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09. Preludio a la Fundación

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

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—Pues es verdad. He oído a gente que lo decía (gente de otros Mundos, como usted, que había<br />

visto Trantor desde el espacio), decían que el p<strong>la</strong>neta parece verde, como una extensión de<br />

césped, porque está cubierto, sobre todo, de hierba y maleza. También vieron árboles. Hay un<br />

bosquecillo no lejos de aquí. Yo lo he visto. Son de hoja perenne y llegan a una altura de seis<br />

metros o así.<br />

—¿Dónde?<br />

—No puede verlos desde aquí. Se encuentran del otro <strong>la</strong>do de una cúpu<strong>la</strong>. Están...<br />

La l<strong>la</strong>mada les llegó apagada. (Seldon se dio cuenta de que habían estado andando mientras<br />

hab<strong>la</strong>ban, alejándose de <strong>la</strong> inmediata vecindad de los demás.)<br />

—Clowzia. Vuelve. Te necesitamos.<br />

—Uh-uh —contestó Clowzia—. Voy... Lo siento, doctor Seldon, tengo que irme.<br />

Y se fue corriendo, consiguiendo pisar ligero pese a sus botas forradas.<br />

¿Habría estado jugando con él? ¿Atiborrando al ingenuo forastero con un montón de mentiras sólo<br />

para divertirse? Tales cosas suelen ocurrir en todos los mundos y a cada momento. Aunque con<br />

esa expresión de transparente honradez ., tampoco servía; en realidad, los cuentistas afortunados<br />

cultivan deliberadamente semejantes expresiones.<br />

Así que, ¿realmente podría haber árboles de seis metros de altura? ¿Arriba? Sin pararse a<br />

pensar, echó a andar en dirección de <strong>la</strong> cúpu<strong>la</strong> más alta del horizonte. Agitó los brazos en un<br />

intento de calentarse. Mas sus pies empezaban a enfriarse.<br />

Clowzia no le había indicado el lugar. Pudo haberlo hecho para darle un indicio sobre <strong>la</strong><br />

dirección de los árboles, pero no había sido así. ¿Por qué? C<strong>la</strong>ro, <strong>la</strong> habían l<strong>la</strong>mado.<br />

Las cúpu<strong>la</strong>s eran más anchas que altas, y eso le fue bien, ya que, de lo contrario, el camino<br />

le hubiera resultado más difícil. Sin embargo, <strong>la</strong> suave pendiente significaba esforzarse un<br />

poco antes de poder llegar a <strong>la</strong> cima de <strong>la</strong> cúpu<strong>la</strong> y mirar al otro <strong>la</strong>do.<br />

Más tarde pudo ver el otro <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> cúpu<strong>la</strong> que había esca<strong>la</strong>do. Miró hacia atrás para asegurarse<br />

de que aún podía divisar a los meteorólogos y sus instrumentos. Les veía muy lejos, en un valle<br />

distante, pero les veía con c<strong>la</strong>ridad. Bien.<br />

No encontró ningún bosquecillo, ni árboles, pero sí una depresión que serpenteaba entre dos<br />

cúpu<strong>la</strong>s. A lo <strong>la</strong>rgo de cada <strong>la</strong>do de aquel<strong>la</strong> depresión, <strong>la</strong> tierra era más abundante y se veía<br />

manchas verdes que muy bien pudieran ser musgo. Si seguía <strong>la</strong> depresión, ésta resultaba lo<br />

bastante profunda y <strong>la</strong> tierra abundaba, quizás hubiera árboles.<br />

Miró hacia atrás de nuevo, en un intento de fijarse marcas en <strong>la</strong> mente pero no vio más que los<br />

altos y bajos de <strong>la</strong>s cúpu<strong>la</strong>s. Vaciló, y <strong>la</strong> advertencia de Dors al respecto de perderse,<br />

advertencia que le había parecido innecesaria en su momento, cobraba ahora sentido. En todo<br />

caso, <strong>la</strong> depresión le parecía, c<strong>la</strong>ramente, un camino. Si lo recorría durante un tiempo, a cierta<br />

distancia, no tenía más que dar media vuelta y recorrerlo en sentido contrario para regresar al<br />

punto de partida.<br />

Echó a andar, decidido, siguiendo el camino hacia abajo. Por encima, oyó un zumbido lejano, mas<br />

no le concedió <strong>la</strong> menor importancia. Había decidido ver los árboles y eso era lo único que le<br />

importaba en aquel momento.<br />

El musgo se hacía más espeso y se extendía como una alfombra; de vez en cuando surgían algunas<br />

matas de hierba. Pese a <strong>la</strong> deso<strong>la</strong>ción de Arriba, el musgo tenía un verde bril<strong>la</strong>nte, y se le ocurrió<br />

que en un p<strong>la</strong>neta, siempre tan cubierto por <strong>la</strong>s nubes, era fácil que <strong>la</strong>s lluvias fueran considerables.<br />

El camino continuó curvándose y allí, precisamente por encima de otra cúpu<strong>la</strong>, vio una mancha<br />

oscura recortada sobre el cielo gris. Comprendió que había encontrado los árboles.<br />

Entonces, como si su mente, ya liberada por <strong>la</strong> visión de aquellos árboles, pudieran dedicarse a<br />

otros asuntos, captó el zumbido que había oído antes y que, sin pensarlo, había desechado como<br />

ruido de máquinas. Ahora, en cambio, pensó en esa probabilidad: ¿realmente se trataba de ruido de<br />

maquinaria?<br />

¿Por qué no? Se encontraba sobre una de <strong>la</strong>s infinitas cúpu<strong>la</strong>s que cubrían cientos de millones de<br />

kilómetros cuadrados de <strong>la</strong> ciudad-mundo. Debía haber máquinas de todo tipo ocultas bajo aquel<strong>la</strong>s<br />

cúpu<strong>la</strong>s..., motores de venti<strong>la</strong>ción, por ejemplo. Tal vez pudieran oírse cuando todos los otros ruidos<br />

de <strong>la</strong> ciudad-mundo cesaban.<br />

Excepto que el sonido no parecía proceder del suelo. Miró hacia aquel cielo amenazador.<br />

Nada.<br />

Continuó observando el cielo, con tal intensidad que se le formaban líneas verticales entre sus<br />

ojos. De pronto, allá lejos...

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