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09. Preludio a la Fundación

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

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La mujer continuó mirándole fijamente, como si, de pronto, él hubiera empezado a hab<strong>la</strong>r un<br />

desconocido y lejano dialecto del Standard Galáctico. Y, esta vez, en un murmullo, volvió a<br />

decirle:<br />

—¿Cómo?<br />

Pero Seldon siguió pronunciando pa<strong>la</strong>bras desconocidas que casi conseguían avergonzarle:<br />

—Debéis ape<strong>la</strong>r a una esencia superior, a un gran espíritu, a..., bien, no sé cómo l<strong>la</strong>marle.<br />

Gota de Lluvia Cuarenta y Tres le respondió con una voz que alcanzó un registro altísimo aun<br />

permaneciendo baja.<br />

—Lo imaginé. Pensé que eso era lo que querían decir, pero no lo podía creer. Estás<br />

acusándonos de tener religión. ¿Por qué no lo confiesas? ¿Por qué no empleas <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra? —<br />

Esperó una respuesta.<br />

—Porque ésta no es una pa<strong>la</strong>bra que yo emplee —se limitó a decir Seldon, algo confuso ante<br />

el ataque—. Yo lo l<strong>la</strong>mo «supernaturalismo».<br />

—Llámalo como quieras. Es religión, y nosotros no <strong>la</strong> tenemos. La religión se queda para <strong>la</strong>s<br />

tribus, para <strong>la</strong> esc...<br />

La Hermana calló a fin de tragar saliva como si estuviera al borde de ahogarse y Seldon tuvo <strong>la</strong><br />

seguridad de que <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra que <strong>la</strong> había atragantado era «escoria». Pero ya se había recobrado.<br />

Y continuó hab<strong>la</strong>ndo despacio y en un tono más bajo que el de su habitual soprano.<br />

—No somos gente religiosa —dec<strong>la</strong>ró—. Nuestro reino es de esta Ga<strong>la</strong>xia y lo ha sido siempre. Si tú<br />

tienes una religión...<br />

Seldon se sintió cogido en <strong>la</strong> trampa. No había contado con aquello. Levantó <strong>la</strong> mano, como<br />

defendiéndose.<br />

—En realidad, no. Soy un matemático y mi reino es también de esta Ga<strong>la</strong>xia. Sólo que dada <strong>la</strong><br />

rigidez de costumbres que tenéis, pensé que vuestro reino...<br />

—No lo pienses, hombre de tribu. Si nuestras costumbres son rígidas se debe a que somos<br />

simples millones rodeados de miles de millones. De un modo u otro, debemos hacernos notar para<br />

no perdernos en medio de vuestras hordas y manadas. Debemos hacernos notar por nuestra<br />

falta de cabello, nuestros vestidos, nuestro comportamiento, nuestra forma de vida. Debemos<br />

saber quiénes somos y debemos estar seguros de que vosotros, los de <strong>la</strong>s tribus, sepáis bien<br />

quiénes somos, cómo somos. Trabajamos en nuestras granjas a fin de adquirir valor a<br />

vuestros ojos y así asegurarnos de que nos dejéis en paz. Es lo único que os pedimos..., que<br />

nos dejéis en paz...<br />

—No tengo <strong>la</strong> menor intención de hacerte daño a ti o a tu pueblo. Sólo busco conocimiento,<br />

aquí como en todas partes.<br />

—¿Y por qué nos insultas preguntándonos sobre nuestra religión, como si alguna vez hubiéramos<br />

ape<strong>la</strong>do a un misterioso e insustancial espíritu para que hiciera por nosotros lo que nosotros no<br />

podemos hacer?<br />

—Hay mucha gente, muchos mundos que creen en el supernaturismo de una forma u otra de...<br />

religión, si prefieres esta pa<strong>la</strong>bra. De alguna manera, podemos no estar de acuerdo con ellos,<br />

aunque hay que reconocer algo: lo mismo podemos equivocarnos nosotros en nuestra<br />

incredulidad, como ellos en su creencia. En todo caso, <strong>la</strong> creencia no es vergonzosa, y mis<br />

preguntas no pretendían ser insultantes.<br />

Pero el<strong>la</strong> no se calmaba.<br />

—¡Religión! —exc<strong>la</strong>mó rabiosa—. ¡No <strong>la</strong> necesitamos!<br />

Los ánimos de Seldon, que se habían ido derrumbando en el transcurso de <strong>la</strong> conversación,<br />

tocaron fondo. Todo lo organizado, <strong>la</strong> expedición con Gota de Lluvia Cuarenta y Tres, no había<br />

servido para nada.<br />

Pero, de pronto, oyó que el<strong>la</strong> le decía:<br />

—Tenemos algo mucho mejor. Tenemos historia.<br />

Los ánimos de Seldon rebrotaron de nuevo, y sonrió.

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