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11. Fundación

Una de las características más interesantes de la novela es que se trata de un futuro muy lejano, decenas de miles de años en el futuro pero con condiciones netamente humanas. En este futuro la humanidad se ha extendido por toda la Galaxia adoptando una forma de gobierno imperial llamado el Imperio Galáctico el cual por extensión, tanto en tiempo como en espacio, comienza a corromperse y estancarse en cuanto a nuevos conocimientos científicos asumiendo que todo lo que el hombre puede o debe descubrir ya está hecho.

Una de las características más interesantes de la novela es que se trata de un futuro muy lejano, decenas de miles de años en el futuro pero con condiciones netamente humanas. En este futuro la humanidad se ha extendido por toda la Galaxia adoptando una forma de gobierno imperial llamado el Imperio Galáctico el cual por extensión, tanto en tiempo como en espacio, comienza a corromperse y estancarse en cuanto a nuevos conocimientos científicos asumiendo que todo lo que el hombre puede o debe descubrir ya está hecho.

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Theo Aporat uno de los sacerdotes de Anacreonte de más alta categoría.<br />

Sólo desde el punto de vista de la jerarquía, merecía su nombramiento como<br />

sacerdote jefe de la nave insignia Wienis.<br />

Pero no sólo tenía rango o prioridad. Conocía la nave. Había trabajado<br />

directamente bajo los sagrados hombres de la misma <strong>Fundación</strong> en la reparación de<br />

la nave. Había arreglado los motores bajo sus órdenes. Había vuelto a montar los<br />

circuitos de los visores; había reinstalado las comunicaciones; había blindado el<br />

casco abollado y reforzado las cuadernas. Incluso se le había permitido ayudar<br />

mientras los hombres sabios de la <strong>Fundación</strong> instalaban un dispositivo tan sagrado<br />

que nunca había sido colocado en ningún otro buque, siendo reservado para aquel<br />

magnífico y colosal crucero… el relevador de ultraondas.<br />

No era extraño que le dolieran los propósitos para los que el glorioso buque<br />

estaba destinado. Nunca había querido creer lo que Verisof le dijo… que la nave iba<br />

a ser empleada contra la gran <strong>Fundación</strong>. Dirigida contra aquella <strong>Fundación</strong> donde<br />

había estudiado en su juventud y de la cual procedía toda bondad.<br />

Pero ahora ya no podía seguir dudando, después de lo que el almirante le<br />

había dicho.<br />

¿Cómo era posible que el rey, bendecido por la divinidad, permitiera aquel<br />

acto abominable? ¿No sería, quizá, una acción del maldito regente, Wienis, con<br />

total ignorancia del rey? Y el hijo de ese mismo Wienis era el almirante que cinco<br />

minutos antes le había dicho:<br />

— Atienda a sus almas y bendiciones, sacerdote. Yo atenderé a mi nave.<br />

Aporat sonrió torcidamente. Atendería a sus almas y bendiciones… y<br />

También a sus maldiciones; y el príncipe Lefkin se lamentaría bastante pronto.<br />

Acababa de entrar en la habitación general de comunicaciones. Su acólito le<br />

precedía y los dos oficiales de servicio no hicieron ademán de interferir. El<br />

sacerdote tenía derecho a entrar libremente en todos los lugares de la nave.<br />

— Cierre la puerta — ordenó Aporat, y miró el cronómetro. Eran las doce<br />

menos cinco. Lo había calculado bien.<br />

Con rápidos movimientos derivados de la práctica, movió las pequeñas<br />

palancas que abrían todas las comunicaciones, de modo que todas las partes de la<br />

nave, cuya eslora era de tres mil metros, estuvieran al alcance de su voz y su<br />

imagen.<br />

— ¡Soldados del buque insignia real Wienis, prestad atención! ¡Os habla<br />

vuestro sacerdote jefe! — Sabía que el sonido de su voz llegaba desde la cámara de<br />

lanzamiento de cohetes, a popa, hasta las mesas de navegación de la proa.<br />

» Vuestra nave — gritó — está comprometida en un sacrilegio. ¡Sin<br />

conocimiento vuestro, está realizando un acto tal que las almas de todos vosotros<br />

serán condenadas al frío eterno del Espacio! ¡Escuchad! La intención de vuestro<br />

comandante es conducir esta nave a la <strong>Fundación</strong> y allí bombardear esa fuente de<br />

todas las bendiciones hasta someterla a su voluntad pecaminosa. Y puesto que ésta<br />

es su intención, yo, en nombre del Espíritu Galáctico, le retiro su mando, pues no<br />

hay mando cuando las bendiciones del Espíritu Galáctico han sido retiradas. Ni<br />

siquiera el divino rey puede mantener su reino sin el consentimiento del Espíritu.<br />

Su voz adquirió un tono más profundo, mientras el acólito escuchaba con<br />

veneración y los dos soldados con creciente miedo.<br />

— Y como esta nave se propone un fin tan diabólico, la bendición del Espíritu<br />

También la abandona.<br />

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