09. Preludio a la Fundación
La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.
La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.
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—Por <strong>la</strong> depi<strong>la</strong>ción —dec<strong>la</strong>ró el anciano mycogenio con orgullo—, demostramos al joven que él o<br />
el<strong>la</strong> ha llegado a ser adulto y los adultos, mediante <strong>la</strong> depi<strong>la</strong>ción, recordarán siempre quiénes<br />
son y jamás olvidarán que todos los demás no son sino miembros de una tribu.<br />
No esperó ninguna respuesta (y a Seldon, en verdad, no se le ocurrió ninguna), sino que sacó,<br />
de algún oculto pliegue de su túnica, un puñado de finos retales de plástico de diferentes<br />
colores, mirando con fijeza a los dos rostros que tenía de<strong>la</strong>nte, sostuvo primero una tira, luego<br />
otra, junto a cada cara.<br />
—Los colores deben casar, razonablemente —explicó—. Nadie se confundirá pensando que no<br />
lleváis un gorro, pero no tiene por qué resultar repulsivamente obvio.<br />
Por fin, Amo del Sol entregó un retal a Seldon y le mostró cómo transformarlo en gorro.<br />
—Póntelo, por favor, miembro de <strong>la</strong> tribu Seldon —rogó—. Lo encontrarás complicado al<br />
principio, pero ya te acostumbrarás.<br />
Seldon intentó ponérselo, pero <strong>la</strong>s dos primeras veces se le escurrió cuando trató de tirar<br />
hacia atrás para cubrirse el cabello.<br />
—Empieza por encima de <strong>la</strong>s cejas —aconsejó Amo del Sol. Se le escapaban los dedos,<br />
impacientes por ayudarle.<br />
—¿Queréis hacerlo por mí? —preguntó Seldon, conteniendo una sonrisa.<br />
Amo del Sol retrocedió, diciendo:<br />
—Imposible —repuso, muy agitado—. No puedo tocar tu pelo.<br />
Al fin, Seldon logró sujetarlo y, siguiendo los consejos de Amo del Sol, tiró de un <strong>la</strong>do y de<br />
otro, hasta que su cabello quedó cubierto. Los cubrecejas le resultaron más fáciles de colocar.<br />
Dors, que se había fijado con toda atención, se puso los suyos sin problemas.<br />
—¿Cómo se quita? —preguntó Seldon.<br />
—No tienes más que encontrar un extremo y se desprenderá con facilidad. Ambos lo<br />
encontraréis más fácil si os recortáis un poco el cabello.<br />
—Prefiero esforzarme —repuso Seldon. Luego, se volvió hacia Dors y le murmuró—: Sigues<br />
estando guapa, Dors, pero tiende a que tu rostro pierda personalidad.<br />
—La personalidad sigue debajo —le aseguró Dors—. Y me atrevería a suponer que te<br />
acostumbrarás a verme sin cabello.<br />
En voz aún más baja, Seldon insistió:<br />
—No quiero estar aquí lo suficiente para llegar a acostumbrarme.<br />
Amo del Sol, que con visible altivez pretendía ignorar los murmullos de simples miembros de<br />
tribu, sugirió:<br />
—Si entráis en mi coche, os llevaré a Mycogen ahora.<br />
37<br />
—Con franqueza —musitó Dors—, me cuesta creer que aún estoy en Trantor.<br />
—Deduzco, pues, que nunca habías visto nada parecido —comentó Seldon.<br />
—Sólo llevo dos años en Trantor y <strong>la</strong> mayor parte del tiempo <strong>la</strong> he pasado en <strong>la</strong> Universidad,<br />
así que no me siento, exactamente, una trotamundos. No obstante, he estado aquí y allá, y he<br />
oído esto y aquello, pero jamás vi ni oí nada parecido. ¡La monotonía!.<br />
Amo del Sol conducía metódicamente y sin prisa indebida. Había otros vehículos del mismo tipo<br />
en el camino, todos ellos con calvos en los controles, con sus cabezas desnudas bril<strong>la</strong>ndo a <strong>la</strong><br />
luz.<br />
A cada <strong>la</strong>do había estructuras de tres pisos, sin adornos, todas el<strong>la</strong>s rectilíneas, y todo de<br />
color gris.<br />
—¡Lúgubre! —musitó Dors—. ¡Tan lúgubre!<br />
—Igualitario —susurró Seldon—. Sospecho que ningún Hermano puede presumir de tener nada<br />
más que otro.<br />
Había muchos peatones por los caminos que recorrieron. No se veían corredores mecánicos, ni<br />
se oía el ruido de un expreso cercano.<br />
—Estoy imaginando que los grises son mujeres.<br />
—Es difícil decirlo —comentó Seldon—. Las túnicas lo ocultan todo y una cabeza rapada es igual a<br />
otra cabeza rapada.<br />
—Los grises van siempre por parejas o con un b<strong>la</strong>nco. Los b<strong>la</strong>ncos pueden circu<strong>la</strong>r solos y Amo<br />
del Sol es un b<strong>la</strong>nco.<br />
—Puede que tengas razón. —Seldon levantó <strong>la</strong> voz—, Amo del Sol, tengo curiosidad...