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09. Preludio a la Fundación

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

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—Pero el crimen, no —dec<strong>la</strong>ró Dors—. Estoy dispuesta a someterme a juicio por falsa a<strong>la</strong>rma<br />

maliciosa. ¿Lo estás tú para un juicio por asesinato?<br />

Jenarr enrojeció, quizá más por <strong>la</strong> necesidad de someterse que por <strong>la</strong> amenaza.<br />

—Iré, pero no tendré compasión de ti, joven, si tu estudiante aparece, de cualquier forma, a<br />

salvo bajo <strong>la</strong>s cúpu<strong>la</strong>s, en <strong>la</strong>s últimas horas.<br />

27<br />

Los tres se metieron en el ascensor, silenciosos, tensos. Leggen sólo había comido parte de su cena<br />

y había dejado a su mujer en el área de alimentación sin explicación alguna. Benastra estaba sin<br />

cenar y, posiblemente, había decepcionado a alguna compañera, también sin una explicación<br />

adecuada. Tampoco Dors Venabili había cenado y parecía <strong>la</strong> más tensa y angustiada de los tres.<br />

Llevaba una manta térmica y dos lámparas fotónicas.<br />

Cuando llegaron a <strong>la</strong> entrada de Arriba, Leggen, con <strong>la</strong>s mandíbu<strong>la</strong>s contraídas, mostró su número<br />

de identificación y <strong>la</strong>s puertas se abrieron. Un viento he<strong>la</strong>do los envolvió y Benastra protestó.<br />

Ninguno de los tres estaba vestido de manera adecuada, ya que los dos hombres no tenían <strong>la</strong><br />

intención de permanecer allí <strong>la</strong>rgo rato.<br />

—Está nevando —dijo Dors con voz ahogada.<br />

—Nieve húmeda —ac<strong>la</strong>ró Leggen—. La temperatura se hal<strong>la</strong> al borde de <strong>la</strong> conge<strong>la</strong>ción, pero no<br />

es un frío mortal.<br />

—Depende del rato que uno pase en él, ¿verdad? —comentó Dors—. Y estar empapado bajo <strong>la</strong><br />

nieve no ayuda gran cosa.<br />

—Bueno, ¿dónde está? —preguntó Leggen, mirando resentido a <strong>la</strong> oscuridad, empeorada por el<br />

contraste de luz procedente de <strong>la</strong> entrada, detrás de él.<br />

—Tome, doctor Benastra, coja <strong>la</strong> manta. Y tú, Leggen, entorna <strong>la</strong> puerta sin cerrar<strong>la</strong> del todo.<br />

—No tiene cierre automático. ¿Crees que somos idiotas?<br />

—Quizá no, pero puede cerrarse desde dentro y dejar a cualquiera que se encuentre afuera<br />

ante <strong>la</strong> imposibilidad de volver a entrar.<br />

—Si hay alguien aquí, señá<strong>la</strong>melo. Muéstramelo —barbotó Leggen.<br />

—Puede estar en cualquier parte. —Dors levantó los brazos, con una lámpara fotónica en cada<br />

mano, colgadas de <strong>la</strong>s muñecas.<br />

—No podemos mirar por todas partes —murmuró Benastra angustiado.<br />

Las lámparas se encendieron e iluminaron en todas direcciones. Los copos de nieve bril<strong>la</strong>ban<br />

como multitud de luciérnagas, dificultando <strong>la</strong> visión.<br />

—Los pasos parecían más fuertes —musitó Dors—. Tenía que estar acercándose al transductor.<br />

¿Dónde está situado?<br />

—No tengo <strong>la</strong> menor idea —contestó Leggen—. Esto no tiene nada que ver ni con mi especialidad,<br />

ni con mi responsabilidad.<br />

—¿Doctor Benastra?<br />

La respuesta de Benastra fue dubitativa:<br />

—En realidad, no lo sé. A decir verdad, jamás había subido aquí. Lo insta<strong>la</strong>ron antes de mi<br />

tiempo. La computadora lo sabe, pero nunca se nos ha ocurrido preguntárselo... Estoy muerto de<br />

frío y no veo qué utilidad puede tener para ustedes el que yo esté aquí.<br />

—Tendrá que quedarse un poco más. Síganme —ordenó Dors—. Voy a rodear <strong>la</strong> entrada en<br />

espiral, hacia fuera.<br />

—No podremos ver gran cosa a través de <strong>la</strong> nieve —observó Leggen.<br />

—Ya lo sé. Si no nevara, ya lo tendríamos, estoy segura de que lo habríamos visto. Así, a lo<br />

mejor tardamos unos minutos. Podremos aguantarlos. —A pesar de todo no estaba tan segura<br />

como sus pa<strong>la</strong>bras daban a entender.<br />

Empezó a andar, moviendo los brazos, proyectando <strong>la</strong>s luces lo más ampliamente posible,<br />

forzando <strong>la</strong> vista en busca de una mancha oscura sobre <strong>la</strong> nieve. Pero fue Benastra quien primero<br />

señaló algo.<br />

—¿Qué es esto? —preguntó.<br />

Dors juntó <strong>la</strong>s dos lámparas formando un resp<strong>la</strong>ndeciente cono de luz hacia <strong>la</strong> dirección<br />

indicada. Después corrió hacia allá, seguida por los otros dos.<br />

Lo habían encontrado, contraído y empapado, a unos diez metros de <strong>la</strong> puerta, y a cinco del<br />

instrumento meteorológico más cercano. Dors le tomó el pulso, aunque era innecesario hacerlo<br />

porque, respondiendo a su contacto, Seldon se agitó entre gemidos.

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