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09. Preludio a la Fundación

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

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sencillo como limpiar el equipo...; siempre absortos en lo que estuvieran haciendo.<br />

Seldon tuvo buen cuidado de no preguntar cuál era su trabajo porque no quería humil<strong>la</strong>r a <strong>la</strong><br />

Hermana haciéndo<strong>la</strong> contestar que lo ignoraba u obligar<strong>la</strong> a decirle que había cosas que él no<br />

debía saber.<br />

Cruzaron una puerta osci<strong>la</strong>nte y Seldon, de pronto, notó, aunque muy ligero, aquel olor<br />

característico que aún recordaba. Miró a Gota de Lluvia Cuarenta y Tres, pero el<strong>la</strong> parecía no<br />

percibirlo y Seldon, al poco rato, también se habituó a él.<br />

La intensidad de <strong>la</strong> luz cambió de pronto. El tono rosado había desaparecido y <strong>la</strong> c<strong>la</strong>ridad con<br />

él. Todo estaba a media luz excepto donde el equipo aparecía iluminado por un foso, y<br />

dondequiera que hubiera uno de ellos parecía haber, también, un Hermano o Hermana. Algunos<br />

llevaban bandas de luz en <strong>la</strong> cabeza que despedían un resp<strong>la</strong>ndor nacarado. A cierta distancia,<br />

Seldon podía ver, en distintos puntos, pequeños destellos que parecían moverse sin rumbo fijo.<br />

Mientras andaban, echó una rápida ojeada al perfil de <strong>la</strong> Hermana. Era lo único que realmente<br />

podía juzgar. En todo momento no podía dejar de tener presente el bulto de su calva cabeza,<br />

sus ojos desnudos, su rostro sin color. Todo eso ahogaba su personalidad y parecía volverle<br />

invisible. Pero ahora, de perfil, veía algo. Nariz, barbil<strong>la</strong>, <strong>la</strong>bios generosos, regu<strong>la</strong>ridad, belleza.<br />

La penumbra suavizaba y dulcificaba <strong>la</strong> parte superior desierta. Sorprendido, pensó: «Podría<br />

ser muy hermosa si dejara que el cabello le creciera y se lo arreg<strong>la</strong>ra con gracia.»<br />

Pero a continuación pensó que el<strong>la</strong> no podía dejarse crecer el pelo. Sería calva toda <strong>la</strong> vida.<br />

¿Por qué? ¿Por qué habían tenido que hacerle aquello? Amo del Sol le había explicado que era<br />

para que un mycogenio se conociera a sí mismo (o a sí misma) para toda <strong>la</strong> vida. ¿Por qué era tan<br />

importante que <strong>la</strong> maldición de <strong>la</strong> calva tuviera que ser aceptada como un distintivo o marca de<br />

identidad?<br />

Entonces, al estar habituado a sopesar ambos extremos de los datos, pensó: «La costumbre es<br />

una segunda naturaleza. Acostumbrarse a una cabeza sin cabello, acostumbrarse lo suficiente<br />

haría que el pelo pareciera monstruoso, provocaría náuseas.» Él mismo se afeitaba <strong>la</strong> cara todas<br />

<strong>la</strong>s mañanas, rasurando todo exceso de vello, incómodo por el menor rastro que le quedaba,<br />

no obstante, no pensaba en su rostro como calvo o anormal. C<strong>la</strong>ro que, podía dejarse crecer el<br />

vello facial siempre que le viniera en gana..., pero no quería hacerlo.<br />

Sabía que había mundos donde los hombres no se afeitaban; en algunos, ni siquiera se recortaban<br />

<strong>la</strong> barba o le daban forma, sino que dejaban que creciera salvaje. ¿Qué dirían si pudieran ver su<br />

cara <strong>la</strong>mpiña, su barbil<strong>la</strong>, mejil<strong>la</strong>s y <strong>la</strong>bios sin pelo?<br />

Entretanto, iba andando con Gota de Lluvia Cuarenta y Tres por un corredor, interminable al<br />

parecer. De vez en cuando, lo cogía del codo para guiarle y tuvo <strong>la</strong> impresión de que el<strong>la</strong> se había<br />

acostumbrado, porque no retiraba <strong>la</strong> mano apresuradamente. A veces <strong>la</strong> dejaba allí durante más de<br />

un minuto.<br />

De pronto <strong>la</strong> oyó decir:<br />

—¡Aquí! ¡Ven aquí!<br />

—¿Qué es esto? —preguntó Seldon.<br />

Estaban de<strong>la</strong>nte de una pequeña bandeja llena de pequeñas esferas, cada una de unos dos<br />

centímetros de diámetro. El Hermano que se ocupaba del área, y que acababa de dejar <strong>la</strong> bandeja,<br />

levantó <strong>la</strong> vista vagamente asombrado.<br />

—Pídele unas cuantas —dijo Gota de Lluvia Cuarenta y Tres.<br />

Seldon recordó que el<strong>la</strong> no podía dirigir <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra a un Hermano si él no le hab<strong>la</strong>ba.<br />

—¿Podrías darnos unas cuantas, Her... Hermano? —preguntó indeciso.<br />

—Coge un puñado, Hermano —accedió el otro de buen grado.<br />

Seldon cogió una de <strong>la</strong>s esferas y se disponía a entregárse<strong>la</strong> a Gota de Lluvia Cuarenta y Tres<br />

cuando descubrió que el<strong>la</strong> había tomado <strong>la</strong> invitación como para sí y tenía dos puñados.<br />

La esfera era bril<strong>la</strong>nte, suave. Al alejarse, Seldon preguntó a Gota de Lluvia Cuarenta y Tres:<br />

—¿Son para comer<strong>la</strong>s? —Y acercó <strong>la</strong> esfera a <strong>la</strong> nariz.<br />

—¡No huelen! —cortó el<strong>la</strong> vivamente.<br />

—¿Qué son?<br />

—Golosinas. Golosinas naturales para el mercado exterior. Las perfumamos de diferentes<br />

maneras, pero aquí en Mycogen, <strong>la</strong>s comemos naturales, sin perfumar..., así sólo. —Y se metió<br />

una en <strong>la</strong> boca, comentando—: Nunca tengo bastante.<br />

Seldon se metió una esfera en <strong>la</strong> boca y sintió cómo se disolvía y desaparecía rápidamente. Su<br />

boca, por un momento, se llenó de líquido, luego se deslizó, como por voluntad propia, garganta

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