09. Preludio a la Fundación
La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.
La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.
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—¿Y si no informan?<br />
—Entonces, tendré que suponer que sus aparatos no funcionaron. Suele ocurrir. —Tenía el puño<br />
cerrado y crispado—. ¿Hemos terminado ya?<br />
—Espera un momento. ¿De dónde supones que podía haber venido el mini-jet?<br />
—De cualquier estación que los use. Con un día de ante<strong>la</strong>ción, y se les avisa con mucho más<br />
tiempo, cualquiera de esas naves puede llegar hasta nosotros desde cualquier punto del<br />
p<strong>la</strong>neta.<br />
—¿De dónde es más probable que lo haga?<br />
—Resulta difícil decirlo. ¿Hestelonia, Wye, Ziggoreth, Damiano del Norte...? Desde cualquiera de<br />
estas cuatro estaciones, pero podría pertenecer a alguna de <strong>la</strong>s cuarenta y tantas restantes.<br />
—Una pregunta más, sólo una más. Cuando anunciaste que tu grupo estaría Arriba, ¿mencionaste,<br />
por casualidad, que un matemático, el doctor Seldon, os acompañaría?<br />
Una expresión de profunda y sincera sorpresa cruzó por el rostro de Leggen, una expresión que,<br />
al momento, se volvió despectiva:<br />
—¿Y por qué iba yo a mencionar nombres? ¿A quién podían interesar?<br />
—Está bien —concluyó Dors—. La verdad del caso es pues que el doctor Seldon vio el mini-jet<br />
y le desconcertó, no sé bien por qué, y su memoria está algo confusa aún. Más o menos, huyó<br />
del mini-jet, se perdió y no intentó regresar, o no se atrevió, hasta que se hizo de noche, y no<br />
supo orientarse a oscuras. No se te puede censurar por ello, así que olvidémoslo por ambas<br />
partes. ¿De acuerdo?<br />
—De acuerdo. ¡Adiós! —Dio media vuelta y se marchó.<br />
Cuando Leggen se hubo ido, Dors se levantó, quitó <strong>la</strong>s zapatil<strong>la</strong>s a Seldon con cuidado, lo colocó<br />
bien en <strong>la</strong> cama y lo tapó. Estaba profundamente dormido, desde luego.<br />
Entonces, se sentó y empezó a meditar. ¿Cuánto de lo que Leggen había dicho era cierto, y qué<br />
era posible que ocultase bajo sus pa<strong>la</strong>bras? Lo ignoraba.