09. Preludio a la Fundación
La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.
La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.
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—¿Cuándo cesaron los pasos?<br />
—Hace dos horas. Quizás un poco más.<br />
—Y cuando cesaron, ¿había menos que antes?<br />
Benastra pareció vagamente molesto.<br />
—No podría decírselo. No creo que el más minucioso análisis pudiera decidirlo con certeza.<br />
Dors apretó los <strong>la</strong>bios; luego, insistió:<br />
—¿Está probando con un transductor..., es así como le ha l<strong>la</strong>mado, cerca de <strong>la</strong> estación<br />
meteorológica?<br />
—Sí, porque ahí es donde están los instrumentos y donde supongo estarían los meteorólogos. —Y<br />
como si le resultara increíble—. ¿Quiere que intente por los alrededores? ¿De uno en uno?<br />
—No. Siga donde está. Pero manténgase avanzando de quince en quince minutos. Alguien puede<br />
haberse rezagado y tratado de regresar junto a los instrumentos.<br />
Benastra sacudió <strong>la</strong> cabeza y masculló algo entre dientes. La pantal<strong>la</strong> volvió a cambiar.<br />
—¿Y eso qué es? —exc<strong>la</strong>mó Dors, seña<strong>la</strong>ndo con el dedo.<br />
—No lo sé. Ruido.<br />
—No. Es un movimiento periódico. ¿No podrían ser los pasos de una so<strong>la</strong> persona?<br />
—Sí, pero también podrían ser un montón de cosas más.<br />
—Está acercándose al ritmo de pasos humanos, ¿no es verdad? —Y pasado un instante, ordenó—:<br />
Adelántelo un poco.<br />
Lo hizo, y cuando <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong> se normalizó, Dors preguntó:<br />
—¿No están aumentando esas irregu<strong>la</strong>ridades?<br />
—Es posible. Podemos medir<strong>la</strong>s.<br />
—No tenemos que hacerlo. Ya ve que lo están haciendo. Los pasos se van acercando al<br />
transductor. Vuelva a ade<strong>la</strong>ntar. Vea cuándo cesan.<br />
—Han cesado hace veinte o veinticinco minutos —comentó Benastra poco después, y añadió,<br />
cauteloso—: Sea lo que sea.<br />
—Pasos —aseguró Dors, firme en su convicción—. Hay un hombre ahí arriba y mientras usted y<br />
yo hemos estado jugando aquí, él se ha derrumbado, va a conge<strong>la</strong>rse y morirá. ¡Por favor, no me<br />
diga «Sea lo que sea»! L<strong>la</strong>me a meteorología y consígame a Jenarr Leggen. Ya le he dicho que era<br />
cuestión de vida o muerte. ¡L<strong>la</strong>me!<br />
Benastra, crispado, había pasado a <strong>la</strong> fase en que era incapaz de resistirse a cualquier cosa que<br />
aquel<strong>la</strong> mujer extraña y apasionada le exigiera.<br />
No tardó más de tres minutos en conseguir el holograma de Leggen en <strong>la</strong> p<strong>la</strong>taforma de<br />
mensajes. Le había apartado de su cena. Llevaba una servilleta en <strong>la</strong> mano y un brillo<br />
sospechosamente grasiento debajo del <strong>la</strong>bio inferior. Su a<strong>la</strong>rgado rostro se contraía en una<br />
espantosa mueca.<br />
—¿Vida o muerte? ¿Qué es eso? ¿Y quién es usted? —Luego, descubrió a Dors que se había<br />
acercado a Benastra para que su imagen se viera también en <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong> de Jenarr—. ¿Otra vez tú?<br />
—exc<strong>la</strong>mó—. ¡Esto se ha convertido en una pesadil<strong>la</strong>!<br />
—No lo es —contestó Dors—. He consultado con Rogen Benastra, que es el jefe de Sismología de <strong>la</strong><br />
Universidad. Después de que tú y tu grupo salierais de Arriba, el sismógrafo muestra con toda<br />
c<strong>la</strong>ridad los pasos de una persona allí arriba. Es mi estudiante, Hari Seldon, el cual subió, a tu<br />
cargo, y que ahora se hal<strong>la</strong>, con toda seguridad, inconsciente y tal vez a punto de morir.<br />
»Por lo tanto, me llevarás arriba ahora mismo con el equipo que sea necesario. Y si no lo<br />
haces de inmediato, me dirigiré a seguridad universitaria..., o al propio Presidente si es preciso.<br />
De un modo u otro, iré a Arriba, y si algo le ocurre a Hari porque tú te retrases un sólo minuto,<br />
haré que te despidan por negligencia, incompetencia, por cualquier cosa que pueda achacarte; te<br />
haré perder todo status y que seas eliminado de <strong>la</strong> vida académica. Y si ha muerto, desde luego<br />
será homicidio por negligencia. O peor, puesto que te estoy advirtiendo de que está muriendo.<br />
Jenarr, furioso, se volvió a Benastra.<br />
—Detectó...<br />
Pero Dors le interrumpió: \<br />
—Me ha dicho lo que ha detectado y yo te lo digo a ti. No estoy dispuesta a que lo confundas.<br />
¿Vienes? ¿Ya?<br />
—¿No se te ha ocurrido pensar que tal vez estés equivocada? —dijo Jenarr entre dientes—. ¿Sabes<br />
lo que puedo hacer contigo si todo esto no es más que una maldita falsa a<strong>la</strong>rma? La pérdida de<br />
status puede funcionar en ambas direcciones.