09. Preludio a la Fundación
La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.
La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.
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heliconianas podían leerse a oscuras, ¿por qué no una trantoriana?<br />
Miró su cinta con cierta aprensión y apretó el botón que provocaría un foco de luz. La cinta brilló<br />
débilmente y le hizo ver que eran <strong>la</strong>s 18.47. Que fuera de noche a aquel<strong>la</strong> hora significaba que ya<br />
habían entrado en <strong>la</strong> estación invernal... ¿Cuan lejos quedaba el solsticio? ¿Cuál era el grado de<br />
inclinación axial? ¿Cuánto duraba el año? ¿A qué distancia del Ecuador se hal<strong>la</strong>ba él a <strong>la</strong> sazón?<br />
No podía conseguir respuesta alguna a esas preguntas, pero lo que contaba era que veía una<br />
chispita de luz.<br />
¡No estaba ciego! En cierto modo, el débil resp<strong>la</strong>ndor de su cinta horaria le producía una<br />
renovada esperanza.<br />
Se animó. Seguiría yendo en <strong>la</strong> misma dirección. Andaría por espacio de media hora. Si no<br />
encontraba nada, avanzaría cinco minutos más, no más, sólo cinco minutos. Si seguía sin<br />
encontrar algo, se detendría y reflexionaría. Eso representaban treinta y cinco minutos a<br />
partir de ese momento. Hasta entonces, se concentraría en andar y en obligarse a sentir<br />
calor (agitó vigorosamente los dedos de los pies. Todavía los sentía).<br />
Seldon siguió su avance durante media hora. No había nada. Podía hal<strong>la</strong>rse en ninguna parte, lejos<br />
de cualquier abertura en <strong>la</strong> cúpu<strong>la</strong>. O, por el contrario, encontrarse a tres metros a <strong>la</strong><br />
izquierda, o a <strong>la</strong> derecha, o frente a <strong>la</strong> estación meteorológica. Podía estar a dos brazadas de <strong>la</strong><br />
abertura que, por supuesto, estaría cerrada.<br />
—¿Y ahora, qué?<br />
¿Serviría de algo gritar? Un profundo y absoluto silencio lo envolvía, excepto por el silbido del<br />
viento. Si había pájaros, bestias o insectos entre <strong>la</strong> vegetación de <strong>la</strong>s cúpu<strong>la</strong>s, no estaban allí en<br />
aquel<strong>la</strong> estación, o a aquel<strong>la</strong> hora de <strong>la</strong> noche, o en aquel lugar determinado. El viento seguía<br />
congelándole.<br />
Quizás hubiera debido gritar durante todo el camino. El sonido llegaría lejos con el frío. Mas,<br />
¿habría habido alguien para oírle?<br />
¿Le oirían desde dentro de <strong>la</strong> cúpu<strong>la</strong>? ¿Dispondría de instrumentos que detectaran los sonidos o los<br />
movimientos de arriba? ¿Habría algún centine<strong>la</strong> dentro?<br />
Era una ridiculez. Hubieran oído sus pasos, ¿verdad?<br />
Sin embargo...<br />
—¡Socorro! —gritó—. ¡Socorro! ¿Puede oírme alguien?<br />
Sus pa<strong>la</strong>bras sonaron ahogadas, como avergonzadas. Parecía una idiotez gritar en aquel<strong>la</strong><br />
inmensa negrura vacía.<br />
Sin embargo, también parecía tonto vaci<strong>la</strong>r en una situación como <strong>la</strong> suya. El pánico empezó a<br />
aumentar. Aspiró una profunda bocanada de aire frío y gritó mientras le duró el aliento. Otra<br />
aspiración y otro chillido, más estridente. Y otro más. Y otro.<br />
Se detuvo, jadeante, y volvió <strong>la</strong> cabeza a uno y otro <strong>la</strong>do aunque no había nada que ver. Ni<br />
siquiera pudo detectar un eco. No podía hacer otra cosa que esperar al amanecer. ¿Cuánto duraba<br />
<strong>la</strong> noche en aquel<strong>la</strong> estación del año? ¿Cuánto aumentaría el frío?<br />
Sintió un contacto he<strong>la</strong>do en el rostro. Y otro poco después.<br />
Caía aguanieve, invisible, en <strong>la</strong> profunda oscuridad. Y no tenía forma de encontrar un refugio.<br />
«Hubiera sido mejor que aquel mini-jet me hubiera visto y recogido —pensó—. En este momento<br />
tal vez me tendrían prisionero, pero, al menos, estaría caliente y cómodo.»<br />
También, si Hummin no se hubiera entrometido, él estaría de regreso en Helicón. Vigi<strong>la</strong>do, desde<br />
luego, aunque caliente y cómodo. Ahora, eso era lo único que deseaba: calor y comodidad.<br />
De momento, sólo podía esperar. Se agachó aun sabiendo que, por <strong>la</strong>rga que fuera <strong>la</strong> noche, no se<br />
atrevería a dormir. Se descalzó y se frotó los he<strong>la</strong>dos pies. Rápidamente, volvió a ponerse los<br />
zapatos.<br />
Sabía que tendría que repetir esa operación varias veces, así como restregarse manos y orejas<br />
durante toda <strong>la</strong> noche para activar <strong>la</strong> circu<strong>la</strong>ción. Pero lo más importante que necesitaba<br />
recordar era que no debía dormirse. Significaría su muerte.<br />
Después de pensar con sumo cuidado en todo ello, los ojos se le cerraron y el sueño lo venció<br />
mientras <strong>la</strong> nieve iba cayendo sobre él, cubriéndolo.