que se realiza en el tiempo, en la historia. Se ha superado así unpensamiento fixista, tanto de la Iglesia como del hombre.Pero el Concilio, casi constantemente en esta constitución, habladel pecado original (GS 13). El Concilio vuelve a recordarnos las terriblescircunstancias en que nos encontramos, y la enorme fuerza del pecado. Vaa volver a hablar del pecado original, y lo define paladinamente como unpecado histórico. Por eso, no es atribuible a la creación de Dios, sino alcurso de la historia; es decir, al hombre, definiéndolo explícitamente comoun acto de soberbia, de separación de Dios, como un gesto que implicaun desprecio. Pero si se da de nuevo la reconciliación el pecado podrá sersanado.— 38 —

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