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En esta pintura mural de la tumba del visir<br />

Rejmire (Dinastía XVIII), en Tebas, el difunto<br />

navega en un esquife de papiro que arrastran<br />

sirgadores por un estanque rodeado de hileras de<br />

sicómoros y de palmeras datileras, en el centro<br />

de un jardín cerrado. La naturaleza está<br />

abundantemente representada en el arte egipcio<br />

del Imperio Nuevo, en el que los artistas<br />

gozaban de más libertad para escoger los temas,<br />

especialmente cuando se trataba de decorar las<br />

tumbas de los particulares.<br />

vegetal espesura de papiros que recuerda a la<br />

ciénaga primigenia a partir de la cual debe<br />

emprender, por etapas, su "gestación" hacia<br />

la apoteosis; caza del hipopótamo o extermi¬<br />

nación de los patos silvestres para neutralizar<br />

los demonios que puedan entorpecer su pro¬<br />

gresión; captura del pez místico, símbolo de<br />

su devenir; siega o vendimia que darán el pan<br />

y el vino de la ofrenda osírica; aparición del<br />

ternero evocador del renacimiento solar.<br />

Ese panorama abigarrado y vivido, aun¬<br />

que utilizado con finalidad distinta de la<br />

puramente descriptiva, nos permite conocer<br />

en sus grandes líneas el marco cotidiano en<br />

que se movía el "rebaño de Dios", por em¬<br />

plear la expresión de los antiguos egipcios.<br />

Marco constituido por un paisaje casi total¬<br />

mente agrario, que, como es sabido, era re¬<br />

gulado por el "más grande y más inteligente<br />

calendario del mundo", según declarara Julio<br />

César antes de adoptar su ritmo e imponerlo<br />

en el mundo romano. Se trata, evidentemen¬<br />

te, del Nilo y su inundación, la cual, cada<br />

trescientos sesenta y cinco días y un cuarto,<br />

volvía periódicamente para recubrir las tie¬<br />

rras sedientas de Egipto (sin otra cuenca<br />

fluvial y sin auténticas lluvias), fecundándo¬<br />

las para un nuevo ciclo de vida.<br />

Esta regularidad de la providencial inun¬<br />

dación desde el alba de los tiempos, en un<br />

perpetuo recomenzar, impregnó al egipcio,<br />

profundamente sensible a su entorno, de la<br />

certeza de un eterno resurgimiento cuyo<br />

cumplimiento nada ni nadie debía perturbar.<br />

Hombres y mujeres vivían a imagen y<br />

semejanza de las parejas divinas de los "tiem¬<br />

pos primordiales" y conocían en su variedad<br />

propia una perfecta igualdad. La capacidad<br />

jurídica de la mujer egipcia, contrariamente<br />

al estatuto reservado a su sexo en otros pue¬<br />

blos de la Antigüedad clásica, era total. Aun<br />

después de casada, podía administrar su pro¬<br />

pia fortuna, disfrutar de una parte de la de su<br />

esposo, testar libremente o desheredar, si lo<br />

deseaba, a sus hijos. Una vez casada, se con¬<br />

vertía en el Ama de Casa, aconsejaba a su<br />

cónyuge y gobernaba el hogar, a cuya pros¬<br />

peridad contribuía ampliamente. Objeto de<br />

los develos de su esposo y respetada por sus<br />

hijos que deseaba numerosos , su gozo<br />

consistía en sentirse el eje de la casa y del<br />

círculo familiar.<br />

Los hijos de ambos sexos compartían por<br />

igual los cuidados de sus padres. A decir<br />

verdad, no parece que todos los pequeños<br />

egipcios recibieran una enseñanza escolar, y<br />

aun menos que los muchachos, las niñas.<br />

Algunas de éstas poseían, sin embargo, una<br />

instrucción bastante completa, ya que nada<br />

les impedía ejercer diversos oficios en la<br />

administración, en el comercio e incluso en<br />

sectores de carácter científico; así, la primera<br />

mujer médico que la humanidad conoce ejer¬<br />

ció en la época de las pirámides: era Pesechet,<br />

que vivió en Menfis en el tercer milenio de<br />

nuestra era.<br />

Aunque profundamente patriota, el egip¬<br />

cio no conoció la xenofobia. En este punto se<br />

manifiesta otro de los rasgos esenciales de su<br />

carácter. Muy pronto hubo prisioneros en<br />

los conflictos engendrados por la necesidad<br />

de preservar las fronteras, pues el hombre de<br />

la Tierra Negra (Kemi, de donde se deriva la<br />

palabra "química"), profundamente pacífico<br />

y para quien "la guerra es un día de desgra¬<br />

cia", no gustaba de derramar sangre. Los<br />

hombres capturados eran tratados humana¬<br />

mente, con frecuencia quedaban bajo la<br />

guarda de los guerreros que se habían hecho<br />

con ellos y no era raro que se les concediese<br />

libertad o que contrajeran matrimonio en la<br />

propia familia de su capturador. Y, en todo<br />

caso, conservaban la libertad de venerar a los<br />

dioses de su infancia.<br />

El matrimonio, tal como con escasas varia¬<br />

ciones ocurría a orillas del Nilo todavía a<br />

comienzos de siglo, no recibía la consagra¬<br />

ción de una ceremonia religiosa ni se regis¬<br />

traba en ninguna administración. Sólo el<br />

consentimiento otorgado ante testigos por el<br />

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